El dramaturgo descansa en su honesta paz
5:19:02 p.m.
Una masiva expresión popular en su pueblo natal acompañó hoy la inhumación del célebre dramaturgo cubano Abelardo Estorino, Premio Nacional de Teatro-2002, quien falleciera la víspera, a los 88 años de edad, en La Habana. Honesto, noble, agudo y ameno conversador, fue uno de los más dedicados y fecundos creadores cubanos.
A su firma debemos las antológicas obras La casa vieja, El robo del cochino, Las penas saben nadar y su versión de la novela Las Impuras, de Miguel de Carrión, entre otra veintena de piezas teatrales.
Natural de Unión de Reyes, en Matanzas, mereció en 1992 el Premio Nacional de Literatura y, en el 2002, el de Teatro, importantes galardones que engrosaron una larga lista de reconocimientos, dentro y fuera de Cuba.
Fue un día de 1946 cuando el también crítico, adaptador y director teatral, llegó a La Habana para estudiar cirugía dental, profesión que ejerció durante tres años. Sin embargo, encontró en el teatro su verdadera y única vocación.
Realizó su primera obra, Hay un muerto en la calle, en 1954, y cuatro años más tarde comenzó a dirigir montajes y a escribir significativas piezas, en lo que se reconoce como su década creativa más prolífera. En esa época nacieron las adaptaciones de El fantasmita, La cucarachita Martina, El mago de Oz y los estrenos de Las vacas gordas (comedia musical) y Los mangos de Caín.
Estuvo vinculado durante años al Teatro Estudio, de los hermanos Vicente y Raquel Revuelta, periodo donde consolidó su labor teatral con obras como Vagos rumores, Parece blanca (catalogada como su obra de madurez) y El baile. Muchas de ellas fueron traducidas y representadas en diferentes escenarios nacionales y extranjeros.
Estorino creó historias humanas con personajes de intensas cargas dramáticas e inmersos en conflictos morales. La crítica e investigadora teatral Vivian Martínez Tabares, a raíz de su deceso, lo ha definido como hombre «convencido de la utilidad de su misión, empeñado en defender sus ideas hasta las últimas consecuencias, con las armas que sabía manejar con excelencia: la palabra, las leyes de la escena, que también supo violar y transgredir».
El propio creador hablaba de sí mismo en una entrevista: «Yo soy un hombre que ve el mundo sin ponerle nombre a cómo vivo. Yo no sé si agnóstico exactamente. Quizá un poco escéptico, que es parecido. Pero me gusta transformar al vivir, que las cosas mejoren».
Estorino, sencillo y ético, nunca quiso verse como una personalidad en Unión de Reyes, su ciudad natal y el sitio adonde póstumamente será trasladado. Aun así, cada vez que se mencione o estudie la obra de un grande en la historia de las letras y la intelectualidad cubanas, ahí —de seguro— figurará su nombre.
(Fuente: Granma)
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