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LA TECLA CON CAFÉ

Pedro o el humor a las dos manos

Pedro o el humor a las dos manos

 

10:59:34 p.m.

Por Rayma Elena Hernández

Si San Pedruco Méndez hubiera dejado caer ahora mismo sobre  mí su criollísima gracia divina, tal  vez habría escrito algo humorísticamente digno. Hacer como él, que en el momento y en el aire las compone, y las dibuja en el papel.

¡Qué le importaría que la noticia de un premio llegara minutos antes del cierre del periódico Vanguardia! Esa prueba la ha tenido tantas veces, y enseguida el galardonado estaba en cuerpo y espíritu en una caricatura, si es que ya él y su hijo Janler no lo tenían entre sus «víctimas» colgadas en el lienzo con su proyecto A-tendiendo personalidades.

Sí, porque son tantos los políticos, artistas, científicos, intelectuales y personajes sin cargos ni títulos… que ha dejado en lienzo, papel, cartulina y paredes murales, que todavía me cuesta creer lo que un día me dijo: «Yo sufro haciendo una caricatura personal».

Fue en 2007, a propósito de su Premio en el Salón Juan David con un «Raúl Castro» vestido de ropa civil, y no como casi siempre solíamos ver al General de Ejército.

Pero, a pesar de las precauciones que imponía tal personalidad, no me lo imaginaba sufriendo el humor. Entonces, ante mi insistencia, me contestó que siempre se cuida de no ridiculizar a las personas, quienesquiera que sean, y que al dibujarlas prefería relacionarlas con su oficio.

Otra razón, además de la premura, para sentir temor en el intento de escribir mi caricatura personal de Pedro Méndez Suárez. Porque este 2016 —¡al fin!— el Premio Nacional de Periodismo José Martí es también de él.

Tremendo aprieto, incluso para mí, que con Pedruco he gastado unas cuantas cuartillas; no solo porque somos coterráneos y porque me cae superbién, sino porque ese grandulón jodedor es noticia que rompe planas y guiones desde mucho antes de que yo soñara con ser periodista.

Quizá primero llamó la atención por ser un guajirito equivoca’o que pintaba muñequitos, en un lugar algo lejano al ojo humano, aunque se llama La Ceja.

Precisamente, con ese raro personaje habría empezado una historieta si San Pedruco me hubiese inyectado uno de esos microbios con que durante décadas ha «infestado» hasta las almas más resistentes al humor y a la crítica social.

Después podría aparecer enseñando desde la «a» hasta la risa en la Campaña de Alfabetización, y, por supuesto, haciendo sus primeras zafras en A Millón y consagrándose en Melaíto como uno de los más largos macheteros del batallón de humoristas gráficos cubanos.

Por ellos estaría rodeado en muchos cuadros de su historieta personal, porque quizá como nació en la mitad de la isla tiene una fuerza centrípeta capaz de atraer hacia Santa Clara a los astros de todas las galaxias del humor.

No ahora, cuando el Salón Internacional de Melaíto es ya conocido y reconocido en el mundo, sino desde aquellos primeros años en que grandes del país como Nuez, Wilson, Alben, Alexis, Ñico, Manuel, Pitín… vinieron a enseñarles y terminaron sentimentalmente emplantillados en esta escuela del humor costumbrista y universal, de la que Pedro ha sido su más carismático director y especie de padre de familia, como en una ocasión me comentó Arístides Esteban Hernández (Ares).

El singular y auténtico humorista que encauzó las más serias discusiones de la Unión de Periodistas de Cuba en Villa Clara. El mismo cuyo cerebro no imagino cómo pintar. Aunque sí, debe tener algunas circunvoluciones en forma de sonrisa —amplias, bonachonas y pícaras como la suya—, que lo protegieron, incluso, contra los más graves pronósticos para su salud.

Un cerebrazo adulto, pero tan moldeable como el de un niño. Capaz de volver a echar a andar sus piernas, y de hacerlo —mal parafraseando a Silvio Rodríguez— «a la zurda más que diestro», para seguir ganándose, por humor propio, el derecho a ser cuarto bate en cualquier selección big leaguer del humorismo gráfico.

Así que en su caricatura personal, o en otro cuadro de su historieta, pudiera estar con una mocha de Melaíto en cada mano, siempre «filtrando» —que es su personal manera de decir «pensar»—, trazando ideas en su mente y en el papel…

Ahora a la izquierda. Me han contado que hasta ilustrando libros… No me equivoqué cuando en 2014 me pidieron que redactara algo —de placetaña a placeteño, de envidiosa del humor a humorista—, porque se jubilaba. Escribí que solo empezaba una «nueva etapa creativa fuera de plantilla». Confieso que no fue por adulonería, sino por cuidarme del ridículo, porque sabía que Pedruco es el ambidextro que le falta a la pelota cubana. El tipo que nunca ha dejado de ver la bola a la que hay que batearle, para que salga disparada de la risa.

De la que me salvé… ¿De qué manera este sábado iba a entrar en su casa e intentar abrazarlo con estas líneas? Llegar así a esa sala llena de humor en la que hace muy poco estuvo el Héroe Gerardo Hernández a condecorarlo por los años de tristeza que le rebajaron a su condena las caricaturas suyas, de Martirena, Linares, Roland…

Mucho café que tendrá que colar su esposa Lupe, su hija Yanet y hasta su nieta Ariadna, porque por estos días, de seguro, le sobrarán visitas para felicitarlo.

Qué distante el perezoso sosiego de la jubilación. Por eso en aquella crónica de hace dos años le agregué una posdata:

«Pedruco, sigue añadiéndole sonrisas a la autobiografía que desde hace ¿? años estamos enviando a los jurados del Premio Nacional José Martí de Periodismo. Ayúdanos con tu trazo y tu voluntad bien firmes, que nosotros insistiremos hasta que el jurado te ‘‘a-tienda’’».

¡Y, al fin, Pedruco! Eso es lo que se me ocurría decirte mientras seriamente tecleaba estas cuartillas. Y un tin antes de que te conviertas en un joven de 70. ¡Al fin, Pedruco!, pensé este 5 de febrero cuando, no sé si por un chiste, nos escondieron hasta el final la bola de que tú eras Premio Nacional de Periodismo, y la premura me puso a «pintarte» de memoria, como tú prefieres dibujar a la gente.

¡Ah!, pero si San Pedruco me hubiera rociado con su gracia, seguro que lo hubiera pintado mejor. Pero con tal de felicitarte, vale correr el riesgo, aunque en la caricatura personal que me debe, merezca aparecer minúscula, ridícula y poco diestra, como me veo yo ante tu potente y ambidextro humor.

 

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