Blogia
LA TECLA CON CAFÉ

A los 91 años del nacimiento de García Márquez


martes, 06 de marzo de 2018
3:35:06 p.m. 

Este martes 6 de marzo se cumplen 91 años del nacimiento del escritor colombiano Gabriel García Márquez, fallecido a los 87 años de edad. Como él mismo expresara en una oportunidad “Los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez”.                                               

Tal día como hoy del año 1927, nació Gabriel José García Márquez, nombre que debería haber sido Olegario guiándose por la tradición del santoral, pero un parto difícil y un cordón umbilical enrollado al cuello y que lo puso en serios aprietos, acabó con el nombre por impulso de Gabriel José: el primero en honor del padre y el segundo por el patrono de la localidad natal, Aracataca. 

  


Fue el mayor de 11 hermanos, pero en realidad fue el nieto de Tranquilina Iguarán Cotes y el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía, los abuelos maternos con quienes se crió desde los cinco hasta los nueve años, una infancia cargada de historias, fábulas e ir al cine y al circo.

El pequeño Gabriel aprendió a escribir a los cinco años en el colegio Montessori de Aracataca gracias a la joven profesora Rosa Elena Fergusson, de quien años después reconoció que se había enamorado y que por eso le gustaba ir al colegio. Fue ella quien le inculcó la puntualidad y el hábito de escribir directamente en las cuartillas, sin borrador.

Cuando murió su abuelo en 1936, García Márquez se reencontró con sus padres en Sucre, donde estaban trabajando, el padre en una farmacia que abrió a pesar de ser telegrafista y su madre cuidando del resto de la prole que aumentaba cada año.

A los 10 años ya escribía versos humorísticos y a los 13, gracias a una beca, ingresó en el internado del Liceo Nacional de Zipaquirá, donde le cogió pánico al frío. Fue esa infancia llena de aventuras, fábulas e historias contadas por los abuelos y sus tías la que sentaron las bases de su composición más célebre, Cien años de soledad.

En esos años tuvo como profesor de literatura a Carlos Julio Calderón Hermida, a quien en 1955, cuando publicó La hojarasca, le escribió esta dedicatoria: “A mi profesor Carlos Julio Calderón Hermida, a quien se le metió en la cabeza esa vaina de que yo escribiera”. Antes de que le concedieran el Nobel, García Márquez, declaró en la columna periodística que escribía y que publicaban más de una docena de diarios en el país colombiano que Calderón Hermida era “el profesor ideal de Literatura”.

El periodista que escribe historias

Tras acabar los estudios con muy buenas calificaciones y presionado por sus padres, García Márquez se trasladó a Bogotá para estudiar Derecho en la Universidad Nacional, aunque sin demasiado interés. Lo que sí aprovechó el joven Gabo fue el tiempo para hacer buena amistad con el médico y escritor Manuel Zapata Olivella, lo que le permitió acceder al periodismo y comenzar sus colaboraciones en el nuevo periódico liberal El Universal.

En Barranquilla, a principios de los años 40 comenzó a gestarse un grupo de amigos de la literatura que se llamó el Grupo de Barranquilla, cuyo líder era Ramón Vinyes, dueño de una librería en la que se vendía lo mejor de la literatura española, italiana, francesa e inglesa. Gabriel García Márquez se vinculó a ese grupo. Al principio viajaba desde Cartagena a Barranquilla cada vez que podía, pero después, gracias a una neumonía que le obligó a recluirse en Sucre, cambió su trabajo en El Universal por una columna diaria en El Heraldo de Barranquilla, que apareció a partir de enero de 1950 bajo el encabezado de La jirafa y firmada por Septimus.

Pero el estilo de Gabriel García Márquez ya estaba claro: nunca fue un crítico, ni un teórico literario, sino que siempre prefirió contar historias. Leyó a los grandes escritores rusos, ingleses y norteamericanos, y perfeccionó su estilo de periodista, aunque su vida bohemia y de locura con los compañeros de redacción tuviera que alternarla con vivir en pensiones de mala muerte y muchas veces sin dinero para pagar la noche.

A principios de los años 50, cuando ya tenía muy adelantada su primera novela, titulada entonces La casa, García Márquez acompañó a su madre a Aracataca con el objetivo de vender la vieja casa en donde se había criado. Fue entonces cuando comprendió que estaba escribiendo una novela falsa, pues su pueblo no era ni una sombra de lo que había conocido en su niñez, así que a la obra le cambió el título por La hojarasca y el pueblo ya no fue Aracataca, sino Macondo en honor a los corpulentos árboles comunes en la región, que alcanzan una altura de entre 30 y 40 metros.

Premio, matrimonio y viajes

En 1955 Gabriel García Márquez ganó el primer premio en el concurso de la Asociación de Escritores y Artistas. También publicó La hojarasca y un extenso reportaje por entregas, Relato de un náufrago, que fue censurado. La dirección del periódico en el que trabajaba decidió en ese momento enviarlo de corresponsal a Ginebra y luego a Roma, donde aparentemente el papa Pío XII agonizaba.

 

En total, Gabo estuvo tres años fuera de Colombia. Vivió una larga temporada en París, y recorrió Polonia y Hungría, la República Democrática Alemana, Checoslovaquia y la Unión Soviética. Continuó como corresponsal de El Espectador, aunque en condiciones cada vez más precarias y, aunque escribió dos novelas, El coronel no tiene quien le escriba y La mala hora, vivía esperando el envío mensual de su periódico, pero que cada vez se retrasaba más.

En marzo de 1958 contrajo matrimonio en Barranquilla con Mercedes Barchay tuvieron dos hijos: Rodrigo (1959) y Gonzalo (1962). Gabriel García Márquez cada vez tenía más responsabilidades y menos tiempo para escribir, pero a pesar de ello, su cuento Un día después del sábado resultó también premiado.

A partir de ahí su vida fue un continuo cúmulo de noticias, nombramientos y viajes.

Cuba y la CIA

En 1960 vivió seis meses en Cuba y al año siguiente fue trasladado a Nueva York. La agencia de noticias cubana Prensa Latina le había ofrecido un puesto en su delegación que iba a ser inaugurada en Manhattan.

Por aquel entonces, Gabo ya había coincidido con Fidel Castro dos años antes, pero no sería hasta tiempo después que la relación entre ambos se estrecharía. El FBI tomó buena nota de todos los pasos que dio el escritor durante su corta estancia en EE.UU.

 

Era el tiempo de la más cruda Guerra Fría, del revés en Bahía de Cochinos; él, un colombiano en territorio enemigo trabajando para el enemigo. No podía pasar desapercibido.

El 2 de julio de 1961 Gabo se exilió a México por presiones del gobierno estadounidense, la CIA y algunos disidentes cubanos. Y ya no pudo volver a Estados Unidos, al negársele el visado acusado de comunista.

En 1995 Bill Clinton revocó la medida. Los movimientos del escritor habían sido vigilados por el FBI desde 1961 hasta 1985.

Éxito y reclamo periodístico

La consagración de García Márquez como escritor comenzó un día de 1966 cuando se dirigía desde Ciudad de México al balneario de Acapulco. En ese trayecto Gabriel García Márquez tuvo la visión de la novela que había dado vueltas en su cabeza durante diecisiete años. Ahí fue cuando decidió que era el momento y se sentó a la máquina de escribir trabajando sin descanso ocho horas diarias durante dieciocho meses seguidos.

En 1967 apareció el resultado: Cien años de soledad, en la que Márquez edifica y dota de vida al pueblo mítico de Macondo y a la legendaria estirpe de los Buendía: un territorio imaginario donde lo inverosímil y mágico no es menos real que lo cotidiano y lógico. Así es como se describe el postulado básico de lo que después sería conocido como realismo mágico y que constituye una síntesis novelada de la historia de las tierras latinoamericanas que, en el fondo, es también la parábola de cualquier civilización, de su nacimiento a su ocaso.

Durante las siguientes décadas, en medio del éxito y el reclamo periodístico, Gabriel García Márquez escribió cinco novelas más y se publicarían tres volúmenes de cuentos y dos relatos, así como importantes recopilaciones de su producción periodística y narrativa. Publicó la que, en sus propias palabras, constituiría su novela preferida: El otoño del patriarca (1975), al que seguiría el libro de cuentos La increíble historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada (1977), Crónica de una muerte anunciada (1981) y, con posterioridad, El amor en los tiempos del cólera (1987).

Pero no solo sus novelas experimentaron la progresión y madurez como escritor, sino que la profesionalización también llegó a los elementos de su escritura, ya que reanudó sus colaboraciones en El Espectador y cambió la máquina de escribir por el ordenador. Su esposa, Mercedes Barcha, siempre colocaba un ramo de rosas amarillas en su mesa de trabajo al considerarlas de buena suerte y un autorretrato que le regaló Alejandro Obregón presidía su estudio.

El Nobel de Literatura

En la madrugada del 21 de octubre de 1982, Gabriel García Márquez recibió la noticia que hacía tiempo que siempre esperaba por esas fechas: la Academia Sueca le había otorgado el ansiado premio Nobel de Literatura.


Después se supo que en la terna final el galardón estuvo entre el colombiano, el novelista británico Graham Greene y el alemán Günter Grass. En aquella época se hallaba exiliado en México porque querían hacerlo prisionero en su país y tuvo que huir, pero el premio fue un acontecimiento cultural en Colombia y en toda América.

Desde que recibió el galardón su vida ya no fue la misma por el asedio de periodistas y medios de comunicación, así que, en marzo de 1983 Gabo regresó a Colombia y se fue a vivir a Cartagena con su madre.

Silencio, memoria y muerte

 

Tras algunos años de silencio, en 2002 García Márquez presentó la primera parte de sus memorias, Vivir para contarla, en la que repasa los primeros 30 años de su vida. En 2004 vio la luz la que iba a ser su última novela, Memorias de mis putas tristes. En 2007 recibió multitudinarios homenajes desde todas las partes del mundo por un triple motivo: sus 80 años, el 40 aniversario de la publicación de Cien años de soledad y el 25 de la concesión del Nobel.

Gabriel García Márquez falleció el 17 de abril de 2014 en Ciudad de México tras una recaída en el cáncer linfático que padecía desde 1999. El mundo entero lloró la desaparición del mago de las palabras cuyas descripciones eran pura poesía sin haber escrito apenas versos en su vida.

Gabo, el malabarista de la narración, siempre tuvo claro lo que habría sido de no haberse dedicado a escribir, y así se lo contó a su hermano en una ocasión: “Todo estaba en penumbra, un hombre tocaba piano en la sombra, y los pocos clientes que había eran parejas de enamorados. Esa tarde supe que si no fuera escritor, hubiera querido ser el hombre que tocaba el piano sin que nadie le viera la cara, solo para que los enamorados se quisieran más”.

Legado y compromiso latinoamericano 

La pluma indeleble del Gabo describió, más que paisajes maravillosos y una naturaleza ascética, toda la profundidad de la humanidad latinoamericana. En cada una de las páginas de ese “realismo mágico” con el que recorría nuestra identidad, se recogían la esperanza y los sueños de ese pueblo originario y verdadero del cual provenía, expresó el presidente venezolano Nicolás Maduro, quien se unió a la celebración del cumpleaños garciamarquiano a través de un comunicado.

Su vida literaria —apuntó— siempre estuvo de la mano con lo que calificaba de “el mejor oficio del mundo”: el periodismo. Sus relatos, crónicas y novelas estuvieron siempre atravesados por un fuero constitutivo de la identidad popular.

 

Durante toda su vida definió un compromiso político con el sueño unitario de nuestro continente, la posibilidad de una América Latina unida, como bien lo señalara en 1996: “Para mí, lo fundamental es el ideal de Bolívar: la unidad de América Latina. Es la única causa por la que estaría dispuesto a morir”.

Para Madsuro, el Gabo “fue un profundo pacifista y siempre abogó por el fin del conflicto armado en su Colombia natal”.

Por ello, desde la Revolución Bolivariana el mandatario venezolano estimó oportuno recordar el legado imborrable de Gabriel García Márquez como un eterno optimista para la paz y la unidad latinoamericana.

“Alzamos sus banderas de prosa indestructible como panegírico de ese hombre que desde la humildad propia de quien nace del pueblo entrega su vida a la felicidad de las pequeñas cosas que palpitan en la cotidianidad popular”, concluyó Maduro.

(Fuentes: EP/edes/rnv)

0 comentarios