«La Pasión de Cristo», un film aglutinador
01/04/2012 7:26:40
Año de producción: 2004
País: EE.UU.
Dirección: Mel Gibson
Intérpretes: Jim Caviezel, Maia Morgenstern, Monica Bellucci, Rosalinda Celentano, Hristo Shopov, Claudia Gerini, Hristo Jivkov, Francesco De Vito
Guión: Benedict Fitzgerald, Mel Gibson
Música: John Debney
Fotografía: Caleb Deschanel
Duración: 127 min.
Género: Drama, Histórico
Muchas películas abordan la vida de Jesús de Nazaret, con más o menos fortuna. Todas se han enfrentado a diversos obstáculos, en cuanto a la posible acogida del público. Está el espectador cristiano, conocedor de los hechos históricos, que alimentan además su fe: público exigente, que no va a aceptar cualquier cosa a la hora de ver representado a su Señor.
Luego existe un público amplio, más o menos creyente, que cree conocer el evangelio, aunque en el fondo sólo tiene una idea vaga del mismo, quizá por recuerdos de infancia. También hay que señalar al espectador agnóstico o ateo, con frecuencia reticente a un posible intento de «ser evangelizado», y que no desea dedicar un minuto a algo que huela a religioso.
A la dificultad de llegar a un público tan heterogéneo, se suma otra realidad: los evangelios incluyen multitud de relatos, parábolas, milagros, enseñanzas, invectivas, viajes..., en los que intervienen numerosos personajes. Dar unidad a todo, y presentarlo atractivo y creíble, no resulta sencillo. Y de pronto, llega Mel Gibson con una idea la mar de razonable, pero que nadie había acometido hasta ahora: hacer una película vibrante y minuciosa, nada relamida, que se centre en la Pasión. Pues, ¿no son a la postre los misterios pascuales los acontecimientos centrales del cristianismo? ¿Y no rememora anualmente la Iglesia en su liturgia, en una semana que llama ’santa’, la pasión, muerte y resurrección de Jesús?
Acierta Gibson al dar con el elemento aglutinador del film: Cristo ha venido al mundo movido por el amor, para redimirlo del pecado; y acepta para ello, voluntariamente, su pasión y muerte. Tiene una misión que cumplir, con un sentido; y esos sufrimientos terribles no son un fracaso: liberan, y llevan a la resurrección. A partir de ahí, puede centrarse en la narración de las últimas 12 horas de Jesús, desde que acude con sus discípulos al huerto de Getsemaní, hasta su muerte en la cruz. Una narración que se basa sobre todo en los evangelios, seguidos con fidelidad, aunque también toma elementos de revelaciones privadas a dos monjas: la beata alemana Anna Katharina Emmerich, y la venerable española María de Ágreda.
El film resulta duro, muy duro. En ese sentido, la película discurre en la misma línea que otros títulos recientes, que tratan temas importantes, descritos sin falsos pudores, como Salvar al soldado Ryan (el horror de la guerra), La lista de Schindler (el holocausto), Te doy mis ojos (la violencia doméstica), Traffic (la drogadicción y el narcotráfico).
Desde que Jesús es apresado en el huerto de los olivos, es sometido a todo tipo de vejaciones. Y el guión de Gibson y Benedict Fitzgerald, no hurta los detalles que describe el evangelio: insultos, empujones, bofetadas, salivazos. Le obligan a colocarse vestiduras ridículas, le desnudan, le azotan salvajemente, le coronan de espinas...
Una increíble sesión de tortura, mostrada con realismo, pero sin regodeo. «Pienso que nos hemos acostumbrado a ver preciosos crucifijos en las paredes, y hemos olvidado lo que pasó de verdad. Me refiero a que sabemos que Jesús fue azotado, que cargó con la cruz, que los clavos le traspasaron las manos y los pies, pero raramente pensamos en lo que eso significa», comenta Gibson. Que la violencia no es recomendable para todos los públicos, es una idea que el director introduce en el film de modo ingenioso: cuando obligan a Simón el Cirineo a cargar con la cruz, pide a su hijo que vuelva a casa, que no contemple el triste espectáculo de los condenados a muerte.
La película aporta desde el principio la información clave: que todo lo padece Cristo para librar al hombre del pecado. Singularmente cuando el diablo le tienta en el huerto, diciendo que no puede pretender cargar sobre sí el peso del pecado de todos los hombres.
Por otro lado, a lo largo de esas horas de suplicio, se introducen con acierto flash-backs que, además de permitir respirar al espectador, ayudan a conocer el mensaje de Jesús y el sentido de su sufrimiento: vemos que es verdadero hombre, con sentido del humor, en las escenas con su madre; que acoge al pecador arrepentido, cuando se pretende lapidar a María Magdalena; que el amor se desborda en la última cena, anticipo del sacrificio de la cruz...
Gran acierto de Gibson es ofrecer la mirada de la Virgen María, muy bien interpretada por Maia Morgenstern. El espectador sufre con ella los dolores del hijo. Y a la vez, participa de su serenidad, de modo que momentos como la caída con la cruz, que retrotrae al pasado, o cuando recoge con unos lienzos la sangre de la flagelación, conmueven.
El director tiene una habilidad especial para humanizar su historia. Cuando Pedro niega a su maestro, la mirada que éste le dirige —maravilloso Jim Caviezel— es más expresiva que mil discursos: una mezcla de lástima y algo de socarronería, como si dijera «¿no te lo había dicho?». La conversación con Pilatos, el procurador romano, no tiene desperdicio, y entiendes bien las dudas de este hombre cruel, acrecentadas por las conversaciones con su esposa.
Si para un actor fue especialmente duro el rodaje, ese es Caviezel. El rodaje fue en invierno, y soportó las bajas temperaturas casi desnudo en las escenas de la cruz: «No podía aguantar más de 10 minutos, y aun así sufría muchas veces hipotermia. Los músculos te tiemblan de modo tan violento que te duele, pero no puedes pararlo», comenta. Incluso en la flagelación, uno de los que hacía de soldado romano apuntó mal y le dio en la espalda. Explica Caviezel: «No pude ni gritar. No te sale el aire porque no puedes respirar».
La película se rodó en Italia, en el estudio 5 de Cinecittà, y en la ciudad de Mattera, el mismo lugar donde Pasolini hizo El evangelio según san Mateo. El trabajo de dirección artística y fotográfico es asombroso. Caleb Deschanel, director de fotografía, de acuerdo con Gibson, tomó como referencia pictórica la obra de Caravaggio «en lo que se refiere a los rostros que usaba en sus cuadros, a la iluminación y a la composición. (...) También me inspiré en Géricault, Rafael y otros artistas.»
Atrevida resulta la escena de apertura en el huerto de los olivos, con luz azulada que imita la luna y con niebla: rodada en estudio, no se ve el fondo, y da al lugar una indefinible sensación de infinitud, como de otro mundo. Precioso resulta también el plano que sigue a la muerte de Jesús: un plano cenital del Gólgota como borroso, en que vemos caer una gota de agua, el comienzo de una lluvia, pero que cabe interpretarse como una «lágrima» de Dios, que llora la muerte de su hijo.
Pensaba Mel en un principio estrenar su film —rodado en las lenguas originales de la época—, sin subtítulos, confiando en la fuerza de las imágenes. Al final pesó la prudencia, y se pusieron los letreros justos. Su visionado en DVD proporciona ahora, a quien lo desee, la experiencia de ver el film desnudo, sin subtítulos, para así constatar que el impacto visual basta para seguir la historia.
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