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LA TECLA CON CAFÉ

En la órbita del periodismo

En la órbita del periodismo

 

7:18:08 p.m. 

Por Mercedes Rodríguez García

Caricatura: Pedro Méndez Suárez 

Vino al mundo en Santa Clara, la noche del 29 de octubre de 1969. Y no sé si fue favorecido por algún astro o planeta regente, pero luego de decirle Risett Curí que el feto no se movía en su vientre, lo sacaron vivito y coleando mediante cesárea, para alegría suprema de José Ramón Falcón, el padre. Pero fue la madre, hija de palestina y francés, quien decidió ponerle Abel, que viene del hebreo y significa aliento. 

Y el niño creció, estudió, se hizo periodista y se casó dos veces. De cada matrimonio tiene un hijo: Gabriela, de 17 años, y Abelito, de nueve. Abel Falcón Curí más que un periodista de la radio, es un gran reportero de la cotidianidad, de la que extrae el zumo y salen la mayoría de sus premios. Para él «la vida está llena de tentaciones, de escaramuzas y de necesidades», por lo que ha aprendido a «enfrentarlas y vencerlas», y no hay lauro que «aprecie más que el de la opinión pública, porque es a quien en última instancia, sirvo y me debo». Incluso, se niega a relacionarme los más importantes. 

Más de 200, ¿verdad? , le pregunto tirando un cálculo. «Por ahí, por ahí», me dice restándole importancia, y no logro que me hable siquiera del más reciente: el «Juan Gualberto Gómez», que reconoce a nivel nacional la obra periodística del año 2013, y el cual le ha sido otorgado en varias oportunidades. Pero como es Abel, el hombre, el periodista, el colega y amigo, no me lo han dicho ni los diplomas, ni los trofeos, ni las medallas. Ahora intento revelarlo ante esa opinión pública que tanto respetamos una y otro. 

El cuestionario era muy largo, pero solamente disponía de una hora, la mañana de este jueves. Nos encontramos en la Casa de la Prensa, signados y apremiados como siempre por la prisa y el tiempo. Respondió a todas las preguntas, aún las imprevistas, surgidas durante la conversación que terminamos entablando, café y cigarrillos de por medio. A ver Abel… 

¿Cómo te recuerdas de pequeño? 

—Soy hijo único, pero no niño mimado. Siempre muy intranquilo, provocador, bronquero, por momentos quería ser el malo de la película para hacerme sentir en el grupo. No era un muchacho muy obediente que digamos. Me encantaba jugar pelota,  pero en la escuela pasé por todos los deportes: quise ser luchador, boxeador, esgrimista, pero terminé jugando ajedrez. 

—¿Algún primer acercamiento «prenatal», infantil al periodismo? 

—Ninguno, descubrí el periodismo con el paso de los años, durante la adolescencia, cuando me veía involucrado en no pocos conflictos, porque cuando estos no aparecían yo los buscaba. Entonces me di cuenta que necesitaba un espacio donde expresarme, donde defender mis puntos de vista y el de otros por lo que hacía causa. Y me pareció que el periodismo era el vehículo más idóneo. 

—Decía un famoso pedagogo, cuyo nombre no recuerdo, que a un niño se le forma veinte años antes de nacer. ¿Qué le debes en tu formación a tus padres, y qué, a ti mismo? 

—Sabio pedagogo. A mis padres les debo la constancia, la dedicación, la fidelidad, la perseverancia, el nunca sentirme defraudado, el estricto cumplimiento del deber, el siempre tener en un plano muy alto el compromiso. Les tengo que agradecer ser como soy porque simplemente soy un reflejo de lo que ellos han sido durante toda su vida. Mi padre, un viejo guerrero, combatiente del ejército rebelde, y mi madre, una maestra consagrada, que todo lo hizo y lo hace por los demás. 

—¿Qué definió tu entrada a la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana? Una vez allí, ¿qué cambió respecto a la perspectiva del futuro periodista y qué en el ser humano? 

—Ideas, ideas. Esa rebeldía, con causa o sin causa, pero indocilidad al fin. Yo sentía sensaciones y necesidades, y  hubiera podido estudiar Derecho, pero me pareció más abarcador el periodismo, porque la considero, como ha dicho García Márquez, la mejor profesión del mundo. La Universidad me dio el ABC, las herramientas. Como ser humano no me hizo ni mejor ni peor, ni más ni menos aplicado. Fui un universitario desobediente. Mientras la mayoría se dedicaba a estudiar mucho, yo me dedicaba a escribir demasiado. Yo prefería los medios de prensa, siempre tratando de hacer periodismo desde el primer año de la carrera, algo que se ha perdido porque es mucho el academicismo que todavía predomina en la mentalidad del futuro periodista. 

—¿Tu primera práctica de producción? Califícamela en pocas palabras. 

— En 1988, aquí en Villa Clara, en Vanguardia. Fue una excelente práctica periodística, aprendí mucho de todos ustedes. 

—Y ¿tu primer trabajo publicado como profesional? 

—En este periódico, algo sobre la «juventud perdida» y creó revolico. 

—¿Cómo fue tu tránsito hacia la CMHW? 

—Prefiero no hablar de tema, pero te digo que solo duré 22 días en la prensa escrita, que era donde yo soñaba trabajar. Sin embargo, no fue muy feliz. Eran tiempos de muchas limitaciones materiales, en medio del período especial, cuando la limitación de papel redujo drásticamente las páginas, tirada  y circulación de los periódicos, y el espacio era bien disputado para que un recién graduado pudiera desatar todas sus energías creadoras. Pues entonces le agradezco a la radio, que me recogió no obstante el cartelito de políticamente «conflictivo» que alguien me endilgó y tuve que llevar durante algunos años. Eso, de verdad, me defraudó muchísimo, pero aquí estoy, como siempre he sido, consecuente conmigo mismo, como me enseñaron mis padres, levantándome después de cada trastazo que te da la vida. 

—Tu álbum de premios es bien abultado y data desde la escuela primaria. ¿Te gustan los concursos? ¿Te los propones? ¿Suerte loca que a cualquiera le toca…? O ¿Acaso un hábito, una manera de probarte, de medirte como profesional, o de compensar tus ingresos personales? 

—Los que me conocen saben que siempre he trabajado con el mismo rigor. Esto de los concursos viene tal vez a compensar, hasta cierto punto, los bolsillos tan flacos que tenemos los periodistas. No trabajo para ningún concurso, de entre lo hecho, escojo y envío. ¿Gané?, perfecto, algo más para sustentar el alto costo de la vida. ¿No gané? OK, cambio y fuera, no tengo nada que perder. 

—¿Cuántos de tus premios periodísticos se los debes a Alta Tensión, por ejemplo, y cuántos a llamados géneros periodísticos «puros»? A veces tengo la impresión de que te han encasillado en un programa, que si bien es controvertible y novedoso  en el contexto mediático nacional, su realización es colectiva. 

—La mayoría son en concursos netamente periodísticos. En Alta Tensión, yo soy una pieza más, junto con Jorge Gómez, el director, y la colega Xiomara Rodríguez. Se trata de un programa de facilitación pública, donde incluso no puedes desarrollarte todo lo que quisieras en el ejercicio de la opinión porque el objetivo del programa es crear un puente para el diálogo autoridad-pueblo y viceversa. Y si uno de los tres eslabones de esta cadena falla, incluyendo al operador de sonido, el programa no tendría ningún sentido. Y conmigo o sin mí, Alta Tensión va a durar hasta que la sociedad lo necesite, aunque lo hagan otros. Y sí, ha sido el programa más multipremiado de la radio cubana, desde su nacimiento en 1994 hasta el año 2001, en que decidimos retirarlo de toda competencia. 

—¿Por qué te has aceptado lo de periodista loco, y te has autocalificado «periodista bodeguero, de los arrabales»?  

—Lo de loco lo agradezco porque al menos atemperó lo del cartelito que te conté. Fue Díaz-Canel el responsable de aclararlo públicamente y de una vez cuando dijo: «Abel no tiene problemas políticos, Abel lo que está es medio loco». Lo segundo yo mismo lo acuño, un poco en broma y un poco en serio, porque una vez me dijeron que yo hacía la crónica de bodega. Y es verdad. A mi me interesan y estoy al tanto de cada uno de los detalles que preocupan o inquietan al ciudadano común en este cuartico llamado Cuba, donde las expectativas informativas son bien distintas a las del mundo entero.

—Qué le dices a quienes te tildan de periodista sensacionalista…

—Para mí el periodismo es como una telenovela, y más que un acto de didactismo, lo considero un acto de entretenimiento. El asunto sigue estando en el contenido. Si hacer atractivo un contenido es ser sensacionalista, perfecto, que me lo sigan diciendo. Me lo dicen constantemente en el móvil, que es lo que más yo hago, y de donde salen la mayoría de mis premios porque yo soy un reportero… 

—¿Y a quienes te consideran un periodista agresivo? 

—Yo hago mis preguntas porque los periodistas somos dueños de las interrogantes, y los funcionarios o las fuentes, de las respuestas. Si en determinadas circunstancias el ser incisivo se interpreta como agresividad, ese no es mi problema. El periodismo, como la vida, es un constante porqué. Usted no puede hacer una pregunta para que la fuente institucional se despache, sin usted establecer un careo, sin establecer la causa- efecto-causa. Yo soy un periodista incisivo, como lo son y han sido otros. 

Pero Abel, ¿no te agobian tanta gente detrás de ti? ¿No te cansas de estar cayéndole a atrás a dirigentes, empresarios, funcionarios, administradores, directores…? 

—Quien más lo sufre es mi familia porque hasta la casa llega cualquiera, el  teléfono suena a toda hora, me esperan en la puerta de la emisora. Esta semana, por ponerte un solo ejemplo, con el «chuchuchú» que anda por ahí con las motos de 49 cc., y que ya no pueden circular. ¿Por qué yo?, me pregunto. ¿Qué puede hacer un periodista ante una decisión oficial, que no se toma en Villa Clara, que se toma más allá? ¿Por qué esa confianza en uno? Yo no puedo modificar una ley? ¿Por qué vienen a mí? Bueno, en ese momento asumo un compromiso muy serio con ese ciudadano. Él quiere soluciones, y yo no se las puedo dar. 

—Lo cual resulta un conflicto, como mismo lo es el que te identifiquen en cualquier lugar, como si fueras una de esas celebridades del mundo del espectáculo… 

—No exageres. Mira, es bonito darte cuenta de que no pasas inadvertido ante los demás. Por momentos hasta te eleva la autoestima, pero a la vez resulta muy incómodo porque no tienes vida privada y, en mi caso, me ha traído muchos problemas con la familia, con mis hijos, con mi esposa. Mas, por incómodo que por momentos te resulte, es de agradecer que alguien te pare por la calle y te diga «compadre, te la comiste», o «compadre, no estoy de acuerdo con lo que dijiste». No te imaginas cuánto agradezco ese conflicto, porque yo no practico el periodismo populista. Yo extiendo ideas y a través de ellas trato de crear en la opinión pública sensaciones y sentimientos de todo tipo. Pero, sobre todo, trato de estimular el pensamiento, de compartir ciertos juicios a favor del debate, no importa si están en contra o a favor de determinada idea. 

—Y esa filosofía, ese diálogo entre tú y tú que estableces con la gente, ese cara a cara sin pelos en la lengua, ¿también lo prácticas en tus clases de periodismo en la Universidad Central? 

—Trato de conciliar lo metodológico, lo establecido con mi yo. No tendría sentido suplantarme a mí mismo. Y parece que el sistema funciona. Habría que preguntarles a los muchachos.

 —En tu vida ¿has cometido errores de los que te has retractado o de esos otros que nos hacen desear volver a empezar de cero? 

—Si yo pudiera darle rewing a la vida, evidentemente con conocimiento de causa a esas escenas de la vida, no cometería los mismos errores, pero sí otros porque soy un ser humano imperfecto juzgado por otros seres humanos imperfectos. Yo asumo con un elevado sentido de pertenencia todos mis errores. Y yo diría que si no fuera por todos esos errores, yo no sería quien hoy soy. Y si yo no soy como soy, entonces ¿para qué existo? Así que bienvenida mis sanciones y las que estén por venir, que no significa que apruebe esas actitudes que me han llevado en un momento determinado a ser requerido. 

—Como colega, coincido, pero como mujer te pediría una severa sanción por desatención a la esposa, y creo que Deilys me daría su voto a favor. 

—Tengo etapas que me sumerjo tanto en el periodismo y en los problemas de los demás que se me olvidan ciertas cosas, ¿no? Mi esposa es médica, y no creo que le dedique todo el tiempo que ella se merece, tal vez tampoco el suficiente a mis hijos y a mis padres. Pero es una vida muy vertiginosa la que uno lleva, y ese estrés uno se lo va transmitiendo a la familia. Bueno, ni mi hija quiere ser periodista, ni mi hijo tampoco. Sí, yo cocino, friego y esas cosas de la casa... 

—Tu imagen es muy varonil: hablas fuerte, tu ropa es muy normal, fumas a lo Humpery Bogart, a veces gesticulas y te expresas con rudeza, ¿machista o tradicionalista? 

—Ni lo uno ni lo otro, soy una gente extremadamente abierta. Hay cosas que yo no hago. Me gusta el pelo en el pecho, y nunca me lo rasuraría, no me gustan los pantalones ni nada ajustado al cuerpo. En eso y otras cosas obedezco a mi tiempo. Sí, soy un tipo bastante tolerante y hasta estaría de acuerdo con el matrimonio gay si se aprobara en Cuba. Me gusta  todo lo que lo que apunte a democracia, apertura, libertad, individualidad. ¡Ah!, también el cine, el teatro, la música, la lectura, incluso, leo una y otra vez los mismos libros, casi todos relacionados con el periodismo o escritos por periodistas. 

—Es que tu vida gira entorno al periodismo y no te das otras oportunidades. Necesitas una pausa. No la obligatoria  que llega con los años, y que no obstante las hojas arrancadas al  calendario laboral, muchos se resisten a tomar. ¿Nunca has pensado en ese día? 

—No. Mi vida se ha debatido siempre entre lo urgente y lo importante. Lo que si quisiera es tener la suficiente visión para darme cuenta de cuando se acabó mi tiempo. Y pido tener fuerzas para como mismo he desarrollado mi trabajo con dignidad, poder jubilarme con dignidad. Nunca me he pensado en mi casa escribiendo un libro para que mi tiempo quede en letra impresa. Veremos cuando llegue ese momento. Pero de verdad, no me imagino fuera de la órbita del periodismo. 

 

 

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