Trump trol a lo Monterroso
sábado, 09 de enero de 2021
8:58:28 am
Por Mercedes Rodríguez García
Comienzo a escribir este artículo en la mañana del miércoles 6 de enero de un Año Nuevo, que me parece viejo. Ido 2020 en confinamiento pandémico voluntario —sin brindis, ni baile, ni fuegos artificiales—, fui a la cama la noche del día 1º de enero pensando si alcanzaría a ver, más temprano que tarde, ese «mundo mucho mejor» que me anunciaron para «un buen día» Juan & Junior, un dúo de melosos españolitos, allá por 1968.
Dormí de un tirón y no necesité la alarma del celular para abrir los ojos y sentir el mejor colirio: unas gotas de luz infiltradas por la ventana. Remoloneé un poco escuchando la radio con los auriculares puestos. ¡Ah! Música, noticias, noticias, música, ¡viva Cuba!, ¡Cuba vive!, ¡Ah! qué bueno, yo también. ¿Y él? Como en el famoso minirelato de Augusto Monterroso: Cuando me desperté «estaba todavía allí». Pero no era dinosaurio, sino trol, convertida la Casa Blanca en Folgefonna yanqui, fiordo que no ha querido abandonar a pesar de que los 538 delegados del Colegio Electoral ratificaron el 14 de diciembre a Joe Biden como presidente electo de EE.UU.
Y desde allí el espécimen Trump dispara sus mazazos a través de Twitter. Y ya sabemos lo que en la jerga de Internet hacen los troles, capaces de «echar a navegar» mensajes provocadores, irrelevantes o fuera de tema; groserías, ofensas, mentiras difíciles de detectar, con la intención de confundir y ocasionar sentimientos encontrados en los demás.
El mandatario saliente de EE.UU. «en sus momentos de negación más profunda», ha dicho que tendrán que sacarle de esa cornisa». Y si bien pocos creyeron que no cumpliría la amenaza, los acontecimientos más recientes —que pueden o no ser las últimas andanzas del trol Trump—, evidencian como nunca antes al hombre que, «marcado por dosis extremas de volatilidad, estableció su modelo autoritario de la presidencia —arrogancia, brutalidad y la idea de que debe ser defendido contra sus enemigos—», lo cual le hacen difícil aceptar la derrota.
La admisión de un fracaso sería una «humillación pública», dice Ruth Ben-Ghiat, una profesora de la Universidad de Nueva York que ha estado estudiando el gobierno autoritario durante muchos años. Sería, dice, admitir que se ha convertido en un «perdedor», que es lo que más odia en el mundo.
Sin embargo, nada más cercano al reconocimiento de su derrota que el compromiso adjudicado por Trump, un día después de que simpatizantes republicanos penetraran en el Capitolio para impedir la sesión del Congreso correspondiente a la certificación de Joe Biden como presidente de la nación.
En un comunicado divulgado por Dan Scavino —uno de sus asesores—, el saliente jefe de la Casa Blanca, prometió que «habrá una transición ordenada el 20 de enero», fecha en la cual se realizará la ceremonia de toma de posesión de Biden, junto a su compañera de fórmula, Kamala Harris, para el periodo 2021-2025.
No obstante, Trump aceptó tácitamente que su presidencia será solamente por un periodo de cuatro años y reiteró que está en desacuerdo con el resultado de los comicios.
«Siempre he dicho que continuaríamos nuestra lucha para asegurar que solo se contaban los votos legales. ¡Aunque esto representa el fin del mejor primer mandato en la historia presidencial, solo es el comienzo de nuestra lucha para Hacer a Estados Unidos Grande de Nuevo!», agregó en referencia a su lema electoral.
¿Cómo interpretar pues la violencia y el caos generados entonces? ¿Cómo lo reconocerá la historia del país que, perplejo, los siguió en vivo y en directo por los medios de prensa televisivos y digitales nacionales e internacionales que hacían la cobertura?
Sin duda. No fueron hechos espontáneos, sino el resultado de la exaltación de los mensajes del trol Trump hacia los fanáticos del partido republicano. Un incidente inédito y de los más graves ocurridos en la gran nación, un acto de desenfreno ciudadano y decadencia moral que estremeció los cimientos del sistema político y puso en la picota universal la «democracia» estadounidenses, uno de los días más aciagos del mandatario 45º de los Estados Unidos, instigador de la asonada extremista.
«Asaltar el Capitolio, destrozar ventanas, ocupar oficinas, entrar a la sala del Senado, registrar los escritorios, amenazar la seguridad de funcionarios debidamente elegidos. Esto no es una protesta, es una insurrección», expresó Biden, e instó a trabajar fusionadamente para recuperar la democracia en el país del Norte, «la democracia es frágil y para preservarla necesitamos gente de buena voluntad, líderes con coraje, que no se dediquen al poder, sino al interés común», concluyó.
Serio, muy serio el rollo en que se ha metido Donald Trump como incitador de los hechos del Capitolio, y que dejaron un saldo de cuatro personas muertas, más de 52 detenidos y unos 14 policías heridos.
Esperemos. Pero como trol al fin puede que tenga planificada otras acciones, entre ellas negociar en secreto con Biden para conseguir el perdón presidencial que le exonere de posibles cargos judiciales y abandonar de una vez la Casa Blanca, donde —¡Oh my God!— tiene bajo su custodia un maletín negro hecho a prueba de bomba, que contiene lo necesario para activar un ataque nuclear.
Y no. No es un mito, sino una realidad que pesa ni más ni menos que 20 kilos y que pone en peligro ese «mundo mucho mejor» que me anunciaron para «un buen día» dos melosos cantantes españolitos, y en el que —a pesar de la Pandemia— sigo creyendo. Así que lo mejor sería despertarme y que el dinosaurio de Monterroso no esté todavía allí.
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