Una noche con Kurt Cobain
martes, 25 de septiembre de 2018
5:59:16 p.m.
Por Michel Hernández
Un homenaje a Kurt Cobain y a su banda en el teatro Karl Marx, un tributo en toda regla que se adentró en el desesperado trasfondo del líder de Nirvana. La organización corrió a cargo de Orlando Cruzata, director del proyecto Lucas, junto al proyecto BandEra. (Foto: Zammys invocó al espíritu de Kurt Cobain. La imagen de Cobain es de noviembre 1991)
Kurt Cobain disparó a la sien de una generación cuando se voló la cabeza en 1994. Tenía 27 años y nunca pudo vencer el aluvión de fama que lo persiguió con Nirvana tras la publicación de Nevermind. El grunge era un movimiento rebelde, transgresor, irreverente hasta que ocupó titulares en todos los medios de Estados Unidos y las empresas comenzaron la carrera como un caballo desbocado hacia la venta de todo lo que oliera a grunge: jeans gastados, desteñidas camisas a cuadros y una apariencia desaliñada que iba contra los cánones de la moda.
Kurt, que venía de sufrir recaídas con las drogas y de una vida llena de lacerantes conflictos existenciales en los que él mismo fue el verdugo de sus emociones, se había convertido, sin saberlo, en la voz de una generación y su suicidio dejo huérfano a un movimiento que cambió la faz del underground estadounidense. Bien visto, desde su conversión a estrella de rock, Kurt parecía proyectado a un destino marcado por la muerte y la historia.
Yo tenía 11 años cuando Nirvana publicó Nevermind. Tres años más tarde tomé conciencia de que había una banda en el lejano y húmedo Seattle que hablaba de mí y de una parte de mi generación, esos que veían más allá de las breves luces de la vida, de sus puestas en escena, de sus ornamentos y fuegos artificiales, y que descubriera en temas como Smell Like Teen Spirit una razón para encauzar todo el sentido de la necesaria rebeldía adolescente.
El segundo disco de la banda se transformó en objeto de culto y lo veneramos, no podía ser de otra forma, hasta los límites de la locura. No existía nadie en la época que escuchara rock and roll —al menos en mi extenso círculo de amigos— y no encontrara en la ansiedad y el desespero contenido del Nevermind un documento sonoro que de alguna forma lo identificara como parte de una generación.
Durante aquella época no fueron pocos los que nos tildaron de raros. No era para menos teniendo en cuenta que aún corrían los años 90. Yo iba al preuniversitario con un collar de huesos sobre el cuello que el tiempo se encargó de convertir en polvo, unas raídas botas militares que usó mi padre durante sus años de corresponsal de guerra en Angola y con el pelo casi por la mitad de la espalda. Otros de los socios de correrías y amigos para la vida, no se quedaban a la zaga. Algunos con las uñas pintadas de negro, con los manos llenas de pulsos y pañuelos en la cabeza a lo Axel Rose, parecían sacados de un video de Guns n´ Roses o del bueno de Rob Zombie.
Les confieso que nunca me atreví a soñar, a diferencia de mis colegas del pre, con vivir un concierto de Nirvana y mucho menos de asistir a un homenaje en Cuba a esa banda que definió mucho de lo que soy ahora, cualquier cosa que eso sea. Sin embargo, me equivoqué. El director del proyecto Lucas, Orlando Cruzata, un rocker de ley, junto al proyecto BandEra, organizó recientemente un homenaje a Kurt y a su banda en el teatro Karl Marx. No fue, digámoslo así, uno de esos homenajes al uso para salir del paso. Fue un tributo en toda regla que se adentró en el desesperado trasfondo del líder de Nirvana, en sus puntos de quiebre, en su visión tremenda de la existencia humana y en la influencia que ejerció sobre varias bandas y generaciones.
Un puñado de grupos locales fue el encargado de traer de vuelta a Kurt y a Nirvana. Los grupos hicieron lo suyo con dignidad y algunos hasta trataron de incorporar lo más posible el espíritu indomable de Cobain. Los locos tristes fue una de esas nuevas bandas que le ha surgido, para bien, a la escena rockera cubana. Su vocalista, la actriz Zammys Jiménez, se empeñó en ahondar en las entrañas de Kurt con la precisión de un cirujano. Zammys se desdoblaba desde una esquina para tratar de reconstruir los pedazos de la vida al límite del músico estadounidense y rescatarlo de la soledad que rodeó su existencia a pesar de la fama, lanzaba algunas frases sobre su decurso, sobre la ruptura de los límites y luego se colocaba frente a su banda para cantar varios de sus himnos. Para ella era como asistir al despertar de la vida mientras traía de la muerte al ícono grunge.
La actuación de «Los locos» y de su vocalista tuvo un efecto catártico en una noche que era, también, para eso, para que todos nos entregáramos a esa orgía de emociones que provocaba el reencuentro con el pasado, por feliz o duro que haya sido.
Por el teatro desfilaron otras alineaciones que no fueron menos. Collector, esa hibridación entre el trip hop y los sonidos industriales a lo Nine Inch Nails, también se vio abocada a una actuación nada desdeñable. La banda, con apenas un año de vida, ha demostrado que tiene todo para tocar la gloria en la escena alternativa local con una propuesta inédita en esa tierra ignota que es el rock nacional.
Para los músicos más jóvenes que llegaron tarde para vivir los 90 esta fue la oportunidad de mostrar respeto a uno de sus ídolos. Bandas como Miel con Limón y Tracks ofrecieron interesantes versiones en directo de los temas de Nirvana que encajaron perfectamente en el diseño del programa.
A decir verdad, yo no iba con muchas expectativas porque eso de los homenajes nunca me ha despertado demasiada simpatía. Pero después de más de una hora en la que se escucharon clásicos como Come as you are, Lithium, Smell Like Teen Spirit, percibimos que lo de allá arriba, es decir, lo del concierto, iba en serio. Cuando el vocalista Héctor Téllez Jr., hijo del bolerista Héctor Téllez, irrumpió para interpretar otro de los clásicos de Kurt, la música de Nirvana se le metió al teatro en la cabeza gracias a una interpretación pasional, paranoica y demente, como correspondía, con la que Téllez demostró que es una de las mejores voces del rock cubano y de las nuevas generaciones de cantantes en la Isla. El músico desmenuzó la obra de Kurt y la devolvió con una energía renovada y una enorme vigencia.
En algunos momentos, como casi siempre sucede en este tipo de espectáculos, existieron desbalances entre la calidad de las particulares interpretaciones de algunas bandas en comparación con las que reinaron en esta noche de Nirvana, pero, en conjunto, fue un excelente muestrario del profundo sentido de tributo del primer homenaje público que se le realiza en Cuba a los pioneros del grunge, al que todavía le sobreviven héroes como Eddie Vedder tras el suicidio de Kurt, al que le siguieron, en una trágica cronología, las tempranas muertes de Layne Staley, Scott Weiland y Chris Cornell.
Lo más trascendente es que se haya podido celebrar el homenaje a un ídolo de muchos de los que estuvimos ahí y de otros amigos de generación que se han alejado del mapa, pero siguen siendo junto a Kurt, su Nevermind y su Nirvana, una parte inseparable de nuestra dispersa geografía espiritual. Por mi lado, solo extrañé en los asientos colindantes a mis entrañables amigos del pre para rememorar los agitados 90 en la noche de la resurrección cubana de Kurt Cobain.
(Fuente: Granma)
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