Carontes con chapa y sin barca
Por Mercedes Rodríguez García
Es solo en un punto de recogida. Pero como promedio, 78 vehículos esquivan diariamente la orden de Pare que, tablilla en mano, le hace el inspector popular de transporte ubicado a la parada de ómnibus frente al policlínico Marta Abreu, más conocido como el de La Riviera, en Santa Clara…Ni siquiera un guiño, un movimiento de la mano para indicarle que no pueden detenerse, que llevan otra dirección, que van pasados de hora. Entonces, la decepción, la desesperación y la rabia, se disparan en voces desde la cola:—¡Insensibles!—¡Ñoo, y no les hacen nada!—¡Hijito, compadécete!—¡Óigame, si ha pasado dos veces por aquí con la guagua vacía!A mí que no me hagan cuentos. Con relativa frecuencia —tanto más cuanto va extinguiéndose mi presupuesto mensual— acudo a esta alternativa de transportación que para los cubanos trasciende necesidad y gesto solidario por parte de quienes conducen carros estatales.En el susodicho punto, como en cualquier otro, ocurre de todo. Nómbrese indolencia, irresponsabilidad, falta de respeto, carencia de autoridad, infracciones, etc., cualesquiera de los términos se ajustan perfectamente al fenómeno, radique el fondo de la cuestión en uno u otro de los bandos, o sea, el de quienes ponen el orden (los llamados «amarillos») y el de quienes lo evaden. Urge, pues, divulgar periódica y sistemáticamente, de manera pública y por todas las vías y medios posibles, el nombre de los reincidentes, así como la matrícula y empresa a que pertenecen los vehículos que conducen.Porque, de que se toman medidas, ¿se toman? Al menos, existen. Desde la amonestación pública, separación del puesto de chofer durante seis meses o un año, hasta la separación definitiva y decomiso del vehículo, según la reiteración del desacato.Al Gobierno van a parar las listas, pero los choferes siguen cometiendo día tras día la misma indisciplina. Y Liborio, que no sabe de nombre si no de hechos, continúa protestando y sufriendo desde el lugar de espera, haya sol, lluvia o nieve. Sugiero que los especialistas realicen un nuevo estudio sobre la ubicación actual de los puntos de recogidas, sus condiciones y funcionalidad. Y los equipos de Opinión del Pueblo, se trasladen de vez en cuando hacia estos lugares. De seguro, los criterios, múltiples y diversos, encausarán soluciones, sobre todo en momentos de agudización del transporte público automotor.El de La Riviera vale como referente. ¿Y en los demás? Pregúntele a mis alumnos de primer año de Periodismo. Los otros días, para un trabajo extraclase, se dieron gusto escribiendo sus experiencias en la «botella». Comentarios pasaderos en la forma, pero muy valientes en su contenido y variados en referentes anecdóticos. De hecho viajar a diario en la ruta 3 hacia la Universidad, se convierte la más de las veces en un tormento, sobre todo cuando el tren universitario se atrasa o deja de salir por determinada razón. ¿Y el regreso? Peor que un viaje con Caronte.¿Que quién es Caronte? ¡No, amigos, no! Caronte no es el nombre de un chofer de empresa. Tampoco el de uno de esos choferes de la institución docente que entran y salen y salen y entran de la institución haciéndose los chivos locos.El que yo digo, personifica la oscuridad, lo tenebroso: Caronte, el barquero de la mitología griega, el que transportaba las almas de los muertos por la laguna Estigia hasta las puertas del mundo subterráneo. El viejo que admitía en su barca sólo a las almas de aquellos que habían recibido los ritos sepulcrales y cuyo paso había sido pagado con un óbolo colocado bajo la lengua del cadáver. Aquellos que no habían sido sepultados y a quienes Caronte no admitía en su barca, eran condenados a esperar junto a la laguna Estigia durante 100 años.No es mucha la diferencia, ¿verdad? Correremos la misma suerte aquellos que no tenemos un “óbulo” en los bolsillos? ¿Nos esperará igual condena en los puntos de recogida?Que no siga lloviendo sobre lo mojado. Porque a fuerza de reiterar, el tema cansa. Y más que la indolencia individual, irrita la indiferencia, la pasividad y la falta de voluntad generalizada que, como virus maligno, se extienden ¿irremediablemente? por pasillos, oficinas, cocinas, comedores, y por supuesto… por calles y carreteras donde los Carontes suman miles.
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