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LA TECLA CON CAFÉ

Cronicafeando

La cámara como un fusil

La cámara como un fusil

 

domingo, 22 de agosto de 2021
3:47:22 pm

Por Mercedes Rodríguez García

Ha muerto Manuel Isauro de Feria García, el fotorreportero con infinitos capítulos de vida detrás del lente de las tantas cámaras que utilizó, reparó y conservó durante 51 años de ejercicio profesional en Vanguardia, al que llegó en 1970 y del que nunca se alejó pese a su jubilación en 2016. 

A su país lo conocía de este a oeste y de norte a sur, y con exactitud de geógrafo ubicaba ciudades, sitios, poblados, ríos, presas y hasta charcas y cascadas. 

En viajes de trabajo visitó otras tierras allende el mar: Alemania, durante el X Festival de la Juventud y los Estudiantes; Angola, como corresponsal del periódico Verde Olivo Internacionalista, y Haití, acompañando una delegación de médicos cubanos. Pero ninguna permaneció hospedada tanto tiempo en su mente y  corazón como  África, a donde aterrizó en marzo de 1983, ocho años antes de que finalizara la Operación Carlota con la salida del último soldado cubano. 

Un año de fotorreportero en Angola le permitió la cobertura de centenares de sucesos sobrehumanos y actividades singulares, algunos muy distantes de la redacción, ubicada en el edificio Inverno Sol, en Luanda, la capital. 

En viaje de una provincia a otra, disfrutaba observando como la pradera terminaba abruptamente y, sin transición alguna, cedía su dominio a la muralla verde. Unas veces por aire, otras por tierra, la selva, majestuosa y enigmática, lo hechizaba con su belleza. Tal vez por eso quiso un día tragárselo en un beso mortal. Mas, un golpe de suerte le salvó la vida. 


Por la insistencia de sus compañeros de albergue, decidió cancelar el boleto de partida hacia Lubamgo. Antes de tocar pista, el avión explotó. Hubo 135 muertos. Fue un sabotaje de la UNITA. Angola era un trance diario, aunque se estuviera como civil. Como reportero gráfico andaba siempre delante del acontecimiento, en una caravana, en un recorrido, en una emboscada, en una evacuación, siempre husmeaba el peligro y se corrían riesgos. 

Una tarde, en Huambo, puso a prueba tenacidad y audacia. No se sabía con precisión la  zona recién ocupada por la UNITA, de ahí que lo llamaron y le preguntaran si desde el aire podría tirar fotos del lugar. Sin pensarlo dos veces dijo que sí. Mas, una vez dentro del helicóptero no lograba las tomas que quería. Descendieron. Entonces buscó una tabla larga y fuerte, la ató a los patines de aterrizaje y se amarró a ella. Desde allí tomó las imágenes, aun a riesgo de ser descubierto y exterminado por el adversario. 

Para este hombre de mente ingenieril, no existían imposibles. Jamás lo vi —como se dice— ahogarse en un vaso de agua. Aunque Angola, me confesó un día, «fue muy difícil, muy difícil». Por eso tal vez permaneció siempre al borde del tórrido camino africano. De allá trajo una discreta gorra negra que conservó y usó solamente en las coberturas que entrañaban peligro o cierto riesgo, como ciclones y huracanes. (Testigo soy de más de una entrega de Certificado Al Valor). 


Con la misma intensidad vivida junto a los árboles, las malezas y los quimbos, De Feria disfrutaba como pocos esa osadía anónima del trabajo cotidiano en su tierra de palmas, valles y montañas, con sus obreros, estudiantes, campesinos, artistas, científicos, políticos…   

Durante sus largos y fructíferos años de fotorreporterismo De Feria tuvo la posibilidad de acompañar a Fidel en decenas de visitas y recorridos por el territorio central. 

Para él no había una misión más importante que otra, aunque sí más complejas y peligrosas. «Nada más parecido que una cámara y un fusil». Lo repetía cada vez que podía, a sus colegas, a sus alumnos de periodismo cuando les impartió clases en la Universidad Central: 

«Ni con uno ni con otro se puede fallar. Al enemigo hay que liquidarlo con el primer disparo… La mejor imagen no tiene que estar entre medio centenar de fotogramas, si no entre los tres primeros». 

Pero siempre, Angola recurrente. Ya sin las minas que herían los caminos y la carne. Angola. Ya sin los puentes destruidos por la naturaleza o la metralla. 

«El avance de la vida en campaña, el fragor de la guerra, de la solidaridad y el amor a nuestros semejantes, nos convirtió en mejores seres humanos, profesionales y revolucionarios […] Los cubanos  saldamos una deuda con África. En aquella oportunidad el blanco fue la imagen. Me tocó disparar el obturador para atrapar la historia», aseveraba orgulloso.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Historia de un matrimonio

Historia de un matrimonio


martes, 10 de agosto de 2021
9:55:19 pm

Por Mónica Sardiñas Molina

Ni el edificio que se alza en Céspedes # 5, en la ciudad de Santa Clara, ni todas las ediciones impresas, cuidadosamente archivadas, narran la historia de Vanguardia mejor que Mercedes Rodríguez García.

Con diez años, ella todavía jugaba a las casitas cuando nació él. No presenció el parto ruidoso de la letra impresa, ni los primeros chispazos de tinta que bautizaron la esquina santaclareña de Céspedes y Plácido, aquel 9 de agosto. Se conocieron en septiembre de 1973, él con 11 ya cumplidos y ella, camino a los 22.


Amor a primera vista, un noviazgo que duró apenas unos meses y el matrimonio, que solo terminará con la viudez de uno de los dos.

Mercedes Rodríguez García sucumbió primero al flechazo de la Medicina y a la libertad de una beca en La Habana. Aprovechó para «vivir a plenitud su cosmopolitismo cultural en una década que terminaba marcada políticamente con la muerte del Che en Bolivia, la invasión de las tropas soviéticas en Checoslovaquia —respaldada por el gobierno cubano en uno de los dilemas políticos más difíciles que le haya tocado enfrentar— y la epopeya nacional de la zafra de los diez millones, coronada por un fracaso».

«Amé la Medicina, llegué a llamarla “Dios de mi cuerpo”, impulsada por ese anhelo diagnosticador y sanador que me ha movido siempre entre lo material y lo espiritual, buscando la salud del cuerpo y el alma al mismo tiempo, que luego descubrí en la poesía, y al final elucidé ejercicio y profesión.

«Sí, me distraje de los estudios, pero también me mortificaba mucho el dogmatismo y autoritarismo académico, y el hecho de que solo por gustarme el rock, el teatro de Piñera, la poesía de Lezama, las descargas de los desarrapados nuevos trovadores, me endilgaran supuestas desviaciones ideológicas, a mí, la más guevariana y allendista de la brigada. Así las cosas, fracturado un tobillo jugando voleibol, regresé en 1973 por 15 días a Santa Clara. ¡Y adiós Medicina!»

Reacia a las súplicas de su madre y las tías para que retomara la carrera, optó por la invitación paterna de seguir su propia luz y ponerse a trabajar. Se recuerda en parques y calles, con aire de «hippie tropical»: el símbolo de la paz en un pulóver rasgado, un par de sandalias rústicas de cuero y caucho, y una caja de cigarrillos Aroma en el monedero atado a su cintura.

En el taller literario municipal donde cultivaba su sensibilidad congénita hacia el verso y la prosa, entabló amistad con el escritor Arturo Chinea. La invitación, del entonces Jefe de Información del diario villareño, encendió la llama que aún arde:

«Mañana por el mediodía, bien arreglada, vas a verme para presentarte al director. Necesita una secretaria. Sabes mecanografía y taquigrafía, redactas bien, pagan 138 pesos mensuales. Si te gusta la literatura, es buen lugar. Quizás mañana te guste el periodismo…»

 

«Tuvo razón, me enamoré y me casé con él. Siempre ha sido un amor apasionado. Casi medio siglo de aprendizaje constante, de descubrimientos, observaciones, deducciones, investigaciones, síntesis, y también un poco de aventura, peregrinaje, diversión, sustos. Todo en una permanente catequesis a favor de la verdad, por mucho que cueste encontrarla, por mucho que incomode a unos y traten de ocultarla otros».

Para desempolvar la memoria de Vanguardia —primero en Las Villas y luego en Villa Clara—  no necesita libros. Ella misma ha convertido la historia en cuartillas vivas durante cinco décadas engranadas, pero tan distintas como los dedos de una mano.

Las hojas garabateadas y los golpes presurosos sobre la máquina de escribir, en la búsqueda diaria de la perfección, cedieron el espacio al monitor que guarda los párrafos electrónicos, las teclas más discretas de la computadora, y la noticia reflexiva y perdurable para un semanario. Hoy prefiere el murmullo de las letras en su celular, sobre la pantalla sensible al más leve movimiento de los dedos.

Todos los días demuestra que asumir los retos del ciberperiodismo no se limita a una cuestión generacional, sino al instinto permanente de superación para llevar a los lectores el texto que necesitan. El blog La Tecla con Café, el canal en Youtube, y los perfiles en Facebook, Twitter, Google Plus y Linkedin guardan el sello digital de Mercy la Tecla.


Trata como hijo a todo texto que lleve encima sus dos apellidos, pero no se esconde para consentir a la entrevista de personalidad y la crónica, donde siempre luce empática y literaria.

Si bien se define periodista «más de práctica y trastazos que de tesis y academia», en 1980 se graduó de Lengua y Literatura Hispanoamericana y Cubana por la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas, en la modalidad de curso dirigido. Regresó a la Facultad de Humanidades en 2002, para convertirse en «la profe Mercedes» de los primeros graduados de la Carrera de Periodismo y de todos los que atracamos en Vanguardia, responsable de tantos enamorados de la verdad contada con elegancia.


Sin embargo, con la humildad intacta aprende de todos, avezados o noveles, colegas o lectores; se sobresalta ante la presión de última hora, se desespera en la búsqueda de la palabra exacta, revisa hasta el cansancio, teme a la equivocación como el primer día, y aún no se siente satisfecha.

Desde 2016 se desempeña como Jefa de Redacción del semanario, no porque lo diga el crédito en la página 8, sino por el aval de un camino ascendente con pasos propios, los saberes compartidos con desprendimiento, y los honores bien ganados y aplaudidos. En la evolución coherente de pensamiento, acción y discurso ha marcado valores imprescindibles para mantener viva la esencia de la prensa escrita, insumisa ante los caciques de la «aldea global» y libre de actitudes pseudoperiodísticas para satisfacer expectativas superfluas.

Para Mercedes, un buen periódico se forja al calor de la correcta planificación editorial, incluso en momentos de crisis; el debate polémico en la Redacción, la disposición a informar, educar y entretener, y el deseo de parecerse a la provincia, al público y al propio colectivo que lo hace. No pueden faltar las correctoras salvavidas, los diseñadores coquetos y los roles que se renuevan a diario en el universo web.

A los reporteros aconseja curiosidad por la noticia irreverente, sin dejar a un lado el respeto, disposición para colarse en la piel de los otros, responsabilidad social de comunicar con objetividad y ética, y búsqueda de un estilo único para el periodismo impreso.

Mercedes eligió el oficio de la prensa —quién sabe si fue al revés—, y no quiere o no puede ejercer otro; escogió a Vanguardia como escuela, hogar y único centro de trabajo, y tendrá que negarse a sí misma para renunciar a esa vocación sacerdotal.

«Una empieza a ser una desde que nace, te crees que ángel, pura, virgen, descontaminada. No. La verdad es tu secuencia de ADN. En esos 23 pares de cromosomas en cada célula de tu organismo, viene todo, incluso —apuesto yo—, el día del viaje definitivo e inexorable quién sabe a dónde. Lo que no viene hecho es la vida que, independientemente de lo genético, se va formando —¡te la van formando!— en el camino y de lo cual tú también, llegado el momento, eres la máxima responsable».

(Fuente: Vanguardia)


 

García Márquez y Vargas Llosa: dos soledades

García Márquez y  Vargas Llosa: dos soledades


domingo, 27 de junio de 2021
10:31:30 pm

Un diálogo en Lima en 1967 entre Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez fue registrado en un libro largamente agotado. Una época donde todavía no tenían grandes diferencias. 

El 5 y el 7 de setiembre de 1967, invitados por la Universidad Nacional de Ingeniería de Lima, Mario Vargas Llosa (1936), en calidad de anfitrión, entrevistó ante un numeroso público al colombiano Gabriel García Márquez (1927-2014). El primero de ellos venía de obtener, con apenas 31 años, el premio Rómulo Gallegos por su novela La casa verde (1966), y el segundo hacía menos de cinco meses que había publicado Cien años de soledad, que ya se estaba convirtiendo en un fenómeno de ventas en todo el continente.

 

La propia Universidad publicó en 1968 la grabación del encuentro en un pequeño libro, Diálogo sobre la novela en América Latina, que se agotó rápidamente, y que por más de cincuenta años estuvo convertido en un objeto de culto del que solo circulaban algunas fotocopias.


Con el agregado de Dos soledades en el título, aquella edición fue ampliada ahora con un prólogo del también colombiano Juan Gabriel Vásquez, con opiniones y recuerdos de algunos críticos y escritores que estuvieron presentes en el evento, un par de entrevistas a García Márquez aparecidas en la prensa de la época y algunas fotografías.


En aquel momento, pocas semanas después de haberse conocido en Caracas, unían a Vargas Llosa y a García Márquez una sincera amistad, múltiples y comunes lecturas, una manifiesta voluntad de convertirse en escritores famosos, simpatías por la Revolución cubana y una suerte de orfandad teórica que iría corrigiéndose en torno a ellos y a otros autores, conocidos luego como integrantes del boom de la literatura latinoamericana. El prologuista advierte que “en el intercambio hay como un vacío, algo que sentimos como un vacío, porque nunca, en ninguna forma, aparece la expresión que el lector espera, la expresión que flota en el ambiente pero que nadie ha descubierto todavía: realismo mágico. Sí, tal vez eso es lo que pasa con este diálogo: en ese año de 1967, el mundo era tan reciente que las cosas carecían de nombre.”

Pero lo que podría leerse como una irónica queja de Vásquez era, en realidad, la exposición de dos miradas brillantes ante un fenómeno aún por definir: la de Vargas Llosa, más inclinada hacia lo intelectual o académico, y la de García Márquez, más cercana a un cierto coloquialismo, a una lúdica ingenuidad que sin embargo escondía el mismo capital teórico que el de su entrevistador.

Cercanías y parecidos

“¿Para qué crees que sirves tú como escritor?”, fue la primera pregunta de Vargas Llosa, a la que García Márquez respondió que desde siempre había tenido la sensación de serlo tras darse cuenta de que “no servía para nada”. Tiempo después descubrió que escribía para que sus amigos lo quisieran más, y que ese oficio era por sobre todo un acto de subversión: “no conozco ninguna buena literatura que sirva para exaltar valores establecidos”, sosteniendo de inmediato que si esa actitud se transformaba en un hecho deliberado, “desde ese momento ya el libro es malo”.


En un principio las preguntas de Vargas Llosa son breves y tratan de apuntalar las respuestas cargadas de anécdotas de García Márquez, aunque este irá favoreciendo intervenciones más extensas del peruano, como si cada tanto estuviera dispuesto a intercambiar los roles que los habían reunido. La soledad como resultado de la alienación y del conflicto entre el hombre y la naturaleza, las raíces familiares que el autor de La hojarasca va investigando en sus libros, la similitud entre algunos episodios de su pasado más o menos lejano —violencia, mudanzas, personajes que huyen, episodios inexplicables, muertes, despedidas—, los intrincados parentescos que unen a sus paisanos y que luego se reiteran en las historias que ha decidido contar, todo ello va ayudando a construir el mundo de García Márquez, tanto el personal como el narrativo. Y es fácil, cuando ambos recuerdan algunas peripecias “maravillosas, sorprendentes, inverosímiles”, ubicarse ya ante las puertas de lo “mágico” que Vázquez reclama.

La influencia y el goce que a ambos les provocan las novelas de caballería —Vargas Llosa admirador de Tirante el Blanco, García Márquez del Amadís de Gaula—, la herencia abrumadora del indigenismo —Ciro Alegría, Miguel Ángel Asturias, José María Arguedas—, hasta llegar a la figura omnipresente de William Faulkner —aunque García Márquez dice no haberlo leído antes de terminar Cien años de Soledad—, son también elementos de cercanía, partes de un lúcido debate.

Un escritor que detesto

En algunas de sus confesiones García Márquez deja discurrir dichos que muy pocos asistentes dieron por ciertos pero que de todas formas ayudarían a alimentar su propia leyenda. Afirma que había empezado a escribir Cien años... a los 16 años, que desde entonces tenía la historia completa y que ya había escrito el primer párrafo —“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo...”—, aunque le faltaban elementos técnicos, de manera que debió escribir cuatro libros antes de arribar a su obra maestra.

  

La relación del escritor con su tierra —García Márquez ya había empezado a escribir El otoño del patriarca y para ello se instalaría en Barcelona, Cortázar vivía en París, Carlos Fuentes en Italia...— es otro de los temas claves para estos dos cosmopolitas que por lo general escribirían sobre sus países de origen. No obstante, García Márquez se empeña en aclarar que en esa búsqueda de identidad y a modo de excepción, él no ve “lo latinoamericano en Borges”. “Yo creo que es una literatura de evasión. Con Borges a mí me sucede una cosa: Borges es uno de los autores que yo más leo y que más he leído y tal vez el que menos me gusta”, dice, para revelar enseguida que se ha comprado sus Obras completas en Buenos Aires, que las carga en su maleta, que “las voy a leer todos los días, y es un escritor que detesto...”.

De aquellos tiempos, cuando todos parecían felices, surgirían luego rencillas y enemistades eternas. Exceptuando incluso algunos severos enfrentamientos privados, Vargas Llosa se alejó del proceso cubano tras los episodios del caso Padilla en 1971, en tanto García Márquez lo apoyó convirtiéndose en amigo personal de Fidel Castro. Las obras de ambos fueron fatigándose lentamente y, aún envueltos en aquella chispa irreverente que en 1967 los hizo cófrades y célebres, con seguridad debieron asumir que todas las cosas habían empezado a tener nombre y que ya no quedaba palabra alguna que no hubiera cambiado su significado.

(Fuente: elpaís)

Amar en tiempos de coronavirus y otros demonios

Amar en tiempos de coronavirus y otros demonios

 

sábado, 13 de febrero de 2021 
5:41:43 am 

Por Mercedes Rodríguez García

Quiero quitármelo de la cabeza a sabiendas de que otros colegas también pudieran acudir a temas garciamarquianos como leitmotiv de sus crónicas. Mas, no puedo. Entonces, espero a que mis queridas y fieles musas «bajen» disciplinadamente el día negociado. ¡Y aquí están!, como siempre —en mi caso—: retadoras, traviesas y socarronas, a escasas horas del cierre, soplándome al oído:

«¡Ah!, el amor. El amor que nunca muere, el que te cura y el que no te deja vivir; el de las risas y el de los sollozos; el de las dulzuras y el de las amarguras. ¡Escribe, escribe sin parar! Para el amor no hay estaciones, ni contenciones ni convenciones».

Cierto. He vivido lo suficiente para comprobar la naturaleza contradictoria, transgresora y hereje del amor. Y aseguro cuánta falta nos hace sentirlo, expresarlo y compartirlo como sentimiento leal y redentor de nuestra especie, ahora tan golpeada y deteriorada por causas propias y ajenas, también paradójicas, injustas y fatales.


Como en El amor en los tiempos del cólera y Del amor y otros demonios, conviven en el mundo contemporáneo el sentimiento más universal —algo deteriorado— y las epidemias, pestes y pandemias. (En la segunda novela, una plaga de rabia).

¡Increíble! En los tiempos del coronavirus ha desaparecido la delgada línea entre lo real y lo mágico creado por el Gabo, convirtiéndose lo mágico en real gracias a las redes sociales y a los medios de comunicación en el vertiginoso entorno digital. ¡Nada de cartas olorosas con bella caligrafía ni peticiones de mano!


El amor inocente y profundo hasta el delirio y la fiebre, el amor eterno por no correspondido que se espera toda la vida —la espera compensada— no se entienden. Todo va brusco y muy de prisa.

En nuestra tierra abundan historias por contar. No la del amor imposible de Florentino Ariza y Fermina Daza y «los seiscientos apegos fugaces de Juvenal». No la de Sierva María de Todos los Ángeles —posesa enamorada del padre Cayetano Delaura—, mordida por un perro que le transmitió la rabia que la consumió y mató.

Tiempos de coronavirus y otros demonios criollos solapados, no han de empañar la disciplinada alegría de este 14 de Febrero cubano, Día del Amor y la Amistad en casi todo el mundo.

¡Celebremos con mesura!

Amar es encontrar en la felicidad del otro la propia felicidad. Se trata de un amor más grande, protector y solidario.

 

 

 

Vargas Llosa, el intelectual de los banqueros


viernes, 05 de febrero de 2021
10:55:15 am 

No me sorprende que Mario Vargas Llosa contribuya a la campaña electoral del banquero Guillermo Lasso. En noviembre de 2012, Vargas Llosa fue el orador estrella de la XLVI Asamblea Anual de la Federación Latinoamericana de Bancos (Felaban), en Lima. Igual que entonces, Vargas Llosa, en su papel de intelectual orgánico del capital financiero, ahora también despliega un mensaje autoritario, superficial y cliché. 

¿Por qué Vargas Llosa habla, en términos autoritarios, sobre política ecuatoriana? Porque él ha renegado de los planteamientos de sus primeras novelas (La ciudad y los perros o Conversación en La Catedral), en las que criticaba las estructuras de poder del capital y a los militares y a la prensa como guardianes de aquellas estructuras, y se ha convertido en predicador del neoliberalismo y en vocero del capital financiero.

El premio Nobel le sirve a Vargas Llosa para erigirse en autoridad y opinar sobre la política de un país sin conocer las vicisitudes de su historia. Él se apropia de la palabra de los ecuatorianos; se imagina serlo —aunque ese pensamiento de sí mismo como ecuatoriano es retórica vacua— y, como el colonizador de antaño, nos dice a los ecuatorianos por quién tenemos que votar para que nuestro país sea “ejemplar”. Vargas Llosa ejerce esa autoridad por sí y ante sí ya que le bastan las líneas básicas del discurso del poder ya sea para condenar a Julian Assange, denigrar al feminismo o elogiar a la banca.

"La palabra éxito resume lo que él quisiera hacer del Ecuador", dice Vargas Llosa refiriéndose al banquero candidato. ¿Un premio de Nobel de Literatura hablando de manera ramplona sobre el "éxito" como una aspiración de vida? ¿No es ese simplismo arribista lo que él criticaba en las novelas ya mencionadas y en Los cachorros?

La noción de "éxito" encubre el mito del "banquero exitoso" y es la expresión tácita de una falacia: un empresario que, como gerente de un banco, se ha enriquecido es un empresario que, como presidente, enriquecerá al país.

¿Acaso el escritor que reflexionó sobre Flaubert y Madame Bovary ahora nos dice que la aspiración de un país debe ser el boticario Homais y lo que él representa? A Vargas Llosa le calza lo que escribió sobre Homais: "El farmacéutico repite los dogmas positivistas, mediante las fórmulas más rudimentarias y los argumentos más manidos, sin aportar a esa filosofía la más mínima contribución personal…"

En boca de Vargas Llosa la palabra "libertad" asociada a un banquero es tan solo un lugar común que él manosea para regocijo del maridaje del poder político y el poder económico. Lo que Vargas Llosa expresa tras ese cliché es el anhelo de una burguesía rentista y especulativa que busca destruir el Estado y las políticas públicas en función de una mayor concentración de la riqueza.

En El sueño del Celta, Vargas Llosa disecciona con crudeza el proceso de acumulación capitalista basado en la esclavitud, pero como intelectual orgánico de los banqueros promueve, bajo la superchería de la "libertad del individuo", el sometimiento de ese mismo individuo a las veleidades del mercado en donde, como en el juego del Monopolio, el propietario del capital siempre acrecentará su riqueza y el resto dará vueltas alrededor del tablero hasta perder el juego.

Vargas Llosa escribió, en febrero de 2009, en Letras libres: "En la civilización del espectáculo el intelectual sólo interesa si sigue el juego de moda y se vuelve un bufón". En el espectáculo de la propaganda política, el marqués de Vargas Llosa —que, durante la novedad de su idilio con Isabel Presley fuera asiduo de las portadas de Hola— se ha convertido en un bufón al servicio de los banqueros.

(Fuente: pagina 12/Raúl Vallejo es escritor ecuatoriano, autor de "El perpetuo exiliado" (Premio de la Real Academia Española, 2018).

 

 

 

 

Mi Martí: diverso y eterno

Mi Martí: diverso y eterno


miércoles, 27 de enero de 2021
9:25:56 pm

Martí dibujado, aprendido, heredado desde que era niña, ¡muy niña! Martí necesario, imprescindible, entrañable, avizor. Es mi Martí. El que me va por dentro, resguardo y defiendo. 

Por Mercedes Rodríguez García 

El primer Martí me llegó de niña, ¡muy niña!, junto con una caja de 24 colores: «Para Mercy, duran toda una vida, cuídalos». Así decía la tarjeta que —con exquisita grafía— colocó dentro de un sobre adjunto mi tía Olga, por entonces maestra rural en Sagua la Chica. Leí machaconamente, como leen los niños cuando están aprendiendo. 

Una segunda recomendación —tan dulce como autoritaria— me daría de inmediato con la misma voz autócrata: «Aquí tienes una hoja de papel, dibújame al Apóstol de la independencia de Cuba». «Pero ¿ahora mismo, tía?», le pregunté con el tono más fastidioso que recuerdo. «Sí, ahora mismo; ven, vamos a sentarnos a la mesa». 


Sentí deseos de devolverle aquel precioso estuche que me hubiera gustado estrenar tirada en el piso, coloreando cuando tuviera deseos, pintando lo que me viniera en ganas. Pero obedecí. Y salió él, desproporcionado y bigotudo, en medio de un jardín con flores y mariposas. 

Mi segundo Martí vino en un libro: La Edad de Oro, regalo también de otra tía, Mary, dependienta en una tienda de ropa, el día de mi quinto cumpleaños, y con una sola condición: «Es para ti, para tu prima y tu hermano». De modo que el ejemplar permaneció siempre al alcance de ellos y, además, de los amiguitos del barrio que venían por las tardes a jugar a la escuelita, en la cual invariablemente yo hacía de maestra. 


Mi tercer Martí fue rojo y dorado, impreso en un diploma. Me lo gané cursando el sexto grado, cuando en el primer semestre de clases salí Alumna Vanguardia del grupo de la señorita Georgina Irastorza. 

El cuarto lo compré en una quincalla: un cuadrito de pequeño formato, por solo 50 centavos. Los había de Maceo, Céspedes, Agramonte, Gómez, La Caridad, San Lázaro, Santa Bárbara, Mickey Mouse, Pato Donald, Lassie, Rin TinTin; pero el dinero solo alcanzaba para uno. 

Sin embargo, el que más recuerdo me lo dejó Martica, mi compañera de secundaria, cuando se fue de Cuba y nos despedimos en la plaza del mercado, que en menos de un año sería Coppelia. Lo colgué en la sala y allí estuvo hasta que una foto de Camilo ocupó su lugar debajo del cristal. Mi madre la cambió, decía que ya había muchos «Martí en la casa»;y mi padre, que hacían falta más «Martí en la calle». 

El sexto, en papel cromo, a todo color, lo compré en la entonces recién estrenada librería Pepe Medina. Ya estudiaba en el preuniversitario Osvaldo Herrera, y muy pocos entendían mis desafueros por The Beatles, que para la «gran cátedra» no era más que una banda diversionista, y nada tenía que ver con el idioma que el profesor Mauro me repasaba en «secreto» con ejemplos extraídos de Mister Postman, Yellow River, Sgt. Pepper’s  o Lady Madonna. 


Ese, mi Martí más lindo, el de Jorge Arche —paisaje rural de fondo—, vestía de guayabera.Y como El sagrado corazón de Jesús en eso de llevar la mano al pecho, resultaba a mi ojo

—afinado por la pintora Aida Ida Morales en sus clases de Artes Visuales— un Martí icónico, sublimado: el de «con los pobres de la tierra», el de «con todos y para el bien de todos», el que años después, en la Universidad, me revelara como un Martí germinal el doctor Ordenel Heredia. 

Otro Martí, de busto en bronce, estaba en casa, en posesión de mi abuelo, antes de yo nacer, calzando adeudos sobre el aparador. Un día desapareció y apareció luego en una caja, entre sus cosas de muerto. Pasó a mi padre que lo cedió por derecho justo a su hermana, la maestra, que lo llevó a su escuela, en la campiña. 

Martí volvió. Lo trajo un día —ya jubilada—, chamuscado. «Fue lo único que no se quemó cuando los casquitos prendieron fuego al cañaveral del fondo», me dijo colocándolo entre mis manos. Lo limpié con agua, detergente y zumo de limón. Apenas le quedó la pátina del tiempo. Desde el librero vio crecer a mis niños, disfrutó mis fiestas, mis lutos, mis desvelos nocturnos apremiada por el cierre. 

Ese ha sido mi Martí más íntimo y valiente. Fundacional, vigiló una década la casa de mi hijo, los pasos de mi nieta. Ahora, en tierra oriental del Cono Sur —donde fuera cónsul—, mi Martí de bronce comparte otro nido amoroso y distante. 


Y tengo más Martí valores filatélicos, y muchos más Martí crónicas y artículos que me salvan de odios y egoísmos. Martí periodismo y verso. Martí Abdala, rosa y alelí. Martí Carmen, Ismaelillo, María. Martí de América, dos alas y ojo del canario. 

Martí dibujado, aprendido, heredado desde que era niña, ¡muy niña! Martí necesario, imprescindible, entrañable, avizor. Martí, el que resguardo, amo y defiendo. Martí diverso. Martí eterno. 

Más allá de Trump

lunes, 18 de enero de 2021 
10:54:25 pm

A la humanidad nos toca permanecer vigilantes y activos frente a lo que va a sobrevivir de este momentáneo trumpismo, que no es sino la erupción de las fuerzas profundas que contienen la textura verdadera, extrema, del capitalismo de hoy y sus proyectos de futuro. 

 

Es tanto lo que se acumula que no es posible emprender sino un recorrido inicial, o parcial, o pequeño, pero —en todo caso— vale la pena preguntar más allá, detrás o debajo de lo evidente (el asalto al Capitolio de Washington por parte de seguidores de Trump el pasado miércoles 6 de enero), ¿qué ocurrió ese día? ¿qué ha seguido sucediendo y qué debemos esperar? Las noticias al respecto se acumulan en tal variedad y cantidad que da la sensación de que el tiempo se ha acelerado y dividido en dimensiones paralelas. 

No es solo que una multitud burla la seguridad (nada menos que) del Capitolio de Washington, el centro exacto del poder político en Estados Unidos, sino que el acontecimiento se refracta en decenas de microescenas de un guion delirante donde: hay policías que —en lugar de cumplir su deber de «proteger y servir», como reza la frase que identifica la ética de este cuerpo— se tiran selfies junto con la turba; una congresista republicana postea el aviso del sitio exacto en el cual se encuentra la oficina de Nancy Pelosi (exponiéndola ante la multitud en lugar de cuidar a quien es Presidenta de la Cámara de Representantes); un personaje, que se hace llamar “el shaman de QAnon”, entra, se pasea por el edificio sin camisa, cubierto con una piel de animal, la cara pintada y par de cuernos en la cabeza en un inquietante performance que invoca algún tipo de reivindicación primitiva; otro llega hasta la oficina de Pelosi, ocupa la silla de la congresista demócrata, se acomoda hacia atrás, apoya los pies cruzados encima del buró y se hace sacar una foto. Uno más pasea los salones con una bandera del ejército confederado, hay quienes muestran símbolos neonazis, un antiguo policía lleva un manojo de esposas plásticas y hasta es posible ver una bandera estadounidense con la frase Jesús es mi salvador, Trump es mi presidente. Tanto en fotografías como en videos, son varias las ocasiones en las que aparece la bandera de MAGA (Make America Great Again), a cuyo alrededor se unifican quienes ofrecen apoyo a Trump. 

  

Si el panorama que dibujan los momentos anteriores luce caótico, cuando a todos los episodios mencionados sumamos la muerte de cinco personas, el conjunto se transforma en algo tenebroso. Aquí, a medida que las investigaciones del FBI progresan, se van conociendo datos según los cuales, entre la multitud reunida, lo mismo afuera que adentro del edificio de gobierno, se escuchaban voces calificando de traidor a Mike Pence, el vicepresidente que se negó a llevar a vías de hecho el deseo de Trump: rechazar la victoria electoral de Biden y hacer real el golpe de Estado.

En una especie de tercer nivel, congresistas y senadores del Partido Republicano presentaron uno de los más penosos ejemplos de corrupción política e hipocresía cuando —cerrando filas alrededor de Trump—, pasaron las primeras horas luego del asalto minimizando los hechos del Capitolio y luego, cuando los demócratas presentaron la petición de impeachment contra Trump, trataron de detener el proceso. La votación, 232 votos a favor y 197 en contra, da paso a un nuevo espectáculo cuando empiezan a multiplicarse las voces republicanas, que piden dejar de insistir en el impeachment con el argumento de que —y aquí la formidable hipocresía— lo que el país necesita es curar las heridas y recuperar la unidad en lugar de realizar un juicio político. En oposición a ello, Peter Meijer, uno de los diez congresistas republicanos que votó a favor de iniciar el impeachment, confesó que su expectativa, como mismo la de sus compañeros en la votación, es que “alguien puede tratar de asesinarlos” y que algunos de ellos han contratado guardaespaldas por temor a la ira de los más extremistas seguidores de quien es, todavía, Presidente.

 

 

Esto apunta a un cuarto nivel de implicaciones y opacidad cuando recordamos que la derrota de Trump ocurrió a pesar de contar con un más que respetable número de 74 millones de seguidores. Si la cantidad es enorme, el histrionismo de Trump, su permanente recurrir a las fake news y otras manipulaciones mediáticas, así como una incansable retórica incendiaria, han insuflado miedos y paranoias en amplios sectores, absorbiendo, alimentando y produciendo un tipo de ira y frustración que tiene apoyo en miedos irracionales y en la ceguera frente a funcionamientos que no son sino lógicas del sistema. 

¿Cómo entender lo que está pasando? O, mejor aún, en medio de tan abrumadora marea de acontecimientos, ¿qué está sucediendo? ¿Quiénes son estos millones de seguidores de Trump? ¿Por qué despierta reacciones fanáticas, al punto de que se mencionan ejemplos de fundamentalistas que, provenientes de la extrema derecha cristiana, lo consideran una suerte de Mesías? ¿Por qué, entre los discursos de congresistas demócratas, solicitando el impeachment, tantas veces se escuchó hablar del excepcionalismo estadounidense? ¿De qué manera la ideología del nacionalismo blanco y el nacionalismo cristiano se unifican en el discurso del trumpismo? ¿Qué avisan las estadísticas poselectorales, que demostraban que Biden fue candidato favorito en zonas urbanas, densamente pobladas, y grandes zonas industriales; en tanto Trump resultó favorito en territorios rurales, donde es común que los niveles culturales promedios sean más bajos?

No en vano, en los momentos que siguieron al resultado electoral definitivo, hubo articulistas que hablaron acerca de la urgencia de recuperar esa especie de país otro, que se extiende más allá de las ciudades. Otro texto, aparecido en The Atlantic, llama la atención acerca de que, el mismo día de la revuelta, por primera vez en la historia habían sido electos al Senado de Georgia un senador negro y un judío americano; de esta manera, el autor considera que el asalto al Capitolio no fue “un levantamiento contra un gobierno tiránico; fue un levantamiento en contra de un gobierno multicultural”. Semejante análisis, que en realidad significa impedir que cualquier gobierno como este tenga posibilidad de existencia en el país, abre puertas a cuestionamientos más profundos como los muchos que se preguntaron —al apreciar la inacción policial ante el asalto al Capitolio por parte de una turba mayoritariamente integrada por nacionalistas blancos— si acaso hubiesen reaccionado de igual modo en caso de que una multitud de manifestantes negros (por ejemplo, seguidores del movimiento Black Lives Matter) hubiesen hecho lo mismo.

La semana pasada, en un debate transmitido por Telesur, uno de los participantes empleó, como base para su argumento, la oposición entre un modelo de capitalismo inclinado al tipo de dominación que se establece mediante los grandes flujos de finanzas, que privilegia grandes zonas de “libre comercio” y otros procesos transnacionales (que identificó con Obama e Hillary Clinton); mientras que puso, en el extremo opuesto, a un capitalismo (que identificó con Trump) fuertemente proteccionista, interesado en “regresar las industrias” a la nación. Desde tal ángulo, ¿qué relación tienen los hechos del país vecino con las tensiones comerciales, políticas y demás confrontaciones por zonas de influencia, entre la nación norteña, Rusia y, sobre todo, China?

La toma de posesión de Biden tendrá lugar en apenas días, en medio del despliegue de un dispositivo de seguridad como nunca antes se vio, en un ambiente ensombrecido por las sospechas del FBI respecto a la posibilidad de protestas simultáneas (en los 50 capitolios de la nación) y más violencia por parte de los numerosos seguidores con los que cuenta Trump.

Un artículo, recientemente aparecido en The New York Times, presenta una aguda interpretación de lo sucedido, al considerar el momento Trump como el desarrollo presente de una larga historia de degradación en el interior del Partido Republicano; según Lisa McGirr, autora del texto, las convulsiones actuales habrían comenzado más de cuatro décadas antes, cuando “el neoliberalismo dejó largos segmentos de la base social del partido, como a muchos otros estadounidenses, con estándares de vida declinantes”.

 

Por este camino, en opinión de la autora, tanto la crisis económica como el aumento de la inmigración condujeron a un estado en el cual quedó abierto el espacio para que «políticos calculadores» explotaran lo que ella llama “el resentimiento cultural blanco”. Otra manera de entenderlo sería agregando los procesos de exportación de industrias, los efectos devastadores de la globalización capitalista en el sector de la agricultura, la pérdida de fuerza (poder económico real) de la clase media en el país.

Ahora crece la tensión en un Washington ocupado por más de 25 000 efectivos para garantizar tranquilidad y orden en la inauguración presidencial.

En este contexto, multiplicar las preguntas nos mantiene despiertos, uniendo puntos distantes para develar la trama, no ya de la voluntad o caprichos de la figura mayor de un gobierno, sino de los núcleos ideológicos que han encontrado cobijo, más allá del líder, en el conjunto de posiciones e ideas que se identifican como parte del trumpismo. Incremento del racismo, nacionalismo blanco, extrema derecha, oposición al multiculturalismo, criminalización de los inmigrantes, naturalización de las noticias falsas y otros modos de manipulación mediática, silencio ante formas de neofascismo, extensión y fortalecimiento de la Doctrina Monroe, políticas de estrangulación económica y cultural para cualquier gobierno considerado “enemigo” (lo cual incluye la articulación de bloques internacionales para conseguirlo), aislacionismo, agudización de las fricciones en la búsqueda y control de zonas de influencia en la esfera mundial, implantación de políticas de demonización para competidores económicos y/o gobiernos no complacientes a la voluntad de dominación de EE. UU.

 

cobijo de MAGA, es mucho más importante que la figura particular del Presidente que concluye su mandato. Si la lealtad partidista hacia Trump es quebrantada durante los meses siguientes, como se espera que ocurra a medida que el gobierno de Biden avance y los lazos entre republicanos sean debilitados, y si el castigo a quienes invadieron el Capitolio es severo, y si los grupos de extrema derecha son igualmente debilitados, entonces el destino político del actual Presidente estará realmente decidido y va a quedar inhabilitado para volver a ejercer cargos públicos. En paralelo, hay quienes suponen que va a fundar una cadena de noticias, la cual, dando continuidad a lo que hizo hasta hoy, no podrá sino ser un poderoso y enconado centro emisor de discursos de odio, que continuará alimentando lo peor de la creencia en el excepcionalismo estadounidense. También puede suceder que deba enfrentar acusaciones por denuncias de fraude y corrupción, aunque también hay quienes especulan que terminará concediéndose a sí mismo un perdón presidencial. En todo caso, a la humanidad le toca permanecer vigilante y activa frente a lo que va a sobrevivir de este momentáneo trumpismo, que no es sino la erupción de las fuerzas profundas que contienen la textura verdadera, extrema, del capitalismo de hoy y sus proyectos de futuro.

(Fuente: Granma/Victor Fowler Calzada) 

 

Trump trol a lo Monterroso

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