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LA TECLA CON CAFÉ

PINTANDO A FIDEL

PINTANDO A FIDEL

 

8:51:53 a.m.

Por Mercedes Rodríguez García

« […] pues la edad de los héroes y los genios no se mide por días ni por años, sino por largos siglos y milenios». (Del poema El tiempo no devora redentores, Indio Naborí, 1996) 

Fidel no sabe dibujar, y ni de niño se conoce que lo haya intentado. Sí suele «mientras habla, garabatear las hojas de un bloc», o al menos así lo hizo en algún momento de las 23 horas de conversación con Frei Betto, en 1985. Y aunque el fraile dominico brasileño lo valoró como un recurso que lo ayudaba a sistematizar las ideas, no se trata propiamente de delinear sobre una superficie figura alguna, como sí lo hizo en la camisa de Nelson Domínguez.

Según explica el pintor cubano, se trata de una caricatura de él hecha por el propio Fidel, en 2002, de regreso a Cuba, luego de asistir en Ecuador a la inauguración de La Capilla del Hombre, obra de Osvaldo Guayasamín.

«El Comandante en Jefe invitó a varios artistas a un encuentro, donde los plásticos le regalamos algunos dibujos. Fidel, en muestra de agradecimiento, nos firmó algunos mensajes; al no tener yo nada a mano para que me firmase, dibujó sobre mi camisa y en su mensaje expresó el deseo de ser algún día ‘‘un pintor más exacto’’», explicó Domínguez años después.

Pero no es el caso de un líder al que le guste, sepa o pretenda pintar, pues según él mismo ha contado, lo más que ha hecho es leer, leer y leer cuantos libros ha podido en su vida. Disfruta escribir, filosofar, polemizar, hablar, y es capaz de abordar cualquier tema en los más diversos escenarios y circunstancias. Y aunque él no lo quisiera — o no lo quiera—, le ocurre lo que a pocos: es un ser humano «asediado por la gloria», al decir del escritor, periodista, profesor e investigador Luis Toledo Sande.

Y «asediado» es el término exacto para referirnos a lo que le sucede con los periodistas y artistas. Sin embargo —que se conozca públicamente y contrario a las decenas de entrevistas concedidas, entre las miles solicitadas—, solo ha accedido a posar para un pintor: Osvaldo Guayasamín.

CUATRO «QUIJOTES» REBELDES

 No tiene que contármelo nadie para imaginármelo —y debió serle muy difícil— permanecer varias horas frente al caballete del artista. Fue el sábado 6 de mayo de 1961, bien entrada la noche, en la casona del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos. El propio artista lo describió en una oportunidad: «No se está quieto un instante, atiende, llama, sugiere, indica, entra y sale, por lo tanto, hay que tener paciencia y esperar».

Mucho trabajo costó a Celia Sánchez persuadir al entonces joven Primer Ministro del Gobierno Revolucionario para que accediera a la inusual petición hecha por Guayasamín, quien solo argumentó querer pintar «al jefe victorioso de una genuina revolución latinoamericana como testimonio de su solidaridad».

El relato sobre el acontecimiento ha sido narrado por el propio pintor ecuatoriano, y refiere sus esfuerzos por pintar de prisa —y con luces artificiales— «a una figura cuya vitalidad parecía imposible retener inmóvil tanto tiempo», por lo que tuvo que pedirle reiteradamente que no se moviera, y otras, ir a su lado para precisar el ángulo que necesitaba. No había amanecido aún cuando Guayasamín anunció que había concluido. A Fidel le gustó. La pincelada es excelente, el trazo firme. Se le ve vigoroso, expresivo, como corresponde a un Quijote rebelde. Está satisfecho y elogia el estoicismo del artista, único para quien volvería a posar en tres ocasiones más: 1981, 1986 y 1996.

Sobre estos tres últimos retratos coincido con la valoración de Aliana Martínez, estudiosa de las artes plásticas:

En el retrato de 1981 se reitera la imagen quijotesca, pero el tratamiento de la barba es más delicado; en el de 1986 —cuando Fidel cumplía 60 años—, el abordaje del color es diferente, con predominio de los tonos amarillos. Ya aparece el desgaste físico, el impacto del tiempo.

El último es el único retrato en el que Guayasamín —no solo a Fidel, sino a cualquier otro retratado en ese período— pinta las manos. Por su fuerza, muchos coinciden en que es una obra medular. Fidel ha cumplido 70 años. Los empastes y colores logran efectos audaces de luces y sombras y convincentes texturas de la piel.

EN EL IMAGINARIO POPULAR

La imagen de Fidel ha estado en el imaginario popular desde los años 50 del pasado siglo, y cada forma (fotografía, pinturas, dibujos, carteles, vídeos) ha representado, de uno u otro modo, «un abrazo con una figura histórica», según Axel Li, crítico de arte de Opus Habana, y autor de una polémica tesis sobre el humor gráfico en Cuba.

Dentro de este género figura una sui géneris caricatura tridimensional hecha a Fidel por Tony López (España,1918-EE.UU., 2011), prácticamente desconocida. Evoca al fundador del M-26-7, «vestido de traje, imberbe, muy apuesto, en evidente postura de quien va a dirigirse apasionadamente al público, con la mano izquierda en el bolsillo del pantalón, el brazo derecho plegado, la mano cerrada y el índice elevado que lo caracteriza», de acuerdo con la descripción que hace el propio Li.

El escultor, por entonces radicado en Cuba, también realizó tres pequeños bustos del  entonces joven abogado: dos en 1958 y el otro, en 1959. La figurilla corresponde aproximadamente a 1955.

Pero, ¿quién no recuerda, ha leído o escuchado hablar del Fidel barbudo de René Nuez, o el de Juan David, maestro de la caricatura personal? Lo mismo se me ocurre preguntar sobre el Fidel de Conrado Massaguer, o el de «¿Voy bien, Camilo?», que recoge un instante místico, de fuerte simbolismo, cuando una paloma blanca se posa sobre el recién triunfante líder mientras hablaba en público.

Fue la época en que posiblemente más se le dibujó, como parte de una noticia, en relación con un hecho u otra intencionalidad periodística. Fidel aparecía dibujado en todas partes, incluso, «desdibujado» en paredes, tapias, pancartas, puertas, ventanas, vasos, platos, libretas y cuadernos escolares.

Con el tiempo —Li es categórico— « la imagen del jefe revolucionario, reflejada desde la perspectiva del humor editorial y la caricatura personal, fue perdiendo vigor en la prensa nacional», lo cual —sin quedar relegada absolutamente— hizo pensar en una especie de desaprobación oficial que, en última instancia, pudo seguir al deseo manifiesto del propio Fidel de evitar el culto a su personalidad, y ¿por qué no? la voluntad política de cortar la retirada a una burguesía «chistosa e inconforme» que —dentro y fuera de la Isla— recurría a comentarios gráficos mal intencionados con el fin de provocar desequilibrio y disturbios, como bien apuntara en 1960 el colega Jaime Sarusky.

En definitiva, la caricatura es más que la de la prensa plana, y en la actualidad originales retocados de la época se exhiben en galerías y exposiciones itinerantes. Sobresalen —además de los ya citados— las caricaturas de Fidel realizadas por Fornés, Chago, Delga, Raval, Adán, Boligán, Laz, Amílkar, Tomy, Ñico, Piedra, Roland, Pedro, Nordelo, Virgilio… Todas tienen su mérito, pues señalan aquellas maneras o soluciones gráficas aparecidas con los años y conforme con voluntades propias y/o ajenas.

EL MEJOR RETRATO

Al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios, al Diablo lo que es del Diablo, y a Fidel, ¡lo que es de Fidel!, que no es ni una cosa ni la otra, pero sí —indiscutiblemente— un líder de «talla extra», un político excepcional, un eterno rebelde, un luchador incansable, aun cuando ya se acerca a su 89 cumpleaños.

Hace poco leí un comentario del colega Iroel Sánchez en el cual —en boca de Sidney Pollack— hace referencia a cierto listado en que Fidel aparece junto a figuras como Cristóbal Colón, Einstein, Jesucristo, Mahoma y Galileo. Y cita de memoria lo dicho al respecto por el cineasta a Estela Bravo: «El mundo ya no será igual después de él».

Mas, a juzgar por sus concepciones ace ca de la historia, la eternidad y la gloria, no creo que Fidel haya perdido alguna vez el sueño —más allá de sus hábitos nocturnales— por tal o más cual imagen sobre su persona. De ser así, su vigilia no tendría fin. A él le han rimado los poetas; biografiado, los cronistas; referenciado, los articulistas; entrevistado, los periodistas; captado, los fotorreporteros, dibujado, los caricaturistas; pincelado, los pintores; cantado, los trovadores.

Durante la entrevista concedida en 1992 a Tomás Borges, reveló que su sentido estricto de la justicia le prohibía «juguetear con la idea de ocupar sitios prominentes, sitios destacados», por lo que prefería «mil veces» pensar en el lugar que les corresponde a las causas que defiende, a las ideas justas, a los derechos del hombre, «a la felicidad del hombre en el mundo del futuro». Y aunque a fuerza de los años ha debido aceptar homenajes, condecoraciones, celebraciones y cumpleaños públicos, nunca ha aceptado un retrato oficial.

Y entre cientos, los hay muy buenos, por reflejar, además, su pensamiento y su alma. Hechos por artistas cubanos y extranjeros, ahí están los «Fidel», de Servando Cabrera (1980), Oscar Niemeyer (1999), José Luis Fariñas (2006), Dausell Valdés (2008), Franco Azzinari (2012), Kamyl Bullaudy (2013), por solo citar algunos.

Lo mismo pudiera decirse de las fotografías. Ellas constituyen las muestras más reales de su intensa mirada, de su sonrisa, del emblemático uniforme verde olivo, de su estatura de líder universal. Verdaderas joyas de consagrados del lente: Alberto y Luis Korda, Jorge Oller, Rogelio Moré, Osvaldo Salas, Liborio Noval, entre otros que, en el mundo del audiovisual, alcanza supremacía en Roberto Chile, cuyas imágenes perpetúan el sentimiento y la épica de la historia cubana más reciente.

Nadie ha descrito a Fidel Castro Ruz mejor que su amigo Gabriel García Márquez: «Lo llaman: Fidel. Lo rodean sin riesgos, lo tutean, le discuten, lo contradicen, le reclaman, con un canal de transmisión inmediata por donde circula la verdad a borbotones. Es entonces que se descubre al ser humano insólito, que el resplandor de su propia imagen no deja ver…»

Y ¿quién lo ha pintado mejor? Su pueblo, la vida misma. Al arribar este 13 de agosto a los 89 años, Fidel continúa siendo como en los versos del canto romántico que escribió Carilda Oliver, en marzo de 1957, cuando leyó la confirmación en la revista Life de que el jefe rebelde estaba vivo: «como un ciclón repentino /como un montón de banderas».

 

 

 

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