Pestano se despide, Santa Clara se echó a llorar
6:31:22 a.m.
Llovía, como solo sabe llover en esta ciudad custodiada por alturas. Santa Clara tiene ese don de la lluvia, o ese castigo, según quien lo vea. Lo de «aguar la fiesta» nunca se temió tan literal. No podía ser, era el día del punto final. Un día importante. La carretera que rodea al Sandino está cerrada, y eso significa un acontecimiento estadio adentro…
Llovía, otra vez llovía. La grama el terreno estaba diferente, una alfombra roja del box al home adivinaba la grandeza. Por el graderío del jardín izquierdo una pizarra humana ensayaba dos o tres palabras esenciales: Cuba, Béisbol…Pestano. En la grada opuesta, una gigantografía. El del 13 en la espalda ha quedado inmortalizado en una sonrisa.
El reloj casi marca las siete de la noche, llueve más, Santa Clara no quiere despedir a nadie ese día. Santa Clara ignora que el protocolo se cumple. Arrancan las imágenes del 18 de junio de 2013, aquel grand slam y el Sandino vuelve a ponerse de pie. Otra vez está de pie, grita y aplaude, y se te eriza la piel como hace tres años. Hay emoción, euforia.
Pestano sale acompañado de su familia, en una carroza, absolutamente inventiva parrandera. Se baja, Pestano camina hasta el home, también su esposa y los dos hijos. Riendo, los toma de la mano. Pero, en dos minutos sublimes, pasa de la risa al llanto.
Samuel Urquía, el locutor habla de su infancia, de la ausencia de una madre. Lloran Pestano y Santa Clara. Mabel, la esposa, le aprieta el brazo y le susurra: “¡Ya, ya!...” Mabel, la mujer detrás de esta historia., también narrada en décimas. ¡Cuánta energía en el verso improvisado!
Y llega el instante de rigor, los diplomas, los regalos. Más aplausos. El público en el Sandino no se ha sentado esta noche, la del 22 de septiembre. Pestano está como sembrado en la patrulla derecha del receptor. Inca la rodilla, besa la tierra que tantas veces pisó, olfateó, acarició. Quiere besarla, allí mismo, de donde no quiere irse, de donde no se irá. Mira al hijo que como él, es cátcher. Le coloca su remera… en otro cuerpo le dará continuidad. Son otros brazos, pero suyos, también suyos.
(Fuente: Vanguardia/Mayli Estévez Pérez)
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