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LA TECLA CON CAFÉ

Olga, la rusa de Santa Clara

Olga, la rusa de Santa Clara

 

8:57:27 p.m.

El amor los unió en París. Él, médico cubano; ella, una moscovita llegada a Santa Clara desde la lejana Rusia. Uno de sus tres hijos, el gemelo Iván, formó parte del ejército soviético y luchó en la Gran Guerra Patria. El otro, Yuri, fundó familia en la gloriosa villa. Ambos, junto a Boris, el primogénito, entroncan en este reportaje que parece novela. En el aniversario 70 de la victoria sobre el fascismo, y a solo horas del Día de las Madres, retomamos actualizada la sorprende historia de los Tristá Skvortsov, o mejor, la de aquella mujer a la que todos llamaban…

Por Mercedes Rodríguez García

Fue en febrero de 1982, mientras transitaba del hotel Rossia a la Plaza Roja de Moscú, cuando me vino a la mente la carta que en 1960 escribiera desde la capital soviética Olga Skvortsova a su nieta cubana Ana María, con fecha 23 de igual mes.

Por entonces, Enrique Cirules preparaba una novela sobre Santa Clara, cosmopolita localidad del centro de Cuba a la cual quedaría atada la extraordinaria mujer.

Pero, ¿quién era aquella moscovita llegada de la legendaria y desconocida Rusia a la Ciudad de Marta, patriota y benefactora que el día de la inauguración del teatro La Caridad hiciera su entrada acompañada del brazo del Dr. J. Rafael Tristá Valdés, alcalde y padre del hombre con quien contrajo nupcias Olga en París de 1907?

AMOR A PRIMERA VISTA

Joaquín Tristá, médico de 23 años, ampliaba estudios en la Sorbona cuando conoció a Olga Skvortsova, de 19 años, quien trabajaba como aya en una mansión francesa.

Dicen que la lozanía, encanto, forma de pensar e independencia de la joven desquiciaron al no menos atractivo cubanito, cuyos relampagueantes ojos castaños desordenaron a su vez el corazón de la muchacha, con la cual se casó un año después.

No tardó la llegada del primogénito Boris, nacido en Minsk —actual capital de Bielorrusia—, mientras viajaban para conocer a la familia materna. Poco después emprenderían de nuevo un largo viaje, esta vez hacia Cuba,  visado el joven doctor de que su padre se hallaba gravemente enfermo.

Pero el también doctor en Medicina don J. Rafael Tristá Valdés no pudo conocer al nieto. El notable abuelo, hombre público y erudito, de inteligencia cultivada, varias veces alcalde de Santa Clara y activo gestor

de obras públicas, falleció el 28 de enero de 1909, a dos meses de haber celebrado su cumpleaños 59, y días antes de la llegada del barco a puertohabanero.

La casona de dos plantas —en la entonces calle que hoy lleva su nombre—, altos techos y numerosas habitaciones, acogió al matrimonio y al pequeño, no sin cierto disgusto, pues Joaquín, al marchar a Europa, estaba comprometido con una distinguida y aristocrática señorita de la localidad.

Y para que el escándalo fuera mayor, Olga se pasaba días enteros vagando por las calles de la ciudad y conversando con la gente, cuestión prohibida de modo terminante a las damas de la aristocracia.

A ello se unían sus visitas a los barrios pobres donde vivían los negros, y los paseos con Boris por el parque Vidal. Allí, muy tranquila, sentada en un banco, encendía un cigarrillo, inhalaba exóticamente el humo, y lo soltaba en lentas y diminutas hélices que los paseantes miraban de reojo y con malicia.

En el hogar las cosas tampoco marchaban bien. Sin tener en cuenta el luto riguroso que imperaba por la muerte del cabeza de familia, ligera de ropas —decía que el calor la asfixiaba—, se sentaba al piano a tocar algunos de los valses o minués aprendidos de memoria en casa de sus empleadores franceses. Si no, como alma en pena, y vestida de igual modo, deambulaba por las habitaciones de la casona de dos plantas, rodeada de amplios ventanales.

«¡Pánico, horror, sacrilegio!», comentaban las damas en corrillos y velorios; y no tanto los caballeros, complacidos solo con imaginarse a la rusa de los Tristá envuelta en vaporosos camisones y sin corsé, y no solo en mente, porque, a decir verdad, más de uno fue acusado de fisgón por aquella sociedad plagada de prejuicios religiosos y sociales.

Sin embargo, a Olga nada le importaba, pese a que con el correr del tiempo el amantísimo esposo se volvió receloso, precavido, partidario de las tradiciones y de salir a compartir con los amigos. Como es lógico, Olga se quedaba sola muy a menudo, ronroneando para sus adentros: «Joaquín no me ama, ¡ya no es aquel cubano que conocí en París!» Nadie podía imaginar cómo iba a reaccionar en adelante la decidida y desprejuiciada extranjera, que terminó contándoles penas, temores y tribulaciones a sus parientes en San Petersburgo.

Y un buen día, en La Habana, ¡sorpresa! Al hotel San Carlos donde se hospedaba el matrimonio con su hijo, llegaron un tío y una tía de Olga. La decisión parece que se tomó en un instante. Cuando Joaquín regresó a la habitación la encontró vacía y recogida. En vano esperó. Un vapor se llevaba ya a Boris, Olga y a sus parientes a Nueva Orleans, desde donde zarparon luego rumbo a Europa.

A LA PUERTA TOCA UNA UCRANIANA

Yurí Tristá Skvortsov, uno de los gemelos, junto a sus hijos Antonia María y Boris Rafael, en 1961, durante una visita a la exposición Logros de la Ciencia y la Técnica Soviética, en La Habana. La foto la tomó Joaquín.

 Yurí Tristá Skvortsov, uno de los gemelos, junto a sus hijos Antonia María y Boris Rafael, en 1961, durante una visita a la exposición Logros de la Ciencia y la Técnica Soviética, en La Habana. La foto la tomó Joaquín.

De regreso Joaquín a Santa Clara, la localidad es pábulo para largas murmuraciones y comentarios de los más diversos tipos. Pero el escándalo más gordo estalló en el verano de 1912, cuando tocó en la casa de los Tristá una mujer vestida con un atuendo desacostumbrado en Cuba: ancha falda y blusa bordada con profusos y brillantes motivos en colores.

—¿Usted es el doctor Joaquín Tristá? Soy amiga de Olga. Le traigo a su hijo Yuri, es gemelo, nació en Moscú, el 28 de junio de 1910. El otro, Iván, uedócon su mujer.

A pesar de que la familia conocía la existencia de los mellizos, y también de una carta en la que Joaquín pedía a Olga le mandara uno de ellos —«el más fuerte»—, las nuevas circunstancias los paralizaron. Lo cierto, Yuri creció junto a su padre, en Santa Clara. Iván y Boris, junto a su madre, en la lejana Unión Soviética. Con el caer de las hojas del calendario, la historia de la Skvortsova fue pasando al olvido.

REVOLUCIÓN, GUERRA CIVIL Y HAMBRUNA

Octubre de 1917 sorprende a Olga, junto con Iván y Boris, en Járkov, segunda ciudad más grande de Ucrania. Después de la victoria de los bolcheviques, Rusia sufre una Guerra Civil. En 1922, al enterarse por la prensa de la hambruna desatada, Joaquín vuelve a escribirle a Olga para que le mande a los otros dos muchachos. Son casi adolescentes. Ellos mismos deciden. Boris se negó. En enero de 1923 Iván se reunió con su padre y su hermano Yuri. En Santa Clara, juntos cursaron la segunda enseñanza. Les llamaban «los moscovitas». Terminado el bachillerato, en 1928, ambos matriculan en la Universidad de La Habana.

Gobernaba en Cuba Gerardo Machado. Acosada por los excesos cometidos por el régimen y el rápido deterioro de la situación económica bajo los efectos de la crisis mundial de 1929 —con los estudiantes y el proletariado como soportes fundamentales—, la oposición al presidente desencadenó una interminable sucesión de huelgas, intentos insurreccionales, atentados y sabotajes. Iván ha entrado en contacto con la intelectualidad de izquierda e intima con Rafael Trejo. Yuri participa en una rebelión armada y luego se suma al movimiento progresista liderado por Guiteras. En la década de los años 30 Cuba yace sumida en el terror.

CONTINÚA LA HISTORIA UN HIJO DE YURI

«Con este bastón entró mi bisabuelo Rafael Tristá del brazo de doña Marta Abreu, al teatro La Caridad el día de su inauguración», contó en 2001 a Vanguardia Joaquín Tristá Pérez (ya fallecido) Yuri y nieto de Olga Skvortsova.

«Mucha gente en Santa Clara me llama Yuri, por mi padre, que se casó con una cubana llamada Mercedes Pérez de Alejo, con la que tuvo tres hijos: Antonia María, yo y Boris. Papá murió en 1989. Está enterrado en Santa Clara», contó a Vanguardia en 2001, Joaquín Tristá Pérez.

—Y, ¿qué fue de su tío, el gemelo Iván Tristá Skvortsov?

—Cuando se recrudeció la lucha contra la dictadura machadista no tuvo otra alternativa que  pasar a la clandestinidad, así que marchó junto con su madre y su hermano Boris a la URSS. Como ciudadano soviético fue llamado al ejército y combatió en varios frentes, incluso, en 1936 acudió como militar en ayuda de la República Española. Terminó la guerra antifacista con los grados de Komandarm (Comandante). Ya en tiempos de paz y durante largos años,  ejerció como profesor en el Instituto Pedagógico moscovita de Lenguas Extranjeras.

—¿Volvió a Cuba alguna vez?

En 1988, los tres hijos del gemelo Yuri Tristá Skvortsov: Joaquín, Ana María y Boris Rafael.

«Sí, después del triunfo de la Revolución. Junto con mi padre visitaron viejos amigos y compañeros de la lucha antimachadista en La Habana. También fue a la tumba de José Antonio Echeverría, hijo de Conchita Bianchi Trista, una prima hermana. En 1969, volvió. Falleció en Moscú, en  julio de 1985, a los 75 años. 

—¿Y Borís, el primogénito?

—Llegó a ser destacado ingeniero metalúrgico, laureado con el Premio Estatal. Solo se reunieron en 1960, durante un viaje turístico a Moscú. También murió. Pero mi hermana Bibi sí compartió mucho con él porque estudió becada en Moscú.

—¿Su hermana Bibi , la que está casada con un comandante sandinista?


— Enviudó en 1973, sí su esposo era nicaragüense, lo asesinaron los somocistas, se llamaba Oscar Turcios Chavarría.

—¿Y su hermano Boris Rafael?

—Vive en La Habana.

—Tiene usted una sorprendente familia…

—¡Sí, ya lo creo!

—¿Conoce de la novela que escribe Enrique Cirules? 

 —Sí, le he ayudado en lo que he podido. No sé cómo se las habrá arreglado a la hora de reconstruir casi un siglo de historias. Supongo que, como literatura al fin, tenga que construir muchos pasajes y ficcionar bastante porque ninguno de la familia se ocupó de recoger las memorias, y todo yace en el imaginario. ¡Ni yo mismo me acuerdo de muchas cosas!

EPÍLOGO DE BORIS RAFAEL

A casi 15 años de la publicación de aquella entrevista

(Vanguardia, sábado14 de julio de 2001, Pág. 3) me proponen, reconstruir la historia de «dos santaclareños que pelearon en la II Guerra Mundial». Pero no es así. Los entresijos del tiempo tienden a confundir los hechos si no se evocan con relativa frecuencia. Y si bien algunos de los hilos nos llevan a la Unión Soviética de aquellos años, sus protagonistas no nacieron en nuestra Gloriosa villa. Sí, nos toca la grandeza de su ascendencia, y de haber vivido en ella dos de los hijos de la tierra que hoy celebra los 70 años de la victoria sobre la Alemania nazi.

En los años 1980, durante un viaje del Dr. Boris Rafael a la URSS. Aparecen, de izquierda a derecha, un primo, el Dr. Boris Rafael, otro primo, los tíos gemelos Boris e Iván; un primo más, y la señora de la casa donde fue tomada la fotografía.

De los descendientes directos de familia Tristá Skvortsov solo vive, en La Habana, Boris Rafael, el más pequeño de los hijos del gemelo Yuri, nombre que fue «afrancesado» por el padre, «de modo que aparece como Joury en su inscripción de nacimiento», según me cuenta vía email. Joaquín, falleció de viaje en los Estados Unidos, el 29 de febrero de 2013. Sobre la muerte de Bibi solo recuerda que, «ocurrió en 2007 como consecuencia de un cáncer linfático […] Le apodamos Bibi , porque era más “mala” que la BiBijagua», acota.

Localizar a Boris Rafael, no resultó tarea difícil, pero sí ingeniosa y atrevida. Mas, no viene al caso.  El Doctor en Ciencias Económicas cumplió este enero 70 años. Actualmente es Director del Centro de Estudios para el Perfeccionamiento de la Educación Superior de la Universidad de La Habana.

«Yo viajé a Moscú en los años 80, y conocí a mis dos tíos, Boris e Iván. Mi tío Iván estaba comenzando un proceso de demencia senil, pero pude conversar un poco con él. También conocí a mis primos, pero perdimos el contacto cuando murió mi hermana Bibi, que era nuestra traductora, porque yo no aprendí ruso ni ellos español.

De la mi abuela Olga recuerdo muy poco, debió morir octogenaria. Lo que le contó Joaquín, es así, había pasado menos tiempo y su memoria siempre fue muy buena […]  Me hubiera gustado escuchar de boca de mi tío Iván sus relatos de la guerra, los que me pudiera haber narrado el tío Boris sobre mi abuela Olga, a todas luces una mujer valiente  […] Y sí, razonaba bien mi hermano cuando le afirmó que tenía una familia sorprendente. […] De la novela que usted me habla, quisiera leerla. Pero la vida supera cualquier ficción. Siga usted desempolvando la historia, que mucha falta hace».

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