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LA TECLA CON CAFÉ

El guerrillero más joven de Ñancahuasu

El guerrillero más joven de Ñancahuasu


 

06/07/2012 18:02:19


Por Mercedes Rodríguez García

 

Lo nombraron Serapio, y solo se sabe que nació en octubre de 1951, en la comunidad Suripanta-Surusaya de Viacha, capital de la provincia de Ingavi, departamento de La Paz, Bolivia. Ni Vicenta Tudela pudo recordar el día exacto que lo trajo al mundo, aunque siempre aseveró que Serapio era de los más pequeños, entre los 11 hijos que le parió al campesino Manuel Aquino.

 

Entrevistada por última vez en 1985, Vicenta se negaba a admitir la muerte de Serapio, el guerrillero más joven de Ñancahuasu. Para ella, seguía siendo el muchacho «obediente y preocupado por sus estudios», que cada día le ayudaba en la venta de pan, «cargando las canastas hasta las ferias de Wilaki, Popoco, Iba­cuta y Desaguadero», o llevándolas en carretilla hasta la plaza central.

Y no  dio nunca «elementos de fuerza mayor» porque le bastaba lo que «profesaba su corazón y cavilaba su cerebro»  para sentirlo, verlo y oírlo vivo, tomándole a hurtadillas sorbitos de leche durante la noche, jugando futbol callejero con sus hermanos, parando en seco la pelota frente al arco del equipo San Martín...

«Él dijo que iba a trabajar y con eso me ayudaba. No alcanzaba la plata para mantenerse [...]. Entonces le encargué que fuera honrado. Cuando se fue tenía 15 años y estudiaba segundo curso en el colegio adventista».

En realidad Serapio Aquino Tudela (Serapio o Serafín) se hallaba a 250 kilómetros al sur de Santa Cruz, en una finca atravesada por el río Ñacahuasu, campamento base de la guerrilla. Allí lo llevó a trabajar como peón su primo Apolinar Aquino Quispe (Polo), quien se desempeñaba como obrero, dirigente sindical y militante del Partido Comunista Boliviano (PCB), al cual pertenecían ambos. El 19 de diciembre de 1966 se sumaron al grupo de combatientes y fueron asignados a la retaguardia.

Pero desde antes, el 10 de noviembre, el jefe guerrillero prueba a Serapio encomendándole acompañar a Pachungo y Pombo en una exploración bordeando el curso del arroyo Ñacahuasi en busca de un sitio más seguro donde establecer campamento permanente. El cumple y se comporta responsablemente. Trabaja en la excavación de un túnel para esconder «los artículos que pudieran ser comprometedores y algo de comida en lata», así como en la construcción de un «observatorio que domina la casita de la finca para estar prevenidos en caso de alguna inspección o visita molesta», como refiere el Che en su Diario, los días 17 y 23 de ese mes.

El 31de diciembre expresa su decisión de continuar luchando, pese a que Mario Monje, secretario general del PCB reclamó para sí el mando de las tropas, sosteniendo que no estaba dispuesto a aceptar que personas extranjeras lideraran un ejército guerrillero en su país. En las notas correspondientes a ese día, el Che deja constancia de la actitud Monje: «Habló con todos planteándoles la disyuntiva de quedarse o apoyar al partido; todos se quedaron». Serapio asimiló sin reparos «la unidad con todos los que quieran hacer la revolución», comportándose  a la altura de los «momentos difíciles y días de angustia moral para los bolivianos», tal y como les pidió el Guerrillero Heroico.

El curso de los meses venideros  haría el resto, una vez aprobado el «examen preliminar de guerrilleros», a que los sometiera el Che a lo largo de una marcha lenta, agotadora, agravada por afecciones físicas de los hombres, y la escasez de alimentos y de medicamentos.

Para  junio —como ironiza el Che al resumir el mes— «la leyenda de la guerrilla crece como espuma»;  y los guerrilleros se muestran como «superhombres invencibles», gracias a una serie de acciones combativas exitosas que la radio boliviana difunde, a veces sin datos precisos sobre los rebeldes, asediados  en 120 kilómetros a la redonda por miles de soldados del ejército. [...] La moral de la guerrilla sigue firme y su decisión de lucha aumenta. Todos los cubanos son ejemplo en el combate y sólo hay dos o tres bolivianos flojos».

En julio los momentos difíciles cobran rudeza.  Douglas Henderson, el embajador norteamerica­no, en contacto permanente con el presidente René Barrientos Ortuño, precisa golpes demoledores.

El general boliviano acata si reparos y al pie de la letra las «sugerencias» del representante yanqui, dispuesto a liquidar de una vez y por todas con todo lo que huela a  guerrilla, revolución y comunismo.

En las ciudades los escuadrones de la muerte desatan el terror y aumentan los asesinatos, que para 1968 alcanzaron entre 3 mil y 8 mil víctimas. En  el área donde opera la guerrilla, además de la fuerza militar armada hasta los dientes, funcionan de maravilla las astucias y amenazas sobre los pobladores, «un trabajo campesino que no debemos descuidar, pues transforma en chivatos a todos los miembros de una comunidad, ya sea por miedo o por engaños sobre nuestros fines», de acuerdo con la propia visión de Che Guevara.

Bajo tales condiciones, el 6 de julio, un reducido grupo de hombres comandados por el jefe guerrillero tomaron la población de Samaipata, capital de la provin­cia de Florida, situada a 120 kilómetros de la ciudad de Santa Cruz. Siguen sin contactar con la retaguardia, y existen indicios de que tropas armadas y entrenadas por oficiales rangers norteamericanos tratan de cercarla.

El 8 de julio Israel Reyes Zayas (Braulio), apunta en su cuaderno: «los sold. [soldados] sorprendieron a Alejandro y a Polo en la posta de observación, abandonamos el campamento a otro, pero el ejército nos siguió y el día 9 Guevara y Polo sorprendieron a los mismos, seguimos para el río Yaqui. Cuando eran la 4 de la tarde Serapio iba delante cuando los sold. los sorprendieron matándolo de varios disparos», en el cañadón del río Iquira.

Serapio se encontraba muy lesionado de un tobillo, y cuando la columna fue sorprendida no pudo defenderse. Rengueando, con un bastón y sin armas, le asesinaron.

En su libro «Piedras y espinas en las arenas de Ñancahuazú. Historia de un guerrillero junto al Che en Bolivia» (Qhananchawi, Edición: 1a. ed. 2001) otro primo de Serapio, el ex guerrillero EusebioTapia Aruni, cuenta:

«Serapio se adelantó en la marcha; iba sin mochila para que descansara de la carga, pues tenía dificultad al caminar producto de un problema en un pie que las largas marchas habían agravado. Al pasar una curva del camino parece que sintió un movimiento extraño y empezó a gritar: “¡El ejército!, no avancen que hay soldados” [...] los proyectiles de la ametralladora, dieron impacto en el pecho de Serapio de arriba hacia abajo, como si lo cortaran, algunos rebotaban de la piedra en la cual se escudó, al menos le impactaron como seis proyectiles, se calló, y su cabeza cayó sobre la misma piedra y no se levantó más. [...]»

Cuando Eusebio fue apresado, los soldados le explicaron que «ellos decían a Serapio que se callara, porque la intención era coger a todo el grupo, pero él gritó y por eso lo mataron. [...] El nos salvó la vida ese día. Nosotros maniobramos, entramos al monte, dejamos la mayor parte de la carga y retrocedimos unos kilómetros hasta que el río se encajona y no pudimos seguir. Parece que el ejército por miedo no avanzó más. Eran los del CITE, una Compañía de Tropas Especiales de Paracaidistas».

El 12 de julio el Che se entera por la prensa, y escribe en su diario: «Ahora la radio trae otra noticia que parece verídica en su parte más importante; habla de un combate en el Iquira, con un muerto de parte nuestra, cuyo cadáver llevaron a Lagunillas [...]».

Los restos de Serapio Aquino Tudela fueron encontrados el 9 de febrero de 2000. Desde el 8 de octubre de ese mismo permanecen en un nicho del Memorial Ernesto Guevara.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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