Confesiones de Diego Gutiérrez, el trovador
21/01/2013 1:51:47
Hace tiempo ya que el trovador Diego Gutiérrez es un nombre muy conocido entre los amantes de la trova. Empezó a crecer en Ciego de Ávila, luego anduvo por Camagüey, hasta que se asentó en Santa Clara, donde fue a la Universidad y entró en contacto con otros jóvenes cantores, junto a los cuales fundó La Trovuntivitis. Aquí da testimonio de su origen y evolución como artista.
«Nací en un pequeño pueblo avileño llamado Majagua, lugar de interesantes tradiciones campesinas. Allí viví hasta mi adolescencia, con muchas influencias musicales locales. Y en especial de mi padre, que era un muy buen poeta y decimista, si vale la distinción, y solía tocar el tres para acompañarse antiquísimas décimas que eran la diversión de toda la familia.
«Mi madre acostumbraba a cantarnos tangos y boleros con una voz muy dulce, y también himnos evangélicos a los que nos uníamos mis dos hermanos y yo guiados por la potente voz de mi padre. Mis hermanos escuchaban mucha música y cantaban acompañados de la guitarra, sobre todo canciones populares en su época, lo que dejó en mí cierta nostalgia por una música que nunca escuché de primera mano, pues era de generaciones anteriores y que aun me gusta cantar en las descargas de amigos.
«Era un ambiente familiar singular para un pueblo de campo, pues todo el tiempo debatíamos acerca de música y poesía, de las canciones nuevas y antiguas, nos pasábamos nuestros poemas y leíamos en alta voz los pasajes de libros que nos gustaban, todo lo cual terminaba en risas y en comentarios admirativos o realmente críticos.
«Cuando empecé el Preuniversitario me fui a estudiar a Camagüey, siendo un adolescente que se consideraba ya poeta con cierta presunción, y allí comenzó mi gusto por los lugares distintos de mi hogar, y mi aprendizaje de la amistad y del intercambio de ideas. Al terminé el bachillerato entré en la Universidad Central de las Villas, donde empezó para mí una apertura total en cuanto a pensamiento y visión del mundo.
«Sería tal vez pretencioso llamar interés por la trova, en el sentido intelectual y consciente, por algo que me llegó como influencia familiar directa, y que yo tomaba como algo natural que todo el mundo disfrutaría, tanto su belleza como su sentido del juego y del humor, tanto su lirismo como su invitación al baile y la diversión. No fue hasta más tarde, cuando empecé a tocar la guitarra enseñado por mis hermanos, y cuando muy naturalmente para mí las primeras canciones que canté en público eran de Silvio Rodríguez y de Pablo Milanés, que me di cuenta que algo había pasado con la percepción del publico con estas canciones, pues las tomaban despectivamente como “políticas”, solo utilizables para actos oficiales y por tanto excluidas de las fiestas y descargas de mis amigos de estudio.
«Me quedé un poco descolocado, y recuerdo que albergué rencor contra mis hermanos por un tiempo, porque no me habían enseñado las canciones de moda, aptas para levantar “jebitas” en la Secundaria. Sentía cierta envidia por un amigo que se las sabía todas, y el público femenino deliraba y cantaba con él, cuando a mí solamente me toleraban a regañadientes por aquellas canciones que yo pensaba (y tenía razón al fin y al cabo) que eran irremplazables en la vida de cualquiera. Así que cargué un tiempo con la resignación de ser un trovador “político”, provocando la risa de mis hermanos y contradicciones en mi vida adolescente, pero llevando estoicamente la maldición de las canciones distintas.
«Después de pasar por el fuego de la indiferencia casi general, cuando entré al Preuniversitario yo iba decidido a enterrar mi guitarra con un sentimiento más bien vergonzante, y a entregarme a escribir poesía, secretamente, lo que me salvaba (eso creía) de los públicos amantes de las modas. Pero allí, para mi sorpresa, me encontré con amigos que si le “descargaban a esa onda”. Y empecé a tocar casi clandestinamente, por las noches en los dormitorios, esas canciones de la Nueva y la Vieja Trova, y especialmente los temas de un tal Carlos Varela y de un tal Adrián Morales, que se atrevían (gran descubrimiento y asombro para mí) a cuestionar situaciones sociales que antes habían sido cantadas desde otro punto de vista por mis viejos amigos de la Nueva Trova.
«Nada puede compararse a ese sentimiento de complicidad que nos provocaban aquellas canciones, de ser los miembros de un nuevo culto secreto que en nuestra ingenuidad imaginábamos compartido por unos pocos como nosotros. Y si antes yo dejaba literalmente todo lo que estaba haciendo en el momento para sentarme a unas pulgadas del televisor cuando cantaba Silvio, ahora lo hacía con estos nuevos ídolos que hablaban de cosas cercanas a mí, de lo que estaba viviendo y sintiendo en esa época. Sus canciones fueron de las primeras que canté ante un público mayor y más diverso.
«En la Universidad Central de Santa Clara me encontré con otro asombro. Hasta ese momento yo pensaba que las grandes canciones eran el patrimonio exclusivo de mis ídolos de siempre, unas personas que estaban mas allá del tiempo y del espacio, viviendo en un universo paralelo, y por tanto intangible, personas sin edad que habían recibido de alguien esas canciones ya hechas, fatalmente. Y entonces conozco a Roly Berrío, Levis Aliaga y Raúl Cabrera, miembros de un trío inconcebible que se llamaba Enserie, con unos textos, armonías y proyección escénica inéditas, no solo para mí como principiante, sino para todo el mundo. Al acercarme a ellos totalmente hechizado por su performance, yo no podía creer que aquellos muchachos fueran mis contemporáneos y que los temas que cantaban fueran de ellos.
«Fue una especie de iluminación la que recibí, una alegría inmensa, a la vez que un extraño desasosiego, porque me di cuenta, que esas canciones estaban ahí, se podían hacer, y yo tenía algo así como el deber de probar fuerzas e intentarlo por mi parte. Así, guiado por la amistad y enseñanza que me brindaron, empecé a hacer mis primeras cosas, poemas musicalizados más que canciones, tanteando y experimentando, con toda la carga de mis influencias musicales y literarias y descubriendo a cada paso lo que el arte tiene de inspiración y también de oficio, de estudio como de asimilación intuitiva. Las primeras canciones que hice las he olvidado conscientemente y con razón, pero te puedo decir que cuando hice una que se llama “Cuerda floja”, o “Dafne”, o cualquiera de esa época, ya empezaba a escucharse débilmente mi propia voz buscando su estilo y temas que estuvieran realmente pegados a mi vida.
«Mis primeras canciones estaban muy marcadas por mis influencias, muy permeadas de literatura y, viéndolas con la perspectiva del tiempo, no pasaban de ser juegos con las palabras y con las armonías, con un extrañamiento entre mi vida real y lo que decían en un nivel simbólico. Pero desde el principio se nota mi esfuerzo por hacer de mí mismo el sujeto de los temas, nunca vistos como crónicas exteriores a mi persona ni como un narrador imparcial e impersonal, sino metido en la urdimbre misma de mis contradicciones y mis estados de ánimo, muchas veces tratándolos como parábolas o situaciones sublimadas de lo que realmente me sucedía. Por lo demás, los temas de mis canciones son los de todos los hombres; lo único que los hace irreductiblemente míos es la perspectiva personal. Nada es más difícil en el arte que ser honesto y sincero, y es esto lo que he tratado de hacer hasta ahora.
«La Trovuntivitis ha significado una escuela, un ejercicio de la amistad y de la alegría. Soy muy afortunado de ser uno de los fundadores y de tener tantas influencias musicales y de vida de tantos y tan buenos trovadores. El hecho de tener a mi lado a autores de la talla de Roly Berrío, Alain Garrido, Leonardo García, Raúl Marchena, Yaima Orozco, Karel Fleites, Yordan Romero, Yunior Navarrete, hasta los más jóvenes, siempre fue un reto y un disfrute, unido al incentivo que siempre tiene para los que hacemos canciones el hecho de poder, como dice Silvio, “apretarlos” de vez en cuando con un buen tema, o que te dejen toda una madrugada sin dormir por alguna canción grande que te canten, que te da esa mezcla de orgullo y de envidia sana por tener esos hermanos tan talentosos.
«Haber vivido quince años en su compañía, y ver como poco a poco nuestras canciones se van haciendo importantes para un grupo cada vez más creciente de personas, ha sido un privilegio. Todo esto unido a habernos hecho un espacio en un lugar tan entrañable como El Mejunje, con todos los músicos que se nos han unido, y al hecho de haber encontrado una expresión singular dentro del panorama musical de la Isla, hacen que La Trovuntivitis sea un hecho legendario en la trova y la música cubanas.
«Es un hecho palpable que solo ejercitando un oficio se pueden lograr resultados con los que uno esté realmente satisfecho. La grabación de la música, que es imprescindible para todos nosotros, es una actividad muy especializada que, desgraciadamente, sigue siendo una asignatura pendiente para muchos músicos y autores y para mí, aunque haya tenido la oportunidad de hacerlo en varias ocasiones e incluso con mi primer disco en solitario. Por muchas razones, que no voy a enumerar, grabar un disco en un estudio profesional en Cuba sigue siendo difícil, de ahí que mis intentos dispersos por dejar registradas fonográficamente mis canciones son pocos y sus resultados discutibles para mí, atendiendo a que siempre uno quisiera mejorarlos en algún detalle. Estoy realmente satisfecho con el resultado de mi álbum De cero, porque pude grabar con músicos muy profesionales y con técnicos que me ayudaron y enseñaron mucho. Contar con la producción musical de Elmer Ferrer fue toda una escuela, y su visión, comprensión y aportes a mi música fueron realmente notables.
«Con los videoclips he tenido la suerte de trabajar con jóvenes realizadores muy talentosos, que ya tienen una obra importante no solo dentro del clip, sino en todo el espectro audiovisual. Hemos trabajado duro para que los clips tengan toda la calidad técnica y artística posible y yo he estado muy dentro siempre de su proceso creativo, desde el guión hasta la imagen que quiero proyectar. Así que me siento muy responsable y satisfecho de su resultado artístico, puesto que el video clip es una herramienta importante en la difusión de nuestra obra. Lo más difícil es dar con una buena idea original y, dentro del espacio estilizado e “irreal” de un clip, brindar una imagen coherente y creíble de tu personaje, que es uno mismo pero, digamos, en una realidad alternativa. Estoy muy agradecido con Léster Hamlet, Ian Padrón y Luis Najmias Jr. por su talento y creatividad al acercarse a mis canciones a través de imágenes.
«Afortunadamente, en Cuba siempre hay jóvenes que vienen pisándonos los talones con mucha fuerza, y de los que aprendo mucho. Vienen con otras visiones, otras vivencias, otro entorno social y afectivo del que pueden hablar, y por supuesto con otras influencias musicales. Siempre hay algún “chama” que se pone a cantar y te deja con su canción dándote vueltas en la cabeza, con las ganas de agarrar tu guitarra y ponerte a hacer cosas. A mí siempre me resultó estimulante que personas como Frank Delgado, que es uno de nuestros ídolos de su generación, no perdiera ni pierde esa curiosidad por los nuevos que llegan y por sus aportes reales a la canción. A mí siempre me aportan las ideas nuevas, y las influencias y sonoridades que traen los muchachos de promociones más jóvenes enriquecen, si tienes oídos para oír, lo que ha sido nuestro trabajo hasta ahora. A mí me gusta mucho lo que hace Karel Fleites en Santa Clara y Manuel Leandro en Holguín. Acá en la Habana, siempre me encuentro en las descargas a alguien nuevo que disfruto mucho, y que me da ganas de ponerme en marcha.
«Todas las generaciones de trovadores han aportado mucho a la cancionística cubana, y lo prueba el hecho de que sigan teniendo seguidores y exista mucho respeto por su música. Lo que ha caracterizado a lo mejor de estas generaciones es su falta de prejuicios a la hora de encarar la creación; y es una lástima que cierta ortodoxia haya tratado de cortar lo mas revolucionario que siempre ha tenido la trova, esto es, su apertura total a los géneros, a las ideas frescas, a hablarle siempre a la generación presente con música y con poesía, sin erigirse en jueces de lo que “entra” o “no entra” dentro de la trova. Al final no importa tanto (o nada) la pureza de un género (si es que la trova es un genero), sino su aporte al imaginario popular, a la música y al arte. La capacidad de renovarse, su eterno juego, su elasticidad, su poder para comunicar lo mismo en la sala de una casa que en estadios repletos, lo mismo en un teatro que en un espacio bailable, es lo que ha hecho de la trova esa cosa disfrutable e imprescindible para la música cubana y mundial.
(Fuente: Caimán Barbudo / Bladimir Zamora Céspedes)
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