ABEL, COMO UN GIRASOL PERENNE.
Por Mercedes Rodríguez García
Sobre el «más generoso, querido e intrépido» de los asaltantes al cuartel Moncada, testimonios pocos conocidos, que a comienzos del siglo XXI refirieron tres amigos de su infancia y juventud en el batey del antiguo central Constancia, en Encrucijada.
En «Haydée: Del Moncada a Casa», libro que escribió la hija sobre la madre, aparecen revelaciones de familia y otras historias, que no por conocidas transcurren súbitas y encantadoras gracias a la pluma sincera, poética e irreverente de Celia María Hart Santamaría, cuyo aprendizaje literario pudiera también hallar origen en los «bordes filosos del saber pulido» heredados de su progenitora y de un tío de dulzura lindante en ingenuidad casi infantil.
Sin embargo, Celia María no deja constancia en el texto referido de que el «más generoso, querido e intrépido» de los asaltantes al cuartel Moncada, sintiera —también como su hermana— preferencia por los girasoles, flor que para Haydée «por ser hermosa, no renuncia a ser inteligente, fácil de plantar y útil», y sobre la cual decía «se saca buen aceite».
¿Por qué, mama?, pregunta Celia María. Y la madre invariablemente respondía: «El girasol se siembra en campos abiertos al sol y al agua. Esa flor menea la corola en busca del Sol, formando lindos rejuegos con el tallo…y además le gusta convivir con sus compañeras…» (…) Es, en definitiva, una flor revolucionaria».
Entonces —digo yo— de alguna manera Abel Santamaría Cuadrado fue un girasol creciendo cada vez más hacia el astro de la vida, de sierpe erecto, proveedor de aceite bienhechor, de interior reflejo, noble, brillante, traslúcido, perenne.
Y como a Celia me viene de pronto a la memoria la carta que desde la cárcel de mujeres en Guanajay, Haydée le enviara a Joaquina luego del ataque al cuartel Moncada, refiriéndose al hermano asesinado:
« ¿No te das cuenta, mamá? Abel no nos faltará jamás». (¿Acaso escasean los girasoles?
MARINA: « ERA EL HIJO QUE LE LLEGABA AL ALMA»
¡Qué de nuevo escribir sobre este joven adoptado por la gloria para siempre! ¿Qué escribir sin repetirme? ¿Qué reseñar desde aquel 20 de octubre de 1927cuando Joaquina Cuadrado lo pariera?
¿Ir de nuevo a Encrucijada? ¿Volver a imaginarme las paredes del cuarto tras las cuales esperaba con la tranquilidad propia de su temple Don Benigno Cuadrado, el padre?
Retorno pues a los orígenes de una investigación inconclusa, añejada en el tiempo que tanto ha caminado desde la primera vez que visité el batey del central Constancia, allá por los finales de 1970.
Pero fue una mañana de los primeros días de julio de 1990 cuando conocí a Marina Rivero González, vecina inmediata de Joaquina. «En sus últimos años —me cuenta— vivía sola y a veces me pedía que la acompañara un rato. Se dormía conversando conmigo o viendo la televisión. No me gustaba preguntarle sobre Abel, pero cuando una vez lo hice nada más me dijo que le llegaba al alma.
—Y de Abel, ¿qué recuerdos tiene?
—Él se fue de aquí como a los 19 años. Estudiamos la primaria juntos (…) Yo era medio bruta y las Matemáticas no me entraban, por eso me sentaba a su saldo y trataba de fijarme en lo que él respondía. Yo sé que eso es malo, pero entonces éramos muchachos comunes y corrientes, de campo, tratando de salir a flote de cualquier manera…
ANDRÉS: «VENDRÍA A BUCARME PARA JUGAR PELOTA»
Ya en el 2000 conversé con Andrés Carol Amador. « ¿Cómo está?», le pregunté. «Aquí, haciendo los mandados, dejando que pasen los días y las noches, soñando con los buenos tiempos», los de molinero, operador de centrífuga y rotulador de sacos en el central Constancia.
— ¿Qué piensa si Abel, su amigo, viviera?
—Bueno, no duda que vendría a buscarme para jugar pelota, como entonces, en aquellos pitenes manigüeros donde nos disputábamos el short stop.
— ¿Era Abel buen pelotero?
— ¡Qué va! No recuerdo si alguna vez mandó la bola a lo profundo o se anotó una carrera. Jamás nos enfrentamos en pitcheo y bateo…
— ¿Y en cuestiones de política?
Sí, bastante. Él no se cansaba de explicarme que el comunismo no era el infierno, aunque de verdad, yo sentía terror al escuchar la sola palabrita.
—Y después que Abel se fue para La Habana…
—Venía con frecuencia, en un cacharro, creo que un Pontiac. Lo parqueaba frente a la casa.
— ¿Verdad que un día trajo a Fidel?
— Cierto, debió haber sido poco antes del Moncada, por mayo del 53. Le pedí a Abel que me llevara a trabajar con él para La Habana. No sabía que anduviera en trajines de revolución, aunque me lo imaginaba. Al despedirnos me dijo que guardara dinero, que cuando regresara de una visita que iba a hacer a otra provincia vendría a buscarme.
Otro breve testimonio me lo ofreció por esa misma época Armando Riverón Ávila:
ARMANDO: «ME DECÍA MINGO MINGOLO»
«Abel nunca me llamó por mi nombre, me decía Mingo Mingolo. Yo no era exactamente su hombre de confianza, cono dicen algunos por ahí, sino uno más de sus amigos allegados. Tal vez intimamos debido a nuestra afiliación al partido Ortodoxo, que con la muerte de Chibás se fue tornando pura habladuría.»
—El día que Abel vino con Fidel, Carol lo fue a buscalo a su casa.
—Sí, Abel me lo presentó. Me pareció un hombre serio, bien intencionado, con ideas y forma de hablar muy diferentes a las de los políticos de entonces.
—Usted era el barbero del batey...
—Sí, pero nunca pelé a Abel. A Don Benigno, sí. La última vez que lo vi fue cuando lo embarcamos en tren para La Habana, junto con Haydée. Se llevaban un cajón de bacalao que el conductor no a tras ni adelante dejó que subieran al camarote. Para mí que eran armas. Yeyé conversó bastante tratando de convencer al hombre, hasta que llegó Abel, que se había quedado rezagado, y en memos de un minuto logró convencer al empleado para que el paquete no fuera en la casilla de cargas, sino junto con ellos, en el coche dormitorio.
También me cuentan que Abel leía mucho, que le encantaba bañarse en el río y montar a caballo; que era alegre, robusto, de tez muy blanca y manos finas; sencillo, servicial; de palabra fácil y verbo convincente; buen bailador, siempre disputado por las muchachas; en oportunidades, chistoso, apasionado, cauteloso, discreto y atrevido.
PARA NO REPETIR OTRAS HISTORIAS
¿Qué más escribir sobre Abel? ¡Abel sigue siendo tanto! Tanto como la Revolución que nació en su pequeño apartamento de 25 y O, en el Vedado, que alcanzó la mayoría de edad en el Moncada y maduró en La Sierra. Por eso no repetir la tan conocida historia de muerte, asesinado. Y mucho menos aquella tan cruel, tan increíble, la de sus ojos azules arrancados.
De alguna manera prefiero siga siendo como la flor preferida de su hermana Haydée: un girasol creciendo cada vez más hacia el astro de la vida, de sierpe erecto, proveedor de aceite bienhechor, de interior reflejo, noble, brillante, traslúcido, perenne.
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