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LA TECLA CON CAFÉ

Historia de un matrimonio

Historia de un matrimonio


martes, 10 de agosto de 2021
9:55:19 pm

Por Mónica Sardiñas Molina

Ni el edificio que se alza en Céspedes # 5, en la ciudad de Santa Clara, ni todas las ediciones impresas, cuidadosamente archivadas, narran la historia de Vanguardia mejor que Mercedes Rodríguez García.

Con diez años, ella todavía jugaba a las casitas cuando nació él. No presenció el parto ruidoso de la letra impresa, ni los primeros chispazos de tinta que bautizaron la esquina santaclareña de Céspedes y Plácido, aquel 9 de agosto. Se conocieron en septiembre de 1973, él con 11 ya cumplidos y ella, camino a los 22.


Amor a primera vista, un noviazgo que duró apenas unos meses y el matrimonio, que solo terminará con la viudez de uno de los dos.

Mercedes Rodríguez García sucumbió primero al flechazo de la Medicina y a la libertad de una beca en La Habana. Aprovechó para «vivir a plenitud su cosmopolitismo cultural en una década que terminaba marcada políticamente con la muerte del Che en Bolivia, la invasión de las tropas soviéticas en Checoslovaquia —respaldada por el gobierno cubano en uno de los dilemas políticos más difíciles que le haya tocado enfrentar— y la epopeya nacional de la zafra de los diez millones, coronada por un fracaso».

«Amé la Medicina, llegué a llamarla “Dios de mi cuerpo”, impulsada por ese anhelo diagnosticador y sanador que me ha movido siempre entre lo material y lo espiritual, buscando la salud del cuerpo y el alma al mismo tiempo, que luego descubrí en la poesía, y al final elucidé ejercicio y profesión.

«Sí, me distraje de los estudios, pero también me mortificaba mucho el dogmatismo y autoritarismo académico, y el hecho de que solo por gustarme el rock, el teatro de Piñera, la poesía de Lezama, las descargas de los desarrapados nuevos trovadores, me endilgaran supuestas desviaciones ideológicas, a mí, la más guevariana y allendista de la brigada. Así las cosas, fracturado un tobillo jugando voleibol, regresé en 1973 por 15 días a Santa Clara. ¡Y adiós Medicina!»

Reacia a las súplicas de su madre y las tías para que retomara la carrera, optó por la invitación paterna de seguir su propia luz y ponerse a trabajar. Se recuerda en parques y calles, con aire de «hippie tropical»: el símbolo de la paz en un pulóver rasgado, un par de sandalias rústicas de cuero y caucho, y una caja de cigarrillos Aroma en el monedero atado a su cintura.

En el taller literario municipal donde cultivaba su sensibilidad congénita hacia el verso y la prosa, entabló amistad con el escritor Arturo Chinea. La invitación, del entonces Jefe de Información del diario villareño, encendió la llama que aún arde:

«Mañana por el mediodía, bien arreglada, vas a verme para presentarte al director. Necesita una secretaria. Sabes mecanografía y taquigrafía, redactas bien, pagan 138 pesos mensuales. Si te gusta la literatura, es buen lugar. Quizás mañana te guste el periodismo…»

 

«Tuvo razón, me enamoré y me casé con él. Siempre ha sido un amor apasionado. Casi medio siglo de aprendizaje constante, de descubrimientos, observaciones, deducciones, investigaciones, síntesis, y también un poco de aventura, peregrinaje, diversión, sustos. Todo en una permanente catequesis a favor de la verdad, por mucho que cueste encontrarla, por mucho que incomode a unos y traten de ocultarla otros».

Para desempolvar la memoria de Vanguardia —primero en Las Villas y luego en Villa Clara—  no necesita libros. Ella misma ha convertido la historia en cuartillas vivas durante cinco décadas engranadas, pero tan distintas como los dedos de una mano.

Las hojas garabateadas y los golpes presurosos sobre la máquina de escribir, en la búsqueda diaria de la perfección, cedieron el espacio al monitor que guarda los párrafos electrónicos, las teclas más discretas de la computadora, y la noticia reflexiva y perdurable para un semanario. Hoy prefiere el murmullo de las letras en su celular, sobre la pantalla sensible al más leve movimiento de los dedos.

Todos los días demuestra que asumir los retos del ciberperiodismo no se limita a una cuestión generacional, sino al instinto permanente de superación para llevar a los lectores el texto que necesitan. El blog La Tecla con Café, el canal en Youtube, y los perfiles en Facebook, Twitter, Google Plus y Linkedin guardan el sello digital de Mercy la Tecla.


Trata como hijo a todo texto que lleve encima sus dos apellidos, pero no se esconde para consentir a la entrevista de personalidad y la crónica, donde siempre luce empática y literaria.

Si bien se define periodista «más de práctica y trastazos que de tesis y academia», en 1980 se graduó de Lengua y Literatura Hispanoamericana y Cubana por la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas, en la modalidad de curso dirigido. Regresó a la Facultad de Humanidades en 2002, para convertirse en «la profe Mercedes» de los primeros graduados de la Carrera de Periodismo y de todos los que atracamos en Vanguardia, responsable de tantos enamorados de la verdad contada con elegancia.


Sin embargo, con la humildad intacta aprende de todos, avezados o noveles, colegas o lectores; se sobresalta ante la presión de última hora, se desespera en la búsqueda de la palabra exacta, revisa hasta el cansancio, teme a la equivocación como el primer día, y aún no se siente satisfecha.

Desde 2016 se desempeña como Jefa de Redacción del semanario, no porque lo diga el crédito en la página 8, sino por el aval de un camino ascendente con pasos propios, los saberes compartidos con desprendimiento, y los honores bien ganados y aplaudidos. En la evolución coherente de pensamiento, acción y discurso ha marcado valores imprescindibles para mantener viva la esencia de la prensa escrita, insumisa ante los caciques de la «aldea global» y libre de actitudes pseudoperiodísticas para satisfacer expectativas superfluas.

Para Mercedes, un buen periódico se forja al calor de la correcta planificación editorial, incluso en momentos de crisis; el debate polémico en la Redacción, la disposición a informar, educar y entretener, y el deseo de parecerse a la provincia, al público y al propio colectivo que lo hace. No pueden faltar las correctoras salvavidas, los diseñadores coquetos y los roles que se renuevan a diario en el universo web.

A los reporteros aconseja curiosidad por la noticia irreverente, sin dejar a un lado el respeto, disposición para colarse en la piel de los otros, responsabilidad social de comunicar con objetividad y ética, y búsqueda de un estilo único para el periodismo impreso.

Mercedes eligió el oficio de la prensa —quién sabe si fue al revés—, y no quiere o no puede ejercer otro; escogió a Vanguardia como escuela, hogar y único centro de trabajo, y tendrá que negarse a sí misma para renunciar a esa vocación sacerdotal.

«Una empieza a ser una desde que nace, te crees que ángel, pura, virgen, descontaminada. No. La verdad es tu secuencia de ADN. En esos 23 pares de cromosomas en cada célula de tu organismo, viene todo, incluso —apuesto yo—, el día del viaje definitivo e inexorable quién sabe a dónde. Lo que no viene hecho es la vida que, independientemente de lo genético, se va formando —¡te la van formando!— en el camino y de lo cual tú también, llegado el momento, eres la máxima responsable».

(Fuente: Vanguardia)


 

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