Francisco desata polémica al desechar la idea del infierno eterno
9:37:15 p.m.
Un lugar de sufrimiento, tortura y llamas ha sido —desde hace siglos— la amenaza para quienes obren mal. Ese lugar temido podría estar a punto de desaparecer en el imaginario de los católicos.
En una homilía pronunciada hace apenas dos semanas ante los nuevos cardenales consagrados, el papa Francisco pronunció un puñado de palabras que han revolucionado a los teólogos del mundo cristiano: “El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre”. Así, la más que milenaria idea de un infierno y un castigo eterno ha comenzado a tambalearse.
Todo esto comenzó porque el hombre ha tenido siempre la necesidad de creer que tras la muerte hay algo más. No es fácil aceptar que al morir se acaba todo, y en su imaginario fue creando lugares a los que se va cuando la vida termina. Cada civilización le dio nombres diferentes y en la tradición cristiana se les llamó Cielo e Infierno.
El primero siempre fue considerado un sitio apacible, lleno de alegría y, sobre todo, la morada de los dioses. El segundo, oscuro y tenebroso, el reino de los que mueren. Así empezaron las religiones a dar forma a estos lugares.
Todo podría haber comenzado con la idea de la luz y la oscuridad, del día y de la noche. En el cielo aparecía la luz de cada nuevo día, y de allí venían el benéfico Sol y las lluvias que permitían las cosechas. Seguramente allí moraban los dioses mayores.
Pero lo que estaba abajo de la tierra era oscuro y misterioso, porque allí iban a parar los muertos, de los cuales, con el tiempo, apenas quedaban rastros. Bajo la tierra vivían otros dioses que eran los que administraban la muerte. Para los griegos, Zeus, su dios principal y su corte de dioses moraban entre las nubes de la cumbre más alta, el monte Olimpo.
En cambio, bajo la Tierra reinaba Hades, que gobernaba el territorio donde iban a parar todos los mortales, los buenos y los malos, tras cruzar en barco la laguna Estigia. Y aunque no era un dios malo, Hades era temido y respetado como la misma Muerte.
A diferencia de los griegos, los persas —el otro pueblo que dominó el mundo antiguo— creía en una dualidad entre dos grandes dioses: Ahura Mazda, el dios creador de todas las cosas y de las buenas acciones, y su archienemigo, Ahrimán, el destructor, fuente todos los males del mundo. Esta creencia de la lucha eterna entre el bien y el mal fue un legado que dejaron los persas entre todos los pueblos que gobernaron, desde la India hasta Babilonia, incluyendo las antiguas tribus judías.
De allí proviene la idea cristiana de que al final de los tiempos habrá un juicio final en que el bien será recompensado y el mal castigado. Y al menos 6 siglos antes de Cristo ya habían desarrollado la idea de un infierno para pagar por los malos actos.
(Fuente: Contrainjerencia)
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