Por Mercedes Rodríguez García
Texto de la disertación ofrecida por la autora a colegas periodistas de Santiago de Cuba y Camagüey, en los respectivos Festivales de la Prensa escrita, el pasado año.
Permítanme que para comenzar esta disertación pida prestada unas palabras a un genial pensador español.
Dice Ortega y Gasset: «La técnica, cuya misión es resolverle al hombre todos los problemas, se ha convertido de pronto en un nuevo y gigantesco problema», mensaje que ilustra con bastante exactitud el estado de cosas que ha devenido hoy el complejo y multifacético ámbito de la relación tecnología-sociedad. De ahí que el denominado «progreso tecnológico» se nos revele, cada vez más, como un proceso en extremo ambivalente y contradictorio.No suman pocos quienes —haciendo gala de un optimismo acrítico, triunfalista, desmesurado—, ven en la tecnología la solución a todos los males; otros, en cambio, pierden el sueño con las terribles secuelas y dificultades que va dejando tras de sí el uso indiscriminado y anárquico de los avances científico-técnicos. ¿De qué lado figuramos los periodistas en esta ambivalente andanada de impactos sociales de la tecnología? Confieso la preocupación que me asiste en torno a las aristas socio-humanísticas de la tecnología en lo que al periodismo compete, y reparo sobre todo en el hecho de que las PCs están reforzando una clara tendencia a poner énfasis en los aspectos formales del pensamiento, a identificar «pensamiento» con «pensamiento procesal», lo que resulta muy negativo en cuanto puede generalizarse el convencimiento de que «pensar» es, en esencia, una cuestión de procesar información, y no de formular ideas críticas.Lo que más me interesa de ese «mundo feliz» de las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (NTIC), pudiera concretarlo en lo relacionado con la obtención de información, a la cual podemos acceder gracias a los computadores que, enlazados en una polifémica y minotaúrica red, nos muestran los más asombrosos asombros, las más adorables mentiras y las más virtuales realidades. Entonces, ¿cómo abrir, adentrarnos, leer, sustraer, nutrirnos —sin confundirnos— en esas infinitas páginas de la World Wide Web, equiparable solo con el milagro gestado por Gutenberg a mediados del siglo XV? No hablaré de amenazas y oportunidades de las NTIC. Supongo que más o menos mis colegas las conozcan, y en determinados momentos se hayan valido de ellas. Aunque, a decir verdad, no siempre aprovechan sus bondades respecto a los medios tradicionales, y —sin que haya que cuestionarlos del todo—se comportan como usuarios delfines al saltar aleatoreamente de un enlace a otro, o como pirañas devoradoras de datos que, en última instancia, desaprovechan por falta de procesamiento cerebral. O sea, han «adquirido» lo que yo llamo información fatua, documentación que ni a corto ni a mediano plazo se revierte en productos comunicativos sustentables, con enfoques contrastados y novedosos. ¡Grave! ¡Muy grave! Porque lo que en un principio se consideró instrumento tecnológico para la comunicación militar y científica, con su desarrollo y divulgación se ha convertido en un medio masivo y conformador de un nuevo escenario para el encuentro, el diálogo y la confrontación.
Me refiero a Internet, medio integrador por excelencia —un metamedium—, pues, desde el punto de vista técnico en él confluyen todas las demás formas de comunicación tradicional: correo (e-mail o correo electrónico y transferencia de archivos); teléfono (webphone); prensa (periódicos y revistas digitales en la Web); radio (Radio Net); cine (mercadeo digital); publicidad (banners y websides); comunicación cara a cara (videoconferencias), entre otros, pero además con nuevos matices innovadores como «la interactividad». Todo ello —no es el caso cubano— a contrapelo de la populosa televisión, cuya avalancha de información e indiscutible protagonismo de las cámaras, pone en contacto al receptor —menos próximo por cuestiones de recursos materiales a los sistemas multimedias— con el acontecimiento, que fluye a las pantallas a la velocidad de la luz, en vivo y en directo, con texto, imagen y sonido, sin necesidad de mediador alguno. Conscientes de que existen todos estos problemas en una profesión que exige un enorme trabajo, pero además: Porque los ciudadanos han dejado de ser simples receptores de medios de comunicación.
Porque informarse también quiere decir saber cambiar las fuentes, resistirse a ellas si resultan fáciles.
Porque todas estas cuestiones aluden más que a la radio y a la televisión a los medios de prensa escrita...
No queda otra alternativa, que dejar de presentarse simplemente como un ojo que mira y que no puede verse porque no se trata ya de un periscopio privilegiado, al decir de Ignacio Ramonet. «Nosotros vemos al mundo, pero el mundo nos ve a nosotros», argumenta el director de Le Monde Diplomatic. De ahí la exigencia, no tanto en cantidad como en calidad respecto a la factura de los productos comunicativos impresos. Entonces, dos preguntas más de suma importancia: 1. ¿Cuál camino debemos recorrer ante el impacto de la televisión —con la cual resulta imposible competir en términos de choque visual—, y de la radio —idem en cuestiones de velocidad—? Claro, si uno está viendo un partido de fútbol on line... ¡nos comió el león! 2. ¿Cuáles medidas debemos emprender frente al incremento del flujo de información y su internacionalización y el propio desarrollo conceptual y técnico del periodismo? Como punto de partida se impone redefinir el papel de los medios, tanto en el concurso de la sociedad como dentro del medio en sí mismo. Poco sirve hablar hoy de los medios como un todo si queremos avanzar. Me refiero de modo particular a la prensa escrita. No encuentro mejor remedio que cambiar el lenguaje, ir más hacia la interpretación con el fin de proporcionar al lector —esté donde esté— suficientes elementos de análisis, sin imponerles nuestras propias opiniones.Y no hablo de un nuevo género —aunque este estilo se aviene mejor a los reportajes de investigación (o precisión) y entrevistas 6588 de profundidad—, sino de un enfoque que irradie a todo el periodismo escrito y también, en alguna medida, al reporterismo radial y televisivo. Créanme que no veo otra forma de hacer periodismo en nuestra época. Así que el periodismo está obligado a potenciar sus propias fortalezas con las que ofrece Internet, y las que sigue manteniendo en las condiciones de saturación audiovisual actuales: (Y vuelvo a los porqué) Porque ni la radio ni la televisión pueden analizar y profundizar en los temas como lo hacen los periódicos y revistas.
Porque los medios electrónicos requieren de la presencia del oyente o el televidente a la transmisión, mientras que la prensa el lector la lleva consigo y la lee cuando quiere y puede.
Porque el mensaje de la radio y la televisión transita en una sola dirección, mientras que el lector puede volver sobre lo escrito cuantas veces quiera para comprenderlo y saciar su interés.
Porque el formato de la radio y de la televisión eluden textos largos, mientras que la psicología de la prensa escrita es otra y admite textos de longitud y complejidad variables...
Estamos obligados a evolucionar en los llamados géneros periodísticos, ya que la radio y la televisión hace rato nos arrebataron el qué, el quién, el cuándo y el dónde. (Y si no andamos ligeros sucederá igual con el cómo, el por qué, y el para qué). Ha de importarnos, sobre todo, exponer el significado de lo que sucedió; incorporar el contexto y el sentido de las cosas a nuestros escritos. A la prensa plana le asiste esa posibilidad. Un ejemplo: subieron los precios del petróleo, bien. Pero lo que me interesa como lector es que me hablen acerca del impacto del alza en la vida cotidiana. Ahora, bien. ¿Qué ambiente adverso nos rodea y nos impide desarrollar un periodismo interpretativo?Cuestión de cultura. Cultura periodística y cultura de lectores, estos últimos siempre escasos de tiempo y predispuestos a la información audiovisual. En la situación particular de Cuba, acostumbrados a contender con fuentes muy similares por la naturaleza del mensaje, los contextos y los lenguajes, que no varían mucho más allá de los que exige la propia técnica del medio en cuestión. (Si quiere no acepte esta hipótesis, quiero decir, la de receptores poco entrenados. Hagamos la prueba y constate que apenas si repasan los titulares y los dos primeros párrafos de una nota. La situación empeora si a ello añadimos el cómo se ha redactado.) En cuanto a cultura de los periodistas me refiero, tanto a las técnicas de la profesión como a las propiamente llamadas culturales. Sobre las técnicas periodísticas existe un poco de confusión hacia dónde debe apuntar el periodismo. Y vinculo técnica, con cuestiones de género y de estética. De estética de la redacción, a favor de un producto ameno, leíble. ¿Por qué olvidamos que cuando un periodista se sienta a escribir ha de llevar al papel —o al display— algo más que datos recientes, casi siempre apuntados en cualquier reunión, plenaria, asamblea, incluso, durante la visita a una fábrica, a una escuela, a un hospital...? ¿Por qué, en ese momento de íntima creación, no acordarnos una y otra vez de nuestros venerable lectores, a quienes nos debemos en última instancia? Relatar —exponer, narrar, describir— requiere palabras, sensaciones, ideas que no caen del cielo ni pueden encontrarse en ningún software o programa específico, pero que sí es posible almacenar en el disco duro de su computadora cerebral, a lo largo de vivencias o mediante todo un proceso de aprehensión bibliográfica. Requiere, dicho de otra forma: bagaje cultural a partir del cual puedan mostrarse el contexto y el antecedente adecuados, de modo coherente y jerárquico. También, urge al periodismo en su función interpretativa de la realidad lidiar con herramientas multidisciplinarias, como puede ser la metodología de la investigación. Caminar hacia delante, sin miedo a mezclar un género con otro, aunque la «dura» de la película continúe siendo la noticia, lo que el mexicano Raymundo Riva Palacio, prefiere amalgamar en el término noticia-crónica, bajo el cual —dice— «pueden contarse historias sin perder la estructura de la pirámide invertida». Del mismo modo se impone la evolución de la opinión, no como género, sino como el análisis de la noticia. O sea, lo que en la práctica se expresa en una información deberá ser tratado con mayor integralidad y profundidad en una opinión menos doctrinal, a la vez que más argumentativa y reflexiva. Porque —de paso— no resulta absolutamente cierto que la opinión constituya ideología y la información y la interpretación no, conceptos tan bien manipulados por el periodismo norteamericano, y que puede «sonar» subversivo cuando en realidad tanto la información como la interpretación y la opinión, implican posiciones e intenciones políticas. ¿Por qué acudir siempre a las fuentes tradicionales? ¿Por qué «manosear» siempre los mismos datos si en la actualidad el empleo de las tecnologías de computación y la disponibilidad de bases de datos y correo electrónico agilizan y nos acercan el camino de los periodistas a nuevas fuentes activas y pasivas? Acceder por la red de redes a cuantas fuentes y datos se desee no es solo cuestión de querer, sino de saber y poder, lo que resulta tan importante como ser capaz de discriminar la información de entre esa avalancha —humana y divina— que nos llega —hipotéticamente on line— las 24 horas. Claro, la discriminación yace en todo proceso de la Comunicación Social, pues solo una pequeñísima parte de los acontecimientos trasciende a los medios. Y ello está ligado a idea de comunicación como construcción de la realidad, de una realidad ideal en el terreno de lo político, económico, social y cultural. La comunicación, y en particular la prensa, reconstruye, reproduce día a día un modelo de valores, de organización de la sociedad, de criterios éticos sobre lo deseable y lo no deseable, lo correcto y lo incorrecto, que deciden la noticiabilidad de lo que ocurre. El acceso de los periodistas a las fuentes, a esas interminables páginas navegables, es un derecho que obliga: A desprenderse del esquematismo, la contundencia o enfoque superficial.
A un cierto relajamiento, a la gracia, a la habilidad con que se expresan las ideas que se desean transmitir, al diálogo, a la controversia a propósito de un tema conflictivo, según convenga, y en defensa de sus respectivas opiniones.
Al análisis que intenta explicar desde el conocimiento técnico, profundo, la complejidad de un tema actual...
Al reportaje dotado de solidez, cargado de datos ciertos y de opiniones solventes, que informa, explica y, consecuentemente con ello, orienta a la opinión.
Cuando la documentación ocupe el lugar que se le exige, podrán articularse sus aportaciones de muchas maneras, los datos que proceden de este servicio, infinito en la red, serán introducidos en el cuerpo de las informaciones o serán presentados como un despiece, un añadido aparte al bloque informativo que se ofrece. Hay que leer, confrontar, concertar, discriminar e interpretar al mundo. Y hoy ese mundo desfila —con pelos y señales— en las infinitas páginas virtuales de la WWW, y de sus hermanas legítimas Intranet y Extranet. El gigantesco problema reseñado por Ortega y Gasset, no puede constituir el gigantesco problema de nuestro periodismo, aunque en ello no deje de haber cierta dosis de verdad, y ya he dado suficientes argumentos al respecto. Ni optimismo acrítico, triunfalista y desmesurado; ni más ética que no sea la responsabilidad y compromiso social de los profesionales de la prensa. En la medida en que los periodistas no nos limitemos a proveer de información en bruto a los receptores, sino que seleccionemos los hechos, relatemos fidedignamente lo acontecido a través del lenguaje apropiado y de los géneros que convengan a los fines, continuará existiendo el periodismo. «Aunque el producto final —como dice Ramonet—se parezca poco al que disfrutamos ahora.» Solo que hay que aprender a leer… y a beber, selectivamente el mundo. El mundo de Internet, que no es tan virtual como piensan muchos ni de pensamiento procesal como, equivocadamente, nos tratan de inculcar. Minotáurico y Polifémico, en cuanto a laberíntico y ciclópeo, hay que andar y desandar ese mundo… Pero con el hilo de Ariadna en una mano, y la habilidad de Ulises, puesta en su ojo único. Bibliografía 1. Díaz Caballero, José Ricardo: “Tecnología y Sociedad”. Colectivo de autores GEST. Editorial Félix Varela, La Habana, 1999. 2. García Luis, Julio: Notas de clases. Diplomado en Periodismo, Facultad de Comunicación Social, Universidad de La Habana, 2001. 3. Ramonet, Ignacio: Conferencia “¿Desaparecerán los periodistas?”, VII Encuentro Iberoamericano de Periodistas, noviembre de 1999, Ciudad Habana. 4. Ortega y Gasset, J: “Meditación de la técnica y otros ensayos sobre Ciencia y Filosofía”.Revista Occidente, Alianza Editorial, Madrid, 1982. 5. Vargas, José Rafael: Conferencia “Nuevo siglo. El valor de la información en un mundo globalizado y regionalizado”.. VIII Congreso de la FELPA, noviembre 1999, Ciudad Habana. 6. Venegas, Asalia: “Las comunicaciones hacia el III Milenio: desarrollo y tendencias”. Edición conmemorativa 50 Aniversario de la escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1996.
http://www.latecla.cu
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