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LA TECLA CON CAFÉ

Onelio, el cuentero mayor

Onelio, el cuentero mayor


12:41:41 p.m.

Por Luis Machado Ordetx

(En la foto: Grabado en madera de Onelio Jorge Cardoso, aparecido en la prensa villareña luego del premio de la revista Social, primero que alcanzó en su vida literaria)

Canónicos de la crítica literaria trazan una dicotomía en la narrativa de Onelio Jorge Cardoso, el calabaceño universal. Precisan un antes y el después en la manera de recrear la realidad social, y al hombre inserto en todas sus historias.  

A pesar de los cambios advertidos, y hasta obvios, hay una sujeción en la progresión artística. La ¿particularidad?: el ascenso de un estilo depurado, de precisos recursos, de miradas latientes hacia todo lo que rodea al hombre, y también al compromiso intelectual con el pueblo.

La imaginación reveladora que ofrece, por supuesto, afianza la vitalidad material-espiritual de la historia, y deja siempre una moraleja subyacente, de espíritu positivo. La propuesta, desde los inicios literario-periodístico, tuvo un sentido de originalidad poética, de diferencia. Tal parangón lo afirman dentro de la literatura y la creación hispanoamericana, como caso particular de un ¿insólito autodidactismo? Pero, hasta dónde resulta cierta esa aparente afirmación con rasgos interrogativos.

No cabe otra explicación que rebuscar en papelerías que guardan archivos de Santa Clara, y a los que siempre hizo alusión el escritor. La ¿clave?, aunque está ubicada en 1944 con la aparición simultánea de Mi hermana Visia, El Cuentero, Nino, y Camino a las lomas, catalogados de ejemplarizantes en una fabulación popular que lo aleja de la reproducción y el discurso, casi mimético de la realidad.

Desde mucho antes, sin advertencias mayores o de contrastes en los estudios literarios contemporáneos,  se percibe un despegue en las estructuras temáticas —de preocupación social, reivindicativa— y hasta formal del discurso narrativo-periodístico que separan a Jorge Cardoso de la manera, hasta entonces, de escrutar la circunstancias cubana.

Canta Clara, el ascenso 

El lunes 11 de mayo de 1914 nació Onelio Jorge Cardoso en Calabazar de Sagua. El centenario tuvo un «aparente silencio», dado según algunos por la imposibilidad de reeditar sus libros por decisión de los herederos, y por la disquisición, o el prejuicio de «absolutizar las preferencias y negar al supuesto contrario», como especificó la investigadora Denia García Ronda.

Hay intentos, y no vagos, por corregir los tiros de la celebración, pero no bastan para reconocer a un escritor de inconfundible legitimidad cubana, de afianzador de pasos «con todos y para el bien de todos», como solicitó Martí. Eso siempre hizo Jorge Cardoso, contestar, a partir de la palabra escrita, su repulsa contra la realidad social amparada en la discriminación, por sexo, edades o color de la piel, y redefinir el panorama nacional desde una óptica que favoreciera al pueblo en cualidades económicas y espirituales.

A Santa Clara llegó el calabaceño con apenas 13 años, en 1927, y con el hambre «a cuestas galopantes» radicó con su familia en una humilde vivienda de la calle Síndico, esquina a Villuendas, en el barrio de La Pastora, hasta que, ya casado con Cuca Viera, después de 1940, residió en Camacho, allá en las intersecciones de las calles 4ta y 5ta, de ese reparto periférico de la ciudad. Después se trasladaría a Matanzas, en 1944, y luego en La Habana.

Aquí hizo sus estudios de primaria-superior en la escuela número 1, dirigida por el pedagogo Atilano Díaz Rojo, y a partir de 1934 se enroló en la gestación de la revista Umbrales, una publicación de renovación literaria-cultural, todavía insuficientemente valorada y administrada o tutelada por la poetisa-maestra María Dámasa Jova Baró.

El después Cuentero Mayor aparece registrado en el primer número de Umbrales (1934-1938), y lo hace como director literario, misión que compartió con Carlos Hernández López (abogado, cuentista, poeta y periodista), en la sección artística. Onelio está registrado como crítico, y no como narrador, como algunos estudiosos apuntan. El único texto que escribió salió en el número 1, correspondiente al 15 de septiembre de 1934. Por entonces, aparte de sus «valoraciones teóricas», impresionistas y aún insuficientes en los análisis críticos, hace también versos de corte social y amoroso.

De inmediato, por discrepancias editoriales, rompió relaciones literarias con Dámasa Jova, y  se relacionó con la organización del denominado Club Juvenil Artístico-Literario Umbrales, oficializado en el tercer sábado de agosto de 1935 en la vivienda de Corina Lazo, en las calles Eduardo Machado y Unión, al cual concurren intelectuales en ciernes, y otros consagrados, de la estirpe de Juan Domínguez Arbelo y Emilio Ballagas. De ahí el cuestionamiento a un aparente autodidactismo más allá del donaire natural para componer sus historias de ficción o de realización periodística, cinematográfica y literarias.

Los jóvenes son sabáticos, y abogan por el compromiso intelectual, la superación espiritual, la renovación literaria, y contra las «capillas aldeanas» que dictan decálogos de la creación o el disfrute cultural y artístico en el pueblo o el ciudadano común. Allí, de un modo u otro, hasta 1941 todos comulgan  en espacios públicos o sociales: discuten sobre aspectos teóricos del arte o la literatura, hacen conciertos de guitarra, de declamación y particularizan en cuestiones formales de la hechura del cuento, necesidad volcada a un cambio en el discurso y la comunicación con el lector.

Surgen «Las Tardes del Cuento», dirigidas por Domínguez Arbelo, quien alentó a escribir las vivencias del hombre común, y a encontrar fábulas o motivos populares en los ambientes rurales.  Jorge Cardoso, junto a otros, deambuló por las cercanías de Santa Clara, y allá en los montes de Pelo Malo, dialogó con cortadores de maderas, y con mujeres que habitaban depauperadas casas, un vital retrato de la discriminación social y de las diferencias entre el campo y la ciudad.

Escribe entonces los primeros relatos cortos: Negra Vieja, Tú y usted, El Velorio y El Milagro, todos de índoles costumbristas, muy próximos al discurso narrativo criollista. Sin embargo, el último, El Milagro, ganó en 1936 el certamen que auspició la revista Social, y en el cual intervinieron más de 50 cuentistas, unos consagrados y otros noveles, dentro del panorama nacional. Otro villaclareño, Hernández López, consiguió con La Traición y Bertelot, el segundo y tercer lugar del certamen.

El jurado —Merdardo Vitier, Luis A. Balart y Elías Entralgo—, no eran benévolos en miradas críticas, y apostaron por los jóvenes de Santa Clara, no solo por la calidad de los discursos literarios, sino, además, porque «estremecen el ambiente de sombras que hizo posible, paradójicamente, la luz del sueño, porque el sueño es luz del espíritu, ineclipsable para la opaca ineficacia de la indiferencia», dijo Domínguez Arbelo.

Tal vez por esa razón, o contar las historias del «guajiro de siempre, con el arique en el tobillo», como dijo Jorge Cardoso a este escribiente  antes de morir el 29 de mayo de 1986, fue que aceptó en 1937 la propuesta de Raúl Ferrer Pérez —el poeta comunista—, empeñado en que acogiera un aula de primer grado en la escuela 273 del antiguo ingenio Narcisa, y figurara en calidad de maestro Cívico-Rural, misión muy poco valorada en el ámbito personal de ambos creadores.

En el contacto de los niños, casi analfabetos y a quienes enseñó las primeras letras, conoció las historias fabulosas de Herminio Bello, el enfermero; el gallego Pelayo, el operario de la cachaza; de Panchito Muñiz, el hojalarero; o de Chano Medina, el arrendatario que, en parte insustituible, encarnó a Nino, el hombre recio que se describe en su antológico cuento. Al menos, esas apreciaciones las corroboraron Ferrer Pérez y el declamador Dilecto de Las Villas, Severo Bernal Ruiz, cuando precisaron en la cualidad de Onelio Jorge Cardoso al retratar, como «fotógrafo» especial, la psicología y el decir de muchos hombres y aunarla en uno, el ente colectivo.

El periodismo, otra hambre

Casi simultáneo, Jorge Cardoso está relacionado con el periodismo radial e impreso de Santa Clara. Interviene en Audiciones Umbrales y la Hora Hontanar, espacios que animan los jóvenes escritores en las emisoras CMHW y CMHI, respectivamente. También se enroló como redactor-colaborador de La Publicidad (1941-1944), donde atendió la sección «El Cuento de Hoy», y dio a conocer a los lectores las piezas narrativas de Gorki, Gervaise, Gaynor, Mainichi, Regis, Benavente, Maurois, Vargas Vila, Quiroga, Eustacio Rivera y Rulfo…

Durante ese período asumió las tertulias literarias de la Academia Luz y Caballero, en los altos del Correo Viejo, de Villuendas y Marta Abreu, en el edificio del Billarista. Al encuentro mensual acudieron el poeta Enrique Martínez Pérez —un lírico olvidado—, Gilberto Hernández Santana, José Ángel Buesa, Manuel Navarro Luna y… Todos tenían una necesidad: mostrar sus creaciones en medio de la penuria editorial y confraternizar en ambientes literarios.

El 13 de julio de 1943, en La Publicidad, Jorge Cardoso dejó constancia del fuste periodístico, de la manera interpretativa de escrutar la realidad social-económica, política o social de Cuba.

En su comentario «En nombre de Perico», dice: «(…) Voy a contarles: aunque algunos sustenten lo contrario, tenemos en Villaclara un gran personaje olvidado, como la mayoría de los que hay que olvidar a fuerza de recordarlos, a fuerza de temor. Me estoy refiriendo, no a un Presidente de cualquier institución piadosa, sino el burro «Perico (…), símbolo y protesta de la disciplina (…), cuando le colocaron la V de la Victoria, lo vimos con simpatía porque representaba que los mismos burros odian al nacismo con máximo mérito, cuando en realidad el nacismo está impulsado por burros de raza…»1

La observaciones folklóricas, criollas, que recogen al hombre, sus costumbres, trabajos y estilos, referidas por Samuel Feijóo en la presentación de Gente de Pueblo (1962), el libro-compilación de algunos reportajes que Onelio Jorge Cardoso publicó en Bohemia o Carteles, allá a finales de los años 50, recrean parte de las miserias, soledades, ánimos espirituales, y apego a la familia retratadas antes o después en muchas de las piezas narrativas del calabaceño universal.

El escritor cualifica su discurso: son reportajes, muy cercanos a la manera de abordar el cuento, y de idéntico modo que toman al  fresco a todo hombre del campo, de las sierras, las ciudades, o en la soledad agreste del mar, dejan una denuncia que pinta la existencia «tal como la vimos, con sus escasas alegrías y sus días miserables», dijo, en esa insaciable sed de justicia de convertir, desde la óptica de Cuentero Mayor,  al cubano en tributo universal de dignidad y vitalidad humana.

Nota: 

Onelio Jorge Cardoso (1943): «En Nombre de Perico», en La Publicidad, 69(135782):1;3, Santa Clara, martes 13 de julio.

 

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