Amar y morir con Benedetti
lunes, 26 de agosto de 2019
3:20:07 p.m.
Por Mercedes Rodríguez García
Me estoy quemando, aquello que necesito ya lo he encontrado, pero aun...
¡Te sigo extrañando!
(Benedetti. Lo que necesito de ti, poema)
Cuando un poeta como Benedetti muere*, las almas entran en una especie de conflicto mucho más desconcertante y profundo que el generado en estos días por la Amazonía en llamas.
Y aunque avisó un poco antes, Mario se marchó intempestivamente, dejándome sin ramas, sin brazos, sin hojas, pero creyendo ambos que la utopía constituye el verdadero motor que mueve al mundo, y que la indiferencia continúa siendo una palabra obscena.
Desde mi adolescencia y primera juventud —edades de amores extraviados—, viví sin equilibrio sus poemas, que con letra redondita y clara escribía en hojas de libretas, o interpretaba, susurrados en un parque dominguero y nocturno, en boca de un entusiasta pretendiente, desesperado y furtivo. ¡Oh locura!
Ahora, con 20 años menos que Benedetti en su muerte —y uno y otra sin próximo libro que escribir—, el tema de la Parca me alucina. ¡Claro! A la edad de los sueños a ninguno de los dos nos importaba Ella, que era solo nombre y jamás luto, sombra o aquelarre.
Por eso, mí amado Mario Benedetti, sigo al pie de la letra tu consejo de sabio colega trastornado, y me ¿preparo? sin prisa ni añoranzas.
No te preocupes. Iré a recibirla con los brazos abiertos, desesperada mi boca, húmedos mis labios, firmes mis piernas, erguida mi cabeza.
Seguro que reirá, perpleja al encontrarme como antaño: díscola y alegre, un tanto cansada en materia de métodos y estilos, que como orgasmos tardíos a esta edad de la vida poco importan.
* En los últimos años de su vida, la salud del escritor uruguayo se resiente y es hospitalizado a menudo, hasta que el 17 de mayo de 2009 muere en su casa de Montevideo, a los 88 años de edad. Su cuerpo descansa junto al de su esposa Luz en el cementerio del Buceo de la capital uruguaya.
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