De la pesadilla batistiana al sueño rebelde
21/12/2012 18:26:35
Por Mercedes Rodríguez García
Para el último mes del año 1958, Fulgencio Batista Zaldívar ya no pensaba tanto en la reelección, propósito que lo llevó meses antes a la creación de la jefatura de Estado Mayor Conjunto (EMC), autonombrándose comandante supremo de todas las fuerzas de tierra, mar y aire.
Ahora, dentro de su Cadillac negro y de regreso del aeropuerto que había mandado a construir en la playa de Baracoa, la idea del «poder tras el poder» se diluía en su cerebro ante la alternativa de una escapada, que ya comenzaba a planificar. Debía ser muy «precavido y preciso», pues cada paso que diera añadiría nombres a la relación de cómplices, bastante extensa a estas alturas para compartir un secreto.
Sin embargo —lucubraba— «todavía le quedaba tiempo para maniobrar, aunque no estaba seguro de poder controlar la situación del país», al menos hasta el 24 de febrero, fecha en que transferiría «constitucionalmente» la silla presidencial a Andrés Rivero Agüero.
Su «fuerza de abatimiento más grande» era un reporte de la Dirección de Operaciones G-3 del EMC, referido al último encuentro sostenido entre los rebeldes en el oriente cubano: Guisa, «punta de lanza a las puertas de Bayamo», había caído en manos de los guerrilleros.
En el despacho de la ciudad militar, Silito su secretario (general Francisco Tabernilla Palmero), le había entregado el documento, junto con otro en que aparecía una larga «lista negra» de oficiales cuyas deslealtades, desobediencias y deserciones, hicieron que Batista los tildara en alta voz de cobardes y conspiradores, para luego alegar una verdad más clara que el agua:
—...Hemos perdido la iniciativa, nuestra moral de combate deja mucho que desear, estamos entregando una posición tras otra y el riesgo de desplomarnos es alto.
No obstante, el General manejaba la posibilidad de «detener el empuje de Fidel Castro con la ayuda Estados Unidos de Norteamerica. La rebelión amenazaba sus cuantiosos intereses y no iban a permitir que se perdieran 5, 700 000 toneladas de azúcar, previstas para 1959.
Pero los norteamericanos se mantenían escépticos respecto a al régimen, «muy presionados por los sectores académicos y la prensa que impugnaban el apoyo de Washington a las dictaduras militares de Venezuela, Colombia, República Dominicana y también Cuba. Lo más sensato era una «tercera fuerza» formada por moderados antibatistianos no necesariamente procastristas, pero sí «reconocidos demócratas y pronorteamericanos». Una política tangencial que «no implicara necesariamente la llegada de Fidel Castro a Palacio». Por lo pronto, mantendrían el embargo de armas, a la vez que acrecentarían la farsa y el engaño.
Mientras tanto los rebeldes habían dividido a la isla en dos y ocupaban uno por uno los territorios de Las Villas, y en las montañas del Escambray, bajo los bombardeos de la Fuerza Aérea del Ejército (FAE), los combatientes del Movimiento 26 de Julio (M-26-7), representados por el Comandante Ernesto Guevara y el Directorio Revolucionario 13 de Marzo (DR-13 de Marzo), acordaban un pacto de unidad en la lucha. No sucedió igual con el Segundo Frente Nacional, que mantuvo una posición anti unitaria y abiertamente contrarrevolucionaria, y se replegó hacia el sur del macizo montañoso.
Batista no eran ningún iluso. El «desplome» que había «vaticinado» a Silito podía decidirse en solo semanas y en el mismo centro de la isla. No obstante se decidió a luchar por defender y mantener a toda costa Las Villas, «empeñado en conservar su dominio sobre el centro y occidente del país». De ahí que el coronel Alberto del Río Chaviano, jefe del regimiento 3 Leoncio Vidal de esta provincia, concentrara hombres, medios y técnica en Cabaiguán y Fomento para, desde allí, acometer contra El Pedrero y Gavilanes donde, según informaciones de la inteligencia militar, se encontraba el grueso de los rebeldes, a quienes desde el 28 de noviembre «ablandaban» desde el aire.
En lo adelante la represión en las ciudades villareñas y orientales alcanzaría «una intensidad insólita».Soldados, marinos, policías, agentes de servicios especiales y centenares de «colaboradores» secretos, vigilaban, acechaban y patrullaban las calles, en las que a menudo estallaba un petardo o aparecía un letrero denunciando la tiranía. El Buró de Actividades Anti Comunistas (BRAC), el Servicio de Inteligencia Militar (SIM), el Buró de Investigaciones (BI), el Servicio de Inteligencia Naval (SIN) y los grupos represivos controlados por sus respectivos «jefes territoriales», se disputaban las víctimas de torturas y asesinatos.
Sin embargo las noches habaneras «pugnaban por hacer olvidar que el país padecía una guerra civil. Tropicana seguía siendo un paraíso bajo las estrellas repleto de turistas y coristas exuberantes, y la mafia operaba todos los casinos cubanos importantes. En Santa Clara la «industria del azar» también formaba parte de los intereses de Meyer Lansky, quien en dos o tres ocasiones visitó el casino del cabaret Venecia, según contara su chofer y guardaespaldas al periodista y escritor Enrique Cirules.
De modo bien diferente los revolucionarios obtenían fondos monetarios. Los hacendados, colonos y ganaderos aportaron al Che en Las Villas unos 700 000 dólares, en carácter de impuestos voluntarios anticipados». Para los finales de la guerra civil ello representó una importante inyección económica, específicamente en lo relativo al pertrecho de los hombres que atacarían «el Campamento de Santa Clara».
Pero antes del asalto a la capital villareña el comandante argentino venido desde la Sierra Maestra al frente de la columna 8 «Ciro Redondo», trazaría la estrategia para cortar por el sur los posibles accesos a los refuerzos del ejército a través de las principales carreteras y vías férreas; mientras que en la zona norte la Columna 2 «Antonio Maceo», comandada por Camilo Cienfuegos, abriría un nuevo frente guerrillero en coordinación con el Partido Socialista Popular (PSP).
En su campamento de Juan Francisco, Camilo estrenaría la planta transmisora e intercambiaría por radio con el Che, quien por primera vez haría un recuento radial de la marcha invasora de su columna.
Afirmó entonces que Santa Clara «estaría virtualmente en sus manos cuando realmente se hiciera una ofensiva de todos los factores revolucionarios agrupados». [...] Creo que estamos al borde de un colapso», aseveró. A una última pregunta sobre si estimaba posible cenar todos juntos en Nochebuena, respondió:
— Bueno, todos podemos cenar, el asunto es dónde.
Para entonces, fuerzas rebeldes conjuntas del M-26-7, el DR-13 de Marzo y el PSP, acometerían numerosas acciones de envergadura que, en rápida sucesión conllevarían la liberación de pueblos y ciudades:
El 16 de diciembre soldados del Che, bajo el mando del capitán Rogelio Acevedo, derriban el puente de hierro de Falcón y hacen realidad separar en dos la Isla. Mientras, tropas rebeldes del DR-13 de Marzo, bajo el mando del comandante Faure Chomón Mediavilla, ocupan el poblado de Báez. Al día siguiente, un comando del propio Directorio ataca y toma el Palacio de justicia (Audiencia), en donde era juzgado Joaquín Milanés, El Magnífico. En esa demostración de audacia, de gran resonancia local, murió el capitán Ramón González Coro.
El 20 de diciembre, en un punto conocido como Purpurí, en Camajuaní, Camilo sostiene un tiroteo con soldados que viajaban en un jeep. En el encuentro mueren un militar y el temible teniente de batistiano apodado Látigo Negro. Ese mismo día y el siguiente, tiene lugar en el poblado remediano de General Carrillo, la Plenaria Azucarera en Armas. Camilo ataca y toma Zulueta, e inicia el asedio (duró 10 días) al cuartel de Yaguajay. Simultáneamente, guerrilleros de la columna 8 atacan Guayos y Cabaiguán, en la actual provincia de Sancti Spíritus. El 23, tropas del DR-13 de Marzo atacan el cuartel de de Manicaragua.
Para los placeteños, la víspera de Nochebuena se convierte en preludio de fuego. Desde la habitación 22 del hotel Las Tullerías el Che proyecta el ataque a la capital villareña. Ordena entonces al comandante Víctor Bordón Machado marchar hacia el centro-sur de la provincia, con el objetivo de destruir el puente sobre el río Sagua la Grande, en las inmediaciones de Santo Domingo, evitando con ello la entrada de refuerzos provenientes de La Habana, y detener al enemigo que intentara retirarse de Santa Clara.
Los días 24 y el 25, rebeldes comandados por Guevara combaten por Remedios y Caibarién, en esta última villa junto con fuerzas combinadas de la Columna 2 «Antonio Maceo». Santa Clara la ciudad más importante del centro del país y nudo de las comunicaciones iba quedando aislada. El Che había calculado ocuparla en un mes, pero solo necesitó cinco días a partir del 27, al «retirarse el enemigo de Camajuaní sin ofrecer resistencia», como el mismo escribiría años más tarde. En Santa Clara Batista se había jugado su última carta: el tren blindado. Se suponía que el equipo técnico del convoy garantizaría el permanente buen estado de las vías, y que su bien armada dotación enfrentaría y pararía la ofensiva rebelde.
No obstante el ambiente bélico en el Oriente y Centro cubanos, al chief Fulgencio sacaría tiempo para visitar las obras de la Plaza Cívica, el Cristo de La Habana y el Túnel de Las Américas, en Quinta Avenida. Al final de este último el dictador preguntó cuándo podía ser inaugurado.
—En unos meses, mi general.
Al despedirse de la comitiva, dio algunas explicaciones y puntualizó.
—Y no solo se trata de un túnel y de una avenida, sino de un proyecto de urbanización; pero lo demás tendrá que hacerlo otro. Ojalá lo haga, para honra de Cuba y de América.
En sus palabras podía interpretarse «una cierta alusión a su destino». Esa noche, en la finca Kuquine, Batista se reuniría con el embajador norteamericano. Después se trasladó a Columbia y convocó a los jefes del estado Mayor Conjunto, a quienes informó:
—El gobierno de los Estados Unidos acaba de retirarnos definitivamente su apoyo. Por favor, ningún comentario, ni siquiera a sus madres o esposas.
Sin embargo, él sí confió en poderes de Chano Betongó, su Babalawo. De acuerdo con la narración que hace Álvaro Prendes, en su libro «Prólogo para una batalla», Chano le sugirió un nuevo trabajo, pues «la señal de la divinidad en el humo era negativa, trágica, irremediable».
—Sacrifique seis novillos, seis cerdos, doce gallinas...
Batista no aceptó, pero tampoco se dio por vencido. «Supliqué de nuevo y lo complací. El santo replicó con enojo que los caminos estaban cerrados y que se acercaba el mar de aguas rojas. El santo no podía ocultar su enojo y decidió alejarse...»
Sí, el santo le daba la espalda al dictador pero ayudado por los rebeldes liderados por Fidel, Raúl, Camilo, Che y demás jefes guerrilleros. Al dictador no le quedaba ninguna otra salida. Prolongar su permanencia en Cuba podría tener un trágico desenlace, y por sus venas no corría sangre de mártir. A estas alturas, ya no creía en milagros. La noche del 31, sobre las once y cincuenta, llegó a su residencia en la ciudad militar y despertó a su hijo Jorge Luis, de 16 años:
—Vamos, no podemos perder tiempo, tenemos que irnos del país.
De inmediato subió a la sala superior de la casa y llamó por teléfono a Rivero Agüero invitándole a la fiesta. En cuanto llegó lo tomó por un brazo y le reveló que esa misma noche huirían dejando el poder en «manos confiables». La fórmula se la había indicado el embajador Smith: un gobierno «equidistante», ni tirano ni rebelde, una maniobra golpista de Eulogio Cantillo Porras, el general farsante, mentiroso y traidor que anunciara desde Columbia la huida de Batista y desde donde intentó instaurarse en el poder.
Pero el Rebelde de siempre no cayó en la trampa. Desde las puertas de Santiago de Cuba, ordenó a sus comandantes Che Guevara y Camilo Cienfuegos continuar el avance hacia la capital del país y tomar allí las posiciones claves. Por Radio Rebelde llamaría a la huelga general:
—«... ¡Revolución, sí, golpe militar, no! ¡Golpe militar de espaldas al pueblo y a la Revolución, no, porque solo serviría para prolongar la guerra! [...]¡Escamotearle al pueblo la victoria, no, porque solo serviría para prolongar la guerra hasta que el pueblo obtenga la victoria total!»
Era el primer día de año 1959. Los pueblos liberados por ambos comandantes rebeldes celebraban la Navidad más larga de cuantas habían vivido. La pesadilla del tirano había acabado. Comenzaba un Enero de sueños rebeldes, la vigilia perenne por la libertad.
Nota: Los entrecomillados pertenecen al libro «Batista, últimos días en el poder», de José Luis Padrón y Luis Adrián, Betancourt. En algunos casos constituyen citas textuales pero, en otros, solo frases construidas sobre el discurso de los personajes, de acuerdo con la descripción de ambos escritores.
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