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LA TECLA CON CAFÉ

La rusa de Santa Clara

Como casi en toda época, desde los mitológicos Dalila y Sansón hasta Cleopatra y Marco Antonio, en la Antigüedad; Julieta y Romeo, en el Medioevo; Josefina y Napoleón, en la era Moderna, y Evita y Juan Domingo Perón, en la contemporaneidad, la capital villaclareña de principios del siglo XX también tuvo su fabulosa pareja, protagonista de un amor que escandalizó a la alta sociedad de la ya populosa villa: Olga y Joaquín. Médico él. Ella, una atractiva y librepensadora moscovita.

Por Mercedes Rodríguez García

Fue en 1982, de viaje por la entonces Unión Soviética, cuando me vino a la mente el asunto, mientras transitaba del hotel Rossia a la Plaza Roja.

Faltaban pocos días para que terminara el segundo mes del año. En esa época los  la nieve y el hielo se derriten. En las calles se forman charcos de agua fangosa y los carámbanos se acumulan en los tejados hasta que, ante el asomo tímido del sol,  ruedan brillantes por las cornisas. La escarcha se funde con el lodo, y el andar por las aceras se torna pesado y peligroso.

Más o menos semejante descripción del tiempo era la que hacía en 1960 Olga Skvortsova a su nieta cubana, en misiva fechada el 23 de febrero. Conocí de la carta algo más de dos décadas después, cuando me enteré de que el escritor Enrique Cirules preparaba una novela sobre la extraordinaria mujer cuya vida quedaría atada para siempre a Santa Clara.

¿Quién era esta moscovita llegada de la legendaria y desconocida Rusia a la Ciudad de Marta, la patriota y benefactora que el día de la inauguración del teatro La Caridad hiciera su entrada acompañada del brazo del Dr. Rafael Tristá, alcalde y padre del  hombre con quien contrajo matrimonio a poco de haberse conocido en el París de 1907? ¿Vive todavía en Santa Clara alguno de sus descendientes directos? 

AMOR  A  PRIMERA  VISTA

Joaquín Tristá, médico de 23 años, ampliaba estudios en la Sorbona cuando conoció a Olga Skvortsova, de 19 años, quien trabajaba como aya en una mansión francesa. Dicen que la lozanía, encanto, forma de pensar e independencia de la joven desquiciaron al no menos atractivo cubanito, cuyos relampagueantes ojos castaños desordenaron a su vez el corazón de la muchacha, con la cual se casó meses después. Tampoco demoró mucho la llegada del primogénito Boris, un francesito que pronto atravesaría el Atlántico, avisado su padre de que el abuelo se hallaba gravemente enfermo.

Don Rafael Tristá no pudo conocer al nieto. El activo patriota de la contienda libertadora contra el yugo español, falleció varios días antes de la llegada del barco a puerto habanero.

La casona de dos plantas, altos techos y numerosas habitaciones, acogió al matrimonio y al pequeño, no sin cierto disgusto. Joaquín, al marchar a Europa, estaba comprometido con una distinguida y aristocrática señorita de la localidad. Para que el escándalo fuera mayor, Olga se pasaba días enteros vagando por las calles de la ciudad y conversando con la gente, cuestión prohibida de modo terminante a las damas de la aristocracia. 

A ello se unían sus visitas a los barrios pobres donde vivían los negros, y los paseos con Boris por la plaza central. Allí, muy tranquila, sentada en un banco mientras el chiquillo jugaba, ella encendía un cigarrillo y se ponía a leer.

En el hogar las cosas tampoco marchaban bien. Olga gustaba de la música. Sin tener en cuenta el luto riguroso que imperaba por la muerte del cabeza de familia, ligera de ropas —decía que el calor la asfixiaba— se sentaba delante del piano y, del mismo modo, deambulaba por las habitaciones...

¡Pánico!, ¡horror! imperaban en aquel ambiente conservador, lleno de prejuicios religiosos y sociales. Sin embargo, ya no tenía tan a su lado al amado y defensor esposo. 

SE CALDEA EL CLIMA POLÍTICO

Acá y allá estallaban motines contra la prepotencia norteamericana. Cuando los cubanos casi tenían ganada la guerra contra España, intervienen los Estados Unidos e imponen a la nación un status semicolonial. La presencia permanente del poderoso vecino del Norte se afianza cada vez más, pues con frecuencia desembarcan sus marines en la Isla.

En tales circunstancias Joaquín prefiere no dedicarse a la política y sí por entero a su profesión. 
«De la mañana a la noche atendía a sus pacientes. Se volvió receloso, precavido y partidario de las tradiciones. Por las noches, después de cenar, se iba a jugar a las cartas o al dominó con los amigos, y empezó a frecuentar una logia masónica», acota Cirules en una entrevista concedida en 1989 a Serguéi Sere­dá, corresponsal de la TASS en La Habana.

Como es lógico, Olga se quedaba sola muy a menudo. De vez en cuando comentaba para sus adentros:

—Joaquín no me ama, ¡ya no es aquel cubano de ojos ardientes que conocí en París!

Mas nadie podía imaginar cómo iba a reaccionar la decidida y desprejuiciada extranjera.

Una tarde, luego de largas meditaciones, escribió a sus parientes en San Petersburgo. Les contaba de sus penas, temores y tribulaciones.

«En cierta ocasión —continúa Cirules— Joaquín llevó a Olga y su hijo a La Habana para resolver unos asuntos. Y un buen día, en el ‹‹San Carlos››, donde se hospedaban, se aparecieron un tío y una tía, que habían llegado a Cuba para socorrer a su querida sobrina.

 La decisión parece que se tomó en un instante. Cuando el esposo volvió al hotel, el vapor se llevaba ya a Boris, Olga y sus familiares hacia Nueva Orleans, desde donde zarparon luego rumbo a Europa.


A LA PUERTA TOCA UNA UCRANIANA

De regreso a Santa Clara, la localidad es pábulo para largas murmuraciones y comentarios de los más diversos tipos. Pero el escándalo más gordo estalló pasados varios meses, en pleno verano de 1910. Una mañana tocó en la casa de los Tristá una mujer vestida con un atuendo desacostumbrado en Cuba: ancha falda y blusa bordada con profusos y brillantes motivos en colores.

 —¿Usted es  señor Joaquín Tristá?

—Para servirle, ¿qué desea?

—Soy amiga de Olga  Skvortsova. Mire, le traigo el crío, está de pecho, hombrecito, hijo suyo... 

—Por favor, entre y siéntese, explíqueme claro y despacio para entenderla.

—Se nombra Yuri, es gemelo, nació en Moscú, en 28 de junio. Con otro,  Iván,  quedó ella.

—Pero, ¿por qué?, ¿cómo puede...?

—Olga piensa injusto privar padre de sus tres hijos. Ya conocer usted cómo decidir ella sus cosas.

Podrán imaginarse la reacción de Joaquín y el resto de la familia Tristá. Lo cierto. Yuri creció junto a su padre. Iván y Boris, junto a su madre. Con el caer de las  hojas del calendario la historia de la Rusa de Santa Clara se fue olvidando.

Cuando estalló la II Guerra Mundial Olga marchó como traductora al frente. En 1917 la Gran Revolución de Octubre la sorprende, junto con Iván y Boris, en Járkov. En 1922, al enterarse por la prensa de la hambruna desatada en Rusia, Joaquín le pide en una carta a Olga que le mande los muchachos. Ellos mismos deciden. Boris se negó. En enero de 1923, Iván se reunió con su padre y hermano en Cuba. Juntos cursaron la secundaria, les llamaban «los moscovitas».

Terminado el bachillerato, en 1928, matriculan en la Universidad de La Habana. Gobernaba en Cuba el tirano Gerardo Machado. Iván entra en contacto con la intelectualidad de izquierda e intima con Rafael Trejo. Por su parte Yuri toma parte en una rebelión armada y luego se suma al movimiento progresista liderado por Guiteras.


CONTINÚA LA HISTORIA UN HIJO DE YURI

Luego de una segunda visita precisamos detalles:

—¿Qué fue de su tío Iván?

—Cuando se recrudeció la lucha contra el machadato él y papá pasaron a la clandestinidad; el viejo tuvo que esconderse aquí en Santa Clara, y mi tío se vio obligado a regresar a la URSS, donde se reunió con mi abuela y su hermano Boris. Como ciudadano soviético fue llamado al ejército, y en 1936 acudió como militar en ayuda de la República Española. Al terminar la Gran Guerra patria tenía el grado de comandante. Ejerció largos años en el Instituto Pedagógico de Lenguas Extranjeras.

—Visitó su segunda patria después del triunfo de la Revolución?   Por supuesto, y se encontró con su hermano, y los viejos amigos y compañeros de lucha. También visitó la tumba de José Antonio Echeverría, hijo de su prima hermana Conchita. La última vez que vino fue en 1969. Falleció en julio de 1985, a los 75 años. 

—¿Y qué fue de Boris?

—Llegó a ser destacado ingeniero metalúrgico, laureado con el Premio Estatal. También murió. 

—¿Pudo su padre Yuri volver a ver a la madre?

—Sí, hizo un viaje a la URSS. Después de muchos decenios se encontraron. En 1961 Antonia María fue a estudiar becada a ese país. Ella es la Viví de la carta que usted me dice le sirvió de base a Guillén para escribir la crónica. Cuatro años después falleció mi abuela.

—¿Y su papá?

—También, en 1989.

—Su hermana  enviudó en 1973 del comandante nicaragüense Oscar Turcios Chavarría. Tiene usted una sorprendente familia... ¿Conoce de la novela que escribe Enrique Cirules?

 —Sí, le he ayudado en lo que he podido. No sé cómo se las habrá arreglado a la hora de reconstruir casi un siglo de historias.

1 comentario

Marisel Trista -

Leer este articulo me trae bonitos recuerdos, pero a su vez llena mi corazon de nostalgia...