Ernestito, el corajudo
jueves 14 de junio de 2018
7:33:43 a.m.
Por Mercedes Rodríguez García
Pienso en él, en el estereotipo que pueda formarse por la reiteración de fotos, anécdotas, por las invariables efemérides celebradas casi siempre de la misma forma, en el mismo lugar, a la misma hora.
Por eso trato de encontrar los rasgos primigenios. No aquellos que puedan emanar de sus ancestros, entre los que se cuentan —por línea materna— un virrey de España, «buscadores de oro y reyes de la carne».
Tampoco me interesan los del mítico rostro captado un frío y nublado octubre kordasiano. Un día tremendísimo de duelo, con boina, melena, barba y jacket ajustado al cuello, que aún recorre el mundo en afiches, pancartas y carteles. Este mundo maltrecho, olvidado de afectos y lleno de rencores. De niños que sufren sin entender qué pasa en su tierra calcinada, deshidratada, amurallada, bombardeada. Niños que no hacen manifestaciones. Y de hacerlas, ¿qué imagen del héroe portarían?
Pero todos los niños son iguales. No gustan de íconos, ni son porque son ellos y sí porque los padres quieren y los maestros dirigen sus acciones, fiestas y tareas. Entonces pienso en mis chiquillos, desmejorados de juguetes pero cargadas de libros sus mochilas, con espejuelos graduados, zapatos ortopédicos y dientes cepillados. Y por lo que se pueda deducir que son felices, póngalos a correr detrás de una pelota, o a darles con el bate; llévenlos en caminata a las lomas para que sientan el sol y el aire libre; déjenlos que suban a un árbol a ver quién gana; permítanles que traten de montar una cabra, o un perro, o un burrito, o un caballo; sáquenlos a donde haya mar, o río, o pileta, para que ejerciten el cuerpo y ensanchen los pulmones; organicen competencias de lecturas, o de cartas, a ver quien las hace más rápido y con letra más bonita; planifiquen acampadas con cantos y fogata, o realicen vigilias en los parques, aderezadas con guitarras, videos e infusión.
Y no tiene que ser exactamente —como hoy— onomástica la fecha, para que así este Ernestito que yo digo ensanche y crezca parejo a la talla del short y la camisa del otro Ernestito —que también puede ser saya y blusa en cualidades—, de la manera más natural posible, compartiendo lo abundante que lleva en la bolsita, o lo poco que la madre dispuso de merienda. Y si no tiene nada, entonces que pueda ser capaz de dar la mano al otro, decirle un hola, un buenos días, un qué tal, un ven a mañana jugar a casa, amigo, compañero, hermano.
Porque la cuestión no es contarles por contarles del «Calica», Paco y Pepe, Alberto, Tomás, Tita, y Distéfano; ni de de Rosario, Buenos Aires, Córdova, Altagracia, sino hacerles sentir qué es una fatiga, un ahogo, una respiración sorda y persistente, y cómo puede sobrellevarse el asma haciéndose el duro delante de los suyos. O curarse con sopa de gato.
—¡Sopa de gato! ¿Y se tomaban eso?
—No, yo ni lo probaba.
A la interrogante de Ernesto —quinto de los cinco hijos del Che Guevara—, respondido Juan Chilo, compañero aventuras de su padre alrededor de la casa en Altagracia. (1), donde también Ernestito pasó apremios económicos, pues la plata unas veces llegaba y a veces no llegaba.
Un Ernestito muy corajudo. Mas, al decir de la colega e investigadora argentina Estella Calloni, «un coraje discreto», porque al «comandante Guevara no hacía bandera de ser un corajudo, ni le parecía importante tener el coraje convencional. Él tenía un coraje austero, el de la madre». (2)
Por ello, vale expresar con fuerza, firmeza y justeza: ¡Seremos como el Che!
Como el Che hombre, y como el Che Ernestito. El niño que se convertiría en leyenda. Un poco genioso, pero un niño solidario, generoso, arriesgado, que siempre decía lo que pensaba y nunca dejó de hacer lo que decía.
Un hombre que como padre, a lo largo de la vida, no pudo dedicar mucho tiempo a sus hijos, pues siempre dio prioridad a las tareas en la dirección del país que lo adoptó y nacionalizó cubano.
En la carta de despedida que les dirige, poco antes de partir hacia Bolivia, muestra con claridad el cariño que sentía por sus hijos Hildita, Aleidita, Camilo, Celia y Ernesto, a quienes les pidió estudiar «mucho para poder dominar la técnica que permite dominar la naturaleza», y ser «siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo».
Lo he dicho muchas veces: se es de grande como se fue de niño. O mejor, como se nos educó y enseñó. La cuestión está en ser, desde niños, corajudos, como Ernestito, ensanchado y crecido en estos tiempos.
(1) Mon pere le Che, documental, 1997. (Mi padre, el Che). Realizadora: Marie-Monique Robin.
(2) El Che Cordobés, documental, 2016. Universidad Nacional de San Martín, Argentina. Director: Claudio Rosa.
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