lunes, 18 de enero de 2021
10:54:25 pm
A la humanidad nos toca permanecer vigilantes y activos frente a lo que va a sobrevivir de este momentáneo trumpismo, que no es sino la erupción de las fuerzas profundas que contienen la textura verdadera, extrema, del capitalismo de hoy y sus proyectos de futuro.
Es tanto lo que se acumula que no es posible emprender sino un recorrido inicial, o parcial, o pequeño, pero —en todo caso— vale la pena preguntar más allá, detrás o debajo de lo evidente (el asalto al Capitolio de Washington por parte de seguidores de Trump el pasado miércoles 6 de enero), ¿qué ocurrió ese día? ¿qué ha seguido sucediendo y qué debemos esperar? Las noticias al respecto se acumulan en tal variedad y cantidad que da la sensación de que el tiempo se ha acelerado y dividido en dimensiones paralelas.
No es solo que una multitud burla la seguridad (nada menos que) del Capitolio de Washington, el centro exacto del poder político en Estados Unidos, sino que el acontecimiento se refracta en decenas de microescenas de un guion delirante donde: hay policías que —en lugar de cumplir su deber de «proteger y servir», como reza la frase que identifica la ética de este cuerpo— se tiran selfies junto con la turba; una congresista republicana postea el aviso del sitio exacto en el cual se encuentra la oficina de Nancy Pelosi (exponiéndola ante la multitud en lugar de cuidar a quien es Presidenta de la Cámara de Representantes); un personaje, que se hace llamar “el shaman de QAnon”, entra, se pasea por el edificio sin camisa, cubierto con una piel de animal, la cara pintada y par de cuernos en la cabeza en un inquietante performance que invoca algún tipo de reivindicación primitiva; otro llega hasta la oficina de Pelosi, ocupa la silla de la congresista demócrata, se acomoda hacia atrás, apoya los pies cruzados encima del buró y se hace sacar una foto. Uno más pasea los salones con una bandera del ejército confederado, hay quienes muestran símbolos neonazis, un antiguo policía lleva un manojo de esposas plásticas y hasta es posible ver una bandera estadounidense con la frase Jesús es mi salvador, Trump es mi presidente. Tanto en fotografías como en videos, son varias las ocasiones en las que aparece la bandera de MAGA (Make America Great Again), a cuyo alrededor se unifican quienes ofrecen apoyo a Trump.
Si el panorama que dibujan los momentos anteriores luce caótico, cuando a todos los episodios mencionados sumamos la muerte de cinco personas, el conjunto se transforma en algo tenebroso. Aquí, a medida que las investigaciones del FBI progresan, se van conociendo datos según los cuales, entre la multitud reunida, lo mismo afuera que adentro del edificio de gobierno, se escuchaban voces calificando de traidor a Mike Pence, el vicepresidente que se negó a llevar a vías de hecho el deseo de Trump: rechazar la victoria electoral de Biden y hacer real el golpe de Estado.
En una especie de tercer nivel, congresistas y senadores del Partido Republicano presentaron uno de los más penosos ejemplos de corrupción política e hipocresía cuando —cerrando filas alrededor de Trump—, pasaron las primeras horas luego del asalto minimizando los hechos del Capitolio y luego, cuando los demócratas presentaron la petición de impeachment contra Trump, trataron de detener el proceso. La votación, 232 votos a favor y 197 en contra, da paso a un nuevo espectáculo cuando empiezan a multiplicarse las voces republicanas, que piden dejar de insistir en el impeachment con el argumento de que —y aquí la formidable hipocresía— lo que el país necesita es curar las heridas y recuperar la unidad en lugar de realizar un juicio político. En oposición a ello, Peter Meijer, uno de los diez congresistas republicanos que votó a favor de iniciar el impeachment, confesó que su expectativa, como mismo la de sus compañeros en la votación, es que “alguien puede tratar de asesinarlos” y que algunos de ellos han contratado guardaespaldas por temor a la ira de los más extremistas seguidores de quien es, todavía, Presidente.
Esto apunta a un cuarto nivel de implicaciones y opacidad cuando recordamos que la derrota de Trump ocurrió a pesar de contar con un más que respetable número de 74 millones de seguidores. Si la cantidad es enorme, el histrionismo de Trump, su permanente recurrir a las fake news y otras manipulaciones mediáticas, así como una incansable retórica incendiaria, han insuflado miedos y paranoias en amplios sectores, absorbiendo, alimentando y produciendo un tipo de ira y frustración que tiene apoyo en miedos irracionales y en la ceguera frente a funcionamientos que no son sino lógicas del sistema.
¿Cómo entender lo que está pasando? O, mejor aún, en medio de tan abrumadora marea de acontecimientos, ¿qué está sucediendo? ¿Quiénes son estos millones de seguidores de Trump? ¿Por qué despierta reacciones fanáticas, al punto de que se mencionan ejemplos de fundamentalistas que, provenientes de la extrema derecha cristiana, lo consideran una suerte de Mesías? ¿Por qué, entre los discursos de congresistas demócratas, solicitando el impeachment, tantas veces se escuchó hablar del excepcionalismo estadounidense? ¿De qué manera la ideología del nacionalismo blanco y el nacionalismo cristiano se unifican en el discurso del trumpismo? ¿Qué avisan las estadísticas poselectorales, que demostraban que Biden fue candidato favorito en zonas urbanas, densamente pobladas, y grandes zonas industriales; en tanto Trump resultó favorito en territorios rurales, donde es común que los niveles culturales promedios sean más bajos?
No en vano, en los momentos que siguieron al resultado electoral definitivo, hubo articulistas que hablaron acerca de la urgencia de recuperar esa especie de país otro, que se extiende más allá de las ciudades. Otro texto, aparecido en The Atlantic, llama la atención acerca de que, el mismo día de la revuelta, por primera vez en la historia habían sido electos al Senado de Georgia un senador negro y un judío americano; de esta manera, el autor considera que el asalto al Capitolio no fue “un levantamiento contra un gobierno tiránico; fue un levantamiento en contra de un gobierno multicultural”. Semejante análisis, que en realidad significa impedir que cualquier gobierno como este tenga posibilidad de existencia en el país, abre puertas a cuestionamientos más profundos como los muchos que se preguntaron —al apreciar la inacción policial ante el asalto al Capitolio por parte de una turba mayoritariamente integrada por nacionalistas blancos— si acaso hubiesen reaccionado de igual modo en caso de que una multitud de manifestantes negros (por ejemplo, seguidores del movimiento Black Lives Matter) hubiesen hecho lo mismo.
La semana pasada, en un debate transmitido por Telesur, uno de los participantes empleó, como base para su argumento, la oposición entre un modelo de capitalismo inclinado al tipo de dominación que se establece mediante los grandes flujos de finanzas, que privilegia grandes zonas de “libre comercio” y otros procesos transnacionales (que identificó con Obama e Hillary Clinton); mientras que puso, en el extremo opuesto, a un capitalismo (que identificó con Trump) fuertemente proteccionista, interesado en “regresar las industrias” a la nación. Desde tal ángulo, ¿qué relación tienen los hechos del país vecino con las tensiones comerciales, políticas y demás confrontaciones por zonas de influencia, entre la nación norteña, Rusia y, sobre todo, China?
La toma de posesión de Biden tendrá lugar en apenas días, en medio del despliegue de un dispositivo de seguridad como nunca antes se vio, en un ambiente ensombrecido por las sospechas del FBI respecto a la posibilidad de protestas simultáneas (en los 50 capitolios de la nación) y más violencia por parte de los numerosos seguidores con los que cuenta Trump.
Un artículo, recientemente aparecido en The New York Times, presenta una aguda interpretación de lo sucedido, al considerar el momento Trump como el desarrollo presente de una larga historia de degradación en el interior del Partido Republicano; según Lisa McGirr, autora del texto, las convulsiones actuales habrían comenzado más de cuatro décadas antes, cuando “el neoliberalismo dejó largos segmentos de la base social del partido, como a muchos otros estadounidenses, con estándares de vida declinantes”.
Por este camino, en opinión de la autora, tanto la crisis económica como el aumento de la inmigración condujeron a un estado en el cual quedó abierto el espacio para que «políticos calculadores» explotaran lo que ella llama “el resentimiento cultural blanco”. Otra manera de entenderlo sería agregando los procesos de exportación de industrias, los efectos devastadores de la globalización capitalista en el sector de la agricultura, la pérdida de fuerza (poder económico real) de la clase media en el país.
Ahora crece la tensión en un Washington ocupado por más de 25 000 efectivos para garantizar tranquilidad y orden en la inauguración presidencial.
En este contexto, multiplicar las preguntas nos mantiene despiertos, uniendo puntos distantes para develar la trama, no ya de la voluntad o caprichos de la figura mayor de un gobierno, sino de los núcleos ideológicos que han encontrado cobijo, más allá del líder, en el conjunto de posiciones e ideas que se identifican como parte del trumpismo. Incremento del racismo, nacionalismo blanco, extrema derecha, oposición al multiculturalismo, criminalización de los inmigrantes, naturalización de las noticias falsas y otros modos de manipulación mediática, silencio ante formas de neofascismo, extensión y fortalecimiento de la Doctrina Monroe, políticas de estrangulación económica y cultural para cualquier gobierno considerado “enemigo” (lo cual incluye la articulación de bloques internacionales para conseguirlo), aislacionismo, agudización de las fricciones en la búsqueda y control de zonas de influencia en la esfera mundial, implantación de políticas de demonización para competidores económicos y/o gobiernos no complacientes a la voluntad de dominación de EE. UU.
cobijo de MAGA, es mucho más importante que la figura particular del Presidente que concluye su mandato. Si la lealtad partidista hacia Trump es quebrantada durante los meses siguientes, como se espera que ocurra a medida que el gobierno de Biden avance y los lazos entre republicanos sean debilitados, y si el castigo a quienes invadieron el Capitolio es severo, y si los grupos de extrema derecha son igualmente debilitados, entonces el destino político del actual Presidente estará realmente decidido y va a quedar inhabilitado para volver a ejercer cargos públicos. En paralelo, hay quienes suponen que va a fundar una cadena de noticias, la cual, dando continuidad a lo que hizo hasta hoy, no podrá sino ser un poderoso y enconado centro emisor de discursos de odio, que continuará alimentando lo peor de la creencia en el excepcionalismo estadounidense. También puede suceder que deba enfrentar acusaciones por denuncias de fraude y corrupción, aunque también hay quienes especulan que terminará concediéndose a sí mismo un perdón presidencial. En todo caso, a la humanidad le toca permanecer vigilante y activa frente a lo que va a sobrevivir de este momentáneo trumpismo, que no es sino la erupción de las fuerzas profundas que contienen la textura verdadera, extrema, del capitalismo de hoy y sus proyectos de futuro.
(Fuente: Granma/Victor Fowler Calzada)