Geocosmética obamiana
5:42:02 p.m.
Por Mercedes Rodríguez García
Al fin, el domingo 20 de marzo, a las 4:20 de la tarde, bajo una lluvia ligera, llegó a La Habana el más espectacular de los aviones, con el más «espléndido» de los presidentes, al que ya esperaba la más fabulosa de las limusinas. Bajo un paraguas negro apareció la punta del iceberg. Al fin, la «hora cero». En vivo y en directo lo vimos todos. El mundo parecía llamarse Cuba y el Norte, más que nunca, Obama.
Han pasado seis días —tangos incluidos—, soplado vientos fríos y alguna lluvia más. Barack ya está en Washington y el Air Force One, bajo techo, listo para llevar al Presidente de Estados Unidos al lugar que precise en el momento en que lo necesite. No importa si tiene reuniones aplazadas o alguna conversación telefónica pendiente. En el mega Boeing se está como en la Casa Blanca.
Y para que el mandatario se sienta como en su país en cada ciudad que visita, varios aviones de carga suelen aterrizar antes que él repletos de equipamiento: autos presidenciales, camionetas del Servicio Secreto y de Seguridad, y, en alguna que otra ocasión, hasta un helicóptero desmantelado. Pero el Cadillac One es transportado en un C-17 Globemaster III de la Air Force.
El Ángel —su nombre en clave— es uno de los símbolos más reconocibles del gobierno estadounidense. Y pese a que su nombre lleva el número uno, existen dos. De esta forma, siempre hay una nave disponible para trasladar al Presidente.
¿La limusina? Decían que las calles de La Habana —con lo deterioradas que están— no soportarían su peso. La Bestia —así bautizada por el Servicio Secreto norteamericano— está totalmente blindada con carrocería construida en aluminio, acero y titanio, por lo que puede resistir disparos de cohetes y ataques con armas químicas. Las ventanas tienen un grosor de cinco pulgadas y las puertas, casi diez.
De acuerdo con General Motors, The Beast es la combinación de una limusina Cadillac con la estructura de una camioneta GMC. A pesar de que el precio no se ha publicado, según el diario británico The Guardian, cada una cuesta al gobierno de Estados Unidos un millón de dólares.
Del Presidente, ya sabemos. Muy familiar. Un tipo carismático e inteligente, cuya imagen despierta simpatía, independientemente de poses estudiadas y discursos —también estudiados— de una arquitectura impecable. En Obama se cumple a la perfección lo que es rigor en la geocosmética: antes de lanzar sus productos, la industria analiza la cultura de sus clientes. Mientras una francesa se da 50 pinceladas para conseguir el efecto deseado en sus pestañas, una japonesa requiere el doble. ¿Y una cubana? Apenas cuatro o cinco. De modo que para su primera cena en la Isla —junto con su suegra, esposa e hijas— escogió el paladar San Cristóbal, ubicado en Centro Habana. El hombre más poderoso del mundo eligió un solomillo de res a la plancha con vegetales a la parrilla.
Sí, a Obama se le ocurren buenas ideas, es un tipo de mucha iniciativa. La conversación telefónica con Pánfilo (Luis Daniel Silva) fue brillante. Sus asesores deben haberle contado de un video grabado en el Karl Marx en el que Pánfilo lo llamaba «bejuco» en mano. El momento humorístico entre la Casa Blanca y Vivir del Cuento fue delirio en la red. El Presidente grabó su parte en el Despacho Oval dos días antes de su arribo a la capital cubana. Algo fuera de lugar, aunque los programas de humor político son frecuentes y seguidos en la TV norteamericana. Lo demás ya dejó de ser noticia.
Después de los primeros innings del juego amistoso entre la selección cubana y el Tampa Bay Rays, Obama se marchó del «Latinoamericano». (Jamás me han gustado los juegos amistosos, pero así fue concebido). Al final, lo esperado: ganó Tampa. Y más que Tampa, las renacientes relaciones deportivas entre Cuba y EE. UU. En mangas de camisa se le vio muy tranquilo. Disfrutó de lo lindo el inicio con palomas sobrevolando el diamante, a Lazo y Tiant en el box, y a Elber Ibarra gritando su «¡Play ball!»
En definitiva, los norteamericanos llevan la pelota en los glóbulos rojos, y Cuba también. Como lo dicta el protocolo, Obama rindió tributo al Héroe Nacional de Cuba. José Martí tiene para todos. Como dijera Archy Obejas, una novelista cubano-estadounidense: «¿Buscas algunas palabras fascinantes y antiimperialistas que tachen a Estados Unidos de ser una nación intimidante? Las encontrarás. ¿Buscas algo de poesía que exalte la libertad individual? La encontrarás. ¿Un poco de antirracismo? No hay problema. ¿Advertencias sobre los dictadores? Aquí están». Asunto que conoce al dedillo el equipo de asesores del Presidente, que los tiene de todos los colores, olores y sabores.
Como correspondía, Obama hizo declaraciones a la prensa nacional y extranjera, estrechó la mano de Alicia Alonso en el Gran Teatro de La Habana, que lleva su nombre. Desde allí habló a los cubanos. Un discurso «geocosmético», muy bien leído (tenía dos telepronters) y actuado. Con sus palabras la gran prensa hizo zafra. Bien pudo —porque lo sabe todo— expresar sus condolencias a la familia de los nueve balseros cubanos que —en víspera de su viaje a Cuba— murieron en alta mar mientras trataban de llegar a la Florida. Pero no; eso se llama Ley de Ajuste.
Ya sabemos. Obama, desde el mismo escenario donde habló Calvin Coolidge —el último presidente de Estados Unidos que pisó suelo cubano hace 88 años—, habló bonito, ofreció su mano de «amigo», criticó, reclamó, demandó cambios. Y sí, fue aplaudido —incluso por Raúl— y recibió una ovación cuando dijo que le había pedido al Congreso que rescindiera el embargo comercial con Cuba porque era hora de «dejar atrás las batallas ideológicas del pasado». Y eso se llama borrar las raí- ces, olvidarse de la historia, y borrón y cuenta nueva, que llegaron los norteamericanos regando billetes por todas partes.
¡Qué «humilde, sincero y geocosmético» Barack Obama!
Se le recordará por mucho tiempo… bajándose del Air Force One, subiendo al Cadillac One, cuyo peso no hundió ni una de las habaneras calles. Lo demás, puro libreto, como en Vivir del Cuento. Del iceberg solo vimos la punta; debajo, queda mucha agua por descongelar.
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