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LA TECLA CON CAFÉ

El asaltante, «bolchevique» aprendiz de albañil

El asaltante, «bolchevique» aprendiz de albañil


14/07/2013 13:46:00


Por Mercedes Rodríguez García

 

«Demos las gracias a aquellos hombres generosos que entregaron su sangre y sus vidas jóvenes a la patria para que nosotros disfrutemos de lo que tenemos hoy, de la oportunidad de ser dueños de nuestro destino, de nuestro trabajo y de nuestro porvenir».  

(Fidel Castro Ruz)

 

Fue el noveno y último de los embarazos de Justa Guedes y la verdad que no quería saber nada de «lomeros» ni «marineros», que para esa altura del año ya habían diseñado y comenzado a construir las carrozas y trabajos de plaza. Además el tiempo apenas le alcanzaba para atender los muchachos, la casa, y lavar la ropa que cobraba por bulto y cuyo importe sumaba a la apretada economía hogareña.

Como la mayoría de las madres humildes cabeza de familia, Justa sentía las tensiones de la época. Y aunque la política no era asunto que les interesara demasiado, el asesinato de Antonio Guiteras hacía solo un par de meses, la traía preocupada dado el rumbo que pudieran tomar los acontecimientos.

Por fin, el 9 de agosto de 1935 nació Pablito, un niño lo que se dice hermoso: sano, gordito y con mucho pelo, al que no faltarían los halagos del vecindario, y en lo adelante, los mimos y cuidados de sus hermanos mayores, una escalera de chiquillos que pronto dejarían Caibarién para ir a residir a la capital cubana, ciudad que por los años1940 ofrecía mayores y mejores oportunidades de trabajo.

Pero la vida no les cambió mucho. Lo ahorrado hasta entonces apenas alcanzó para el costo del pasaje por tren y el alquiler de una modestísima  vivienda en un barrio de la periferia habanera. En La Lisa, municipio Marianao, establecieron el nuevo hogar. Con no pocos sacrificios y privaciones, la familia pudo salir adelante, y con el aporte de cada cual según la edad, comer, vestir y calzar honradamente, sin apenas juguetes, pero con los lápices y libretas imprescindibles para continuar la escuela.

En la Academia «Barrios», cursó Pablo del primero al quinto grados. Era un muchacho despierto, intranquilo, aplicado e inteligente al que le encantaba estudiar, y aunque en general obtenía buenas calificaciones, se destacaba en Aritmética e Historia, lo que debe haber resultado decisivo para que le otorgaran una beca en el colegio «América Arias», donde, en 1947, finalizó la enseñanza primaria.

Han contado quienes le trataron que ya a esa edad Pablito razonaba con la mentalidad de un adulto, y que dada su personalidad atraía a los compañeritos de clase con sus cuentos y cavilaciones. Incluso, algunos vecinos comentaban asombrados cómo el niño hablaba con elocuencia de explotados y explotadores.

En las inconsistentes y parcas fuentes bibliográficas disponibles, no constan narraciones testimoniales. No obstante, llama la atención una anécdota referida al día que «el director de la escuela primaria»  —sin otro referente—  mandó a buscar a la mamá para plantearle su preocupación porque el muchacho discutía sobre política y «creaba dificultades en el centro. Entonces, para evitar «problemas mayores», le sugirió sentarse con el muchacho y aconsejarle al respecto «porque ese tipo de conversación no estaba acorde con su edad ni con las circunstancias».

Y no es de extrañar que así ocurriera porque Macho, como solían llamarle los más allegados, sentía predilección por la lectura, hábito que lo llevó más adelante a la búsqueda de libros de escritores rusos que le ayudaran a comprender la Revolución de 1917, liderada por los Bolcheviques bajo la dirección de Vladimir Lenin.

Mas, a pesar de su demostrada inteligencia y capacidad reflexiva que vislumbraba a un magnífico bachiller, Pablo debió  echar a un lado los estudios y comenzar a ganarse el sustento como vendedor en un kiosco, hasta que encontró trabajo como aprendiz de albañil en una construcción.

El rudo oficio acondicionó su porte y lo preparó para el esfuerzo físico, pero sin abandonar los afanes lectores, cada vez más definidos y encaminados a saciar su interés creciente sobre la fundación del estado soviético, y su papel esencial en la derrota del fascismo y en el avance de la humanidad hacia nuevas formas de organización social más justas y solidarias.

Y no es que él fuera un «comunista bolchevique», como un día le llamaron durante una conversación en la que Pablo argumentaba que la fundación del Partido Comunista en Cuba era una consecuencia directa del triunfo de la revolución de 1917 en la Rusia zarista y de la creación del primer estado socialista de obreros y campesinos.

No, el no era comunista ni pertenecía a un partido en específico porque de  alguna manera —sustentaba— todos estaban dominados por elementos derechistas o entregados a la reacción y al imperialismo.  Si acaso le simpatizaban los ortodoxos que, bajo el liderazgo de Eduardo R. Chibás centraban su plataforma en la honestidad administrativa y se rebelaban contra la corrupción imperante, de ahí su lema «Vergüenza contra dinero».

Fue por entonces que el joven Agüero Guedes se unió a aquel «movimiento regenerador», que casi estaba seguro ganaría las próximas elecciones, señaladas para 1952. Pero el domingo 5 de agosto de 1951 una nube tormentosa empañó sus ilusiones. Ese día, ante los micrófonos de la emisora radial CMQ, mientras dirigía una alocución contra la política corrupta del presidente Prío Socarrás, Chibás se disparó un tiro. Once días después, falleció,  y el sueño de Pablo y de millones de cubanos se vino abajo.

Luego, el Golpe del 10 de marzo terminó cerrando por completo el incierto panorama nacional, ahora ensombrecido hasta la oscuridad total. El régimen cuartelario de Fulgencio Batista vendría a representar un control aún más férreo y antipopular de la oligarquía imperialista, proimperialista y reaccionaria que había monopolizado el aparato estatal cubano hasta la caída de Gerardo Machado, el 12 de agosto de 1933,  y cuyos mismos caminos ensangrentados transitaría el astuto e inteligente sargento taquígrafo devenido General y Presidente de la República.

Y sería ese mismo camino empapado en sangre de campesinos, obreros, estudiantes, y de no pocos  inocentes, el escogido por un numeroso grupo de jóvenes, que el 26 de julio de 1953 trascendería a la gloria. Entre ellos, a solo un mes de cumplir los 18 años, Pablo Agüero Guedes, ya convertido en todo un conspirador miembro de una célula en el barrio «Pocito»,  bajo la jefatura de Hugo Camejo Valdez, e integrada Agustín Díaz Cartaya, Pedro Véliz Hernández, José Testá Zaragoza, Rafael Freire Torres y Rolando San Román y de Las Llamas, y su amigo y compañero de trabajo Lázaro Hernández Arroyo.

Junto a estos y otros compañeros Pablo consolidaría sus ideales de justicia y comenzaría a entrenarse para la lucha que organizaba «un abogado incorruptible llamado Fidel Castro Ruz».

Mucho tuvo que significarse Pablo en el manejo de las armas para que fuera seleccionado entre el selecto grupo escogido por  Abel Santamaría Cuadrado y el propio Fidel, para la acción que proyectaban y sobre la cual poquísimos conocían.

Solo el 24 de julio de 1953 supo Pablo lo que en esos momentos a él concernía:

—Prepárate para salir por unos días de La Habana y cumplir una tarea del movimiento.

—¿Muchos?

— Pablo, la verdad, no sé, pero cancela todo lo que tengas pendiente y toma medidas con la familia.

—Hugo, ¿ y qué le digo a mi madre?

—Que te vas de paseo con unos amigos a otra provincia, a la playa, al campo, no sé, pero que sea un cuento creíble… ¡Ah!,  dile que volverás en un par de días.

—¿Puedo ir a trabajar hoy?

—Sí, hoy haces todo como de costumbre.

—¿Y a dónde es la cosa?

—Eso tampoco lo sé, nos enteraremos a su debido tiempo.

Ese día Pablo laboró hasta las cinco de la tarde pero,  al recibir el salario de manos del maestro de obras, le informó que no podría regresar hasta el lunes pues tenía necesidad de ir a Las Villas, a resolver unos asuntos de familia. Cuando llegó a la casa fue directo a bañarse, después de comida comunicó a Justa:

—Mañana temprano me voy con Lázaro y otros amigos de la construcción para Varadero.

—¿Regresas en el día?

—No, es posible que de allí nos vayamos para los carnavales de Santiago de Cuba.

—¿Y esa locura? Santiago queda lejos. Y allá, ¿dónde te vas a quedar? Ahorra, mira que el dinero está escaso…

— No te preocupes, nos quedaremos en la casa de unos parientes de Lázaro.

—¿Y van mujeres?

—¡Claro, mamá, si no la fiesta no sirve!

Al día siguiente Pablo se integró al resto del grupo con el que debía partir. Ya en Santiago de Cuba, la misma noche de la llegada, Fidel les imparte las últimas orientaciones. ¿Objetivo final? El cuartel «Carlos Manuel de Céspedes», en Bayamo.

Al amanecer, divididos en tres grupos, 27  hombres armados parten hacia el combate. Llegan a las proximidades del redil batistiano. Avanzan sigilosamente hacia su parte trasera, no sin antes atravesar dos cercas. Salvan la primera, pero entre esta y la segunda, un montón de latas. Tropiezan…

—¡Corre Pablo, que esto se va a poner malo!

—No hay tiempo, dale, dispara que ya nos descubrieron

—Nos van a  matar, albañil.

—Entonces, moriremos por Cuba.

Ha fracasado el factor sorpresa. El débil armamento de los revolucionarios no puede enfrentar con efectividad el fuego de los militares. No queda otro remedio que la retirada.

Durante la dispersión, tratando de burlar la persecución de la soldadesca Pablo y un reducido grupo de asaltantes se internan unos arrozales. Están hambrientos, fatigados, sedientos. En un pequeño bohío abandonado en la finca Ceja de Limones, a una decena de kilómetros de Bayamo, son capturados y ultimados sin poder ofrecer resistencia.

La familia no supo de Pablo hasta que fue divulgada la lista de los caídos. Años después Reina Isabel,  una de sus hermanas, contó como gracias a la información de un sepulturero que contactó con la madre, «se pudieron rescatar los restos junto a la camisa de cuadros ensangrentada que llevaba puesta Pablo el día del asalto. En una «cajita —dijo— nos llevamos los huesos para la casa, hasta que pudimos darle sepultura […] mamá sufrió mucho la muerte de Macho, pero al menos tuvo el consuelo de que no lo torturaron, ni que como a Pedro Miret, Abelardo Crespo y Fidel Labrador le inyectaran aire y alcanfor en las venas para matarlo […] Lo asesinaron, sí. Y no ha muerto, su patria lo acogió para siempre. Los hombres honrados y valientes como él viven eternamente…»

 

 

 

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