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LA TECLA CON CAFÉ

Cumpleaños de ideas

Cumpleaños de ideas

 

sábado, 13 de agosto de 2017
5:24:26 p.m. 

Sin Fidel físicamente será indispensable, sobre todo para las nuevas generaciones, remitirse a sus Reflexiones. Las escritas en su último año de vida, corroboran la profética visión del histórico líder cubano.

Por Mercedes Rodríguez García 

Fue la última vez que le vimos. Entre aplausos y gritos de ¡Fidel, Fidel, Fidel!, apareció, junto a Raúl y Maduro, en el teatro Karl Marx de La Habana, la noche del 13 de agosto de 2016. El líder histórico de la Revolución sorprendía a sus compatriotas y al mundo al entrar caminando a la espléndida sala donde La Colmenita le haría, en nombre de su pueblo, el mejor regalo de aniversario.

Ese mismo día publica uno de sus más íntimos artículos: «El cumpleaños». 

   

Tuvo que haberse sentido muy feliz. Llegar a tan avanzada edad, frágil de salud, pero lúcido y combatiente, era otro regalo que le concedía la vida a quien, por encima de errores y defectos humanos, habría de destacarse por sus cualidades de líder y estadista, y por su legado teórico y práctico. 

Hombre de gran sensibilidad social y nobleza de sentimientos, su pensamiento creativo le hizo —no pocas veces— romper dogmas y esquemas. Su «chaleco moral», su voluntad inquebrantable de luchar, de no ceder ante el enemigo, le conceden en la historia patria un lugar excepcional, ajeno a idolatrías y efigies en su honor, que nunca le gustaron. «Los que dirigen son hombres y no dioses», diría al respecto en su discurso del 1.º de mayo de 2003, en la Plaza de la Revolución. 

  

Será entonces la penetrante visión de futuro de Fidel Castro —amén de su prédica y ejemplo, de que se le cante, se le pinte o se le escriban versos—  la que hará que sus coterráneos, y hombres y mujeres de todo el mundo, rindan homenaje al excepcional conductor de la Revolución Cubana y defensor de las más profundas ideas en defensa de la humanidad y de su hábitat, el planeta. 

Sin atribuírselo a alguien en particular, se ha dicho —con estas o similares palabras— que Fidel «vino del futuro». No adivino; sí, visionario. Por inteligente, estudioso y culto, por inquisitivo y previsor, debió alertar, advertir, preparar sobre lo uno y lo otro, sobre esto o aquello, sobre lo trascendente oculto en lo cotidiano o lo velado tras lo coyuntural.

En tal sentido su herencia intelectual es gigante, destacándose en los últimos años sus Reflexiones, «trabajos» que no inició «como parte de un plan elaborado previamente», sino por un fuerte deseo de comunicarse con «el protagonista principal de nuestra resistencia» a medida que observaba «las acciones estúpidas del imperio», y que  «ahora constituye, igual que cuando estaba en lo que se llamó prisión fecunda, un enorme deseo de estudiar y meditar mientras dura mi rehabilitación», según él mismo expresara en la titulada «Reflexión sobre las reflexiones», del 22 de junio de 2007.

Desde entonces y hasta el 9 de octubre de 2016 Fidel escribiría 484 textos así denominados, la mayoría referidos a temas internacionales. El año más prolífero fue 2009 (111 artículos), y el menos fértil, el que precedió a su muerte, acaecida el 25 de noviembre de 2016. Sin embargo, para mí —y debió haberlo sido para él—, el más iluminado por saberse escaso ya de tiempo, y compelido por la urgencia de acontecimientos nacionales, inéditos e irreversibles, ante los cuales debía ratificar que, más allá de su persona, el proceso revolucionario continuaría.

Todo lo contrario deseaban y pensaban los enemigos de Cuba, mucho más a partir de la euforia desatada en ciertos sectores —dentro y fuera del país— con el restablecimiento de relaciones con Estados Unidos, un «deshielo» que en la práctica apenas ha dejado ver la punta del iceberg.

Humano al fin, su vida atípica y abundante en peligros —vida de burlador de más de medio millar de complots magnicidas, del que tantas veces «mataron» los grandes medios de prensa, del que debía vivir— se disipaba sin noticias oficiales de hospitalizaciones ni agravamientos de salud que hicieran pensar en el duro golpe de su desaparición física, a los 90 años. Mas, ante el tiempo y las circunstancias, Fidel volvió a ser práctico, y como siempre, fecundo y productivo en consideraciones, entre las más importantes las referidas a la supervivencia de la especie humana, enfrentada hoy «al mayor riesgo de su historia», el empleo de las armas nucleares, y la necesidad de preservar la paz.

  

Sobre el tema escribió en una de sus más breves Reflexiones, «Luchar por la paz es el deber más sagrado de todos los seres humanos», publicada el 15 febrero 2016, con motivo del encuentro entre el papa Francisco y Su Santidad Kirill, en La Habana: 

«La paz ha sido el sueño dorado de la humanidad y anhelo de los pueblos en cada momento de la historia. Miles de armas nucleares penden sobre las cabezas de la humanidad. Impedir la más brutal de las guerras que puede desatarse, ha sido sin duda el objetivo fundamental del esfuerzo de los líderes religiosos de las iglesias dirigidas por hombres como el papa Francisco, Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, y Su Santidad Kirill, Patriarca de Moscú y de Toda Rusia».

El 8 de mayo, en ocasión de conmemorarse el aniversario 70 de la victoria del pueblo soviético en la Gran Guerra Patria, publicó «Nuestro derecho a ser marxista-leninistas», artículo en el que recuerda las grandes masacres que ocasionaron dos guerras mundiales, así como las esperanzas que cifran los pueblos en los esfuerzos que hace la  Organización de Naciones Unidas, «por crear la cooperación que ponga fin a las agresiones y las guerras, donde los países puedan preservar la paz, el desarrollo y la cooperación pacífica de los Estados grandes y pequeños, ricos o pobres del planeta […] ya amenazado con la escasez de agua y alimentos para miles de millones de personas en un breve lapso de tiempo».

En el año de su cumpleaños 90, Fidel tenía la seguridad de que pocas personas percibían la importancia de lo que calificó como momento singular de la historia humana. «No diré que el tiempo se ha perdido, pero no vacilo en afirmar que no estamos suficientemente informados, ni ustedes ni nosotros, de los conocimientos y las conciencias que debiéramos tener para enfrentar las realidades que nos desafían», asentó en su artículo «El hermano Obama», publicado el 28 marzo 2016, ocho días después de la visita del presidente norteamericano a Cuba.

Muchos se preguntaban por aquellos días si Fidel recibiría al mandatario norteamericano. Personalmente nunca consideré tal posibilidad. Él, martiano convencido, marxista-leninista confeso, antimperialista «genético»… Él, Fidel Castro Ruz ¿extendiéndole la mano al estudiadamente simpático, pero «engañoso y almibarado» mandatario de la nación más poderosa del mundo? No. ¿Gestos de «buena voluntad» sin devolución de la base naval ni levantamiento de bloqueo?

    

El avezado, longevo y astuto político cubano consideró impostergable, descubrir las sutilezas —de pensamiento y lenguaje— del «ilustre visitante», en cuyo discurso en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, dijo haber venido a Cuba «para dejar atrás los últimos vestigios de la guerra fría en las Américas», porque al igual que Estados Unidos, «el pueblo cubano tiene herencias de esclavos y esclavistas», y «es hora ya de olvidarnos del pasado», de que juntos «miremos el futuro» esperanzador.

«Se supone que cada uno de nosotros corría el riesgo de un infarto al escuchar estas palabras del presidente de Estados Unidos», escribe Fidel, y termina de manera contundente: «No necesitamos que el imperio nos regale nada. Nuestros esfuerzos serán legales y pacíficos, porque es nuestro compromiso con la paz y la fraternidad de todos los seres humanos que vivimos en este planeta».

Se trata de un extenso artículo en que Fidel hace de la letra un látigo con cascabeles en la punta, y de la ironía, el recurso más inteligente.

Un año antes, en su «Mensaje al presidente Nicolás Maduro» por la celebración el 17 de marzo de la Cumbre del ALBA para analizar la insólita política del gobierno de Estados Unidos contra Venezuela y esa organización, Fidel expondría convencido que la nación bolivariana «nunca aceptará amenazas e imposiciones de ese país». Al imperio Fidel lo sabía de memoria. No se equivocó. Lo valida el tiempo transcurrido, los más frescos acontecidos en la patria de Chávez.

En su última reflexión, «El destino incierto de la especie humana», escrita en víspera del segundo debate presidencial de EE. UU. y publicada el 9 octubre 2016, Fidel recuerda la conmoción causada al quedar descalificadas las políticas de Obama y Trump, por lo cual estima darles «una medalla de barro», y concederles una «insólita» presea de oro a los científicos, capaces de observar y explicar el fenómeno de «una estrella cuya luz tardó 12 mil millones de años luz; es decir, a 300 mil kilómetros por segundo, en llegar a la tierra», y de «perfeccionar los equipos de investigación que puedan operar» en la Tierra y el espacio».

A una primera lectura el artículo puede parecer algo enigmático, dada la carencia de explicaciones y argumentaciones explícitas al analizar la importancia de la política, la ciencia y la religión, y concluye que: «Hay muchas más cualidades en los principios religiosos que en los que son únicamente políticos, a pesar de que estos se refieren a los ideales materiales y físicos de la vida. También muchas de las obras artísticas más inspiradas nacieron de manos de personas religiosas, un fenómeno de carácter universal».

 En contraposición, y de manera definitiva, vuelve a enfocar su ojo avizor sobre «el país imperialista más poderoso que ha existido», del que dice «se autoengaña al asumir como doctrina un párrafo de la Declaración Universal de Derechos Humanos». En concreto, el que afirma que «todos los hombres nacen libres e iguales en dignidad y derechos, y, dotados como están por naturaleza de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros».

Sin Fidel físicamente, será indispensable —sobre todo para las nuevas generaciones— remitirse a sus Reflexiones. Las escritas en su último año de vida corroboran su profética visión.

Los actuales intentos de EE. UU. por imponer la hegemonía de cara a los cambios en la correlación de fuerzas en el mundo constituyen una gran amenaza para la paz y la seguridad internacional. La mecha está más prendida que nunca. Incongruente y desconcertante, la  «despolítica» de la actual administración estadounidense resulta tan incierta como el propio destino en riesgo de la especie humana, sobre el cual tantas veces hablara y escribiera —alertándonos, preparándonos— el líder histórico de la Revolución.

Volver, una y otra vez, sobre lo escrito por él, leerlo y reelerlo. No habrá mejor manera de hacer tangible su memoria, de mantener vivo al hombre que no buscó la gloria, pero que debe haberla hallado dentro del pétreo, sencillo y austero grano de maíz que guarda sus cenizas.

En este y los demás onomásticos de Fidel, evoquémosle de carne y hueso, como aquella noche que le vimos entrar caminando a la espléndida sala del «Karl Marx», lúcido y combatiente, de porte deportivo, y de piernas rebeldes, como en pantalón verde olivo.

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