La Rosa que tiene nombre
Por Mercedes Rodríguez García
El 22 de agosto de 1986, mientras las tropas soviéticas invadían Praga, refiere Umberco Eco haber encontrado el principio conductor, el “hilo de plata” que lo llevaría a escribir El nombre de la rosa.
Casi seis siglos y medio después, el Medioevo vuelve a inspirar a un narrador que, con la meticulosa exactitud del historiador, elabora una novela cuyo punto de partida no es otro que las inquietudes y temas debatidos en aquellos años.
Y de ellos se hace eco —eso es: como su apellido— y, como eco, profundiza, Amplía, fabula esas voces con una riqueza de timbre que las demás voces no tienen. (Recordemos Narciso y Golmundo, de Hernan Hesse; Medioevo, próximo futuro, de Roberto Vacca.) Como el eco, el semiólogo italiano no inicia, pero sí tiene la última palabra, la definitiva, a juicio de muchos críticos y estudiosos de su extensa y compleja obra.
Como en la controvertida novela, el film homónimo de Jean Jacques Annaud, aborda el imaginario cotidiano medieval que rige el espíritu y la trama central de esta cinta que somete a dura prueba al lector medio.
Ambientada en la Italia de principios del siglo XIV (1329), la película es fuel a la representación literaria que hace Eco de ese mundo donde la ciencia, el arte y la literatura proceden de los monasterios. En sus bibliotecas y scriptoriums tiene lugar la parte más importante del quehacer intelectual, mientras que en sus huertas y campos de cultivo, encuentran espacio campesinos libres y siervos de estas instituciones monásticas (unidades esencialmente autárticas) a las cuales corresponde el gran mérito de hacer que la producción del arte se realizara por los propios monjes, dentro del marco de talleres ordenados, con división del trabajo, y dirigidos más o menos racionalmente.
Y es consecuente también el film con el contexto donde se desarrolla la acción, uno de los períodos más intrincados y desconcertantes de la historia universal.
A las vísperas del Humanismo, luchas entre Imperio e Iglesia se disputan el poder sobre el cristianismo, sin que ni uno ni otra se den cuenta de que las grandes instituciones medievales declinan, y con ellas el universalismo político y la unidad de las “república cristiana”
Ahora las fuerzas nuevas son las monarquías nacionales; las lenguas vulgares (las románticas) desplazan a la lengua universal (el latín), y para la Edad media toda fragmentación es amenaza, confusión, pecado.
Por eso la confusión tiene el aspecto hórrido, bestial y primitivo de Salvatore,
quien habla u8na lengua híbrida, mezcla confusa de los “volgari” románicos sobre un fondo latino.
Quizás no con la magistralidad de Eco, la película presenta los signos de este mundo en formación; de manera velada, sin vislumbrarlos demasiado.
Sin embargo, el trasfondo impresionante, vivo, crudo y grandioso del Medioevo, es casi un epítome cinematográfico de la Edad Media; historia, filosofía, teología, costumbres, ideas políticas y estéticas, historia económica; una concepción de la vida en la que todo tipo de actividad estaba mediatizada por la “marcha hacia el bien último; y el predominio de la Fe sobre la Razón era una virtud personal y colectivamente administrada por el sacerdote, por el médium omnipotente con la Verdad”.
En el celuloide cobran autenticidad copistas, miniaturistas que el scriptorium, junto con la biblioteca benedictina, son los lugares más importantes del convento, precisamente por ese fecundo papel cultural como conservadores de la tradición y de libros.
En esos espacios, donde Fray Guillermo de Baskerville inicia su investigación sobre la muerte del joven y hermoso miniaturista Adelmo de Otranto, hallado sin vida en la barranca bajo el edificio de la biblioteca; donde la lujuria de la muerte parece conjugarse como causa del delito y radicar el secreto de los restante homicidios. (“El mal en la abadía búscalo en quien sabe demasiado, no en quien no sabe nada”, aconseja Ubertino de Casale al franciscano inglés.)
En esta comunidad monástica donde amanuenses, miniaturistas, traductores y biliotecarios, ocupan un lugar muy importante. La escritura era entonces un arte muy difícil. El libro —imagen del mundo— resultaba un objeto sagrado, lujosamente encuadernado e ilustrado, que no estaba hecho solo para ser leído y constituía, además, un bien económico. La escritura no era personal, sino que respondía a un modelo invariable que impedía la rapidez y se realizaba en el silencio más absoluto. Era una tarea particularmente penosa. Y ese ambiente, dominado por la disciplina y el aislamiento, era propicio para las pasiones insatisfechas, celos, intrigas, injusticias, rivalidades, llevadas a veces al paroxismo y hasta el crimen y otros actos pecaminosos y delictivos.
Se trata del reflejo exacto de un mundo donde las transmisión oral, la representación gráfica y la iconografía, constituían los instrumentos de comunicación idóneos “sometidos al control de cada territorio y al control supremo de la Iglesia sancionadora”. Fuera de la abadía, peregrinos, predicadores, mercaderes y juglares, serán agentes de intercomunicación.
Respecto a la descripción y caracterización de personajes, la cinta de Annaud raya en lo fabuloso. Podría dar muchos ejemplos en tal sentido. Mas, creo suficiente el relativo al arte, a la iconografía medieval y renacentista en los cuales se inspira el propio Eco para elaborar la gran metáfora que se sobrentiende en toda la novela (“el mundo al revés”), y que no deriva solo de los textos medievales, sino también de la pintura de Brueghel el Viejo y otros retratos en los que la tradición iconográfica “parece familiarizada con santos y anacoretas en cuya soledad en el desierto o en una celda, las tentaciones de la carne, del cual Malaquia es un pálido iniciador, genera hombres fatales y superhombres”.
Eco logra formas de construir un personaje; Annaud, imagina, selecciona, y el actor Sean Connery (Guillermo de Baskerville), pone su sangre, figura e inteligencia.
Son ricos los detalles visuales de los decorados, las tomas brumosas de la abadía, los laberintos y pasadizos, las construcciones, ventanas, puertas, torres, murallas. Todo en luces y sombras. Luz que enseña y anuncia; sombra que oculta y deforma, tal y como debió ser entonces, ambiente notablemente reforzado por la banda sonora (cantos gregorianos, cánticos, misereres), que se ajustan y llevan a la reflexión del tema y a la naturaleza misma de los sucesos que ocurren en la abadía, a donde llegan Guillermo y su pupilo Adso de Melk.
Figuras históricas representativas de la época se mezclan con héroes de ficción. Mundo fabulado y realidad. Montaje de enormes materiales que no salen del contexto medieval, estructuras unitarias... en función de ir preparando la revelación final, el hallazgo del texto prohibido (la segunda parte de la Poética, de Aristóteles, que el filósofo había dedicado a la Comedia: el Finnis Africae) cuyas páginas envenenadas causaban la muerte.
En el film —como en el libro— lo trágico y lo cómico se enfrentan en dos categorías interpretativas del Medioevo: la seriedad inhumana se separa y rechaza a su amiga la risa, transgresora y cuestionadora.
Lo serio medieval oficializado, unilateral (muy diferente a lo serio del mundo antiguo coexiste con lo cómico), representa “un mundo limitado, relativo, jerárquico, inmóvil, ligado a la intimidación, al terror, al miedo, a la resignación, a la docilidad; en una palabra, a la muerte”, y que niega como tal el otro aspecto inseparable de la naturaleza humana, lo cómico, la risa, “esa risa creativa que lleva al conocimiento y a la verdad, y por tanto, peligrosa: risa subversiva, capaz de vencer el miedo cósmico y derrumbar el orden limitado, clasista, que no tienen ninguna correspondencia en el universo y, por lo tanto, contranatural”. (La risa que nada tiene que ver con la ironía y el sarcasmo modernos, solo negativos y destructores.)
La sociedad medieval, temerosa de la fuerza de transformación de lo cómico, controla la risa legalizándola en determinadas circunstancias y en fecha precisas (fiestas de carnaval, de los locos, etc.), donde la colectividad podía libremente, a través del lenguaje profanatorio y de las bufonadas, abolir el mundo social y opresor y, saliendo de él —aunque fuera a coto plazo— “crear un mundo invertido, universal, fuera de la jerarquización”, en que lo cómico unía al mundo “alto” y al mundo “bajo” en un segundo mundo utópico en el que triunfaban la igualdad, la libertad y la abundancia.
Seriedad y humor separaban a los protagonistas antagónicos (Baskerville/Burgos). Risa y seriedad encontramos por separado en el franciscano y su pupilo Adso. La mofadora, irónica, audaz, pero también humana libertad de juicio de Guillermo, contrasta con la seriedad, cautelosa obediencia del joven benedictino, delineada “como latente atributo de un carácter propiamente alemán”.
Finalmente, el fuego devora la abadía. La cultura dejará de ser patrimonio de los monjes, símbolo que la autenticidad e intensidad del incendio deja ver de forma clara: la desintegración del propio sistema feudal, del que los conventos fueron pilares importantes.
Adso termina su viaje y tomará el camino místico de la fe (se refugia en el monasterio de Melk). Ha rechazado la búsqueda y el conocimiento, preconizados por su maestro Guillermo. La frase final en latín (en la novela) “stat rosa prístina nomine nomena nuda tenemus”, resulta la única referencia al título, y por tanto, será significativa.
La rosa es la reina de las flores.
¿El nombre de la rosa?: ¿Juego postmodernista para despistar destruyendo significados? ¿Asociación escolástica del alma y la rosa? ¿El espíritu humanista que siempre se impone? ¿Verdadera falta de correspondencia con el texto? ¿Indeterminación forzosa: humor, sarcasmo, fuego, fuerza diabólica de la muerte, de la rosa?
Los 130 minutos de la trama se acaban como el libro que cerramos. Si la cultura es el conjunto de modos de vida de grupos determinados, cultura medieval es toda la obra. Imaginario cotidiano de Humberto Eco sobre el que Annaud filma, para que la verdad, el conocimiento y la belleza sean también para nosotros, para que el eco de Eco continúe profundizándose, ampliándose, fabulando voces en estos tiempos cercanos y parecidos a aquel 22 de agosto de 1968 en que el escritor italiano encontró el principio conductor, el “hilo de plata” que lo llevó a escribir El nombre de la rosa.
Bibliografía:
1. Umberto Eco, El nombre de la rosa, alguna clave, revista Nueva época, México 1985.
2. ----------------, Apostillas a El nombre de la rosa, revista Opción #7, La Habana, 1989.
3. Fornellés, Alfredo. Historia de la filosofía, Tomo I, Editorial La España Moderna, Madrid, 1994.
4. Rivero, Darcy. El proceso civilizatorio, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1992.
5. Rossi, Anunnziata. Un libro prohibido, revista de la UNAM, México, 1985.
6. Torres, Eduardo. Antología del pensamiento medieval, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1975.
7. Vasconcelos, José. Historia del pensamiento filosófico, Ediciones Universal Nacional de México, 1987.
8. Vázquez Montalván, Manuel. Historia y Comunicación Social, Alianza Editorial, España, 1985.
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