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LA TECLA CON CAFÉ

MARTÍ, DESNUDO DE FICCIONES

MARTÍ, DESNUDO DE FICCIONES


28/01/2011 11:16:14

 

Por Mercedes Rodríguez García

 

Vale este racimo de testimonios personales, brotados de un grupo selecto de contemporáneos del Apóstol. Mujeres y hombres que le conocieron por su obra y por su vida, en diferentes momentos, algunos en calma, tiernos; otros,  intensos y estremecedores, cuando se hallaba en la «forja del instrumento» para intentar la real independencia de Cuba. En todas estas evocaciones que sus contemporáneos dejaron escritas, el Héroe Nacional era ya «estrella de luz fija en la historia».

LA SEÑORA ENAMORADA DE MARTÍ

Dicen que una pedagoga chilena se enamoró de Martí de solo leerlo. Y tal vez por ello, en el año del Centenario del Apóstol, embarcó de nuevo hacia Cuba, ansiosa de entregar personalmente su «recado» al oído del Maestro, al decir de Angel Augier, quien la entrevistara entonces para la revista Bohemia.

Pero no. No era pasión, ni apego, ni ternura, lo que sentía esta mujer alta, austera, serena, enchaquetada como un hombre, sino agradecimiento. Gabriela Mistral le debía mucho al escritor hispanoamericano más ostensible en su obra. Según sus propias palabras todo su amor por Martí, veníale también por lo de «guía de hombres terriblemente puro que la América produjo en él […]».

Y como todo buen educar, que sabe cuanto vale una anécdota a tono con el contenido de la clase, le cuenta al periodista:

«[…] Hace años, di una conferencia en un pueblito cubano, naturalmente sobre Martí. Como yo en el fondo soy una aldeana chilena siempre me gusta ir a los pueblos y hablar con sus gentes y a sus gentes. Cuando salía de mi conferencia, oí que una mujer comentaba: ¡Esa señora está enamorada de Martí!; me detuve y le respondí: ¡Y dígalo usted. Lo único que lamento es no haberlo llegado a conocer personalmente. Y usted también se hubiera enamorado de conocerlo...!». (Revista Bohemia 1º febrero, 1953).

LA BÁRBARA ABEJA

Y en María Mantilla a quien Martí daba las clases con gran paciencia y cariño, ¿trascendería imagen semejante? En letra impresa encuentro la respuesta: «Toda la educación e instrucción que poseo, se la debo a él. […] cada vez que tenía que hacer un viaje, me dejaba preparado el itinerario de estudios que había que hacer en cada día, durante su ausencia. En medio de todas las agonías y preocupaciones que llevaba sobre sí, nunca le faltaba tiempo que dedicarme.

De Martí, el caballero, refiere detalles de delicadeza y galantería.

« […] Para él, la mujer era cosa superior. Siempre tan fino,  y con alguna frase de elogio en los labios. Cuando se daba alguna reunión, en que se citaban las familias cubanas para celebrar algún santo o alguna otra ocasión, había música y un poco de baile, y Martí siempre sacaba a bailar a las señoras y señoritas menos atractivas y luego yo le preguntaba: “Martí, ¿por qué es que usted siempre saca a bailar a las más feas?” Y él me decía: ‘Hija mía, a las feas nadie les hace caso, y es deber de uno no dejarles sentir su fealdad’  […] Recuerdo también, que cuando yo tenía siete años, un día que yo iba con Martí por el campo —pues estábamos de temporada en Batch Beach— y sentados los dos bajo un árbol, me picó una abeja en la frente y en el instante Martí la trituró con los dedos.» (El Mundo, jueves 2 de marzo de 1950).

 De aquel incidente nació el verso sencillo que dice: Temblé una vez en la reja/ la entrada de la viña/ Cuando la bárbara abeja/ Picó en la frente a mi niña.

Pero en otros que intimaron con nuestro Héroe Nacional en los momentos más intensos y estremecedores de su existencia, ¿latería la misma impresión? ¿Cómo veían al Maestro los viriles Varona, Gómez y Juan Gualberto?

ERA UN ARRULLO CONTINUADO

Cuando el Apóstol regresó a Cuba, en 1879, ya el filósofo Enrique José Varona había leído un folleto político en la adolescencia. Mas, cuando lo escuchó, a poco de su llegada, en el Liceo de Guanabacoa,  le «ofreció la ocasión apetecida».

«Nunca olvidaré el embeleso en que estuve todo el tiempo que habló Martí. La cadencia de sus períodos, a que solo parecía faltar la rima para ser verso, mecía mi espíritu como verdadera música y con el efecto propio de la música. Al mismo tiempo, pasaban ante mí, como enjambre de abejas doradas, como surtidores y canastillos de agua luminosa, como saetones de fuego que se abren por el éter en manojos de oro, zafiro y esmeraldas, sus palabras sonoras, en tropel de imágenes deslumbrantes, que parecían elevarse en espiras interminables y poblar el espacio del fantasma de luz. Era un arrullo continuado que me producía, en vez de somnolencia, deslumbramiento». (El Fígaro, 27 de febrero, 1905).

CONQUISTAREMOS TODA LA JUSTICIA

Cuenta Juan Gualberto Gómez que aquella mañana habanera  de en 1880 habían trabajado mucho en el bufete de Martí, y debían continuar haciéndolo «en el arreglo de asuntos de interés para Las Villas», de ahí que Martí lo invitara a comer en su casita, «modesta, pero alegre y limpia», en Amistad N° 42, entre Neptuno y Concordia.

«Estábamos aún en la mesa, él, su distinguida esposa y yo, cuando sonó la aldaba de la puerta de la calle. Su esposa se levantó y abrió. La saleta de comer estaba separada de una mampara de la sala de recibo, así es que yo no vi al visitante; pero la señora de Martí dijo a éste en alta voz: “El señor que vino hace un rato a buscarte, y al que dije la hora en que te podía ver, es el que ha vuelto. Dice que termines de almorzar, pues no tiene prisa y te esperará”.»

Entonces Martí se levantó, y con la servilleta aún en la mano, pasó a la sala de recibo. Tras breves instantes, volvió a la mesa, y con calma absoluta, dijo a su esposa: «Que me traigan enseguida el café, pues tengo que salir inmediatamente», y siguió para su cuarto.

Juan Gualberto le vio abrir su escaparate y  buscar en una gaveta unas cuantas monedas. Luego llamó a Carmen y le habló en voz queda unas palabras.  Ya servido el café  volvió Martí a la mesa, y de pié sorbió de su taza unos cuantos buches. Luego dijo al amigo:

«Tome su café con calma: usted se queda en su casa, y dispénseme, pero es urgente lo que tengo que hacer. Me dio la mano, tomó su sombrero y se marchó con el visitante para mí hasta ese momento incógnito […]»

Tan pronto como Martí salió de su casa, Carmen, presa de una gran angustia, le dijo, con ojos llorosos a Juan Gualberto: «Se llevan a Pepe; ese hombre que ha venido es un celador de policía. Yo lo ignoraba. Pepe me encarga que le diga a usted que corra y haga lo posible por ver a dónde lo llevan, y le avise a don Nicolás Azcárate».

Al tercer día de su detención Martí salía deportado para España. Así de sosegado, aunque preocupado, sin preocuparle mucho su destino personal, abandonó Martí el hogar.

 Desde ese día Juan Gualberto no volvería a verlo. La última carta se la escribiría en víspera del día que salió para Santo Domingo a reunirse con el General Gómez, para salir, definitivamente, a dar la vida por al Patria. Terminaba su misiva con estas frases: «¿Lo veré...? ¿Volveré a escribirle...? Me siento tan ligado a usted, que callo... Conquistaremos toda la justicia». (Revista Bimestre Cubana, 1933).

COMO UN VIEJO SOLDADO BATALLADOR

Pero muy pocos vivieron junto a Martí en el «verdadero, esplendoroso apogeo de su gloria», como  el Generalísimo.

«La verdad sea dicha: yo no he conocido otro igual en más de treinta años que me encuentro al lado de los cubanos en su lucha por la independencia de la Patria».

Su visión fue otra, menos poética, más terrenal e intenso porque lo sintió luchando y muriendo por su gran novia, la Patria. Y por ella «vagó llevando un grillete al pie, pues buen cuidado había que tener la tiranía de apagar en Cuba toda lámpara que, como Plácido, pudiese dar algún destello de luz».

Pero fue en la contienda, en «un momento para Cuba en que Martí debía completarse y se completó», que Gómez  le vio «grande y hermoso […] consumando el mayor de los sacrificios: franco, sencillo y resuelto, y sin que pudiese esperar, halagado, el aplauso: porque en la guerra todo es duro y escueto. Frente a la muerte no se puede mentir, hasta allí no se puede llegar sino desnudo de ficciones».

Gómez vio a Martí a Martí «entero y sin decaimiento» cuando el tremendo fracaso de La Fernandina. «En el desembarco lo perdimos todo, quedándonos sin recursos y sin crédito como premio doloroso de algunos años de ímprobo trabajo.»

 ¡Qué días tan amargos aquellos que les tenía preparados el destino! Al lado de la terrible contrariedad que sufrían unos hombres preparados con entusiasmo para una gloriosa empresa, ese fracaso no solamente dejaba comprometida aun la vida, sino  también algo más grande, el honor.

Pero luego de tantos trastornos y no pocas infamias por parte de los eternos enemigos de la revolución, no ve a un Martí abatido, sino crecido, atravesando las abruptas montañas de Baracoa con un rifle al hombro y una mochila a la espada, «sin quejarse ni doblarse, al igual de un viejo soldado batallador, acostumbrado a marcha tan dura a través de aquella naturaleza salvaje, sin más amparo que Dios».

Y ante la muerte del Héroe, a poco más del desembarco, «cuando el sol que alumbraba las victorias principió a iluminar nuestro camino, yo vi a José Martí — ¡qué día aquel! — erguido y hermoso « como un venado, jinete en su caballo de batalla, en Boca de Dos Ríos. […] (Carta a Francisco María González, 1902)

APÓSTOL DE LA REDENCIÓN DE LA PATRIA

Enrique Collazo Tejeda fue ayudante de Máximo Gómez. En las guerras del 68 y del 95 prestó importantes servicios, combatió bajo el mando de Calixto García, y alcanzó el grado de General.

En noviembre de1894 Collazo embarcaba rumbo a New York para informar a Gómez y a Martí la verdadera situación y adelantar el momento de la revolución, que creían imposible retardar sin ser presos, a la vez que demostrarles la necesidad de remitir dinero a Cuba, donde podrían conseguir el armamento y municiones con mayor seguridad y prontitud, aunque a más costo.

Collazo catalogaba como «un hombre ardilla; quería andar tan de prisa como su pensamiento, lo que no era posible; pero cansaba a cualquiera. Subía y bajaba escaleras como quien no tiene pulmones».

Según Collazo, «vivía errante, sin casa, sin baúl y sin ropa; dormía en el hotel más cercano del punto donde lo cogía el sueño; comía donde fuera mejor y más barato; ordenaba una comida como nadie; comía poco o casi nada; […] conocía a los Estados Unidos y a los americanos como ningún cubano, quería agradar a todos y aparecía con todos compasivo y benévolo; tenía la manía de hacer conversiones, así es que no le faltaban sus desengaños.»

El perfil más íntimo que Collazo hiciera de Martí era el de «un hombre de gran corazón que necesitaba un rincón donde querer y ser querido. Tratándole se le cobraba cariño, a pesar de ser extraordinariamente absorbente.  […] Pequeño de cuerpo, delgado; tenía en su ser encarnado el movimiento; era vario y grande su talento; veía pronto y alcanzaba mucho su cerebro; fino por temperamento, luchador inteligente y tenaz, que había viajado mucho, conocía el mundo y los hombres; siendo excesivamente irascible, y absolutista, dominaba siempre su carácter, convirtiéndose en un hombre amable, cariñoso, atento, dispuesto siempre a sufrir por los demás, apoyo del débil, maestro del ignorante, protector y padre generoso de los que sufrían; aristócrata por sus gustos, hábitos y costumbres, llevó su democracia hasta el límite; dominaba su carácter de tal modo que sus sentimientos y sus hechos estaban muchas veces en contraposición; apóstol de la redención de la Patria logró su objeto.  (Fragmentos del libro «Cuba independiente». La Habana, 1900)

OJOS TIERNOS Y MELACÓLICOS

Alberto Plochet conoció a Martí en la mañana de un día otoñal del año 1885. Estaban en la ciudad de Nueva York a la sazón Máximo Gómez, Antonio Maceo y Flor Crombet, rodeados de un Estado Mayor compuesto de los jefes y oficiales más destacados de la guerra del 68. Recorrían las emigraciones levantando fondos para llevar a cabo la intentona revolucionaria que tuvo tan ruidoso y triste epílogo en el Canal de Panamá con el fracaso de la célebre captura del vapor San Jacinto.

Dice: «Cuando hube apreciado contornos y traje, elevé la vista, fijándome detenidamente en su cara, y entonces fue que vi sus ojos; esos ojos, fueron lo que más me llamó la atención de toda su personalidad, jamás los había visto iguales, acaso en tamaño, pero no en expresión.[…] muy raras veces, eran vivaces, lanzaban destellos luminosos; pero nunca, nunca miraron iracundos, ni aun cuando piadosamente anatematizaba a los réprobos y austriacantes».(Revista Bimestre Cubana, 1932).

MARTÍ EN MÍ

Del que desde niña me siento enamorada, como la Mistral. Abeja bárbara que me picó de joven, en las clases. Arrullo continuado en mi mesa de trabajo. Conquistador de la verdadera justicia de estos tiempos. Eterno soldado que me inspira en los haceres cotidianos. De ojos tiernos y melancólicos que me cuidan. Martí venado jinete de Dos Ríos repetido en la Sierra, descendido en enero del 1959, para siempre. Martí ejemplo, desnudo de ficciones, dictándome los destinos junto con la Patria.

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