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LA TECLA CON CAFÉ

Dos horas con Fina García Marruz

Dos horas con Fina García Marruz

 


22/11/2011 11:41:41 

 

En esta entrevista concedida a la colega Rosa Miriam Elizalde  (2007), Fina permanece junto a su esposo, el también poeta Cintio Vitier. Cumplía Fina por entonces, 84 años.  Con lucidez pasmosa, Fina habla de Pablo Neruda y Gabriela Mistral, a quienes conoció personalmente. Consecuente con la autenticidad que la caracteriza, se refiere a la espiritualidad cristiana, abierta a las preocupaciones sociales del mundo. A diferencia de algunas escritoras a las que no les gusta la palabra «poetisa», Fina prefiere el calificativo, porque «no expresa una debilidad», y argumenta al respecto. El mayor orgullo son sus hijos, músicos, Sergio y José María. A la pregunta ¿Por qué le cuesta tanto trabajo dar entrevistas y hablar de sí misma?, responde:

  

 

«YO ME COMUNICO MEJOR CON EL SILENCIO»

 

Por Rosa Miriam Elizalde

 

Es tan proverbial su timidez que rara vez ha dado una entrevista. Cuando aparece en un diálogo para la prensa es porque ha sido testigo de alguno en el que el protagonista ha sido su esposo, Cintio Vitier, «el Presidente de la República de las Letras cubanas», como lo ha llamado Roberto Fernández Retamar. 

 

Su sigilosa presencia pública no la hace menos conocida. Fina García Marruz es autora de una obra en la que se reconocen algunos «de los poemas de más apasionada belleza que se hayan compuesto en lengua española desde que se asomó el milnovecientos», diría otro grande de su espléndida generación vinculada a la Revista Orígenes, Eliseo Diego. 

Madre de dos músicos geniales, Sergio y José María Vitier, a la poesía y a la ensayística de Fina no le ha faltado el reconocimiento internacional ni la lectura apasionada de sus contemporáneos. Difícilmente quien ame nuestra literatura desconozca, por ejemplo, los versos de Visitaciones y los de Créditos de Charlot, o sus juicios martianos, publicados en coautoría o no con Cintio, que los convierte a los dos en genuinos descubridores de nuestro Héroe Nacional. «Apóstoles del Apóstol», diría, otra vez, Retamar. A sus premios ahora se suma el Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, que recibirá en junio, en Chile, de manos de la Presidenta Michelle Bachelet. 

Blindada con este pretexto para intentar la entrevista tantas veces deseada, llegué la misma tarde del anuncio del Premio al apartamentito del Vedado que comparten los esposos Vitier-García Marruz. No hay paz en los teléfonos y todavía Fina no sale de la sorpresa, mientras Cintio se balancea en su sillón, feliz como un niño. 

El diálogo se prolongó por dos horas y aunque muchas preguntas quedaron en mi agenda, dejé que la entrevista siguiera su propio rumbo, bordeando a veces ámbitos de intimidad, fascinada no solo por lo que decía, sino por cómo lo decía. Fina recuerda de memoria, sin esfuerzo, versos de Neruda, de Gabriela Mistral, de Vallejo, de Lezama, e imita las voces conocidas. Cuando habla de música, tararea las notas. Es imposible apresar tanto talento solo con palabras. Podrían, si acaso, asomarnos a la otra orilla de la timidez de esta mujer que en abril cumplirá 84 años y que sigue entrando con el alma tremolante, como una lengua de fuego, en toda empresa: un libro, una carta, una conversación, un verso.

 

NERUDA 

 

—Fina, se impone hablar de Neruda… 

—Fina García Marruz: Es un gran poeta, eso no cabe la menor duda. Como todos los jóvenes de mi época, me sabía de memoria los 20 poemas de amor y una canción desesperada. Es un clásico del romanticismo americano, que no era de escuela, sino de esencias. Venía del romaticismo libertario. También leí con gusto Crepusculario y La tentativa de un hombre infinito, pero sobre todo Residencia en la tierra. Tanto Tala, de Gabriela Mistral, como Residencia… son libros focales de la poesía americana. Cuando a Cintio le dieron la Medalla de Honor por el Centenario de Pablo Neruda, terminó su discurso con los versos de Residencia… Cintio Vitier: Del poema «Entrada en la madera», que cierra con ese verso relampagueante: «y ardamos, y callemos, y campanas.» 

—¿Han visitado Chile? 

Fina García Marruz: Estuvimos en Santiago y en Valparaíso. 

Cintio Vitier: Visitamos la casa de Neruda en Isla Negra, que más que una casa es un castillo. 

Fina García Marruz: Isla Negra es impresionante, con ese mar dando sobre aquellas soledades. No sé cómo se puede vivir contemporáneo con ese mar. La casa está llena de objetos marinos de toda especie y mascarones de proa bellísimos. Aquella casa parecía en sí misma los restos de algún naufragio. 

—Hablando alguna vez por usted y por él, Cintio dijo que «desde La Araucana, de Alonso de Ercilla, profunda es nuestra deuda con la cultura chilena». ¿Ratifica esas palabras? 

Fina García Marruz: Absolutamente. Leí esa obra en el bachillerato y allí descubrí el valor arauco que admiró a Ercilla, como también sorprendió al cubano Manuel de Zequeira, que hablaba de «esos indios que llevan penachos de plumas», enfrentados a un ejército mucho mejor armado. Ese valor ha persistido en el pueblo chileno, que dio a un líder tan entrañable como Salvador Allende. 

—¿Usted conoció a Neruda personalmente? 

Fina García Marruz: Solo lo vi una vez, y fue aquí, en La Habana, en marzo de 1942. Hizo una lectura preciosa de los sonetos de amor y muerte, de (Francisco de) Quevedo. 

Cintio Vitier: En la Academia de Artes y Letras de Cuba, al amparo del Arco de Belén, centro mágico de La Habana Vieja. Dijo algunas palabras de presentación, pero su homenaje fundamental fue recitar, inolvidablemente, los poemas de Quevedo. 

Fina García Marruz: ¿Te acuerdas, Cintio? Recorría la sala de un extremo a otro, recitando de memoria. Recuerdo, como si lo estuviera oyendo: Cerrar podrá mis ojos la postrera/ sombra que me llevaré el blanco día… Aspiraba la última sílaba, pero mucho más débilmente que Gabriela Mistral, sin esa voz declamatoria que adquirió después y hemos escuchado por la televisión, recitando el Canto General. 

—Perdóneme la pregunta obvia: ¿qué se siente con un premio que lleva el nombre de Pablo Neruda? 

Fina García Marruz: Un honor, una sorpresa. Estoy muy agradecida, pero ante un premio, cualquiera que sea, uno piensa siempre en tantos escritores que lo merecían, y no lo recibieron. Martí, «el hombre más puro de nuestra raza» —como lo llamó Gabriela—, no tuvo sobre su pecho más que una medallita escolar que recibió a sus nueve años. Eso obliga a una gran humildad. 

 

PROFECÍAS MARTIANAS

 

 —En el argumento del jurado se reconoce su «espiritualidad cristiana, abierta a las preocupaciones sociales del mundo.» ¿Qué es para usted lo más urgente hoy? 

Fina García Marruz: Permíteme responder con dos profecías que hizo Martí para Nuestra América. La primera está en la frase, «Ya se probó el odio, ahora se prueba el amor». Me extrañó siempre esa frase, porque da por sentado que el amor ya está instalado en el presente. Pero es que el tiempo de su prosa —como en los profetas— es el del presente que será, porque, como tú sabes, el odio se probó y se sigue probando. No ha quedado atrás. Tengo la impresión de que él alude aquí a su discurso fundacional, que conocemos como «Con todos y para el bien de todos», donde dice que habrá que poner alrededor de la estrella, la fórmula del amor triunfante —con todos y para el bien de todos—. Ese amor triunfante no excluirá absolutamente a ningún país. Él habla de un presente un poco más lejano al tiempo que vivimos hoy en Nuestra América, donde vemos un indudable alborear. Él habla para ese momento en que todos puedan vivir pacíficamente. Tiempo que llega. 

Sobre este sentido del presente en Martí, Cintio ha recordado esta anécdota, que me parece hermosísima. El padre de Martí, que era un militar escaso de luces, aunque con la «honradez en la médula» —decía Martí—, temía por su hijo desde niño, como Doña Leonor que le dijo «acuérdate de lo que desde niño te estoy diciendo, que quien se mete a redentor sale crucificado». Cuando Martí publica La Patria Libre —como sabes, él tenía 16 años—, Mariano también trata de advertirle a su hijo los enormes riesgos que se corría en una cárcel a la que podían llevar hasta niños pequeños. Los dos temían por su vida. Años después, Mariano le increpa: «Pero tú eres solo de “presente”». Sin quererlo, fíjate qué clase de elogio. 

—¿Cuál es la segunda profecía? 

Fina García Marruz: Tiene que ver con la gran esperanza en el progreso de la Ciencia que caracterizó al siglo XIX, que la ve solo como fuente del Progreso y de libertad absoluta. Pero Martí escribe: «Riesgo de la ciencia sin el espíritu», que vio simbolizado en el personaje Wagner del Fausto, de Goethe, lo que estaba ya en el Génesis, en lo del árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, situado en el Paraíso frente al Árbol de la Vida. Libertad no absoluta, sino con ese límite —señalado en el Libro de la Sabiduría salomónica—, que lo había puesto en los cuatro elementos para que no inundaran, arrasaran o hicieran arder la tierra. La idea no era nueva, y estaba ya en el libro de Job y en los griegos. Pero cuando Martí señala esto, el tema estaba muy lejos de ser preocupación para los ecólogos de su tiempo. Hoy es el tema central del nuestro. 

—Estas no parecen ser preocupaciones urgentes del imperio que domina hoy. 

Fina García Marruz: La primera víctima del imperio fue Cristo, y sus seguidores, a los que con crueldad característica el imperio echó a los leones en lo que Martí llamó «los primeros cinco siglos puros» de la Iglesia —a los que acaso añadió uno, ya que fue en el siglo IV que el Emperador Constantino se proclamó cristiano sin serlo—. Él puso a la Iglesia al servicio del imperio, y no al revés. El nada «católico» Rey Fernando —no así la Reina Isabel que sí se preocupó por los indios—, trajo a la América un Cristo «impío», «inquisitorial», y no al de los «brazos abiertos», como diría Martí. Fue una gran traición al verdadero legado de Moisés, guía político y religioso de su pueblo, a quien, a su llegada a Caracas, Martí dedicara un gran discurso, desdichadamente perdido. 

—Dice Ernesto Sábato que si vamos a juzgar a la humanidad por lo que ha hecho hasta hoy, tendríamos que admitir que ella ha dado más pruebas de locura que de cordura. ¿Lo cree usted? 

Fina García Marruz: No hay nada más parecido al Apocalipsis que los titulares de la prensa de hoy: inundaciones nunca vistas, terremotos, guerras, la miseria apoderada de medio planeta; los Cuatro Jinetes, en fin… Pero no te olvides de que el Apocalipsis termina bien. Cristo dijo: «cuando vean que suceden estas cosas, sepan que el reino de Dios está cerca.» Reino que habría de empezar en la tierra, no extraña a ella, ya que enseñó el «Venga a nosotros tu Reino». Ya en nuestra América empiezan a surgir fuerzas que están tratando de encontrar una solución a la ambición imperial, y aun en los propios EE. UU. —antes que se acabe el mundo. La catástrofe ecológica alcanzaría por igual a todos—.

 

 GABRIELA 

 

—Hablemos de Gabriela Mistral. ¿Cuándo la conoció? 

Fina García Marruz: Ella vino en 1934, cuando yo solo tenía once años, pero cuando regresó a Cuba, en 1938, le llevé al entonces Hotel Vedado —donde residieron Juan Ramón Jiménez y su esposa Zenobia por tres años— mi ejemplar de Tala, como le llevaban otros. La Editorial Sur acababa de publicarle su libro Tala. Ella me lo dedicó bondadosamente. 

—Usted tenía entonces solo 15 años… 

Fina García Marruz: Era una adolescente que hacía mis primeros versos y ella se comportaba como la generosa maestra que era para todos. Con sus letras anchas, abiertas, fluidas, que se tomaban casi entera la página, me escribió: «Para Fina García Marruz, compañera en el amor de nuestra madre la poesía. Gabriela Mistral.» 

Cintio Vitier: ¡Qué linda dedicatoria! 

Fina García Marruz: Esa tarde también estaban allí el poeta Emilio Ballagas, un grupo de damas del Lyceum de La Habana y otros poetas mayores que ya conocía. Tú no estabas, Cintio. Aunque Cintio y yo nos habíamos visto en la Hispano-Cubana de Cultura, en el 36, cuando Fernando Ortiz invitó a Juan Ramón y otros exiliados de la Guerra Civil española, mi hermana y yo los tratamos realmente —también a Eliseo— en nuestra entrada en la Universidad, en 1940. 

En aquella ocasión en que conocí a Gabriela, desde donde yo estaba sentada, en una sillita un poco retirada, no podía oírla del todo bien, pero sí lo suficiente para que me sorprendiera su voz lenta, aindiada… 

—Que algunos dijeron que era monótona… 

Fina García Marruz: Yo no lo creo. Tenía, si acaso, la monotonía del paisaje andino. Yo tengo muy mala memoria visual, pero muy buena memoria auditiva. Y recuerdo cómo ella leía su propia poesía. Me parece que tengo todavía en el oído su peculiar cadencia, silabeada, con aquella ligera entonación hacia arriba: Tengo –la -di–cha fi–el/ y la di–cha per-di- da. Son muy frecuentes esos cambios acentuales en la poesía popular anónima española y en la latinoamericana, como cuando dice (Rubén) Darío: Francisca Sánchez, acompaña-mé, volviendo aguda la entonación llana. O (César) Vallejo: cuando habráse quebrado el propio hogar… 

—¿Qué fue lo que más le impresionó del primer encuentro con Gabriela? 

Fina García Marruz: Su físico. Era una mujer que parecía una montaña, no solo por lo grande y recia, sino por esa sensación que daba de pureza elemental. Tenía la risa niña, una risa que me recordaba lo blanco de la sal, o cuando rompe el agua entre peñascos oscuros. 

Gabriela regresó en 1953 a La Habana, para asistir a la conmemoración del Centenario de Martí. ¿La vio entonces? 

Fina García Marruz: Yo no asistí, desgraciadamente, a la conferencia que ella dio. Aunque mi nombre aparece en una larga lista de personas que colaboraron en esa celebración, no recibí invitación alguna, ni tuve nada que ver con esas fiestas que se celebraron. La fecha, por supuesto, no podía dejarse pasar, en una República que estuvo lejos de la que quiso Martí. En el primer ensayo que escribí, dedicado a él y publicado en 1952, me referí precisamente a la «tristeza del homenaje oficial». Fue Fidel quien dio a la Generación del Centenario su verdadero sentido. 

Cintio Vitier: Aunque estaba Batista en el poder, el Centenario había que celebrarlo y hubo aportes importantes, como el estudio de Fernando Ortiz y el de Anderson Imbert, quien prácticamente descubrió la novela de Martí Amistad funesta. Aún en medio de la política andando y ardiendo. 

Fina García Marruz: Desde luego que los que fueron invitados a hablar hicieron bien en saltar por encima de la situación política del país y rendirle —a él solo— una recordación y homenajes tan necesarios en aquel momento. 

—En esa época Gabriela colaboró con Orígenes. 

Fina García Marruz: Cintio y yo la vimos en casa de Dulce María Loynaz, donde ella residía. Le pedimos una colaboración para la Revista y ella, con una gran sencillez, nos dijo: «espérense», y fue un momento a su cuarto y regresó con varios manuscritos. Elegimos el poema que figura, en lugar principal, en el número que Orígenes dedicó al Centenario de Martí. Número, por cierto, en el que (José) Lezama publica sus comentadísimas palabras que avizoraban las «cúpulas de los nuevos actos nacientes», que como ha dicho Cintio, en esa época nadie podía imaginar cuáles eran esos nuevos actos nacientes que se gestaban. Fue profético. 

Cintio Vitier: Ella vino con una bandeja cubierta con un montón de poemas y dijo: «escojan el que quieran». 

Fina García Marruz: Otra vez más la vimos, creo que en el Ateneo, donde Dulce María leyó los versos de Gabriela. No recuerdo si fue en esa ocasión, o en otra posterior, que pude oírle a ella misma leer fragmentos de su bellísimo poema inédito dedicado a la geografía de Chile. ¿Qué pasó con este poema que nunca se ha publicado completo? ¿Qué pasó con las notas que dejó para una biografía de Martí, que ni siquiera la entrega del Nobel hizo posible que se rescatara? Son preguntas que nos hemos estado haciendo todos estos años. 

—¿Por qué este homenaje tan sentido a Gabriela en el momento en que usted recibe el Premio Pablo Neruda? 

Fina García Marruz: Por causas obvias, estuvimos muy cerca de la poesía de Gabriela. Y de algún modo ella es Chile para nosotros. 

Cintio Vitier: Es que a ella también le debemos el mejor ensayo que se ha hecho a los Versos sencillos, de Martí. 

Fina García Marruz: Y también, Cintio, su texto «La lengua de Martí». Son dos clásicos de la estimativa martiana. En el ensayo que hace tiempo estoy preparando sobre Gabriela, me detengo bastante en su lenguaje. No se trata de lo que Juan Ramón llamaba «acento», que tiene que ver más con la escritura. En ella se aprecia más el «tono», que en el lenguaje americano se expresa como «deje», que es lo que quedó de la Conquista en la lengua indígena. Es decir, el traspaso al habla del signo escrito. Está en el «parla y parla» de la «tarde cocinera» de Vallejo y en la Gabriela de «El ruego» por su novio suicida, por el que reza a Dios familiarmente «parlándote un crepúsculo entero». Gabriela tomó muchas de sus palabras del vocabulario hogareño. Ella dice, cuando llevan a la tierra «humilde y soleada» al que perdió para siempre, «luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas», con el gesto del que esparce canela sobre una masa de sabor insípido. Ella es, a mi juicio, nuestra Teresa americana, recia como la de Ávila. Es extraordinaria como poeta.

 

SER POETISA NO ES UNA DEBILIDAD 

 

—¿Poeta o poetisa? 

Fina García Marruz: Hay algunas escritoras a las que no les gusta la palabra «poetisa», porque piensan que es más débil que poeta, que afortunadamente termina en «a». Yo creo que son dos cosas completamente distintas. La poetisa deja el idioma tal como estaba. A la que se pudiera llamar «poeta» es a alguien que crea un idioma y Gabriela creó uno. No porque «invente» vocablos, sino porque toma mayor conciencia del instrumento de su trabajo, que es el lenguaje, que ¿quién no sabe —como decía Martí— que «es el jinete y no el caballo del pensamiento?» Es esta la diferencia entre Desolación y Tala. Sor Juana Inés de la Cruz, por la que siento una admiración enorme, con toda la riqueza personal de su sensibilidad y estilo, es una poetisa porque su lenguaje no se parece al del uso diario, es más confesional que consciente de su capacidad creadora. Es una poetisa, lo cual no es una debilidad. Sor Juana no es débil en lo absoluto. Un poema es un poema, no tiene adjetivos: tan grande es un poema suyo, como de Gabriela. Lo que quiero distinguir es que como indica la palabra poiesis, la poesía como creación, es algo muy diferente. James Joyce es un creador de idioma, lo que no son otros excelentes novelistas. Eliseo Diego decía, con toda razón, que había que poner a Gabriela más que en la Historia de la Literatura, en la Historia de la Lengua. 

—¿Usted se siente poeta o poetisa? 

Fina García Marruz: Soy más bien una poetisa, si nos atenemos a este análisis.

 

LA MÚSICA

 

—Una vez le pregunté a Cintio cuál era su mayor orgullo, y me dijo, sin pensarlo: «mis hijos músicos.» Doy por descontado que la madre de las criaturas va a decir lo mismo, pero me gustaría que explicara por qué. 

Fina García Marruz: Tengo que decir lo mismo. 

Cintio Vitier: Me estás plagiando… (ríe) 

Fina García Marruz: Sí, tengo que plagiarte. Tú sabes que nosotros somos de un pájaro las dos alas. Lo que él siente, es exactamente lo que siento yo. 

Cintio Vitier: En mi caso hay una razón: yo quise ser músico y no lo fui, y mis hijos lo han cumplido. 

Fina García Marruz: La música quizá fue en nosotros la primera poesía. Mi madre y mis hermanos, mi casa toda —como ha contado Cintio— era «musical». Estaban todos los géneros representados: Cintio, violinista; mamá (Josefina Badía) lo acompañaba al piano con un amplio repertorio clásico; mi hermano, Felipe Dulzaides, fue uno de los que introdujeron en Cuba el jazz latino; mi otro hermano Sergio, que era médico, tenía una voz preciosa. 

Con 15 años, mi madre fue Premio del Conservatorio Orbón, de La Habana, en un certamen al que llegaban muchachas de toda la Isla que habían estudiado con maestros particulares. Era tan niña cuando empezó que el maestro tenía que cargarla, pues no llegaba a los pedales. Decía que en Cárdenas no había otra que hacer que tocar el piano, año tras año, y se los enseñaba sin llamarlos primero ni octavo. Así cuando llegó al último año, fue examinarse la guajirita de Cárdenas con trencitas y vestidita de blanco, al Conservatorio de Benjamín Orbón —el padre de Julián, que como se sabe perteneció a Orígenes—, las habaneras le preguntaban: «¿Y tú no estás nerviosa? ¿Tú sabes qué va de Chopin?». Y ella: «¿Yo? No. Mi maestro me lo hizo aprender todo.» Y ganó el Premio, que era ofrecer un concierto por la noche con Don Benjamín, en la fiesta de graduación. Mi hermana Bella conserva el suelto del periódico con el comentario que él hizo de nuestra madre: «Puede llegar a ser una concertista.» 

Esa fue su formación, al igual que Cintio, que estudió por años y años el violín. De hecho, me ha dicho, que él tenía más ambiciones como músico, que como escritor.

Cintio Vitier: Pero ahí está, difunto, mi violín (se ríe). 

Fina García Marruz: Un violín, que creo que es alemán, con una sonoridad muy buena. A mamá le gustaba tocar con «su yerno violinista». ¿Te acuerdas? 

Cintio Vitier: Ella tocaba perfectamente a primera vista. 

—¿Estudió usted algún instrumento? 

Fina García Marruz: No, por razones largas de explicar. Pero lo que más amo sobre la tierra, después de la luz, es la música, igual que Cintio. Para mí es más fuerte, casi, que la poesía. La música es mi madre, mis hermanos, mis hijos, mi familia. 

—¿Y su padre? 

Fina García Marruz: Era médico y mi hermano no se dedicó a la música porque mi padre le inculcó su pasión por la Medicina y por los libros. Y como a él no lo conocían como el Doctor García, sino como el Doctor Marruz, y dijo siempre: «Yo quiero que mi hijo sea partero como yo», y fue al juzgado a cambiarle su apellido por «García-Marruz», cuando el niño llevaba poco de nacido. Pero mamá le dio el amor por la música. Y él no solo se sabía las óperas que todos se saben, sino otras, raras. A casa iba el barítono Hugo Marcos, a quien le gustaba conversar y hasta algo cantar con mi hermano, que tenía una voz linda… No tenía tanta extensión, como un timbre muy bonito. De modo que mi hermano Sergio aportó el gusto por la música italiana; Felipe, la música norteamericana con sus «blues», la comedia musical de los años 30, y mamá, el repertorio clásico, las danzas cubanas, la zarzuela española y Manuel de Falla, de quien nos enseñó las Siete canciones. Hasta Cintio cantaba en el coro de la casa… 

Cintio Vitier: Sí, y hasta Eliseo, que en el coro de las sobrillas baritoneaba: «¡Yo soy un caballero español!» 

Fina García Marruz: Y a eso se sumaría que Alfredo Hernández, el esposo de mamá —ella se casó tres veces— era uno de los mejores trompetistas de Cuba, al extremo de que cuando fueron a filmar El Manicero, en Hollywood, lo mandaron a buscar a él, aunque su preferencia era la música de Cámara y un cuarteto de Mozart, cuyo nombre, Divertimentos, inspiró a Eliseo el título de su libro. Alfredo nació en Remedios. Sus hermanos eran todos músicos y tocaban de oído los instrumentos. Mamá tocaba de Cuba más bien las danzas de Saumell y Cervantes, y la canción romántica o trovadoresca. Cuando ellos venían a La Habana conocimos entonces lo que nos faltaba en casa: el danzón y el son. 

Cintio Vitier: Ellos eran de Remedios, como Alejandro García Caturla… 

Fina García Marruz: …donde casi todos fueron discípulos de un cura que enseñaba el solfeo que llaman rezado, que es el más difícil. Podían cantar una partitura viendo solo las notas. Esta es una de las razones que me alejó algo del aprendizaje de la música. Tenía buen oído y en el primer año completo de solfeo podía repetir de memoria las distancias entre las notas, pero no cantar sin ellas el solfeo mudo. Además mi hermana y yo tuvimos un maestro que no nos gustaba nada como tocaba. 

—¿Se distanció de la música? 

Fina García Marruz: Por esa dificultad y porque yo me abstraigo. A mí me cuesta mucho trabajo atender dos cosas a la vez y para tocar ese instrumento se requiere independencia de las manos, leer a la vez la clave de sol y la de fa. 

Eso no lo hace ni el violinista, ni el saxofonista. Solo el pianista. Y mamá nos enseñaba mucha música, pero a ella no le gustaba dar clases, sino repertorio. Además de todo eso, tuve desde niña gran afición a la lectura. Me era más apasionante que jugar, y eso también me alejó del aprendizaje de la música. 

Cintio Vitier: Fina, el orgullo por nuestra familia «musical» se extiende también al amigo genial que los dos tuvimos. 

Fina García Marruz: Sí, nuestro entrañable Julián Orbón, que como dice Cintio «es el único genio que había conocido». 

Cintio Vitier: No solo como músico, sino como persona. 

Fina García Marruz: Lezama mortificaba a veces a Julián y decía: «Cintio siempre dice que es músico, pero nadie le ha oído tocar nunca el violín.» 

Cintio Vitier: Es verdad que no toqué nunca delante de él ni tampoco delante de Julián, por lo que este me dijo: «Cintio, trae el violín un día…» 

Fina García Marruz: Una noche fuimos al «Palacio Orbón», como llamaba Lezama, con sus hipérboles, a la casa de Julián medio deshabitada. Cintio tenía una característica: nunca tocaba el violín, pero cuando lo sacaba no lo soltaba. Recuerdo repasaron sus dos sonatas preferidas: la «Primavera» y la «Kreutzer», de Beethoven, y con mamá, además, la de César Franck, que nos entusiasmaba. 

Cintio Vitier: Julián me hizo el honor de darme, para que yo lo tocara, el único cuarteto que él escribió, cubanísimo… 

Fina García Marruz: Después de aquella experiencia Julián le dijo a Lezama: «Cintio domina el violín... Puede tocar como primer violín en la Sinfónica…» 

Cintio Vitier: La música para nosotros es un alimento. 

Fina García Marruz: A veces siento una pequeña depresión y cuando busco el porqué me doy cuenta de que hace algún tiempo que no escucho música. Siento entonces cuánto la necesitaba. 

 

EL SILENCIO 

 

—Hablemos de su poesía, que ha recibido las mejores críticas que podría esperar un autor. 

Fina García Marruz: He tenido suerte, porque nunca necesité llevarle a nadie mis poemas. Tenía en la casa a Cintio y a Eliseo, y como amigo a José Lezama Lima. 

Si me deja elegir una frase de los críticos que han escrito sobre su poesía, quisiera recordarle las palabras de Cintio, en la antología Diez poetas cubanos (1948): «Fina hace de sus poemas verdaderos movimientos del alma.» 

Fina García Marruz: El elogio viene de muy cerca. 

A la opinión de Cintio podríamos añadir la de María Zambrano: «Ella escribe sin romper el silencio…» 

Cintio Vitier: Eso aparece en un artículo de María, bellísimo: «La Cuba secreta». 

Fina García Marruz: Sin embargo, críticos muy apreciados en su país no entendieron el lenguaje nuevo de los extraordinarios Sonetos de la muerte, de Gabriela, que la darían a conocer en el mundo de las letras. 

—Sé que Gabriela le escribió una dedicatoria muy especial, que usted comenta en un poema. 

Fina García Marruz: A las jóvenes que iban a verla, ella les dedicaba siempre estímulos, en tarjetones en que su amplia letra ocupaba casi toda la página. En el que me dedicó, lo que me impresionó fue solo esto: «Escriba solo por urgencia del alma.» Es lo que recuerdo en el poema que le habría de dedicar, tanto tiempo después. 

A Juan Ramón Jiménez —que había pedido que los jóvenes le llevaran sus versos— sí le mostré algunos poemas, cosa que me avergüenza. Cuando se los entregué, yo no había leído nada de él todavía. Cintio sí lo había leído un año entero antes de que llegase y por tanto, tuvo la posibilidad de un aprendizaje directo de su obra. Pero yo solo había leído poesía en los libros del colegio y en textos de poca calidad. Aunque conocía a Bécquer —tengo todas sus Rimas copiadas por mamá—, según costumbre de los jóvenes de la época, yo no sabía qué era realmente la poesía. Y se puede leer la poesía buena como si fuera mala y no descubrir qué es lo esencial en un poema. Lo «herédico» —como decía Martí—. Yo no sabía qué era lo becqueriano. No hay que aprender el griego, decía él, sino saber qué es lo griego. 

—En Hablar de poesía usted niega que exista una «poética». 

Fina García Marruz: Digo que no se debiera tener «una» poética. En la poética personal debieran entrar todas las otras poéticas posibles. Juan Ramón nos enseñó a buscar: no una poética en general, sino la característica principal de cada poética. 

Cintio Vitier: Lezama decía: «Juan Ramón no nos enseñó su poesía, sino la poesía.» 

Fina García Marruz: Exactamente eso fue lo que nos enseñó. 

—Fina, ¿qué le falta por escribir? 

Fina García Marruz: Desearía terminar algunos trabajos que tengo inconclusos, por ejemplo, uno acerca de José Asunción Silva, poeta que me interesa mucho. También, el de Gabriela… Cintio y yo tenemos dos tomos aún inéditos de Temas Martianos y yo otro sobre las ideas educacionales de Martí. Cintio llama la «Cueva de Montesinos» al lugar en que guardo mis trabajos. 

Nunca me apuré por publicar. En el tiempito que nos queda, me gustaría tener alguna paz para terminar al menos algo que no he dicho ni en la poesía, ni en el ensayo, que tienen que ver con las relaciones de Religión y Revolución, pero que forma parte de la contribución que me pidiera el Padre Jesús Espeja para su coloquio sobre ateos y creyentes, que se dio en el aula «Bartolomé de las Casas», de San Juan de Letrán, bajo el título El rumor del alma cubana, y que no pude terminar de leer por el apagón más grande que ha conocido el Vedado. 

—¿Sigue escribiendo poesía? 

Fina García Marruz: Muy poca, aunque no he dejado de escribirla del todo, pero no la busco: la espero cuando viene, aunque es bien huidiza. 

—¿A qué se debe esa resistencia suya, desde muy jovencita, a publicar sus obras? 

Fina García Marruz: Siempre me costó mucho trabajo decidirme. Si te fijas, suelen pasar años desde que he terminado un libro a la fecha en que se publica. Pero ahora «antes de morirme quiero» decir algunas cosas. Solo algunas. Veremos si el tiempo me lo permite. 

—¿Por qué le cuesta tanto trabajo dar entrevistas y hablar de sí misma? 

Fina García Marruz: Me siento en esos casos como una violinista a la que le piden un concierto de flauta. Yo me comunico mejor con el silencio, sin el que no se podrían dar la poesía, la música, ni el encuentro con uno mismo.

 

 (Fuente: La Jiribilla)

 

 

 

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