Mario Coyula: Si se puede construir poco, ese poco debe tener buena arquitectura
9:28:49 a.m.
Por Astrid Barnet
Desde hace mucho tiempo se le considera una autoridad dentro del mundo de la arquitectura cubana, además de ser un crítico sagaz y de avezados planteamientos en todo lo que respecta al cuidado, preservación y uso racional del entorno urbano y social.
En entrevista concedida al Periódico Cubarte, puntualizó sobre problemas que agobian nuestro hábitat y otros que podrían salvarlo, a la vez que subrayó acerca del logro de una diversidad que «(…)debe complementarse con la unidad que se consigue con un buen trazado básico y buenas regulaciones que apunten a lo esencial, más un control permanente sobre los proyectos y obras. Nada nuevo, tan sólo la mezcla balanceada de variedad en la unidad que los antiguos griegos proponían para alcanzar la armonía».
Aún vislumbra proyectos que contribuirían a perfeccionar la imagen de La Habana, siempre hermanado a la memoria, a la historia de una bella capital que ama profundamente y que continúa siendo para él fuente de trabajo, creación y, ante todo, de cultura. Y es este pensamiento armónico y leal a sus convicciones y exigencias profesionales, en constante desafío contra el tiempo, el que alienta al arquitecto Mario Coyula Cowley.
—En su itinerario profesional, el Parque-Monumento de los Mártires Universitarios, ubicado en Infanta y San Lázaro, ocupa un lugar relevante, ¿qué lo conllevó a su realización?
—Fue un concurso nacional muy grande que atrajo a cien concursantes de todo el país, en 1965. Lo ganamos cuatro arquitectos jóvenes: Emilio Escobar y Armando Hernández, ―ya fallecidos―, Sonia Domínguez y yo. Habíamos sido compañeros de estudios y compañeros en la lucha clandestina contra Batista en el Directorio Revolucionario. Ganarlo significó mucho para nosotros. Fue el primer monumento grande realizado después de 1959, el primero abstracto; el primero donde se representó a las masas, y una de las primeras intervenciones contemporáneas en un contexto histórico. Enfrente, por la calle San Lázaro, Armando había sido baleado por la policía batistiana en una manifestación, pienso que en 1955.
«Rompimos con varias convenciones, entre ellas, la de colocar un monumento en el centro de una plaza. Allí el monumento forma la plaza. No quisimos imponer una percepción fija, predeterminada, sino dejar que el observador la defina y complete. Las figuras las hicimos nosotros mismos por las noches, después del trabajo.
«Los muros de hormigón con los bajorrelieves han envejecido bien, pero todo lo demás se encuentra deteriorado: se perdieron las farolas originales, hechas especialmente para allí; la vegetación original casi ha desaparecido, y hace poco pintaron de amarillo rabioso los bancos, que eran una cinta continua terminada en estuco con color integral . Los troncos de varios árboles también han sido pintados por un vecino demasiado entusiasta, que antes había pintado de rojo chillón su barbacoa como reclamo a su negocio de alquiler de habitaciones. Todo esto es parte del relajamiento suicida en que han caído las normativas urbanas en los últimos 25 años. Con los muros de hormigón hasta ahora no han podido».
—La Habana, su arquitectura y urbanismo. ¿Cómo preservarla?
—Concibiendo que la mayor parte de la ciudad y de la gente sean capaces de pagarse a sí mismas, es decir, convertir a la ciudad y a la gente en un recurso, dejar de verlas como una carga. Ningún programa estatal, ni colaboración extranjera sin ánimos de lucro, podrá resolver una empresa de tanta magnitud. La ayuda es bonita y se agradece, pero no resuelve la esencia del problema. Muchas edificaciones se perderán, pero muchas valiosas pueden salvarse. Y son valiosas no solo por sí mismas, sino por formar un conjunto muy extenso con una imagen urbana coherente.
«La Habana muestra capas de su historia, felizmente adyacentes y no superpuestas. El problema aquí, en este medio siglo pasado, ha sido siempre la falta de dinero, sumado a prioridades cambiantes que nunca interiorizaron la necesidad del mantenimiento. Ahora esa falta puede combinarse, actuando a la vez, con demasiado dinero llegado súbitamente a manos de privados que no saben cómo usarlo ―acostumbrados a la improvisación y la chapucería―, y de inversionistas extranjeros buscando un rápido retorno de su dinero, a como sea, coincidiendo con sus contrapartes cubanas debido a la extrema necesidad del país. Por eso, es muy importante que se hagan algunas inversiones nuevas que demuestren que se puede ganar dinero y hacer las cosas bien. La Oficina del Historiador ya lo ha demostrado, con hoteles pequeños que rescatan y dan uso a edificaciones patrimoniales valiosas y encajan sin rupturas en un contexto muy valioso».
—Entre sus libros se destaca Havana. Two Faces of the Antillean Metropolis (Premio CHOICE, 1998), ¿Qué importancia le otorga?
—Fue un trabajo largo y duro. Yo no tengo vocación por escribir textos académicos, con un lenguaje árido lleno de citas y referencias; pero me entusiasmé con este reto y me sentí bien acompañado por dos investigadores rigurosos como Roberto Segre ―con quien ya había trabajado durante su época cubana―, y con Joseph Scarpaci, a quien conocí en su primer viaje con estudiantes de Virginia Tech a La Habana.
«Tratamos, y me parece que lo conseguimos, de tocar muchos campos distintos para dar una imagen holística de La Habana. Cada uno tomó tres capítulos y después los tres escribimos juntos el último. En mi caso traté de introducir también algunas vivencias, para animar el discurso académico. Wiley publicó la primera edición en 1997, que fue incluida en 1999 en la 35ª lista de CHOICE para Libros Académicos Relevantes. En el 2000 se hizo una segunda edición ampliada por The North Carolina University Press, con un prólogo del destacado arquitecto y urbanista cubanoamericano Andrés Duany. Cada uno de nosotros hizo un agradecimiento. El mío fue un poema, casi un testamento:
«Gracias a una revolución
que envejeció conmigo sin apenas darnos cuenta
un ciclón que expandió dos tercios de mi paso por el mundo
con éxitos y errores que también fueron míos.
«A esta Isla salina, aguantona y rebelde
la patria esculpida por mis antepasados
rota y recompuesta una y otra vez.
«Y gracias a mi Habana, hermosa y maltrecha
que espera a este cuerpo ya cumplido
para engendrar nuevas vidas
y llorar las mismas muertes.
«Después de escribir tanto sobre urbanismo comprendí que estaba haciendo urbanismo-ficción. Decidí entonces moverme a la ficción y escribí mi primera novela, Catalina, publicada en Sevilla el año pasado. La Habana y otras ciudades del mundo siguen allí, como telón de fondo a una búsqueda que se sabe imposible».
—Recuperación del Centro Histórico de la Habana Vieja, proyecto que desarrolla la Oficina del Historiador de la Ciudad. ¿Avizora posibilidades inmediatas para otros espacios?
—Es uno de los pocos programas de conservación/desarrollo exitosos en Cuba, que combina el interés cultural con la manera de generar recursos propios para autofinanciarse en gran medida. El reto está en cómo extenderlo. No acepto el argumento de que se trata de algo único, irrepetible, centrado en una figura extraordinaria como Eusebio Leal. La propia historia de la Revolución cubana enseña cómo en el momento y en el lugar adecuados surgieron líderes de entre personas comunes como abogados jóvenes desconocidos, estudiantes, albañiles, sastres, empleados públicos, campesinos… Otros programas probablemente pudieran funcionar igual de bien si tuvieran las mismas prerrogativas.
—Los gustos y pautas de vida de los pobres-nuevos-ricos ya se proyectan hacia la vía pública. ¿Qué hacer ante esta situación?
—Esa maleza urbana proliferó tras la defoliación masiva que supuso la eliminación súbita de las antiguas clases dominantes, que fijaban patrones de gusto, moda, forma de vivir y la imagen urbana. Hay una «cultura del aguaje» en expansión, donde el desarraigo de inmigrantes rurales se combina con marginales urbanos y lo que Zumbado llamó el pequeño-proletario, sumado a la influencia de parientes y amigos desde Hialeah, en Miami.
«El modelo de éxito a copiar es “el maceta” y “la jinetera”; además de alguien ya más lejano: el gerente de una firma. Para recuperar los valores éticos y morales perdidos, hay que darle valor a los valores. Los medios pueden influir mucho. A veces confunden lo popular con el populismo; la chusmería, el lenguaje soez y la vestimenta chabacana. Todo ello se concentra en esas balaustradas espantosas que proliferan por todas partes, con mujercitas hechas con mortero fundido, de cintura estrecha y enormes nalgas y muslos, donde el mal acabado en la ejecución parece celulitis».
—Arquitectura, urbanismo y cuidado del entorno, en especial, en La Habana. ¿Divorcio total?
—La arquitectura cubana hace tiempo que se convirtió en construcción, y dejó de ser arquitectura. Lo curioso es que también la calidad de la construcción se perdió. Se han realizado algunas obras especiales con mucho respaldo oficial pero, en su mayoría, situadas fuera de la ciudad y, por lo tanto, no han contribuido a enriquecer la imagen urbana para el habitante de a pie. La ciudad está hecha por edificios y espacios públicos ―llenos y vacíos―, más la infraestructura donde se apoya. Todo está muy deteriorado. Arreglar esa infraestructura costaría muchísimo, y la inversión no se ve.
«Pero no se puede esperar a resolver un problema para atender otro. Por ejemplo, se podría cambiar con muy pocos recursos la imagen de puntos claves por donde pasan y viven miles de personas. Eso se hizo en los años setenta, con los puntos de Reanimación Urbanística. Después le llamaron reanimación a pintar algunas fachadas, casi siempre indebidamente. Es parte del culto a la improvisación. Se pueden sembrar miles de árboles en calles, esquinas y otras áreas, en vez de hacer jardines con bonches de arbustivas, como si fuesen casas particulares, que bloquean las visuales y en cambio ellas no se ven al pasar por delante en un vehículo.
«Si se puede construir poco, ese poco debe tener buena arquitectura. Hay inversiones con capital extranjero que imponen su arquitecto, y muchas veces ni siquiera son buenos. Para arquitectos malos o regulares, tenemos bastantes; no hay que importarlos y menos pagarles muchísimo más que a los cubanos. Con la mayor apertura al autoempleo, proliferan cuchitriles improvisados que se anteponen a las fachadas y agravan el caos visual que ya habían entronizado las tapias y cercas de alambre, y las jaulas para autos. Esas adaptaciones deberían ser proyectadas por arquitectos, para que al menos queden decentes. Pero los arquitectos pueden vender maní y manejar un taxi, no trabajar en su profesión.
«A principios del siglo XVII La Habana sólo tenía unos cuatro mil habitantes, y muchos vivían precariamente de alojar y vender alimentos hechos en casa a los marinos y soldados de la Flota, que duplicaban a la población local. Tomó tres siglos y medio llegar a tener las mansiones aristocráticas barrocas de intramuros y las grandes casas-quintas neoclásicas del Cerro; la monumental arquitectura ecléctica del Palacio Presidencial, el Capitolio, y los palacios de los Gallegos y Asturianos; el Edificio Bacardí, insignia del Art Decó cubano; la Colina Universitaria, las grandes tiendas de Galiano y Neptuno, los palacetes de El Vedado y las torres de propiedad horizontal frente al Malecón, La Rampa, los repartos Miramar y Country Club; y las decenas de miles de viviendas modestas pero decentes que alojaban a una ubicua clase media baja que fue la que dio forma y masa a la ciudad. ¿Cuánto tiempo habrá que esperar para una acumulación parecida de riqueza en cuentapropistas que venden chicharritas y croquetas en el frente de su casa?»
—¿Qué significación tiene para usted El Vedado?
—Es mío, aunque siento que me lo están quitando. Nací en El Vedado, en la misma Calle 13 donde vivo, aunque no en la misma casa. La original es ahora una cuartería.
«El Vedado ha demostrado las bondades de un trazado simple pero muy bien pensado, que permite una buena densidad constructiva y la combinación armónica de edificaciones de épocas, estilos y hasta alturas muy diferentes, combina el verde con la edificación, tiene espacios públicos bien definidos (los parques, las avenidas con parque a lo largo en el centro, como G y Paseo), una mezcla de funciones (viviendas con servicios y centros de trabajo), abierto al Malecón.
«Fue también un ejemplo de convivencia social, aunque marcada por la hipocresía. La clase alta fijaba los patrones de conducta en los espacios públicos y la imagen proyectada hacia la calle. La pobreza quedaba escindida tras columnas clásicas. Pero los palacetes de los muy ricos eran parte de mi paisaje urbano diario, y elevaban la barra para las viviendas menos y menos lujosas. Ahora hay cuadras completas selladas por una cacharrería continua de jaulas, chapas metálicas y cercas con malla de gallineros. No se ven las antiguas fachadas. Las edificaciones se pintan de colorines, se oye música escandalosa y gente conversando a gritos. Esta nunca fue una ciudad caribeña, pero la están convirtiendo en eso, a un nivel muy primitivo».
—¿Arquitecto de profesión y poeta por inspiración?
—Muchos arquitectos no han resistido el impulso de escribir poesía. Algunos quizás debieron conformarse con lo suyo. Yo he hecho algunos poemas, cuando sentí esa necesidad, cosas que hay que sacarse de adentro. Siempre recuerdo a Dulce María Loynaz cuando dijo una vez que “la poesía era asunto de jóvenes…”. Imagino en quién estaba pensando. Yo llevo demasiado tiempo de joven, o quizás al revés, empecé a ser viejo desde muy temprano. Realmente, los proyectos que más satisfacción me han dado son los monumentos conmemorativos en que he participado; siempre en equipo, una forma que me gusta ―siempre que exista afinidad―, con la confianza de decirle a otro que su idea no sirve, y la humildad de aceptar cuando le toca a uno. Al final, ya no se sabe de quién o de quiénes fueron las ideas. Así es como debe ser. En el campo de los monumentos conmemorativos se combina la arquitectura con el diseño urbano, el paisajismo, la escultura… y si lo haces bien, con la poesía. Lo malo es que los encargos no son muy frecuentes, y a veces vienen dirigidos. Lo triste es que esos ungidos generalmente no son buenos, y hacen mamarrachos vergonzosos.
—¿Cómo está la salud actual de la Arquitectura Cubana?
—¿De qué entelequia hablas? El mejor arquitecto actual no puede trabajar legalmente en Cuba, porque se adelantó demasiado a su época y quiere hacerlo desde su casa, como si fuera un artista plástico; cosa que también es. Habría que preguntarse por qué hay tantos buenos artistas plásticos en Cuba, y tan pocos arquitectos. No es por el talento. La respuesta está en la forma en que trabajan, les pagan y los respetan. Eso marca la diferencia.
—¿Algún proyecto inmediato?
—Trato de volver a trabajar con estudiantes extranjeros y cubanos en varias áreas de La Habana que tienen un gran potencial de desarrollo. Una de ellas es la margen derecha del tramo final del Río Almendares, donde El Vedado limita con un farallón y abajo está un barrio insalubre, El Fanguito. También hay dos astilleros sin perspectivas futuras que, sin embargo, no dejan de ampliarse. Quisiera seguir el Malecón que actualmente muere en el castillito de La Chorrera y el restaurante 1830, por todo el borde del río, con un paseo peatonal hasta el puente de la Calle 23. El Bosque de La Habana podría, entonces, saltar hacia El Vedado y producir sobre el farallón una interacción armónica del verde con edificaciones que le den una nueva fachada a El Vedado y lo conecten escalonadamente con el río abajo.
«En octubre pasado pude ―al fin― apreciar el famoso Riverwalk, de la ciudad tejana de San Antonio. Es un clásico de diseño urbano, impresionante. Hace tiempo el río era considerado una molestia y estuvieron a punto de eliminarlo. Fue salvado y se convirtió en el principal atractivo de la ciudad, que recibe 27 millones de turistas y es el mayor centro de convenciones de los Estados Unidos. Todo el río está sombreado por árboles y bordeado por cafés, restaurantes, hoteles y viviendas, con paseos por botes y góndolas. El río articula y da vida a la ciudad. El Almendares siempre ha separado a La Habana de Marianao. Revitalizar sus orillas puede invertir los términos y conectar ambas riberas con funciones atractivas. Este proyecto podría inducir una revalorización de la zona de El Vedado desde la Calle 12 hasta el río, muy subutilizada y más pobre arquitectónicamente.
«Otro proyecto interesante es el relleno y desarrollo de Casablanca, un pueblo pequeño y pobre pero muy pintoresco, con una ubicación privilegiada, mirando a La Habana y al puerto a través del estrecho cuello de la Bahía; con la gran fortaleza de La Cabaña y el mirador del Cristo encima. Abajo, a nivel del agua, está la salida del tren de Hershey ―el más antiguo tren eléctrico de su tipo todavía funcionando en el mundo―, y la llegada de la lanchita que cruza la Bahía.
—Las construcciones espontáneas de Casablanca siguen un lógico patrón escalonado que debe inspirar a las nuevas. Una parte de los nuevos proyectos llenarían lotes vacíos dentro del poblado, y otra parte seguiría en dos o tres terrazas a lo largo del farallón que forma la base de La Cabaña, a lo largo de un camino peatonal que conecte Casablanca a nivel del agua con la Dársena de los Franceses y la Batería de la Divina Pastora. En la Dársena se puede hacer una marina para veleros pequeños, y el camino peatonal al borde del agua también puede tener atraques.
«La tipología arquitectónica y el nivel de diseño deben ser muy parecidos entre las edificaciones de relleno en el pueblo y las nuevas más hacia la entrada de la Bahía. Ello ayudará a la integración visual y social de toda Casablanca. La forma en terraza escalonada del asentamiento hacia arriba y atrás, sugiere el empleo masivo de energía solar en las edificaciones, así como el sombreado de los techos con enredaderas que pueden ser productivas. Se abrirían vistas y accesos al agua al final de los ejes descendentes de circulación peatonal, conectándose con un pequeño malecón.
«Para ello hay que eliminar una serie de cobertizos y construcciones precarias que bloquean la vista y el acceso al borde del agua. Será necesario construir un centro intermodal de transporte a donde lleguen la lancha, el tren y el ómnibus. Parece lógico desarrollar lugares especializados en comidas de mar. Casablanca es una alternativa natural para el turismo que va al centro histórico de La Habana Vieja. El viaje por agua es corto y sería parte de la atracción, igual que el paseo en tren hasta el antiguo central azucarero “Hershey” (hoy central “Camilo Cienfuegos”) y Matanzas. Arriba, está la enorme fortaleza de La Cabaña, ahora museo y sede de eventos internacionales como la Feria Anual del Libro y la Bienal (¡Trienal!) de Arte de La Habana.
«Al fondo de la Bahía, y ya con más tamaño e historia, el poblado de Regla también ofrece posibilidades para un re-desarrollo interesante. La Punta de Santa Catalina, donde una vez estuvieron los famosos almacenes de azúcar hechos por James Bogardus, destruidos por el ciclón de 1906, avanza como una punta de flecha. La reubicación de la terminal de ómnibus urbanos y unas naves de oficinas existentes liberaría esa punta para bordearla con un malecón y hacer una zona recreativa que incluya también alojamiento para visitantes, comidas típicas y un centro cultural múltiple con énfasis en el folklor afrocubano, en el que Regla tiene una tradición muy fuerte.
«La operación despejaría visuales hacia la pequeña pero hermosa iglesia de Regla, cuya fachada de 1818 es el más temprano ejemplo de arquitectura neoclásica en La Habana. También se debe reconstruir el emboque adonde llegaban las lanchas que cruzan la Bahía, que tiene una arquitectura muy especial. Las vistas hacia La Habana desde esa punta son espectaculares.
«Otra vista hermosa es desde la Colina Lenin, pero la conexión con la punta necesita ser más directa. El cierre de la termoeléctrica permite producir una apertura desde la plaza Facciolo hacia el agua, con buenas visuales hacia la Habana Vieja.
«A una escala mayor, la eliminación de las refinerías no sólo ayudaría a mejorar mucho la descontaminación del aire y el agua, sino que liberaría mucho terreno; lo que permitiría expandir Regla hacia el Este, bordeando la ensenada de Marimelena. Ese desarrollo tendría que ser muy cauteloso, pues incluye una reserva de manglares y refugio de aves migratorias. El redesarrollo del borde al agua, desde Atarés al Oeste hasta Casablanca, sería una manera de fabricar suelo urbano en el mismo centro de la ciudad. Lo que una vez fue industrial, muy contaminante e inductor de una circulación de ferrocarril que corta la continuidad del tejido urbano, podría reorientarse hacia la industria del conocimiento, con incubadoras de empresas, centros de informática, telecomunicaciones, finanzas, filiales universitarias, investigaciones, vivienda mixta, servicios especializados, diseño, moda, y entretenimiento, incluyendo el yatismo y deportes náuticos.
«La vocación de la Bahía y el puerto deberán re-analizarse y pasar de comercial a recreativo. El desarrollo del nuevo puerto en Mariel y la alternativa de Matanzas, lo permitirían. Un requisito indispensable sería el tratamiento de las aguas de los ríos Luyanó y Martín Pérez, que entran a la Bahía desde el sur y que actualmente son verdaderas alcantarillas. Ese tratamiento de los ríos debería ser preferentemente en el lugar donde la contaminación se origina, para no privarlos de caudal. Esos ríos sugieren ser utilizados como espinas verdes que ayuden a estructurar el territorio amorfo de esa parte sur de la ciudad: San Miguel del Padrón.
«Otra zona de La Habana con un gran potencial es el antiguo aeropuerto de la Ciudad Militar, en desuso desde hace años. Esta sería una de las mayores zonas de desarrollo dentro de la ciudad, y pudiera conectar el centro histórico de Marianao con la Playa, asimilando de paso a las Escuelas de Arte de Cubanacán, cuyos alumnos e instalaciones culturales pueden enriquecer la vida del nuevo distrito. Esta sería la oportunidad de corregir los defectos del Centro de Negocios Miramar, ubicado en el Monte Barreto, incorporando una mezcla muy diversa y vital de funciones, edificaciones y personas, con espacios públicos atractivos para densidades apropiadas de población.
«Estos serían algunos de los proyectos en que me gustaría estar involucrado. Habría contenido para muchos arquitectos y urbanistas, lo que aseguraría de manera natural la necesaria diversidad. Esa diversidad debe complementarse con la unidad que se consigue con un buen trazado básico y buenas regulaciones que apunten a lo esencial, más un control permanente sobre los proyectos y obras. Nada nuevo, tan solo la mezcla balanceada de variedad en la unidad que los antiguos griegos proponían para alcanzar la armonía».
(Fuente: CUBARTE)
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