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LA TECLA CON CAFÉ

Las jabitas, el iceberg y el sofá

Las jabitas, el iceberg y el sofá

 

08/02/2011 2:27:18

Por Mercedes Rodríguez García

 
Sin alcanzar la categoría de pregón, el monótono anuncio lo repite casi con la misma intensidad e intervalos que cualquier lumínico o guirnalda navideña: intermitentemente, en susurros, con entonación asmática.


 
«¡Jabi-ta, jabi-ta, jabi-ta, jabi-ta..!». Y paso de largo sin detenerse en la «pinta» del vendedor pues, además de abuelitos, jubilados o pensionados, que se «buscan sus ¿quilos? para los cigarrillos del día», los conozco cincuentones, altos, fornidos y rozagantes.
 
Mas estos personajes constituyen apenas la punta del iceberg. Y no en Groenlandia ni en la Antártida o frente a un glaciar, sino en las inmediaciones de cualquier establecimiento de comercio o servicios a lo largo y ancho de esta vehemente isla caribeña.
 
Tal vez no sean ni malos ciudadanos, ni una especie endémica de Cuba.
 
Ni siquiera, revendedores de pacotilla o baratijas que proliferan en cualquier parte del mundo. Es el caso de quienes, como el «camaroncito duro», nos sacan del apuro porque aparecen en el lugar exacto y a la hora precisa, para ofertarnos el utilísimo y demandado artículo que debiera ofrecer la red de mercados estatales a 50 centavos MN.
 
En este caso, a contrapelo del refrán, la soga debiera romperse por donde es necesario.
 
Al menos a esa conclusión llegué luego de leer hace unas semanas un reportaje publicado en Trabajadores (lunes 24 de enero), titulado «¿De dónde son las jabitas?». ¿Usted no lo sabe?, pues yo sí: «Son de la loma y cantan en llano, ¡si señor, cómo no...!»
 
Y aludo a la soga de la popular sentencia más bien como previsión que como defensa, pues injusto, improcedente e inútil resultaría «botar el sofá» en lugar de la mujer que el marido sorprendió fornicando sobre el mueble. O dicho con las mismas palabras de un  administrador, reproducidas en el citado periódico: «Los enfrentamos (a los vendedores de jabitas) con mucha fuerza. La PNR los ahuyenta, pero al, poco rato regresan a las afueras del mercado, donde no tenemos mecanismos legales para combatirlos».
 
¿Qué pensará de todo esto el policía? ¿Acaso él —tal vez vestido de civil— no ha tenido que «caer en las redes» de este u otro tipo vendedor nada furtivo? ¿Y yo, y tú y nosotros y vosotros y ellos? Para todos una única disyuntiva: si no pago un peso por la jabita, ¿cómo puedo llevarme a casa lo que compré en la bodega, en la tienda, en el agromercado, etc., etc., etc.? ¿Dónde empaco después los frijoles, los desechos sólidos y otro sinnúmero de alimentos que se expenden a granel? Y finalmente, cumplida la función que sea, la desechamos como basura doméstica que puede perdurar intacta de 500 a 1.000 años.
 
Atajemos al toro por los cuernos y no por una pata. ¿Por que los administrados no «enfrentan» su propia ineficiencia, la de sus empleados, la de sus superiores, la de otros más arriba de sus superiores? ¿Hasta cuándo y hasta dónde seguir investigando un asunto del que ya se conoce una parte, es decir, la paralización de Plinex, una de las tres fábricas del país destinadas a la producción de envases desechables?
 
De esta industria en la capital del país solo salieron 9,8 millones de unidades el pasado año contra 204 millones que produjo en el 2000, fundamentalmente para CIMEX, su cliente principal. Acumula deudas, faltan piezas de repuestos, la materia prima importada ha subido de precio, reducción considerable de su plantilla, el resultado parcial de una auditoría detectó fraudes en la facturación y las conciliaciones, serios problemas con los expedientes de cobros y de pagos, sustitución de dos directores en un solo año.
 
¿Y en la fábrica de Cienfuegos? De esta,  dos de mis informantes --por supuesto-- vendedores de javitas en Santa Clara, me dicen que «les llega la mercancía». No tan grave como en la Plinex, pero también con una producción inestabilidades, me parce difícil que pueda cumplir los 250 millones de unidades previstas para el año en curso.
 
¿Entonces? Contrariamente a lo que el sentido pudiera indicar, muchas personas ven con buenos ojos a los vendedores callejeros, (los de jabita no son los únicos) aunque imaginemos la procedencia ilícita de su mercadería?
 
«Aquí vendemos baratas las jabitas, en La Habana están a dos pesos», me confiesa uno de ellos. ¿Nunca te has topado con un policía? «Sí, pero me voy para otro lugar o me pierdo dos o tres días». La otra es mujer. «A mi me manda las jabita una amiga de Cumanayagua y solo le gano 50 centavos a cada una». Y ¿cuántas vende en un día, aproximadamente? «Si estoy de suerte, todas las que me traiga 100, 200, 300. Todas, siempre las vendo, si no es aquí en el Boulevard, en el Sandino, en cualquier lugar, en las tiendas nunca hay ¿Y siempre tiene? «Casi siempre, ahora están algo escasas». ¿Cuántos vendedores como usted cree que haya en Santa Clara? «No sé, pero somos unos cuántos».
 
La otra cara de la moneda, los establecimientos que recorrí y donde pregunté sin identificarme. Por supuesto, todas las dependientas pusieron en duda que de allí salieran las bolsitas.
 
«Nos da pena con los clientes, pero qué vamos a hacer». «Hace tiempo que no recibimos cantidades suficientes». «¡Cómo usted cree que vamos a regalar  bolsitas para que las revendan en la calle!, eso nos perjudicaría económicamente porque muchas personas no se llevan la mercancía  si no se la echamos en bolsitas». «Si no hay de las medianas o de las grandes distribuimos los artículos en varias bolsas pequeñas, pero ello incrementa los costos». ¿Los costos nada más? A ver, dígame,  cómo introduce, por ejemplo, un par de platos en las bolsas chicas? «Óigame, señora, ¡La Habana no cabe en Guanabacoa!»
 
Presuntamente las sustracciones de jabitas ocurren en cualquiera de los eslabones de la cadena fabricación-transportación- economía interna. Pero es hora ya de quebrantarlos en aras de la atención al consumidor, para lograr un justo equilibrio entre las necesidades de este y las del desarrollo económico nacional.
 
No basta con repetir que la política económica y social que siempre ha caracterizado al proyecto revolucionario cubano, ha sido consecuente con sus aspiraciones y objetivos de equidad y justicia social para toda su población. En materia de Protección al Consumidor queda mucho por hacer.
 
Es un derecho constitucional del ciudadano y una responsabilidad civil de las personas jurídicas, un engranaje que se establece a partir de la relación calidad-precio, calidad-cliente, calidad-mercado.
 
Y no este un simple asunto de jabitas. Se trata de un iceberg, del que apenas sobresale del agua una décima parte, pudiendo alcanzar hasta 200 kilómetros de extensión y miles de profundidad. El sofá asumimos tirarlo por la ventana, hacerlo añicos, darle candela. Pero, ¿qué hacer con la esposa infiel?

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