Mi Santa, más Clara ¡Y no un potrero!
10/02/2012 17:37:52
Por Mercedes Rodríguez García
Lunes pasado. Entre las nueve y las once de la mañana. Se ha corrido a voz de un operativo gubernamental para detectar a los carretoneros infractores, y por las céntricas vías de la populosa Santa Clara, andaban diseminados, de completo uniforme, inspectores de Transporte apoyados por policías de Tránsito.
Las intersecciones de las calles Cuba y San Cristóbal, por ejemplo, mostraban una onda retro medieval y daban la impresión de una chifladura colectiva. Era tal la barahúnda de carros de todo tipo esquivando el apuro de los indolentes peatones, disputándose el derecho de vía —incluso los había mal aparcados—, que me hizo pensar en un extraño aquelarre equino-vehicular.
Sin embargo, a esas horas y a diferencia de otros días, los puntos donde acostumbran a parquear o las calles por donde ruedan con frecuencia y preferencia, lucían bastante limpias de las heces fecales. Sea porque la «guerra» resultaba avisada y los conductores evitaron sacudir con sus fustas y desde el pescante el maltrecho o mal instalado «culero», o porque Comunales colocó en algunas piqueras depósitos para verter el infecto residuo animal.
La jornada de los trabajadores encargados de mantener la higiene pública pudiera sobrepasar las 24 horas, y no terminar nunca. Insuficiente tal vez, la cantidad de inspectores con que cuenta Villa Clara, y de los que pudiera formarse un batallón bajo alerta permanente. Oportuna, la labor conjunta con la PNR, de la que también harían falta sendos escuadrones y no pocos talonarios de multas, de acuerdo con los miles de carretones —sean de carga o de pasajeros— inscritos como cuentapropistas y con libertad para ser alquilados y moverse por rutas diversas.
Pero infracciones del Tránsito aparte —pues resultan de obligatorio cumplimiento para todos los conductores y peatones—, me detengo en el desafuero o libre albedrío que se ha entronizado en este segmento laboral donde predominan los cocheros con licencia, serios y responsables, pero entre el cual no florecen como es deseado la buena educación ni la urbanidad, pagando justos por pecadores y dando fe de la recurrida frase «juegos de carretonero», a la hora de echar en cara los modales bruscos o conductas improcedentes en determinada persona.
Mas, no constituyen precisamente juegos las carreras de velocidad,ni los despiadados fustazos a la bestia, ni los exabruptos y malas para hacerla andar, ni los buches de ron en pleno trayecto, entre otras indisciplinas sociales y violaciones de lo reglamentado.
El asunto muestra muchas caras y se percibe bien complejo de solucionar dada las dificultades económicas que enfrenta el país, y por las cuales se han incrementado notablemente los vehículos de tracción animal, con el beneficio que ello representa para la solución del transporte de pasajeros y cargas.
No obstante, son varios los aspectos negativos, considerando que la circulación de equinos en áreas urbanas encierra riesgos, pues los animales —sus heces y orina— pueden ser portadores de agentes etiológicos de enfermedades infecciosas y parasitarias, además del impacto social que ello entraña, independientemente del estado sanitario aceptable de la mayoría de las bestias.
Como dato curioso les informo que un caballo puede generar entre 5 y 15 kilogramos de heces diariamente. Por ejemplo, antes del automóvil, en ciudades como New York existían unos cien mil caballos que transportaban gente y mercancías de un lado a otro, lo cual equivale aproximadamente a 750 toneladas de inmundicia al día.
¿Cómo evitar que las boñigas de los caballos invadan las calles?
Pienso que la ciudad no puede ensuciarse continuamente con las heces. Además de la mala imagen a quien la visita, se expande el hedor que desprenden, sobre todo en pleno verano. Tampoco es posible prescindir por ahora de los carretones y, del mismo modo, la municipalidad no posee condiciones para permitirse el lujo de que cada uno de los cientos de coches que circulan en los horarios lleven detrás a un obrero de la empresa pública de limpieza para ir quitando el estiércol del pavimento.
Una solución radica en el «culero», que no es eficiente al 100%, pues cuando los caballos mueven la cola, muchas veces, la introducen en esta especie de pañal esparciendo sus propios excrementos por todas partes. De modo que a sus dueños debía multárseles tanto por el mal estado de la bolsa de arpillera como por no portar la escoba y el cubo requeridos para el barrido y recolección, que el propio cochero está obligado a realizar de vuelta a la piquera, sin esperar a que esta rebose y los detritus junto con la pestilencia hagan desfallecer pulmones y narices de pasajeros y pasantes.
Lo contrario representa una violación de la cultura cívica y un verdadero atentado contra el entorno urbano, causado por un animal de su propiedad, gracias al cual se gana el sustento y del cual es máximo responsable.
De todo esto dan fe los inspectores —incluso mujeres— algunos de ellos agredidos en plena faena correctiva, y otros simplemente engañados cuando, al pedirles el carné de identidad, les responden que no lo «traen arriba» y, dándole mangazo al animal, les dejan con la palabra en la boca. ¿A que no actúan así con un agente del tránsito? Claro, «el perro sabe del palo que se rasca».
El tema nos toca más de cerca a los «de a pie». Hombres, mujeres, ancianos, jóvenes, adolescentes, niños, lactantes, y hasta fetos y embriones que viajan ¿resguardaditos? en el útero materno. Pese a ello, he visto pasajeros muy molestos cuando el cochero se detiene ante el reclamo de una autoridad, pues «estas no son horas de poner multa», porque «vamos muy apurados», y «¿usted no ve que el animalito no puede con su vida?».
Si dijera que toca ahora a la población y demás implicados ganar conciencia de su rol en este combate por la higiene y el orden público para, entre todos, garantizar que las calles de Santa Clara reluzcan, estaría expresando una idea exhortativa valedera, pero un tanto ineficiente ya por lo reiterativo y gastado del discurso.
Mejor, solicitar de las instituciones locales mantenerse vigilantes para que los cocheros que tienen licencia cumplan a rajatabla con las ordenanzas, reglamentos o leyes establecidos, así como realizar inspecciones o comprobaciones periódicas —avisadas y sorpresivas— y de tal modo comprobar que los encargados de fiscalizar y hacer cumplir las normativas están cumplimiento con sus deberes, pero sobre todo, con una obligación.
Y no vendría mal que los especialistas colegiaran ideas y situaciones puntuales, y una vez más —con tiempo, profesionalidad e inteligencia— revisaran lo relativo a la Ingeniería del Tránsito, pues, por muy mal trazadas que puedan estar las calles de Santa Clara, no estamos en el Medioevo para permitir que las indisciplinas sociales se esparzan como la heces, so pena de que cualquier día haya que cambiarle el status de ciudad por el de potrero, y el santo nombre de Clara por el de oscuro, sucio, pestilente y desaforado Potrero de Don Pío.
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