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LA TECLA CON CAFÉ

Del legado de Obama a la era Trump

Del legado de Obama a la era Trump


5:18:22 p.m.

Por Mercedes Rodríguez García

El miércoles 17 diciembre de 2014 el mundo confirmó en voz de Barack Obama que la política de aislamiento de Estados Unidos hacia Cuba había fracasado. Al unísono, Raúl Castro anunciaba a los cubanos el restablecimiento de las relaciones entre ambos países.

A dos años del trascendental anuncio, con un nuevo presidente a punto de ocupar la silla en el Despacho Oval, una embajada en La Habana y otra en Washington, más de cien vuelos regulares diarios, cruceros desde Miami,  incremento de turistas, visitas de congresistas y legisladores, de empresarios y de famosos, topes deportivos, intercambios culturales diversos y convenios en las áreas del comercio y las comunicaciones con la isla, la vida de Liborio continúa su rumbo, en un día a día diligente y trabajoso, pero  tranquilo, seguro y socialmente confiado en sus derechos y certidumbres humanas.

Pasados 24 meses del suceso , con nuestros Cinco Héroes en Cuba, tras el dolor por la pérdida física del líder histórico de la Revolución, luego de la derrota demócrata y el retorno republicano a la Casa Blanca, las conversaciones continúan de manera programada y en un ambiente recíproco favorable, aunque la instrumentación de los acuerdos ha ido a un ritmo amortiguado y cauteloso de ambas partes, sin el gesto definitivo de levantamiento del bloqueo ni devolución de la base naval de Guantánamo.

Y era de esperar que luego de tantos años de antagónico divorcio, la «reconciliación» no llegara de ahora para ahorita —por obra y gracia del amor y la pasión que en un tiempo se tuvieron—, sino por conveniencia de ambos, gestiones de terceros y, en última instancia, por ese sentido común que dictaba sentarse a la mesa para negociar situaciones e intereses comunes, en un contexto de unidad latinoamericana y, mundialmente, de desacato al imperio.

Históricamente las cosas prescribían no apurarse y guiarse por cabeza propia. Bien sabido el cambio de método de la gran nación —a ver si los «nuevos» daban mejores resultados, y  ¡al fin! caía la fruta madura—, y la posición intransigente de la atravesada islita no había variado. Empecinada en mantener su independencia y soberanía, puso condiciones sobre la base del respeto mutuo y el Derecho Internacional.

Conocidos los resortes del sistema que acaba de llevar a la presidencia a alguien poco común —dada sus excentricidades, histrionismos y supuestos desquicies durante una campaña electoral sin precedentes—, el  camino hacia la normalización se presagia tan empedrado o más que antes de Obama, al margen de la voluntad invariable de la dirección cubana de promover una convivencia pacífica con nuestro vecino, a sabiendas de las divergencias ideológicas y de disímil tipo entre sistemas políticos fundados con fines cardinales diferentes.

No tengo una bola de cristal delante, ni tampoco el don de los zahoríes para detectar con una ramita en forma de «Y» por donde fluye el agua subterránea, pero de acuerdo con lo que piensan historiados, sociólogos, economistas y politólogos muy bien orientados e informados, hay que agilizar lo emprendido con Obama, que no es poco si tenemos en cuenta el largo pasado de desencuentros y la intolerancia de la clase dominante estadounidense, algunos sectores de la comunidad cubanoamericana, y ciertos lobbies o grupos de poder.

Sin embargo, y a pesar de que Trump no ha hecho declaraciones puntuales con respecto a las relaciones con Cuba, ya sienta grises precedentes. Me refiero a un tuit con su primera reacción tras la muerte de Fidel,  y a un comunicado posterior —en la misma red social—, diciendo que se unía a los cubanoestadounidenses que lo respaldaron durante su cruzada presidencial, «incluyendo la Asociación de Veteranos Brigada 2506 que me dio su apoyo, con la esperanza de que un día pronto veamos una Cuba libre».

Bien sabemos a qué libertad se refiere y de qué veteranía mercenaria se trata, por lo que resulta oportuno recordarle a Trump que la invasión por Playa Girón pasó a la historia de la humanidad como la primera gran derrota del imperialismo en América Latina.

Y aunque para algunos resulte una más de sus «trumpulencias»  — en oposición a lo expresado por la mayoría de los políticos del mundo, muchos de su propio país, incluso el propio Obama—, viniendo de donde vienen las absurdas e hirientes palabras, las irreverentes declaraciones,  pudiéramos esperar una política hacia Cuba no menos belicosa que la del presidente 43. º de los Estados Unidos. (Entre 2001 y 2009).

Me refiero al singular engendro llamado George W. Bush, que «no escuchaba ni a diplomáticos ni a generales», y «tomaba decisiones sobre lo que cría correcto para Estados Unidos» en base a sus «principios», sin importarle «un comino las urnas». El hombre que tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 ordenó la invasión a Irak, «(…) la peor decisión de política internacional que haya tomado un presidente estadounidense», como apunta Jean Edward Smith, autor de una biografía del empresario tejano, citada por The New York Times.

Fue la administración republicana de Bush la que incluyó a Cuba en la lista de naciones terroristas, restringió la categoría de personas autorizadas a viajar a la isla, y anuló la mayor parte de las reformas ejecutadas por Carter, quien había modificado algunas de las sanciones económicas aplicadas y autorizado a las subsidiarias estadounidenses instaladas fuera del territorio nacional a que tuvieran relaciones comerciales con La Habana.

De continuar la línea dura ¿recalcitrante? republicana  —conocida y sufrida de muchas y dolorosas maneras por los cubanos de una y otra parte—, el proceso de normalización entre las dos naciones se ralentizaría o, lo que es peor, se paralizaría, lo cual haría resurgir décadas de desencuentro y enfrentamientos entre dos gobiernos en conflicto ideológico. Algo que no merecen los cubanos, en particular las generaciones más jóvenes, llamadas a mejor vivir pero también a mantener y defender la dignidad, resistencia, altruismo del pueblo y legitimidad del gobierno revolucionario, y  ¿por qué no?, de todas las fuerzas progresistas del planeta. 

Imposible decir a ciencia cierta lo que hará Trump. Nunca ha tenido un cargo público y hasta ahora solo ha mostrado un conocimiento o interés limitado en asuntos exteriores. Rodeado de un gabinete multimillonario, su  fórmula de gobierno ya genera polémicas. (Hasta el momento la nómina gubernamental anunciada la integran seis multimillonarios, tres generales, dos mujeres y tres conservadores, de ellos cinco cubanoamericanos de ideología reaccionaria). 

El próximo 20 de enero de 2017 será la toma de posesión del presidente electo de los Estados Unidos. Y aunque existen elementos para suponer que Trump revertirá o intentará revertir la apertura a la isla, es difícil que pueda o quiera regresar a un escenario de Guerra Fría. Dar marcha atrás resultaría «increíblemente dañino» para EE.UU. y para los cubanos, además de «impopular», según opinión de Ben Rhodes. Volver a cerrar las puertas con Cuba perjudicaría las relaciones de Estados Unidos en Latinoamérica, advirtió este martes el asesor de Seguridad Nacional de Obama, en una conferencia telefónica con periodistas.

Dice el refrán que el que no escucha consejos, no llega a viejo. Y aunque es el caso de un adulto mayor, imagino sus deseos de una longevidad que alcance por lo menos el 2020, tiempo de mandato que dirá si aceleró la ruina de su país  —como aseguró hace unos días Johan Galtung, sociólogo noruego con alma de Nostradamus —, o devolvió «a Estados Unidos su grandeza», como prometió durante su campaña el «formidable animal político» y «millonario héroe improbable de la clase trabajadora», llamado de ese modo en los circuitos del poder mediático. Un hombre cuyas osadas decisiones y estrategias hicieron crecer la empresa heredada de su padre hasta acumular una fortuna que la revista Forbes calcula en  $3.7 billones de dólares.

Bien sabemos que durante su campaña electoral se atrevió a decir de todo. Todo lo que le vino a la cabeza. Con fiera energía e ilimitado ego, el magnate republicano de 70 años desafió pronósticos y «desarticuló» a la experimentada Hillary Clinton. Denunció un sistema político «manipulado», acusó a funcionarios de «corruptos» y se defendió de sus múltiples escándalos, que englobaron desde la evasión de impuestos hasta el ataque sexual a mujeres. 

Suceda lo que suceda —y no es un secreto para nadie— la administración Obama ha marcado el principal punto de inflexión dentro de la clásica política hostil de los Estados Unidos contra Cuba. Obama retomó el camino que antes había trazado el presidente James Carter (1977-1981) en la política hacia la Isla y lo llevó más lejos de lo que realmente imaginábamos antes de los históricos anuncios del 17 de diciembre del 2014, tal como analiza el académico cubano Elier Ramírez Cañedo, coautor del libro De la confrontación a los intentos de normalización. La política de los Estados Unidos hacia Cuba. 

Para el doctor en Ciencias Históricas, el mérito de Obama radica en «la habilidad de lograr los objetivos de la política exterior de los Estados Unidos a través de la atracción más que por la coerción y la amenaza», y enumera una serie de acontecimientos inéditos en las relaciones Cuba-EE. UU. desde la ruptura diplomática de enero de 1961. Entre ellos el haber firmado con Cuba en apenas dos años tantos acuerdos de cooperación en áreas de interés común y abierto, a la vez, diferentes espacios para el diálogo bilateral.

Pero a Obama le restan solo días en el poder. Se va y viene Trump. Y aunque en política lo real es lo que no se ve, decía José Martí, y los hechos aparentemente aislados suelen guardar cierta relación, tal vez Obama tenga en mente extender aún más —y sin violar la ley— la relación económica con Cuba, «lo cual se avendría muy bien a su discurso y directiva presidencial» firmada el pasado 14 de octubre, de hacer irreversible el proceso que inició en 2014, un día como hoy. Coinciden muchos analistas que ello dejaría una herencia mucho más promisoria para las relaciones entre ambas naciones, aunque seamos conscientes de que en su esencia, la normalidad a la que aspiran nuestros vecinos del norte, se contrapone al modelo político socialista cubano, el cual ha quedado muy claro no está sobre la mesa de negociaciones. 

Sobre el tema y sus protagonistas me quedan varias ideas por escribir, y más, por comentar entre colegas de lenguas filosas y afeitadas, en tertulias informales de pasillo y redacción. Sobre todo relacionadas con Donald Trump, sobre quien pensé —como Ramírez Cañedo— que, acostumbrado a tomar decisiones sobre la base de costos y beneficios, tendría posiciones más juiciosas y pragmáticas en la política hacia Cuba luego de terminada la contienda por la Casa Blanca.

Del serial Cuba-Estados Unidos apenas estamos en los comienzos. De Obama —el «bueno»—, sabemos bastante; de Trump —el «malo» lo conocido: trayectoria empresarial, biografía, chistes, videos verdes, bufonadas y supuestos planes y programas signados por su pragmatismo.

A lo mejor, caminando en sentido contrario a toda lógica, a contrapelo de pronósticos racionales de sabios y eruditos, un día también —como Barack, sus santidades Juan Pablo, Benedicto, Francisco y el Patriarca Kiril—  Donald Trump aterriza en La Habana, o nos propone construir una de sus torres-hoteles en algún espacio ruinoso del Vedado.

De todas maneras, los cubanos tenemos bien delimitada y señalizada la ruta. Solo quienes nos ignoran, desconocen, vilipendian y menosprecian por odios, rencores u otras razones, lo ponen en duda y salen a festejar lutos patrimoniales con la esperanza de un gran festín post Fidel Castro.

El largo y prolongado conflicto entre Cuba y Estados Unidos tiene raíces históricas y geopolíticas, y se resolverá como se resuelven todos los conflictos: con diplomacia, alianzas, tiempo, respeto y buena voluntad; avanzando por aquí y tropezando por allá. Se sabe que la meta es antagónica. Pero en el camino hacia ella, no dejan de existir senderos en los que ambos pueblos se encuentran y benefician.

Ojalá el nuevo presidente lo entienda de ese modo.

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