La economía política y la cultura económica en las transformaciones económicas actuales (II)
6:40:15 a.m.
Por José Luis Rodríguez*
A pesar de la importancia que tiene contar con la información indispensable para comprender los problemas de nuestra economía, puede decirse que la misma es condición necesaria pero no suficiente para ese objetivo.
En efecto, una misma información puede ser interpretada de muy diversa manera según el enfoque conceptual con que se evalúe. De ahí la importancia que tiene la formación teórica para que los ciudadanos participen conscientemente en la misma.
Sin embargo, una de las más nefastas consecuencias del derrumbe del socialismo en Europa fue el rechazo abierto o la subestimación del análisis conceptual de los fenómenos económicos contemporáneos con un enfoque marxista. Al producirse la desaparición de los países socialistas en Europa, la tesis del fin de la historia de Francis Fukuyama, proclamada en 1989, (1) pareció colocar para muchos una lápida sobre el socialismo y toda la teoría marxista que sustentaba su desarrollo.
Ciertamente, muchas elaboraciones teóricas del llamado socialismo real adolecieron de una alta dosis de esquematismo y enfoques alejados del verdadero pensamiento revolucionario, que se manifestaron en las políticas erróneas aplicadas por los países europeos, pero sobre todo en los manuales de Economía Política empleados para la enseñanza superior entre los años 60 y 80 del pasado siglo. La crítica de estos enfoques se hizo ya entre nosotros desde muy temprano partiendo de posiciones marxistas y un ejemplo de ellas se encuentra en el libro de Ernesto Che Guevara Apuntes críticos a la Economía Política, publicado en Cuba en 2006.
De este modo, en los últimos 25 años se mezclaron las críticas válidas a la economía política del socialismo, hechas desde posiciones revolucionarias, con la ofensiva ideológica que encontró su punto de apoyo en la desaparición del socialismo en Europa Oriental y la antigua URSS para descalificarlo como alternativa válida frente al capitalismo neoliberal.
La resultante ha sido que el enfrentamiento a los múltiples desafíos de la construcción socialista en la época más reciente no ha encontrado el soporte conceptual y teórico indispensable, dando pie a enfoques supuestamente más adecuados que se apoyan en un pragmatismo que tiende a rechazar la elaboración teórica marxista al considerarla superada en las nuevas condiciones.
Como manifestación colateral de esta tendencia negativa, en nuestro país a lo largo del período post soviético se produjo el cierre de la especialidad de Economía Política en las universidades, con lo que se eliminó la formación más completa de profesores de esta importante disciplina; se produjo la reducción de las horas lectivas dedicadas al estudio de la asignatura; se evidenció el estancamiento de las investigaciones teóricas sobre economía política del socialismo y se cambiaron algunas estructuras de la organización docente en las universidades, donde en la mayoría de los casos los departamentos de Economía Política desaparecieron, junto a departamentos de Planificación y otras asignaturas afines, perdiéndose la identidad de las mismas.
Hace diez años Fidel Castro advertía (el 17 de noviembre de 2005 en la Universidad de La Habana) sobre la urgencia de atender muchos de los problemas conceptuales de la construcción socialista, cuando afirmaba: “Una conclusión que he sacado al cabo de muchos años: entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante error era creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye el socialismo”.
El rechazo a conceptos e ideas que partieron de premisas falsas y que condujeron a los errores referidos por Fidel tiene que servir de acicate para la revalorización de la teoría económica marxista. No se trata de que el conocimiento de nuestra historia económica, así como la de los restantes países que emprendieron el camino del socialismo, junto a los principios básicos de la economía política marxista, sirva únicamente para saciar una curiosidad intelectual, sin un vínculo esencial con la práctica social, pues esa teoría —como refleja nuestra propia historia— debe ser sometida permanentemente a un escrutinio para validar sus postulados.
No debemos pasar por alto que la transición al socialismo requiere una transformación raigal en las relaciones sociales de producción, donde la construcción consciente de la nueva sociedad demanda un conocimiento superior para comprender las regularidades del desarrollo económico y social y sus complejidades, con el objetivo de actuar en consecuencia. De la competencia más feroz y el individualismo que durante siglos han caracterizado el desarrollo del capitalismo, debe pasarse a la conciliación de los intereses entre todos los miembros de la sociedad y al desarrollo de la solidaridad humana, mediante una gestión consensuada, participativa y planificada que no descanse en los avatares del mercado, para la cual el conocimiento de la economía política como base de la cultura económica resulta indispensable.
Ese conocimiento es la única base posible para lograr la participación consciente de los trabajadores en la gestión económica y enfrentar a aquellos que pretenden demostrar el fracaso histórico del socialismo como alternativa al capitalismo y la vigencia universal de este.
No es, ciertamente, tarea fácil. Se requiere hacer un análisis objetivo del complejo entramado de relaciones socioeconómicas que están presentes en la Cuba de hoy y generar las formulaciones conceptuales correspondientes acordes con los principios generales del pensamiento revolucionario, en una coyuntura en la que abordar la estrategia apropiada para lograr un desarrollo autosostenible a corto plazo es una tarea vital.
Todo ello debe enfrentar -al mismo tiempo- el desafío que supone el proceso de normalización de relaciones con Estados Unidos, que ha cambiado el método, pero no el objetivo de provocar un cambio en el sistema político del país.
(Fuente: CC)
(1) Francis Fukuyama planteó por primera vez sus ideas en el artículo “El fin de la historia”, publicado en 1989 en la revista norteamericana The National Interest.
* El autor es asesor del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial.
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