Las luces verde olivo del triunfo
1:27:30 am
Por Mercedes Rodríguez García
Han pasado 62 años. Fueron 120 horas asedio, desde el 28 de diciembre de 1958 hasta el primer día de Año Nuevo, cuando Santa Clara, ganada la batalla, sale a recibir a los victoriosos rebeldes.
Ya la batalla va quedando lejos en el tiempo. Quienes no la vivieron pueden imaginarla por lo escrito, lo dicho y lo visto en imágenes de archivo. Yo era niña, y el recuerdo me acerca a cada rato a los sucesos, sobre todo a los aviones B-26 que bombardearon y ametrallaron Santa Clara.
Descargas de todo tipo de armas y sirenas de ambulancias de la Cruz Roja se escuchaban en diferentes puntos de la ciudad. No había luz ni agua, y las provisiones de alimentos y combustible se agotaban con el paso de los días.
La gente derribó las paredes de sus casas, levantó defensas y atravesó en las calles vehículos y cuanto artefacto podía servir para obstruir el paso al enemigo. Todo lo desaprovechado adentro funcionaría, amontonado, afuera: camas, butacones, sofás, tanques de hierro, tejas, ladrillos, maderos, tablones, polines, troncos de árboles y hasta calderos, formando una barricada contra los efectivos del tirano.
Han pasado 62 años. Mucho se ha escrito sobre los actos de heroísmo de los combatientes de la Columna 8 Ciro Redondo, de los hombres del Directorio Revolucionario 13 de Marzo y de las fuerzas del M-26-7 durante aquellas jornadas finales de 1958 y el primer día de Año Nuevo.
Fueron 120 horas de intensos combates. El asedio comenzó el domingo 28 de diciembre y terminó con la rendición incondicional del Regimiento Leoncio Vidal en la mañana del jueves 1.º de enero de 1959. Con 300 hombres, el Che combatió contra un enemigo varias veces superior en número y armamento.
Abundan los relatos sobre los actos de heroísmo de los combatientes. Sin embargo, aún queda por investigar y escribir más acerca del Movimiento de Resistencia Cívica, de anónimos hombres y mujeres del pueblo en general, y hasta de niños y adolescentes mártires —llamados «ángeles desconocidos»—, víctimas de los indiscriminados bombardeos, «balas perdidas» salidas de los «Garands», las «San Cristóbal», los «Springfield» y de las ametralladoras 30-06, cuyo terrorífico tronar ponía en vilo a los pobladores de la ciudad asediada.
Las familias huyen empavorecidas, corren agachadas por las calles y los accesos vitales en busca de refugio seguro. El reparto Chamberí sufre lo indecible, y la casi totalidad de sus casas fueron afectadas y parcialmente destruidas. También los alrededores de la intersección ferroviaria hacia donde se encuentra el Tren Blindado, descarrilado y tomado por asalto. Ha sido el golpe decisivo en la batalla de Santa Clara y la última guerra de liberación.
Amanece el día final del año. En horas de la tarde cayó herido de muerte el Vaquerito, el glorioso capitán que frente al Pelotón Suicida desafiara la muerte tantas veces. Media hora después se rindió la estación de Policía; luego, el Gobierno provincial. La cárcel fue tomada por asalto.
En las primeras horas de la noche, solo continuaban peleando el Escuadrón 31 y el Gran Hotel. La ciudad apenas duerme con el rugido atronador de las bazucas y la vuelta de los aviones con sus cantos de muerte y horror.
El minutero vuela. Es 1.º de enero. Solo faltaba por caer en manos rebeldes el Regimiento Leoncio Vidal, con cerca de 1300 soldados. ¡No hay tregua! ¡Rendición incondicional o fuego! Antes de las 12:30 p.m., el bastión de la dictadura se rinde. Batista ha huido. La ciudad sale a recibir a los rebeldes que, victoriosos, avanzaban en caravana hacia la plaza central.
Iban sobre jeeps, autos y camiones, con sus fusiles en alto o asomados por las ventanillas, barbudos; llenos de collares de semillas de Santa Juana y de peonías rojinegras, de crucifijos, medallas y rosarios; cruzadas al pecho las cananas, tocados con cascos, boinas, gorras y sombreros… La capital les espera.
En el centro de la isla quedan prendidas las luces verde olivo del triunfo.
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