A la Serova, segunda astronauta rusa, le encantaría viajar a Marte
6:41:53 p.m.
El 26 de septiembre Elena Serova se convirtió en la segunda mujer astronauta de Rusia que vuela al espacio, luego que el 16 de junio de 1963 a bordo de la nave ‘Vostok-6’lo hiciera la legendaria Valentina Tereshkova. Serova pasará varios meses en la Estación Espacial Internacional, donde realizará trabajos de investigación.
Actualmente Elena Serova es diputada en la Duma Estatal. No es muy dada a conceder entrevistas, aunque en un despacho entre sesiones el corresponsal de Rossiyskaya Gazeta pudo charlar con ella.
—Comenzó practicando el paracaidismo como deporte. ¿Le gustan las experiencias extremas?
—Nunca me he considerado una amante del riesgo. Cada persona hace lo que sabe hacer, se topa con dificultades en la vida y las supera.
“En aquella época mucha gente quería ir al espacio y la hazaña de Gagarin resultó muy alentadora; sobre todo para quienes se dedicaban a deportes relacionados con la aviación. Cualquier profesión tiene sus riesgos. A nosotros nos preparaban expertos que habían vivido la guerra. Pilotos de combate. Por aquel entonces Yuri Gagarin y Guerman Titov ya habían estado en el espacio.
“A finales de 1961, me pidieron que me presentara a las pruebas. Los representantes de los clubes de aviación de Moscú ya las habían superado. Escogieron a cinco chicas de entre más de mil candidatas: dos de Moscú, otra de Riazán, una chica de Sverdlovsk y a mí, de Yaroslavl. En aquel momento no se hablaba de la salida al espacio. Nos propusieron probar una nueva técnica y nos sometieron a todo tipo de pruebas: físicas y psicológicas.
“Ya a principios de 1962 comenzaron los entrenamientos intensivos. Aunque era encantador, el jefe del destacamento —Yuri Gagarin— era también muy exigente. En los entrenamientos nos preparaban más para la presión psicológica que para la física. Entramos siendo paracaidistas: saltábamos todo el día, en tierra y en agua. Esos eran los primeros vuelos. Las historias y los consejos de Gagarin, Titov y Nikoláev eran de mucha ayuda. Pero todo era nuevo para nosotras, incluso la sensación de ingravidez. Entonces aún no existían los simuladores ni los laboratorios de flotabilidad. Se generaban momentos breves de ingravidez mediante la realización de maniobras especiales en aviones para que pudiéramos familiarizarnos y acostumbrarnos a esa sensación.
“Había un asiento giratorio especial en el que no solo teníamos que estar sentadas, también teníamos que inclinarnos. En la cámara térmica debíamos aguantar vestidas con el traje de vuelo a una temperatura de 70 grados Celsius. Otra prueba era la cámara sorda, completamente aislada del sonido, donde debíamos pasar diez días seguidos”.
—¿Qué le ayudó a soportar la soledad en aquel espacio cerrado?
—Nunca he sufrido de claustrofobia. En la cámara sorda ponían a prueba el estado psíquico de la persona, la frecuencia cardíaca... Se llevaban a cabo muchas pruebas como, por ejemplo, pruebas de agudeza visual. En el vuelo nos dejaban llevar un libro. A mí me encantaba leer poemas de Nekrásov.
Hay quien piensa que a los astronautas se los abandona a su suerte cuando salen al espacio y que por eso sufren de soledad, están a merced de sus sensaciones, luchando contra el estrés o simplemente sentados. En realidad tienen que llevar a cabo todo un programa de tareas. Apenas queda tiempo libre.
“Practicar ejercicios físicos era obligatorio; tomarse la tensión de forma periódica, sacar muestras de sangre y, en definitiva, realizar todas las tareas encomendadas. Además, había que examinar la nave en profundidad, todo el equipo y los aparatos que se encontraban a bordo”.
—Es como en un hospital: piensas que tendrás tiempo para descansar, pero luego todo son pruebas, desayunos, rondas, visitas de familiares... ni un minuto de tranquilidad.
—Exacto. Y los médicos están constantemente observando cómo te comportas, cómo reacciones. Tú no ves ni oyes a nadie, pero cada movimiento tuyo está siendo observado.
—El pasado 26 de septiembre voló al espacio la rusa Elena Serova tras una larga interrupción en el envío de astronautas rusas. También Svetlana Savítskaia voló después de usted tras un largo paréntesis de 19 años. ¿Por qué?
—Después de mi vuelo, Serguéi Koroliov tenía un sueño: enviar al espacio a una tripulación exclusivamente femenina. Ya habíamos empezado los preparativos, cuando en 1966 murió Koroliov. Nuestro vuelo se pospuso. Probando la primera nave Soyuz, murió en 1967 Vladímir Komarov, cuya experiencia ayudó a entender el comportamiento de la nave, el funcionamiento del sistema y, en definitiva, sus anotaciones permitieron terminarla.
“Entonces empezaron los vuelos. Esperábamos que nos incluyeran en el calendario, pero en 1971 fallecieron trágicamente Gueorgui Dobrovolski, Vladislav Volkov y Víctor Patsáev cuando regresaban de la estación Mir. Así que de nuevo se pospuso. Teníamos que entender lo que había ocurrido. Luego siguieron una serie de desgracias y desatinos y se llevaron a cabo trabajos de mejora.
“Cada vuelo es una prueba y aporta algo nuevo. Pasó mucho tiempo hasta que Svetlana Savítskaia pudo volar al espacio, esta vez como parte de una tripulación. Ella fue la primera mujer en salir al espacio abierto. En 1986 fue ella quien debía encabezar la primera tripulación espacial femenina. Pero finalmente no pudo ser.
“Elena Kondakova voló dos veces y pasó en el espacio un tiempo récord entre las mujeres: 180 días en órbita. La astronáutica femenina en general tiene mucho futuro. Actualmente, se están preparando muchas mujeres para vuelos espaciales en el centro de entrenamiento de astronautas que levantamos nosotros con nuestras propias manos.
“Por cierto, con respecto a las sanciones, he de decir que los astronautas norteamericanos se entrenan junto con los nuestros, vuelan en nuestras naves. La imposición de sanciones no les es rentable.
“Nosotros trabajamos con ellos cuando vienen al centro de entrenamiento para aprender a volar en nuestras naves, mientras que los nuestros no viajan al centro de la NASA en Houston. Ahora los norteamericanos están incumpliendo las condiciones del acuerdo de cooperación y les hemos advertido de que si nos imponen sanciones, también nosotros impondremos las nuestras. Esto será más problemático para ellos que para nosotros”.
—¿A usted le gustaría volver a viajar al espacio?
—Claro. Es una pena que ya no tenga edad para ello. Me encantaría viajar a Marte. Dediqué muchos años a este planeta, estudiando todo lo que se escribía sobre él.
—En Junio de 1963 usted dio 48 vueltas a la Tierra con el nombre en clave de Chaika (Gaviota) y durante el despegue pronunció la famosa frase: “¡Hey, cielo: quítate el sombrero!”. ¿Celebra usted ese día?
—Aún mantenemos una tradición que empezó Yuri Gagarin. Nos reunimos, recordamos viejos tiempos, hablamos de la profesión, de las novedades y de nuestros intereses. Es un encuentro de profesionales. También compartimos nuestros pequeños cambios en la Tierra. Por ejemplo, el 30 de mayo celebramos juntos el 80 cumpleaños de mi gran amigo el astronauta Alexéi Leónov. También tengo una amiga norteamericana, una francesa y una inglesa. Y es que se trata de una profesión que une a las personas y deja ver quiénes somos en el fondo. La política está de más, aquí solo sirven las competencias profesionales del astronauta.
—¿Habiendo estado en el espacio, cree usted en un origen inteligente del universo? ¿Cree que hay vida en alguna otra parte?
—De momento no ha tenido éxito ningún intento de encontrar formas de vida inteligente por parte de los científicos, pero el universo es enorme y no podemos descartar que haya otros planetas en los que existe la vida. Si hay seres vivos, están muy lejos y no dan señales. Nosotros enviamos permanentemente al espacio datos sobre la Tierra, sobre las personas, pero no hemos recibido ninguna respuesta. Y eso que llevamos décadas sondeando el universo.
—Usted fue una de las primeras políticas rusas que apoyaron los cambios en Crimea. ¿Tiene algún vínculo personal con la península?
—Estuve en Crimea durante la preparación para el vuelo espacial. En Feodosia practicábamos el aterrizaje sobre el agua lanzándonos con paracaídas y con las pesadas escafandras al Mar Negro. Después simplemente íbamos con los niños allí de vacaciones.
“Con Ucrania tengo más vínculos aún. Allí vivía la hermana mayor de mi madre, ya fallecida. Mis primos eran mineros en la región de Donbass. Allí viven mis sobrinos y sobrinas. Ahora las llamadas que recibimos de ellos resultan bastante inquietantes. Seguimos en contacto. Por supuesto, los recibiremos si hace falta, pero de momento no nos lo planteamos. Es mucho lo que les ata a su tierra: las tumbas de sus seres queridos, el trabajo…”
(Fuente: RG/ Larisa Iónova)
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