Cien años tiene La Virgen de la Caridad en el cine
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Enrique Agüero Hidalgo fue el ganador en 1930, con La Virgen de la Caridad, del concurso de argumentos originales convocado por el diario El Mundo. El fin era restituir su deteriorada imagen y evitar que el público lo culpara de complicidad en un gran fraude por su intervención publicitaria en la estafa de un supuesto cineasta norteamericano que iba a convertir a La Habana en el Hollywood del Caribe.
A pesar de su título, no trata un tema eminentemente religioso. Ramón Peón se vinculó con Antonio Perdices a otro fanático del cine, Arturo del Barrio, dueño de una posición económica ventajosa, y con las iniciales de sus apellidos conforman el nombre de la Sociedad Anónima b.p.p.
Embriagada con el éxito de su primera producción, El veneno de un beso (1929), la compañía emprende la filmación de La Virgen de la Caridad, destinada a convertirse no solo en su última producción, sino en la más importante generada en la Isla por el cine comercial prerrevolucionario y la mejor obra en la prolífica filmografía de Peón.
En la trama, el hijo de un mambí muerto en la guerra de independencia vive con su abuela en la finca familiar. Él es novio de la hija del cacique del pueblo, quien piensa que el joven no es digno de ella. Tiempo después, durante las fiestas del santo del pueblo, regresa un hombre perteneciente a una poderosa familia ganadera, que se interesa por la muchacha y se las ingenia para despojar a sus legítimos dueños de sus tierras. El conflicto es resuelto por el hallazgo “milagroso” de la verdadera propiedad de la finca.
Se trata del clásico del cine iberoamericano que cierra el período del cine silente en Cuba. El amor de una pareja obstruido por un canalla inescrupuloso habría originado una obra intrascendente por lo arquetípico de los personajes y los elementos melodramáticos de la trama, abuela sufrida incluida.
La Virgen de la Caridadse estrenó en el desaparecido cine Rialto el 8 de septiembre de 1930. Ramón Becali despliega una amplia campaña promotora durante los días precedentes a su primer contacto con el público, a quien reclamaba indulgencia y una actitud desprejuiciada al juzgarla: “Es un cuadro netamente cubano, pleno de belleza natural y de un verismo típico, encantador” (El País, 7 de septiembre de 1930).
Ese mismo día, José Manuel Valdés-Rodríguez publica sus criterios en una crónica de El Mundo: “es el primer intento cinematográfico verdaderamente logrado en nuestro país con dinero, directores, artistas, fotógrafo y personal cubano. El ambiente, el contorno que rodea la acción, está muy bien. El pueblo es un verdadero pueblo de campo cubano”.
Treinta años después reitera: “Tiene un valor intrínseco en el orden fílmico, no solo como obra de la época en Cuba sino en Hispanoamérica. Siempre la hemos juzgado obra estimable, digna de atención, hasta el punto de representar en buena medida una orientación justa del cine nacional. Allí hay cine, puro cine, como no hubo en la mayoría de los filmes posteriores” (El Mundo, 8 de septiembre de 1961).
Miguel de Santos (Yeyo), Diana V. Marde (Trina) y Matilde Mauri (Ritica) encabezaron el reparto, integrado además por Francisco Muñoz (Don Pedro del Valle), Guillermo de la Torre (Fernández), Roberto Navarro (Matías), Estela Echezábal (Rufina), Catana (Laura del Río), Julio Gallo (Canuto), Francisco Herrero (Nicomedes), Ernesto Antón (Hortensio) y Rafael Girón (El Juez), entre otros, incluyendo al realizador en un personaje episódico.
El dominio del lenguaje cinematográfico por Peón evita incurrir en las imperfecciones existentes en sus títulos anteriores, que a juicio de Valdés-Rodríguez no merecen idéntica atención y aprecio. La reproducción fidedigna de la atmósfera de una vivienda campesina cubana, con toda la riqueza de su ambientación, es un mérito del escenógrafo Ernesto Caparrós. Las actuaciones se caracterizan por la discreción y la desigualdad de intérpretes de diversa procedencia.
El lastre escénico se percibe en algunas composiciones de los actores –sobre todo en los interiores de la vivienda de La Bijirita– más propias de la escena que de la pantalla. La cámara de Ricardo Delgado, lejos de permanecer estática casi todo el tiempo, realiza algunos movimientos en determinados momentos.
Raúl Rodríguez, desaparecido crítico e historiador cubano, subraya el carácter excepcional de este filme —único conservado completo en la Cinemateca de Cuba de la producción de ficción generada en aquella etapa—, en el contexto de la producción comercial realizada antes de 1959 y de la filmografía del propio Peón:
La versión fílmica muestra frescura –visto, claro está, a la luz de la época–, un mensaje dinámico y actuaciones aceptables. Además, aunque este no haya sido precisamente su propósito, presenta el desalojo, los manejos de los terratenientes para despojar a los campesinos de sus tierras, la vida de nuestros hombres del campo o, dicho en otros términos, pone de manifiesto la lucha de clases (El cine silente en Cuba, pp. 132-133).
Georges Sadoul (1904-1967), en visita efectuada a Cuba en 1960, recibe una grata impresión del nivel técnico y estético de La Virgen de la Caridad, que califica de neorrealista. El fotógrafo catalán Néstor Almendros, manifiesta su sorpresa por este título:
(…) excelente fotografía, interesantes decorados y localizaciones, montaje profesional, argumento con suspense. La interpretación estilizada no era peor que en la mayoría de las películas mudas americanas y europeas. La última secuencia era brillante, con sus acciones paralelas a ritmo in crescendo, movimientos de cámara bien ejecutados y primeros planos a lo Griffith soberbiamente montados. Aquella tarde tuvimos todos la revelación de que Cuba tenía en Ramón Peón, el director de La Virgen de la Caridad, un artista visual, un narrador de excepcional talento (Cinemanía, p. 300).
El duodécimo título en la carrera de Ramón Peón admite la comparación con las películas producidas en el período en otros países del continente. Las obras del resto de las cinematografías nacionales menores de la misma época no prevalecen sobre este filme, no obstante la simplicidad argumental y el insuficiente rigor técnico.
Con sus intertítulos en español e inglés, alguna nota humorística aportada por los cuidados personajes secundarios, el candor de las interpretaciones, La Virgen de la Caridad conserva aún, al cabo de los años, el encanto de lo genuino. Es un clásico de imprescindible conocimiento para emprender cualquier investigación histórica de la cinematografía cubana y latinoamericana.
(Fuente: CubaCine /CC/ Luciano Castillo)
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