Viaje con Francisco: Filadelfia, amor al hermano
8:23:45 a.m.
Por Rosa Miriam Elizalde*
A las 7:55 de la mañana (la misma hora en Cuba), con un sol tímido, el helicóptero sobrevuela Manhattan para llegar a tiempo al Aeropuerto J.F. Kennedy, de donde saldrá el avión papal aproximadamente una hora después, hacia Filadelfia.
Es sábado y Nueva York se está despertando sin mucha prisa, después de un viernes de calles despejadas y fuertes operativos de seguridad. Al helicóptero donde va el Sumo Pontífice lo escoltan otros cuatro aparatos, de los cuales dos son “bichos raros” de la Fuerza Aérea estadounidense, los Bell-Boeing V-22 Osprey, conocidos también como “águila pescadora”, “convertiplano” o “aeronave de rotores basculantes”, que tienen la capacidad de despegar vertical u horizontalmente en muy poco espacio.
Aunque estas máquinas voladoras son comunes en la ciudad, la gente se asoma a verlas pasar para saludar a Francisco. Contrasta el desenfado de los transeúntes con el gesto contraído de los francotiradores apostados en los techos de los edificios, listos para reaccionar en caso de ataque. Francisco ve a todos desde los cielos y le susurra al Cardenal de Nueva York, Timothy Dolan, que va a su lado, que solicite a los pilotos sobrevolar la Estatua de la Libertad y la Isla Ellis.
“El Papa se emocionó al verlas”, admite Dolan a los periodistas. No por la posibilidad de tener tan cerca a la dama icónica, que viste con ropas de otros tiempos y empuña una antorcha, sino porque esta mujer apostada en el puerto ha sido testigo del paso de millones de inmigrantes que entraban a la ciudad en busca de refugio. Entre ellos, nuestro José Martí, que le dedicó una hermosa crónica. A Ellis, en la desembocadura del río Hudson, se le conoce como la “Isla de las lágrimas”. Entre 1892 y 1924, 12 millones de inmigrantes, en su mayoría italianos y europeos del Este, pasaron por este enorme filtro donde los agentes de inmigración decidían el destino de los recién llegados, su aislamiento en cuarentena o su deportación.
“Estaba muy, muy conmovido”, añade Dolan: “Y dijo ‘¿sabés? Buenos Aires también fue una ciudad de inmigrantes’.” Francisco, hijo de una familia inmigrante italiana y el primer Papa latinoamericano, ha hecho de la tragedia de los migrantes uno de las principales batallas de su pontificado. Como diría después en el Encuentro para la libertad religiosa con la comunidad hispana y otros inmigrantes en el Independence Mall, de Filadelfia, uno de los graves problemas de este mundo es que “con demasiada frecuencia los más necesitados no son escuchados”.
Recordará en ese lugar, donde acomodaría en un atril utilizado por Abraham Lincoln el texto de su discurso -y del cual se desvió varias veces-, que los emigrantes han llegado “a este país con un gran costo personal, pero con la esperanza de construir una nueva vida”. Los invitaría a que “no se desanimen por los retos y dificultades que tengan que afrontar. Y a que no olviden que, al igual que los que llegaron aquí́ antes, ustedes traen muchos dones a su nueva nación. No se avergüencen nunca de sus tradiciones. No olviden las lecciones que aprendieron de sus mayores, y que pueden enriquecer la vida de esta tierra americana. Repito, no se avergüencen de aquello que es parte esencial de ustedes”.
Por cierto, en este discurso, el más largo que ha dado Francisco en este viaje a Cuba y Estados Unidos, revela su perspectiva de los pobres, a los que no idealiza, y me recuerda los versos de una canción de Silvio Rodríguez —“tener no es signo de malvado/ y no tener tampoco es prueba/ de que acompañe la virtud”—:
Como seres humanos, estamos llamados a reconocer a Otro, que revela nuestra identidad relacional frente a todos los intentos por imponer ‘una uniformidad a la que el egoísmo de los poderosos, el conformismo de los débiles o la ideología de la utopía quiere imponernos’.
En algún momento no solo se salió del texto, sino en apariencias del tema de la inmigración y la libertad religiosa, para adentrarse en la globalización. Lo explica, para sorpresa de todos, desde la ribera de la geometría:
Si la globalización es una esfera donde cada punto es igual equidistante del centro, anula; no es buena. Si la globalización une, como un poliedro, donde están todos unidos, pero cada uno conserva su propia identidad, es buena, hace crecer a un pueblo, le da dignidad a todos los hombres y le otorga derecho.
Y otro hecho notable: Francisco comenzó su discurso citando un fragmento de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, que fue firmada a unos pasos del lugar de donde habló Bergoglio. Pero hizo un añadido trascendente. En el documento original se lee que todos los hombres fueron creados iguales; que están dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, y que los gobiernos existen para proteger y defender esos derechos. El Obispo de Roma dio un paso más: “La Declaración de Independencia declaró que todos los hombres y las mujeres son iguales”, dice, y reitera una de las características distintivas de su pontificado: la igualdad de género. A principios de este año, se refirió al tema en la Plaza de San Pedro: “¿Por qué se da por sentado que las mujeres deben ganar menos que los hombres? ¡No! Tienen los mismos derechos. La discrepancia es un escándalo puro.”
Estas ideas no salen de la nada y se puede afirmar que han sido una obsesión en el viaje. No sería descabellado imaginar que cuando va sobre ese helicóptero, a Jorge Bergoglio tiene que estarle pasando por la cabeza las ideas que pronunciará en la tarde de Filadelfia, en particular aquellas que tienen que ver con el drama de los inmigrantes, de lo cual ya habló al Cardenal. El dolor de los inmigrantes es el manto que podría estar viendo desde las alturas de Nueva York y de un país que tiene más de 40 millones de ellos, de los cuales 11 millones —equivalente al total de los habitantes de Cuba— son indocumentados. Tiene seguramente su pensamiento en las dificultades de acceso al empleo, a la salud, a la educación; en la interminable espera y agonía por una regularización del estatus migratorio de familias enteras, sin mencionar el racismo encubierto, la discriminación, la xenofobia y el abuso que la sociedad estadounidense ejerce, con el sinfín de obstáculos al otro lado de la frontera que acaban o no de cruzar.
Al acercarse el helicóptero del Papa al Aeropuerto Kennedy, los periodistas que lo acompañamos sentimos el sonido de las pequeñas aeronaves. Los que están sentados en la fila derecha, ven pasar a los “bichos raros” de la Fuerza Aérea. Unos minutos después, Francisco sube la escalerilla del avión de American Airlines abrumado por sus pensamientos. Lleva su maletín negro en una mano y se ayuda de la baranda con la derecha. Viene solo. El viento despliega el manto de su sotana y sus pies se enredan con los pliegues de la vestimenta; una, dos veces. Ya sabemos por qué: va más atento de los dramas humanos que del terrenal asunto de subir los peldaños de una escalera con el viento en contra.
Por suerte, el incidente no pasa a mayores, a pesar de que la foto le da la vuelta al mundo y la pregunta referida a esos instantes desembarca entre las primeras, durante la conferencia de la prensa de la tarde que ofrece el portavoz del Vaticano. El padre Federico Lombardi reconocería que el Papa, de 78 años, con una operación en el pulmón en sus años jóvenes y dificultades con la cadera, como es lógico está cansado después de tan apretada agenda. Francisco suele ser sometido a fisioterapia, pero no puede hacerla durante los viajes, por lo que tiene cierta dificultad para caminar.
El pontífice llaga finalmente a la puerta del Boeing 777-200 con matrícula N776AN de American Airlines. Cuando está a centímetros de la puerta de la aeronave, se da la vuelta y saluda con la mano y con una enorme sonrisa a los neoyorquinos que lo despiden en la explanada. Sentimos los pasos apurados de los guardias de seguridad en la parte delantera del avión. El Padre Lombardi se asoma en nuestra área económica con la amabilidad de siempre y comenta algo a una de las vaticanistas que va en la primera fila. Con la misma desaparece detrás de la cortina. Minutos después volamos a Filadelfia.
Entre el amor y el espanto
Filadelfia, apodada coloquialmente Philly, significa “la ciudad del amor fraternal” (del griego philos -”amor”- y adelphos -”hermano”). Después de la homilía en la Catedral de San Pedro y San Pablo, el Arzobispo Charle J. Chaput dijo a Francisco: “Esta ciudad cambiaría hoy su nombre por el de Francisville”.
El comentario provocó aplausos sostenidos y risas entre los miles de fieles que asistían a la Misa desde pantallas ubicadas en las afueras de la Catedral. El abrazo de esta ciudad al Papa se volvió a sentir en la noche, durante la Fiesta de las familias y la vigilia de oración en el Bulevar Benjamín Franklin, donde cantó, como los dioses, el italiano Andrea Bocelli.
La emoción intensa, sin embargo, convivía con una paradoja. Mientras multitudes se desplazaban desde la mañana a esta ciudad para la gran misa pública que dirigirá Francisco este domingo, las autoridades expulsaban a muchos pobres y sin techo lo más lejos posible de las calles, alegando razones de seguridad.
Alex Jacobi, de la agencia Religion News Servide, afirma que en Filadelfia hay más de 5 500 homeless y que esta decisión de las autoridades va en dirección contraria a la prédica de Francisco a favor de la distribución equitativa de la riqueza y de la inclusión social. Recuerda que el Papa le manifestó, enérgicamente, a los miembros de Caridades Católicas durante su visita a Washington este jueves que “no hay justificación alguna para que los pobres vivan en la calle”.
Joe McGraw, homeless desde que el Papa Juan Pablo II visitó Filadelfia en 1979, asegura que las medidas de este año han sido más intensas que nunca. “No era como esto”, comenta McGraw. “Ellos (ahora) nos espantan lejos.”
Nota al margen
Mañana no habrá crónica**. Es el último día de Francisco en Filadelfia y el final de la visita a Cuba y Estados Unidos, que comenzó en La Habana el pasado 19 de septiembre. La agenda del Papa es abrumadora el día en que comienza el retorno al Vaticano: reunión con los obispos invitados al Encuentro Mundial de las Familias en el Seminario San Carlos Borromeo; visita a los presos del Instituto Correccional Curran-Fromhold; Santa Misa de clausura del VIII Encuentro Mundial de las Familias en el Bulevar Benjamín Franklin —se espera un millón de asistentes—; saludo al Comité organizador, a los voluntarios y benefactores en el aeropuerto internacional de Filadelfia, y la ceremonia de despedida. Luego, durante el vuelo de regreso, conferencia de prensa.
Como los vaticanistas tienen que ir a todos los sitios por adelantado y buena parte del tiempo la pasamos moviéndonos por las ciudades o sometidos al control de seguridad, va a ser imposible hilvanar una idea coherente en ese tiovivo. Pero les prometo contarles el lunes, antes de cerrar esta columna y despedirnos de Francisco.
* Periodista cubana y editora del sitio Cubadebate. Es Doctora en Ciencias de la Comunicación y autora o coautora de los libros “Antes de que se me olvide”, “Jineteros en La Habana”, “Clic Internet” y “Chávez Nuestro”, entre otros. En twitter: @elizalderosa
** Este artículo se publicó en Cubadebate con fecha 26 septiembre 2015.
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