2007, ningún momento mejor
viernes, 06 de enero de 2017
8:15:23 p.m.
Por Mercedes Rodríguez García
En Santa Clara, el 6 de enero de 1959, Fidel conversa con la multitud. Consecuente y visionario centra su discurso en la unidad del pueblo y en la capacidad de los jóvenes para hacer «grande y feliz nuestro destino».
Dejamos atrás un año duro y llegamos al año del aniversario 59 del triunfo de la Revolución.
Como ningún otro, 2017 reclamará de la unidad de todos los cubanos y de la guía espiritual de su eterno Comandante rebelde, quien siempre vio en el pueblo la inteligencia más brillante, el sentimiento más puro, y en los jóvenes, el desinterés y la moral extraordinarios para hacer «grande y feliz nuestro destino», como expresara a los santaclareños el 6 de enero de 1959.
Evocar aquellas horas junto a Fidel nos devolverá al hombre íntegro y cabal que, tras agotadoras jornadas desde el oriente cubano, sin el propósito deliberado de «hacer una marcha triunfal ni mucho menos», se detenía en una y otra localidad para «atender el deseo del pueblo de hablar con nosotros y de saludar a los combatientes del Moncada».
A Santa Clara llegaba no para pronunciar un discurso glorioso, porque «la gloria de los revolucionarios, de todos los que han combatido, pertenece al pueblo y pertenece a la historia. ¡Los muertos que han caído, cualquiera que haya sido su brazalete, pertenecen a la patria y pertenecen a la historia, no pertenecen a nadie! ¡Los sacrificios que se han hecho pertenecen a la patria y pertenecen a la historia!»
Más que una alocución, Fidel conversa con la multitud. Fue su cualidad. «[…] Desde que el pueblo manda hay que introducir un nuevo estilo: ya no venimos nosotros a hablarle al pueblo, sino venimos a que el pueblo nos hable a nosotros…».
Y al pueblo pidió estar muy alerta, «[…] no puede creer que en un día vayamos a resolver todos los problemas, que ustedes y nosotros vayamos a resolver los problemas de Cuba. Les voy a decir más: vamos a equivocarnos más de una vez, porque nosotros no tenemos que ser infalibles; empieza el pueblo a gobernar y puede equivocarse».
Por eso estaba allí, junto al «mejor guerrero» —su pueblo— para reclamar, por encima de intereses y vanidades personales la «unión sincera» de todos los elementos revolucionarios. «Quien actúe mal pierde a sus seguidores, quien actúe mal no le seguirá nadie […] Eso es lo que pienso hoy, pensaré mañana y pensaré siempre; la verdad que estoy dispuesto a decir aquí y en todas partes, discutir aquí y donde sea necesario discutirla, delante del pueblo, que es el que manda», dijo.
–¡Fidel! ¡Fidel! ¡Fidel!…, exclamaban una y otra vez los santaclareños. Los había de todas las edades, de todas las clases y estratos sociales, de todos los barrios de la ciudad, incluso niños en los brazos o de la mano de sus padres, tíos, abuelos… Fidel lo sabe.
«¿Cómo será la juventud que va a venir después de la Revolución, la que vamos a educar con el buen ejemplo?», se preguntó en un momento de su discurso, luego de evocar la conformación del Ejército Rebelde, en su mayoría jóvenes campesinos de la Sierra Maestra, y «estudiantes que abandonaron los libros y vinieron a manejar un fusil que nunca habían usado antes, estos combatientes gallardos de nuestra juventud», a lo que había que «sacarles la calidad humana extraordinaria que tienen, de la inteligencia brillante que poseen, del sentimiento puro que alberga cada uno de ellos en sus corazones».
A la pregunta formulada, no dio una repuesta determinada. Sin embargo, expresó su seguridad en que esa generación daría «formidables gobernantes como ha dado formidables guerreros». Cuba necesitaba de ellos, como también de los estudiantes, «verdaderos graduados y hombres capacitados, porque esta es la hora en que se podrá poner al servicio del país toda la capacidad de nuestro pueblo».
Fueron entonces jóvenes los gobernadores, los ministros, los administradores, los policías, los milicianos, los alfabetizadores, y en poco más de una década lo serían médicos, ingenieros, maestros, deportistas, veterinarios, artistas e instructores de arte…
Así de consecuente y visionario fue Fidel durante su larga y fructífera existencia. Siempre que tuvo una dificultad, un problema, una queja acudió al pueblo, agotaba hasta la repetición los razonamientos, los argumentos, la persuasión, la diplomacia. «Si el que manda es el pueblo, y si el pueblo está dispuesto a actuar, como actuará siempre, con honradez y con justicia, el pueblo será quien diga la última palabra sobre todos nuestros problemas», expresó entonces.
A los santaclareños — «los problemas de una provincia son los problemas de toda la isla», había dicho— pidió no dejarse confundir, no dejarse engañar «[…] Porque vendrán los demagogos, vendrán los oportunistas y vendrán los descarados a querer confundir al pueblo. ¿Quieren unir al pueblo? Lo que tratarán es de dividirlo, lo que tratarán es de engañar […] Por fortuna el pueblo tiene un gran sentido crítico y un poder de adivinar quién es demagogo y quién no lo es».
Dejamos atrás un 2016 duro. No tanto como aquellos convulsos y desafiantes primeros años de la Revolución, en un país sin edades y sin sexo, en que el que todo estaba por hacer y nacer, y nada había más sagrado «que velar por el destino de la República y por el interés de nuestra patria», como refirió Fidel aquella inolvidable tarde del Día de Reyes, hace ahora 58 años.
Tarde en que también recordó a José Antonio Echeverría, caído en combate durante las acciones del 13 de marzo de 1957. Muchacho «todo espíritu santo, todo amabilidad», y cuya muerte sentía profundamente «porque aquí hacía mucha falta en esta hora y porque aquí estaría abrazado conmigo». Y en su memoria aunaba el desinterés y la moral extraordinarios de la juventud revolucionaria que «se unirá toda como está unido el pueblo, que es lo que hará grande y feliz nuestro destino».
Entonces no mencionó las palabras imperialistas, ni yanquis, ni Estados Unidos. (¡Pronto el águila imperial sacaría sus garras!). En muy poco tiempo no escaparían de sus extensos —por explicativos— discursos. Pedía «trabajar para hoy y para mañana, para esta generación y para las generaciones venideras», en aras de «sentar sobre bases firmes el futuro grandioso de la patria». Ese pueblo de Cuba que «con su gesto heroico, le ha dado un ejemplo al mundo entero!».
Ya sobre esos cimientos sólidos, en otro momento no menos histórico y delicado, en medio de profundas transformaciones nacionales y un contexto internacional incierto, la Cuba de 2017 en adelante ha de empinarse por sobre lo conquistado, en busca de prosperidad económica y mayor bienestar social.
No. No puede —aunque se quiera o lo quieran— olvidarse un hombre cuyos destinos lo ataron para siempre a un pueblo en el que depositó la misma confianza, el mismo pensamiento y la misma fe que lo llevaron a derrotar a uno de los ejércitos más poderosos y una tiranía de las más sangrientas de América Latina.
En Santa Clara lo tendremos siempre.
Y desde allí, donde pasó su última noche junto al Che, le evocaremos y hablaremos. Para como él mismo dijo, o mejor, parafraseándole, pueda sentirse orgulloso de este pueblo unido, que como el de toda Cuba, deberá mantener la fe y la esperanza que siempre le inculcó.
Dejamos atrás un año duro. Lleno de esperanzas y expectativas. 2017 recién comienza. Ningún momento mejor para la reflexión, para reorganizarnos, exigirnos, disciplinarnos, respetarnos los unos a los otros, recobrar la laboriosidad, el amor al trabajo, la confianza en sí mismos, la certidumbre de que sí podemos…Y lo que venga será. Y será junto a Fidel.
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