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LA TECLA CON CAFÉ

DESDE UN MARTÍ PRECURSOR: LA CRÓNICA, ESE HÍBRIDO

DESDE UN MARTÍ PRECURSOR: LA CRÓNICA, ESE HÍBRIDO

Texto íntegro de la conferencia ofrecida por Mercedes Rodríguez García, Profesora Titular Adjunta de la Universidad Central de Las Villas, en la III Taller sobre Periodismo y Comunicación Social, efectuada en la ciudad de Camagüey. febrero 2006.

Quiero comenzar esta conferencia tomando como punto de referencia una sola definición —de las decenas que existen— sobre la crónica,  género al que algunos autores como Vivaldi, García Luis, Martínez Albertos, Gargurevich, por citar a algunos, le reconocen afinidades con otras naturalezas periodísticos; es decir, admiten su carácter híbrido, y la asocian especialmente con la información, el reportaje y el comentario. 

Hasta dónde es y no es así, lo veremos más adelante, aunque, desde mi particular experiencia profesional tal ambivalencia constituye  una característica del periodismo contemporáneo,  del que no escapan la generalidad de los textos que publican nuestros medios de prensa.  Lo que sí debo dejar sentado desde el inicio es que la crónica, no importan subclasificaciones, se articula en torno a un eje narrativo y relata en la misma medida que comenta. 

Veamos como la definió José Martí, a quien ciertos editores y lectores detractores le objetaban a su prosa el «fastuoso vuelo retórico» y  cierta «lengua parlera», amén de  la prolongada extensión de los escritos, algo que puede ser cierto pero discutible durante  sus primeras incursiones en el verdadero ambiente de la prensa, cuando se muestra demasiado esteticista, cuestión muy frecuente entre los literatos de la época, que se refugiaron en el periodismo.

Para Martí «La crónica es la novela de la historia».  Novela —pienso— en cuanto a la búsqueda de novedades y a esa cierta dosis de ficción que exige la recreación de ambientes y de hechos sin apartarse de la realidad, ni de la posible verdad, pero matizado el relato por las muchas ideas y sensaciones que, desde el «yo» de quien escribe, afloran narradas, descritas y juzgadas de manera elegante y amena. Historia en cuanto a que, en la crónica —más que en cualquier otro género periodístico—, han de latir el tiempo y sus acontecimientos.

De ahí que al ser la historia referencia a todo,  la crónica también lo sea al mostrar lo pasado, pero vivo y activo en lo presente; y lo presente, juzgado, valorado, por quien lo protagoniza, directa  o indirectamente, pero siempre de manera intensa.  Y ¿saben ustedes cómo trabajaba nuestro Apóstol? Martí adquiría los principales periódicos y revista de Nueva York y de otros estados, y se entregaba a su concentrada lectura.

Con sumo cuidado seleccionaba los temas de mayor trascendencia, los hechos de mayor actualidad.  Así escribió las crónicas para La Nación, de Buenos Aires. Pensemos solo en una, en aquella sobre la inundación en Johnstown, Pensylvania, ocurrida el 31 de mayo de 1889, pero reflejada por él nueve días después.  La cobertura que dio la prensa a la tragedia que costó la vida a 2 mil 200 personas y pérdidas materiales por más de 10 millones de dólares, fue copiosa.

Así que a Martí no le faltaron, desde su mesa en Nueva York, detalles noticiosos que le permitieron enmarcar el texto dentro de un pensamiento filosófico trascendente, y, a diferencia de otras Escenas Norteamericanas en las que agrupaba y sintetizaba numerosas y variadas noticias bajo un denominador común, en la antes referida crónica el proceso ocurrió a la inversa, es decir, el hecho de la inundación se expandió por todo el texto, tal como correspondía a la magnitud de la catástrofe. 

Veamos ahora, según cuenta a su amigo Manuel Mercado vez, cómo era su método de escritura: «Peso cada palabra y le doy vueltas y no la dejo por acuñada hasta que creo que no lleva nada de perniciosa o indiscreta [...] Entre un mundo de papeles le pongo estas líneas. Se reiría de mí si me viera. De un lado a otro, un rimero de libros políticos, para que ni una de las afirmaciones de la Historia de la Campaña vaya sin sentimiento sólido. Del otro, Historias italianas, para refrescar recuerdos de Garibaldi, sobre quien tuve que hablar ayer. Al codo Darwines y Antropologías, porque ahora hay aquí un Congreso Antropológico. Y Cuba en el corazón, pidiéndome mis mejores pensamientos...» 

Ya en este punto, pudiéramos adentrarnos en algunas valoraciones sobre la crónica, sobre todo para que aprecien como el término alcanza un grado de ensanchamiento al punto de sobrepasar los límites de su más estricto significado dentro del periodismo, hasta considerar, bajo la generalización del término, los más diversos escritos, ya sean informaciones cablegráficas de corresponsales, narraciones de sucesos políticos, sociales, noticias literarias, reseñas de espectáculos, secciones financieras, tribunales, relatos, anécdotas, etc., etc. 

Sin hacer la historia de su evolución en el tiempo, lo cierto es que el término crónica llegó a calzarse con tanta fuerza en los sistemas de comunicación, que no resulta nada extraño que existan infinidad de novelas, poemas, reportajes cinematográficos titulados: Crónicas de aquello...  Crónicas sobre esto... Crónicas para lo otro..., etc. 

El diccionario de la Enciclopedia Encarta define el término crónica como: Historia en que se observa el orden de los tiempos. Artículo periodístico o información radiofónica o televisiva sobre temas de actualidad. 

Como ven, vuelven a reiterarse los términoshistoria y actualidad. Por lo tanto no podría llamarse crónica a ninguna obra que no cuente una historia actual. Pero no basta esta sencilla definición. Para una ideal más cabal y conceptualizadora del género en nuestros tiempos, cuando el vertiginoso flujo de las telecomunicaciones vía satélite y la utilización de las llamadas Nuevas Tecnologías de la Información y de la Comunicación (NTIC) obligan a repensar todo el periodismo, resulta muy difícil esclarecer si lo que se escribe y se lee pertenece a uno u a otro género.  Se trata de una mezcolanza tremenda.

Más, en tales circunstancias, la crónica puede salir ganando gracias a la ductibilidad, interés humano y estilo personal que la distinguen. No importa si el cronista trata un asunto pasado o actual; si su lenguaje es de alto vuelo poético o de rasante dimensión informativa. Lo que describa y comente, lo que traslade y cómo lo traslade al lector, será siempre su visión íntima. Al decir de Juan Gargurevich, salido  «del pincel del pintor que interpreta la naturaleza, prestándole un acusado matiz subjetivo». 

Yo pienso que como nunca antes la crónica afianza su carácter híbrido entre la nota informativa (que dada su actualidad pasará a la historia); el reportaje (que es una historia contada con sentido de actualidad); y el comentario, que no carece de ninguno de los atributos señalados. Entonces, ¿qué rasgos básicos distinguen a la crónica del resto de los géneros?  

Según Hugo Rius Blein, «la crónica es un relato informativo de actualidad que de preferencia se ciñe al orden cronológico del tiempo, escrito con vuelo literario en el que el autor describe con vivos colores, emplea imágenes, puede desatar con cierta libertad su imaginación y se propone transmitir impresiones y puntos de vista personales con la intención de provocar emociones y reflexiones». Si la comparamos con la nota informativa, cuya estructura se basa estrictamente en los hechos objetivos más significativos, el primer elemento distintivo sería todo lo contrario, es decir, el carácter subjetivo de la crónica, en tanto que recoge únicamente los elementos que más impresionaron e interesaron al autor para sus propósitos, por supuesto, también informativos.  Con respecto al reportaje, donde el hecho es una constante, en la crónica el hecho constituye el punto de partida.

En el reportaje el material se halla en el terreno de los hechos, e invariablemente hasta ese lugar se traslada el periodista, cuestión que en la crónica no es absolutamente necesario,—ya lo veíamos en Martí— pues el escritor partirá indefectiblemente de sus impresiones y el material yacerá en su propio pensamiento.  En el reportaje el hecho es la causa misma, en la crónica, la motivación. El reportaje implica una circunstancia de actualidad con referencia a un propósito de originalidad para ofrecer las seis caras de ese  dado que es la noticia; la crónica, un propósito artístico, una obra de creación estética con referencia a una circunstancia de actualidad donde las caras las escoge el cronista. El reportaje explica, interpreta, analiza.

La crónica, fundamentalmente, propone, imagina.  Si graficáramos el asunto un tanto a lo Gargurevich, diríamos que el reportaje sería una fotografía fidedigna, y la crónica, una personalísima pintura impresionista. ¿Y con respecto al comentario? Bien, según Julio García Luis, el comentario puede apelar eventualmente y para su bien, a la imaginación del su autor, a cierto desenfado y toques coloridos, pero para triunfar en su empeño tendrá que recurrir a una gruesa y certera batería de argumentos persuasivos. 

¿Y la  entrevista? ¿Podríamos prescindir de ella, ya no como género, sino como un recurso más para redactar una buena crónica?  A mi juicio la entrevista constituye un ingrediente previo —a veces imprescindible— para la elaboración de una crónica, concebida esta última a partir del protagonismo visible de personajes que se mueven en torno a la acción, a la historia de que se trata. Ya no el editorial, que si bien trata de abarcar un problema dado con la mayor amplitud y universalidad posible, no admite alejamientos de la idea central, se escribe desde la primera personal del plural, su estructura es más estable que la del artículo, amén de su contenido político inobjetable. 

Nos quedaría la comparación con el artículo de fondo o artículo general. Pues también son marcadas las diferencias respecto a la crónica, cuya estructura es flexible en extremo, y su transcurrir no tan lógico, lento, y reflexivo como en el artículo.  Concretemos, a partir del criterio de varios autores, los rasgos distintivos de la crónica: La crónica constituye «un puente directo entre el lector y el periodista a través de historias, evocaciones, recuerdos, personajes, lugares, hechos o situaciones, trabajados con la acentuación del relato, ese fluir narrativo que desplaza imperceptiblemente las acciones frente a los ojos y la imaginación del ciudadano consciente», dice Hugo Rius. 

En la crónica el periodista hace uso de las técnicas propias de la literatura, y fundamentalmente, de una prosa exquisita que es, a la larga, «lo que permitirá la adicción del lector a aquellos detalles que desfilan como una sucesión de escenas que despiertan los más disímiles sentimientos», según A. Benítez. De ahí que la crónica plantee un mayor grado de exigencia, pues su materialización requiere varios pasos de envergadura, entre ellos, el trabajo de reportería. La crónica es sinónimo de autosuficiencia, en el sentido que debe sostenerse por sí misma, mantener cautivo al lector y permitir su «liberación» solo al final del relato, cuando la historia ya ha sido degustada y asimilada a través de la multiplicidad de sus detalles. 

Para la crónica, a diferencia de la noticia, solo es válido una de las seis interrogantes básicas: ¿Por qué?, pero no en el sentido propio de la noticia pura, sino visto en la perspectiva del cúmulo de preguntas que se plantea el cronista en su etapa previa de escritura.  Digamos que es la disyuntiva del cronista: un ¿Por qué?, de gran tamaño, un tema rigurosamente delimitado que nos acerca al tipo ideal de crónica, algo así como un primer plano o aproximación de la cámara hasta los blancos buscados u objetivos perseguidos.  

La crónica es como una obra de teatro donde los personajes cobran vida y se mueven con entera libertad en medio de un eje que permitiría constituir el corazón de la historia. De ahí su carácter de intemporalidad, ya que, el placer gratificante lo otorga su lectura hoy o la que se haga dentro de diez años. ¿No es acaso esto último lo que sucede con las crónicas de José Martí? La crónica se perpetúa a través de los años, prevalece y logra salir indemne frente a los estragos del tiempo.  

No hay temas malos y temas buenos, sino buenos o malos cronistas. Aún aquellos temas considerados intrascendentes o agotados, pueden cobrar vida si existe vida dentro del cronista, si se imponen la fuerza de su narrativa y la manera peculiar de abordar el tema, el hecho, la circunstancia, el lugar.  Solo se escribe lo que se siente bien. Por eso las crónicas no se deben forzar. Si las ideas no acuden es porque el asunto no está lo suficientemente maduro o porque nos encontramos desmotivados. Si no le salen, abandone la idea y pásesela a otro colega. 

Dice Martín Alonso: «La crónica es semejante a esas copas de cristal de Bohemia, delicadísimas, de fina transparencia y leve como las plumas. Antes de lograr una perfecta, se quiebran y rompen muchas entre las manos del más hábil obrero.»  En la crónica hay una frontera que no se puede traspasar, so pena de caer en una fosa pestilente, y es el límite que separa lo sublime de lo ridículo, al decir de  Rolando Pérez Betancourt. ¿Fórmulas para hacer una buena crónica? No las tengo. Y es que posiblemente no haya un género tan subjetivo en términos absolutos como la crónica, de ahí su variedad e infructuosos intentos de clasificación. En mi caso, cuando decido escribirla ya antes la he sentido. Cuando tecleo, lo hago poseída por todos los demonios, santos y espíritus existentes en el cielo y en la tierra.  Sin  embargo aconsejo estudiar y leer mucho el género.

La excesiva confianza en lo intuitivo, daña y nos atrasa. No olvidemos el sabio consejo que Nicolás Guillén dio a un a impetuoso joven,  poeta genial en ciernes: «Joven, comprendo su desesperación y prisa. Pero creo que para deshacer un sonetoLo anterior es hacerlo.»  Valgan entonces estas recomendaciones, que en realidad constituyen cualidades del buen periodista: Sea buen observador.

El periodista, cada vez que se encuentra con un personaje tiene que saber meterse dentro de él, darle un poco la vuelta y mostrar lo más recóndito. Tiene que captar detalles que para otros pasan inadvertidos.  Si utiliza el diálogo, la primera condición es que sea significativo, que diga algo. No reproducir sino lo que sea psicológicamente revelador.El contexto tiene gran interés para la narración porque sitúa a los hechos en su escenario propio para que el lector los perciba con más facilidad. 

Tenga en cuenta siempre estos tres elementos: acción, tipos y ambientes, que no siempre tienen que ir o estar equilibrados en el corpus del relato, sino que predominará siempre uno de ellos, según la narración y el narrador, porque no hay nada más cierto que el «estilo es el hombre».  Una última recomendación sería permanecer informado acerca de todo lo que acontece; leer mucho y bueno; escuchar radio; ver mucho cine y televisión de calidas; viajar; compartir con nuestros semejantes.  

Mucho ayudan el dominio de las técnicas narrativas y de algunos recursos propios de la dramaturgia. Y, por supuesto, el conocimiento de las herramientas del oficio, que, en cierto sentido, pueden suplir al talento.  Sin duda, lo que más falta hace para escribir una buena crónica  —inspiración aparte—, es cultura,  conocimiento, autenticidad, sinceridad, sensibilidad, y una cuestión más difícil sobre la cual escribí hace unos días. Y me autocito:  «algo que no se puede explicar, pero que debe ser lo mismo que aguza el ojo al águila, excita el olfato al tigre y activa el oído a la gacela». 

Eso mismo, una especie de sexto, séptimo y octavo sentidos, para que el resultado final no resulte forzado, ni absurdo, ni improvisado, ni enclenque, ni cursi, ni sensiblero. Raras veces se pueden escribir crónicas todos los días como podría hacerse con las notas informativas. Hay pues que pensar y repensar el tema y solo cuando estemos en estado de ebullición, sentarnos a escribir. Luego es cuando llega el verbo, la palabra exacta, el adjetivo preciso para contar y describir, para sacar de la cabeza lo que se ha empollado en el pecho. El caso de nuestro Martí es único.

El poseía dotes poco comunes para habérselas con asuntos difíciles. Sus crónicas no podían ser superficiales porque él no lo era. (Jamás escribió una crónica de sociedad.) Su preparación asombrosa en muchas ramas del saber, su poderoso impulso de divulgar el conocimiento, lo empujaban a escribir incesantemente.  Martí conocía de pintura, de teatro, de literatura, de arte, de política, de religión, de jurisprudencia, de historia, de geografía... Pero sobre todo tenía la costumbre del color, y la fuerza del dolor; el ansia de libertad, el vuelo artístico del espíritu, y creo que todo junto  guiaba su poderosa y fabulosa pluma.  

¿Era Martí demasiado bueno, demasiado noble, demasiado honesto; demasiado escritor, demasiado periodista, demasiado revolucionario; demasiado hombre, demasiado amigo, demasiado hijo, demasiado padre, demasiado hermano?  ¿Fue demasiado radical en la forma y ello no se avenía  con el espíritu de esas publicaciones? No lo juzguemos, leámoslo y aprendamos de él. No por gusto se enfrentó a directores, editores y redactores de algunos de los periódicos donde publicó. Cruzó con ellos espadas del más temible acero epistolar. Unas veces ganó, otras, salió deprimido. 

Más de 400 crónicas salieron de su pluma. Solo las llamadas españolas revelan que el autor se movió en algunos entornos referidos; en el resto, nunca estuvo presente en los hechos que explicaba, lo que prueba su capacidad descriptiva y narrativa. Los procedimientos literarios empleados por Martí en las crónicas norteamericanas «constituyen la clave de su permanencia en nuestros días, cuando ya los sucesos referidos han perdido su valor periodístico.  Leámoslas, estudiémoslas y aprendamos de ellas. 

Bibliografía ·         Acerca de la crónica, Miriam Rodríguez Betancourt, pp. 7/30.·        

Géneros periodísticos, Julio García Luis, pp. 119/147.·        

Géneros periodísticos, Juan Gargurevich, pp.59/75.·       

  La crónica, ese jíbaro, de Rolando Pérez Betancourt, pp. 24/24.·        

El periodismo como misión, compilación y prólogo de Pedro Pablo Rodríguez, editorial Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2002, pp. 322/336.·        

El periodista, un cronista de su tiempo, de Alejo Carpentier, editorial Letras Cubanas, colección Mínima, octubre 2004, pp.1/22.       

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