Una marcha sonora y ardiente
El Himno Invasor tuvo la misión histórica de unir las generaciones de las guerras independentistas de 1868 y 1895. Enardecidos, dispuestos a morir por la Patria, nuestros mambises la entonaron como poderoso estímulo en las heroicas y memorables jornadas del Oriente hasta Las Villas, y alcanzaron en su estreno la importantísima victoria de Mal Tiempo. Hoy como nunca el Himno Invasor continúa siendo para los cubanos, una página de señalada significación histórica.
Por Mercedes Rodríguez García
El día 15 de noviembre de 1895, el joven capitán de 25 años de edad, Enrique Loynaz del Castillo, convertido más tarde en General del Ejército Libertador Cubano, compone el glorioso Himno Invasor.
Su letra no puede ser más patriótica; la melodía, altiva y enaltecedora.
«En sí, constituye un llamado al combate, a la lucha por la soberanía y la independencia de la Patria, una convocatoria a la unidad del pueblo para defender con la vida si fuera preciso, las conquistas de la Revolución, para retomar las armas si alguien intentara colocarnos de nuevo el yugo opresor», expresa Digna Guerra Martínez, directora del Coro Nacional de Cuba, con quien contactamos como una de las personas más autorizadas para comentar acerca de esta pieza que, según sus propias palabras «todos nuestros niños y adolescente debieran entonar cada mañana, en cada escuela, porque se trata de un himno que marca las luchas de nuestro pueblo por su independencia desde el siglo XIX.»
—¿Total y plena vigencia, Digna?
—Exacto, tal y como entonces se lanzaron al campo de batalla nuestros mambises para defender la Patria, los cubanos de hoy volveremos a reeditar cada uno de los combates, cada una de aquellas épicas y gloriosas hazañas para defender esta Revolución que nos hizo hombres y mujeres dignos, plenos, educados y cultos. Y no permitiremos jamás injerencias, manos, ni traidores que quieran apoderarse de Cuba.
—La música resulta más conocida y familiar que el texto. Han existido diferentes versiones. Tengo entendido que la última, para coro y orquesta, la realizó el maestro Ney Milanés Gálvez, director de la Banda del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
—Sí, la interpretamos juntos en el Cacahual, en ocasión del 108 aniversario de la caída del Titán de Bronce.
—Una ocasión muy especial…
—Puedes imaginar la emoción y el sentimiento patrio que se refuerzan en nuestras voces al interpretar este himno de combate. Indudablemente, siempre que he dirigido el coro en la interpretación de pieza tan memorable, he sentido una emoción muy grande. Si embargo, la que experimentamos todos y cada uno de nosotros aquel día en el Cacahual, fue un sentimiento muy especial. Creo que en aquella ocasión nuestro Antonio Maceo nos inspiró una fuerza y un estremecimiento muy particulares.»
HIMNO INVASOR
A las Villas, patriotas cubanos
A Occidente nos llama el deber.
De la Patria arrojar los tiranos
A la carga a morir o vencer.
De Martí la memoria adorada
Nuestras vidas ofrenda al honor.
Y nos guía la fúlgida espada
De Maceo el caudillo invasor.
Alzó Gómez su acero de gloria
Señalando la ruta triunfal,
Cada marcha será una victoria,
La victoria del bien sobre el mal.
Orientales heroicos al frente,
Camagüey, villareños, marchad
A galope triunfal a Occidente
Por la Patria, por la libertad.
De la guerra la antorcha sublime
Cubra el cielo de intenso fulgor,
Porque Cuba se acaba o redime,
Encendida de un mar a otro mar.
A la carga escuadrones volemos
Que al degüello el clarín ordenó,
Los machetes furiosos alcemos,
Muera el vil que la Patria ultrajó.
LA HISTORIA MÁS DIFUNDIDA
En diciembre de 1868, arriban varias personas a la finca La Matilde, propiedad de José Ramón Simoni. Entre ellas se encuentran sus hijas Amalia y Matilde, esposas de Ignacio y Eduardo Agramonte respectivamente. Allí permanecieron alrededor de un año. Al conocer de llegada de un mayor número de fuerzas peninsulares, la dirección de la revolución en esta zona decide incrementar la actividad bélica, por lo que acuerdan que ambas mujeres abandonen el sitio y marchen a un nuevo refugio en la Sierra de Cubitas.
El 13 de noviembre de 1895 el General y Lugarteniente del Ejército Libertador, Antonio Maceo y Grajales, se establece por tres días en la hacienda. Le acompañan los representantes del Gobierno y las fuerzas Camagüeyanas.
Dos días después Enrique Loynaz del Castillo recorre la casa junto con algunos amigos. Las fuerzas españolas que rehusaron combatir, dejaron escritas en las paredes frases groseras e insultos contra los sublevados. En una ventana blanca y azul, bajo una pirámide coronada por una bandera española, encuentra unos versos. Alguien trato de borrarlos pero el propio joven Loynaz se opuso. Procedió entonces a dibujar una bandera cubana en la otra ventana abierta y, sobre el palio, escribió unos versos al tiempo canturreaba. Con el tiempo constituirían el Himno Invasor.
Cómo conoció el Mayor General Antonio Maceo, en plena Invasión a Occidente, la noticia del Himno Invasor compuesto por Loynaz del Castillo?
El propio autor lo relata. Leamos una versión basada en la extensa narración que hiciera en su libro Memorias de la Guerra: En aquel ambiente patrio los versos recién escritos en la hoja de una ventana fueron como un reguero de pólvora. «La casa se colmó de oficiales y soldados que sacaban copias. El Presidente Cisneros, decidió mudarse: “No podemos trabajar con este gentío. Tu himno nos desaloja. ¡El himno está consagrado!”.»
Animado por el éxito y con la urgencia requerida, sale en busca del Titán de Bronce.
—General, aquí le traigo su himno de guerra, que merecerá el gran nombre de usted, déjemelo tararear.
—Pues bien, hágalo de inmediato.
A medida que Enrique canturreaba los versos, la mirada del Maceo se animaba. Al finalizar, en la estrofa evocadora de las trompetas de carga, este coloca una mano sobre la cabeza del autor y le dice:
—Magnífico. Yo no se nada de música, para mí es un ruido, pero esta me gusta. Será el Himno Invasor. Quítele mi nombre, y recorrerá en triunfo la República. Véame al capitán Dositéo Aguilera, para que mañana temprano lo ensaye.
—Perdóneme mi General, pero tiene que ser ahora mismo porque mañana se me habrá olvidado esta tonada, como me ha pasado con otras.
—Pues bien, vaya de inmediato y traiga al jefe de la Banda del Ejército. Con la prontitud requerida se presentó el agradable e inteligente Dositéo.
—¡A sus órdenes, General!
—Lo he llamado para que la Banda toque un himno de guerra que le va a cantar el Comandante Loynaz. Váyanse por ahí y siéntense en alguna piedra, donde nadie los moleste. Trabajen hasta que la Banda toque exactamente el Himno Invasor. Apúrenme eso.
Y en dos taburetes Dositéo y Loynaz ponen manos a la obra. Apenas media hora después ya estaba completa en el pentagrama la melodía, que Enrique le fue entonando en sus tres variaciones armónicas. Dositéo la celebró y agregó:
—No se me contraríe si le hago una acotación.
—Sí, pero es que el General dijo exactamente…
—Ni el General ni usted saben nada de música. Con las notas de este primer compás no hay voz que llegue a los últimos, y su himno es para el canto. Déjeme esto a mí, que necesito ahora mismo empezar el verdadero trabajo, instrumentar… ¡Y con la prisa que el jefe quiere!
BREVE EPÍLOGO
Con la marcha sobre Occidente, el Himno Invasor llegó a Mantua y, años después, se escuchó en La Habana entre el estampido de los cañones que saludaban la llegada del Ejército Libertador a la capital cubana. Desde entonces, resultó costumbre en los actos oficiales, abrir con el Himno de Bayamo, y finalizar con el Invasor.
El General Loynaz, rechazó siempre las sugerencias de inscribirlo a su nombre en el Registro de la Propiedad Intelectual: «Es un himno que pertenece al pueblo cubano», no se cansó de repetir.
En la guerra su actuación resultó admirable. Tomó parte en 88 combates. Maceo lo envía con Serafín Sánchez para Las Villas. Después de la muerte del héroe espirituano pasó a pelear bajo las órdenes del General Mayía Rodríguez, con el mismo rango de Jefe del Estado Mayor. Dirige combates decisivos y termina la contienda libertadora con el grado de General de Brigada. Fue representante a la Cámara y, entre otros cargos, Ministro Plenipotenciario de Cuba en México, Panamá, Portugal, Costa Rica y Venezuela. Fallece el 10 de febrero de 1963, a los 92 años de edad. .
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