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LA TECLA CON CAFÉ

El Fidel de las conspiraciones periodísticas

El Fidel de las conspiraciones periodísticas


6:14:21 a.m.

Por Mercedes Rodríguez García

La tarde del 24 de marzo de 2003 deseaba más que todo encontrarme con Ignacio Ramonet para decirle que periodistas de todo el país acababan de romper el récord que él había establecido de conversación con Fidel, pues a razón de tres días al año y unas diez horas diarias, llegaban a 150 las que debimos permanecer junto al Comandante en Jefe en el más largo, fructífero e inolvidable de todos los congresos periodísticos de la historia de Cuba.

Pero el autor de Cien horas con Fidel no andaba por todo aquello. Mi colega francés, director de Le Monde Diplomatique, solo transitaba como un duende  por mi eufórica y trasnochada imaginación. Transcurría la última sesión del VII cónclave de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) que, a sugerencia del propio líder previsor, continuó celebrándose de forma diferida desde octubre de 1999, siempre con su presencia y como un colega más. Él mismo lo aseguró entonces: «Me gusta mucho el oficio, de verdad, ténganme por uno de ustedes».

¡Qué íbamos a imaginarnos todo lo que le disfrutaríamos, todo lo que nos diría!, incluso en tono confesional, tan en susurro, que muchos recurrimos a los audífonos del sistema de traducción para poder escucharle con nitidez.

Y aunque valdrían fechas y horarios, prefiero contarles de Fidel sin tiempo fijo. Un Fidel que ha confesado sentirse a sus anchas entre periodistas, sin «los tres pares de ojos» que le cuidan mientras escribe «sobre una tabla en las piernas, sentado en el borde de la cama». Ese con quien he compartido en tres congresos y una decena de reuniones de la UPEC, desde 1980.

Acrisolar al ser humano que es Fidel Castro Ruz constituye un desafío para cualquier periodista, y resulta imposible hacerlo de una sola ojeada, en una sola circunstancia, evento, suceso y género específico, sea crónica, artículo o reportaje. ¿Una entrevista a Fidel?, quizá. Aunque a mí no se me ha ocurrido ni me lo han encomendado ni lo he intentado nunca. Paradójico: no sabría qué preguntarle sin que yo adivinara el rumbo de sus respuestas. Bien lo he leído, escuchado y seguido.

Otro asunto sería dibujarlo entre periodistas, o como periodista. Aptitud y talento bastan para no escatimar en disquisiciones sobre su autenticidad al respecto. Para él nada resulta obvio ni existen detalles menores, ni ninguna verdad es aceptada de antemano.

Prestigiosos intelectuales lo han catalogado como un hombre astuto, curioso, inquisidor —pregunta sobre cosas que sabe para confirmar sus datos—,  cuestionador hasta de la propia historia, hiperquinético, con una sed insaciable de conocimientos, antidogmático por antonomasia, con una increíble capacidad de previsión, no por iluminación, sino por razonamiento.

Fidel disfruta la emoción del riesgo. Es arduo,  tenaz, corajudo, con una información inmensa y variada que le permite moverse con facilidad en cualquier situación y contexto. Más dotes periodísticas aparte. Como abogado y como político, conoce el papel que juega la prensa en la sociedad. Es un estratega de altos quilates y sabe poner las cosas en orden para ejecutar o conseguir algo. Incluso, posee su propio sistema especial para disimular y, hábilmente, conseguir un fin.

En mis viejas agendas de trabajo y documentos archivados conservo anotadas algunas de sus expresiones que así lo revelan. Era 1986. Nos golpeaba ¡y de qué manera! el síndrome del silencio, llamado también el síndrome del misterio o «mentalidad de mordaza». Entresaco algunas que estimo textuales:

«Veo a la prensa jugando un papel importantísimo en la elevación de la moral y en la preservación de todos los valores sagrados de nuestro pueblo, en la denuncia, en el combate, en la lucha contra todas las cosas mal hechas […] Quién puede educar más que la prensa. El socialismo debe basarse en el ejercicio de la crítica y en la apelación a la conciencia y los valores humanos […] Los periodistas deben investigar, saber qué anda mal, qué hechos lesionan a la economía del país, qué corrompe a la gente, y no solo exponer, sino combatirlos a través de ese poderoso instrumento que son los medios de difusión masiva. […] Cada periodista debe ser un gladiador contra las cosas que a su juicio marchan incorrectamente. Y es también un luchador por que las cosas marchen bien, un creador de la nueva sociedad».

No había caído entones el muro de Berlín, y muchos de los que hoy ejercen en los medios ni habían nacido. Vendrían al mundo años después, en pleno período especial, o en los finales de aquel siglo XX en el que tocamos fondo, pero cuando también, ante los ojos atónitos del mundo, permanecimos y renacimos.

Es bueno contar para conocer y amar, que de conocimiento y amor andamos bien urgidos. Muchas veces nos lo ha repetido Fidel. «No se puede amar lo que no se conoce». En ello radica la importancia que le concede a la Historia. «Solo cuando conocemos las raíces vamos a las esencias y podemos coger las mentiras diabólicas disfrazadas de angelitos que se cuentan por ahí», refieren mis apuntes de entonces.

A tono con ello sus disquisiciones sobre cómo adentrarnos en los orígenes y no solo en lo relativo a lo «último de las comunicaciones», cuando en los debates del nuevo siglo primaba el tema de las nuevas tecnologías, y por sobre el equipamiento, insuficiente u obsoleto, se empinaban la inteligencia y la voluntad.

Para Fidel resultaba alentador «comprobar cómo el uso de la computación representaba mayor conocimiento y felicidad». Por eso exaltó y le dio las gracias al veterano periodista del semanario Vanguardia, de Villa Clara, que con 85 años de edad «aprendió a emplear las nuevas tecnologías y es un ejemplo del interés por la superación». Se trataba del inolvidable periodista e insustituible jefe de Redacción, Roberto González Quesada, a quien él mismo entregó, la noche del 14 de marzo de 1999, el Premio Nacional de Periodismo José Martí».

En otro momento, durante un receso, afirmó disfrutar mucho lo que hacen los periodistas, y se refirió a cuestiones de estilo y de lenguaje con las que a veces él mismo tenía conflictos al «querer inventar cosas o violar alguna regla de la Gramática», o al repetir deliberadamente. Dijo gustarle que «sus escritos tengan un poquito de elegancia, incluso un poquito de cadencia» y defender más el principio de comunicar la idea que la regla de la Gramática. «Una sola palabra mal usada puede causar estragos irreparables. […]  Mi especialidad es un poco la del ajedrecista: combinar esto con lo otro, empezar por aquí y terminar por acá, para lograr el efecto […] Yo creo que el lenguaje es algo vivo que no puede ser sometido siempre a reglas».

Tal vez en esa indocilidad a los moldes, a los arbitrios, a los corsés, radique la causa de lo insólito, lo inusual, de algunos de sus comportamientos que, por espontáneos, guiados por el fuego de la pasión o la ceguera de la emoción, han puesto a correr a los escoltas. Una anécdota de aquellos tiempos de congresos remite a situación semejante.

Ya él mismo había clausurado la reunión. Por los altavoces de Palacio se pide a los delegados e invitados avanzar hasta el aledaño hotel Palco. Fidel va delante. En una de las áreas abiertas de la instalación se sube en una silla. «Pregunten», conmina. Responde, aclara. «Es muy importante que estén muy bien informados de todo […]  La línea trazada es el máximo de información posible. Pero no queda más remedio que conspirar. Hay un amo en el mundo que se llama Estados Unidos, y para enfrentarlo hay que tener más información, mentalidad de conspiradores. Mientras más preparado esté nuestro pueblo, tendrá más libertad». Y de seguido, un llamado a los periodistas a «seguir teniendo mentalidad de luchadores, pero esta vez con las armas más poderosas de estos tiempos: la inteligencia y la cultura».

Evocar a Fidel entre los periodistas nunca deberá ser cuestión rutinaria ni motivo único de jornadas por el Día de la Prensa, aun cuando la que transcurre le haya sido dedicada, con justicia, en el año de su cumpleaños 90.

Como siempre, el espacio nos constriñe y el cierre apremia. Para otra oportunidad quedan mis anécdotas; postergados, mis deseos con Ramonet. ¿Una entrevista a Fidel? No creo. La lista de espera continúa creciendo. ¿Qué le preguntaría si volviéramos a encontrarnos? Sí, claro… Comandante, ¿qué ha cambiado en usted luego del inoportuno traspiés y la enfermedad que lo obligó al reposo y al despido de la vida política en activo? ¿Un consejo a Fidel? ¿Una recomendación a un elegido en el que sigo creyendo? Por supuesto… No se despida nunca, Quijote rebelde, eterno timonel del Granma. Siga conspirando. Usted lo sabe: el ajedrez no ha terminado.

 

 

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