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LA TECLA CON CAFÉ

ENCONTRAR A LA «PERDIDA» JUVENTUD DE SIEMPRE

ENCONTRAR A LA «PERDIDA» JUVENTUD DE SIEMPRE

Por Mercedes Rodríguez García

Siete cursos compartiendo dentro y fuera del aula con estudiantes universitarios me facultan para emitir consideraciones y consejos acerca de los jóvenes, a quienes muchas veces se les califica de contestatarios, descreídos, irreverentes, rebeldes, autosuficientes, y otras cualidades que, francamente, no comparto de manera general y absoluta, vengan de donde vengan, incluso, de pedagogos, sociólogos, psicólogos o filósofos de bien ganada reputación en el ámbito académico.

En otros espacios y en disímiles ocasiones y circunstancias, personas de las más variadas profesiones y oficios refieren, además, que son difíciles de entender, egoístas, consumistas, independientes, tolerantes y con poco sentido del deber y del sacrificio, y, por tanto confiesan «observarlos con preocupación».

«Los hijos de hoy se parecen más a su tiempo que a sus padres», dijo Francisco Vázquez Vázquez, un político socialista y católico practicante español a quien le han robado la paternidad de tan recurrido pensamiento a la hora de definir en escasas palabras a ese grupo etario, al cual todos pertenecimos una vez, pero que algunos no recuerdan o no quieren recordar.

En general, al hablar de los jóvenes hay quienes lo hacen como si se tratara de una especie de «dobles», desde los recuerdos juveniles, desde cierto pasado reciente, desde las nostalgias y melancolías o desde el deseo de lo que pudieron ser y no fueron. En tal sentido me ofrezco categórica: la vida real de los muchachos y muchachas de hoy yace en otro lugar diferente del que buscamos. Su vida les pertenece a ellos, idea que resulta difícil de interpretar dados los esquemas habituales.

Lo cierto es que para muchos adultos el diálogo con la juventud se ha tornado complicado, sobre todo para quienes admiten con temor, horror o complejo que nacieron en el siglo pasado, y se incluyen de hecho en un género de iguanodontes ortodoxos que sobreviven a las circunstancias, gracias a la desmemoria afectiva crecida con la prisa de lo cotidiano.

Si de sexo se trata, por ejemplo, suele catalogárseles de insaciables y tolerantes al límite de lo increíble, actitud en el fondo recriminativa que apunta a lo que antes nos parecía moralmente inaceptable y ahora resulta tristemente inalcanzable. Como dicen los libros de sexología: «cuantos más años a cuestas, más te cuesta y menos te acuestas».

Otro punto de vista esgrimido con frecuencia se refiere a cierta desorientación y desenfreno juveniles, cuestión que compete enfrentar a los adultos, pues son ellos quienes han convertido a los jóvenes en sus modelos de   identificación y de conducta. Y aunque no lo admitan han ido rompiendo o trastrocando el papel que de forma tradicional se ha asignado a las diferentes edades. Cuesta reconocerlo: son los mayores los que, a diferencia de las generaciones precedentes, imitan y corren tras los chicos y chicas, y no al revés, como normalmente  siempre ha acontecido y parece que debería seguir aconteciendo.

CONSIDERACIONES

 Pantalones caídos, piercings, tatuajes, camisetas ajustadas, mochilas, jeans, teléfonos móviles, reproductores MP3. Pelo largo, corto, con cresta, esculpido, teñido, cráneo rasurado...  Se trata de una estética bastante común entre el mocerío del presente, muy marcada a nivel internacional por la publicidad y el consumismo, amén de esa necesidad de ser diferentes, atrevidos, que los caracteriza y desborda.

Obviamente, la juventud es un colectivo muy diverso y plural. En realidad no existe una juventud, existen constelaciones de jóvenes. 

«Hablo con mi hijo, pero no me hace caso», se queja una mamá, al tiempo que lamenta «no saber manejar ni entender a esta nueva generación». Discusiones, gritos, cansancio, desconfianza, preocupación, se han convertido en algo cotidiano para muchos padres y madres que no encuentran equilibrio entre la disciplina y la permisibilidad, entre el tira y el afloja.

Carezco de datos científicos para defender o refutar, de momento, alguna tesis. Es más, no trato ni me interesa la formulación de una hipótesis acerca de por qué son así o «asao». Pero les aseguro que a nuestros jóvenes, con todos los defectos, problemas e insuficiencias, no podemos encasillarlos ni juzgarlos como una generación en crisis, con falta de valores o algo por el estilo.

Ellos propugnan el desarrollo, las oportunidades, un elevado estado de bienestar, de libertad, de cierta independencia en el hacer y el vestir, a pesar de ser dependientes de sus padres. Mal se les juzga cuando pensamos que carecen de preocupaciones personales. Las tienen. Y las más coinciden con problemas genéricos de la sociedad, económicos y familiares. En general miran al futuro con optimismo; aunque, a veces, les cuesta entrever la luz.

Salir con amigos, escuchar música, ver videos e ir a fiestas caseras, constituyen actividades vitales en la vida de nuestros muchachos y muchachas. El joven estima y busca ansiosamente la amistad, es la edad en que se inicia en ellos la apertura consciente a los demás, la ansiosa búsqueda de la identidad personal. Incluso, ya cumplidos los veintitantos aparece el amigo como ese interlocutor dispuesto a escucharle y ayudarle.

Sus valores fundamentales lo constituyen la libertad, el amor-placer como meta primera de esta; la autenticidad, la experiencia personal; la omnipotencia (poderlo todo aunque todavía no se pueda todo); la justicia unida a la paz, como un deseo y un gran sentimiento; la unidad universal; el futuro como mentalidad de cambio, no repetir los errores del pasado, buscar un mundo nuevo a la medida del hombre libre, y otras cualidades más a tener en cuenta para no perder la comunicación entre adultos y jóvenes.

Injustamente -pienso- se les mide a todos con la misma vara, y salen a relucir semejantes comentarios: «con tantas escuelas que hay en este país y no tienen la más mínima educación», «no respetan a nadie, ni siquiera a los viejos», «si uno no hace lo que ellos quieren, entonces se ponen bravos y te amenazan con irse de la casa», «les hablas y es por gusto, al final hacen lo que les da la gana».

Pero tranquilos, que de semejantes e inadecuados comportamientos se quejaba hasta el propio Sócrates (470-399 a C.), considerado el fundador de la filosofía moral o axiología.

«Nuestra juventud gusta del lujo y es mal educada, no hace caso a las autoridades y no tiene el menor respeto por los de mayor edad. Nuestros hijos hoy son unos verdaderos tiranos. Ellos no se ponen de pie cuando una persona anciana entra. Responden a sus padres y son simplemente malos», escribió el gran griego.

¿A quién reprocharle entonces, a la familia, a la sociedad, a la escuela? ¿Repetir una y otra vez el ya común: «esta juventud está perdida», y molestar, irritar y sacar de quicio al más sosegado de los jóvenes? Me parece injusto y desleal.

¿Acaso no estarán también extraviados los progenitores lastrados por la amargura, la desidia, la falta de voluntad; los funcionarios y dirigentes que imponen viejos dogmas y cuestionan a muchachos y muchachas desconciertos y rebeldías sin pensar que millones de ellos ya han apostado al futuro y se empeñan en mejorarlo?

¿Cómo están educando nuestros maestros y profesores a una generación en cuyas manos descansan los destinos de la Patria?

No hay educación ni equilibrio humano si no se enseña a distinguir el bien y el mal. De esa distinción se encarga la razón, que no sólo emite juicios técnicos o estéticos, sino también éticos. Para cualquier edad, la razón moral -la conciencia- es una brújula para el bien y un freno para el mal, y sus juicios pueden ser absolutos. Pero no basta, también deben funcionar la ley y el orden. Yo diría que urge retomar las riendas para enderezar el carro, restablecer los límites, delimitar fronteras sin levantar muros, recuperar la autoridad sin autoritarismos.

ALGUNOS CONSEJOS

Permita que los jóvenes compartan abiertamente con usted lo que piensan y sienten. Aunque suelen expresarse con brusquedad y a veces «fuera de lugar», manténgase listo para escuchar en todo momento y en cualquier sitio sus opiniones; controle el gran impulso por saber todo lo que están pensando o planeando hacer en determinado momento, muéstreles confianza para que confíen en usted.

Hable clara y concretamente respecto a problemas importantes pero no caiga en el vicio de la repetición, porque perderá su tiempo, ya que el énfasis excesivo anula sistemáticamente el objetivo principal. No escatime nunca el elogio y alimente la autoestima, por cada pequeño «privilegio» otorgado exíjales responsabilidades. Instrúyales para que puedan tomar decisiones propias, muéstreles la gran importancia de aceptar las consecuencias de sus actos.

Enséñeles a tratar con información, a pensar críticamente sobre lo que ellos ven u oyen, hágales merecer lo que ellos quieren, y adviértales la gran diferencia entre los deseos y las necesidades. Vaya persuadiéndolos de manera paulatina acerca de una gran verdad: la satisfacción instantánea no es la que enseña habilidades para la vida.

No se trata de someterse a la «tiranía de los jóvenes» ni de permitir que lo manipulen a su antojo, sino de buscar pistas para comprender a las nuevas generaciones, hacer nuestros sus retos y comenzar juntos un camino.

Sin la juventud, no podría triunfar la causa revolucionaria ni en las fábricas ni en las zonas rurales, ni en el ejército ni en los centros docentes. Con los jóvenes hay que dialogar, escucharlos, por muy disparatadas que nos parezcan sus preguntas, sus presupuestos políticos e ideológicos.

La gran responsabilidad de la sociedad para con los jóvenes radica en hacer efectivos, palpables y creíbles los modelos que preconiza e identifica como positivos, en lograr una identidad que enriquezca a unos y otros, sin cavar trincheras generacionales ni suplantar lo que tradicionalmente corresponde a la familia.

Es lamentable, estimado Sócrates, que pasados tantos siglos prevalezca entre los adultos su percepción sobre los jóvenes, y que el tema constituya aún una asignatura pendiente para el mundo entero.



 

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