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LA TECLA CON CAFÉ

La primera computadora cubana, un hito sin historia

La primera computadora cubana, un hito sin historia

 

11:35:47 a.m.

Silna 999, se llamó la primera computadora analógica de Cuba y segunda de América Latina, «nacida» en los convulsos años 60 del siglo XX, época signada por profundas  transformaciones económicas, políticas y sociales que imbuyeron a la mayor parte de los cubanos, entre ellos al joven Felipe Ramón Argüelles López, por entonces estudiante de Ingeniería Eléctrica en Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas.

Para muchos la determinación de Felipe constituía «una pérdida total de tiempo», un «verdadero disparate», en un terreno desconocido en el país, carente de un soporte científico para cobijar y apoyar el proyecto, una «aventura de locos» empeñados en crear una máquina capaz de resolver problemas matemáticos de gran complejidad.

Pero la inspiración y la tenacidad de Felipe derribaron aparentes imposibles, hace ya más de 40 años. Ahora, a sus 86 años, Felipe asegura no haber olvidado un solo detalle de aquellos tiempos en los que, sin saberlo, sus manos creaban algo inédito en esta isla del Caribe.

Fue durante una de las conferencias que impartía Manuel Cereijo, profesor de Computación, lo que avivó la curiosidad del novel ingeniero Felipe. El tema versaba sobre una novedad tecnológica de la que no tenía noticia: los amplificadores operacionales. Aquella revelación le cambiaría la vida.

«Lo único que yo conocía eran los amplificadores de pulso o de corriente externa, pero ya tenía el bichito en el cuerpo, y nada, me puse a averiguar por diferentes vías qué cosa era eso, y sobre todo, si había manera de construir uno.

«Entonces cayó en mis manos una revista norteamericana sobre los avances de la aviación, y allí vi por primera vez lo que eran los famosos amplificadores operacionales. Por las fotografías me percaté de las semejanzas con los circuitos convencionales, y me atreví a montar uno en ''telaraña''. Con escepticismo y mucha esperanza lo probé, y para sorpresa mía funcionaba muy bien, e incluso, realizaba operaciones integrales. El primer paso ya estaba dado, solo me quedaba avanzar».

Entre el trabajo, el estudio, la investigación y muy pocas horas de sueño, Felipe afianzaba su proyecto, al que sumaría valiosa documentación en idioma ruso sobre los amplificadores operacionales. Valiéndose de instinto, conocimiento y de traducciones más o menos exactas, descifró las claves de la revolucionaria técnica, y llegó a integrar seis de estos equipos, con los que pudo resolver operaciones preestablecidas.

Al fin, la computadora quedó  ensamblada, gracias a la iniciativa personal, pues no contó con colaboración institucional alguna.

—¿Cómo se las arregló Felipe para terminarla en solo un año?

—Un día me entero de que el ingeniero Héctor Onofre Salvador, había vuelto de la URSS, y le hablé para incorporarlo al proyecto, lo cual me resultó vital, ya que él se encargó de la parte automática de la máquina y yo, de la de amplificación. De manera indirecta también se sumaron otros profesores, estudiantes e, incluso, un ingeniero radioaficionado, que me construyó con recursos propios una fuente especial de energía para abastecer la máquina con los altísimos niveles de voltaje y corriente que requería».

«Pero en la Universidad no existían determinados componentes indispensables para terminar la Silna 999. De ahí que acudiéramos a industrias y fábricas de varias provincias del país donde pudimos conseguir condensadores, válvulas eléctricas, resistencias, reveladores, etc.

«Creamos un sueño a partir de elementos electrónicos dedicados a otros usos, o subutilizados en la telefonía y la radio. Gracias a la contribución de entidades como la antigua ECODES, la Empresa Telefónica, la INPUD y la DAAFAR, que nos proveyeron del condensador de 1 mkf que necesitábamos para concluir, pudimos presentar oficialmente, el 26 de julio de 1968, la primera computadora analógica cubana».

Una mole de dos metros y medio de largo

La Silna, cuyo nombre rinde tributo a Silvio Navarro, primer doctor en Ciencias de la Computación de Cuba y tío de Héctor Onofre Salvador, sirvió de prueba para las prácticas de los estudiantes de Ingeniería Eléctrica, e incluso, como tema de investigación de varios trabajos de diploma.

El equipo, de más de dos metros y medio de largo, incluía un osciloscopio de baja frecuencia, cuya utilidad podría compararse a la de los monitores modernos. La respuesta de las operaciones matemáticas se transmitía en forma de símbolos, líneas y puntos que los especialistas aprendieron a interpretar; aunque una de sus aplicaciones más promisorias radicaba en la simulación de objetos, una de las bases de la defensa militar antiaérea.

«En dos ocasiones Osvaldo Dorticós, entonces presidente de la República, visitó la Universidad, y siempre preguntó por la computadora, pues sabía que en toda América Latina solo funcionaban dos, una en México y la otra en Las Villas. Tenía interés por sus potencialidades en el desarrollo de la industria, pero todo quedó ahí… Cuando invitamos al rector de la Universidad a la inauguración de la Silna, sus únicas palabras de elogio fueron lo bonito que nos había quedado el ''mueble''», expresa Felipe, casi con el mismo dolo de entonces.     

Lo peor estaba por venir

Tras un año de labor con la computadora, y por cuestiones de trabajo, Felipe viajó a la URSS. De regreso, se encuentra en la calle con un conocido de la Universidad Central, quien le cuenta que la Silna había sido totalmente destruir tras la adquisición en el extranjero de un equipo similar.

«Nadie contó conmigo; ni siquiera tuvieron la deferencia, en mi ausencia, de informárselo a mi familia. Desde los inicios el proyecto tropezó con muchas incomprensiones, zancadillas y, sobre todo, con celos profesionales.

«Fue tanta mi ira que destruí los planos originales. Sin embargo, Héctor, mi compañero, emigró unos años después a los Estados Unidos, llevó consigo los bocetos y consiguió trabajar en la NASA. Cuba es pionera en el continente en la introducción del ferrocarril y de la televisión, ¡y hasta en la computación!, pero esa parte se olvidó, como si jamás hubiese ocurrido».

De la Silna 999 sobreviven unas cuantas fotografías y algunos recortes del periódico Granma y la revista Bohemia, cuyas páginas acogieron varios trabajos y entrevistas con los autores de lo que consideraron una de las mayores novedades de la época.

Sin embargo la literatura científica nacional y los planes de estudio de especialidades como la Informática y la Cibernética no hacen referencia a uno de los más extraordinarios episodios de la ciencia de este archipiélago, y del cual fue padre Felipe Ramón Argüelles López.

Su «invento» nunca salió de las instalaciones de la Universidad villaclareña, y la fuerza de sus anhelos tampoco pudo resguardarla de la barbarie y la irracionalidad humanas de quienes lo destruyeron.

La Silna 999 pasó de la novedad al olvido. Y aunque el tiempo ha difuminado esperanzas, abierto grietas y sembrado dudas,  hoy, a punto de cumplir 48 años de creada, debería devolvérsele su lugar en la historia.

(Fuente: Vanguardia /Liena María Nieves Portal)

 

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