La máquina de escribir cumple tres siglos
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El 7 de enero de 1714, la Reina de Inglaterra concedió la primera patente mundial de una máquina de escribir. Entre la concesión de la primera patente de la máquina de escribir hace 300 años y su fabricación a escala industrial a comienzos del siglo XX pasaron casi dos siglos.
Aunque no se conservan ni dibujos ni maquetas, el 7 de enero de 1714 la Reina Ana Estuardo concedió en su último año en el trono una patente para lo que los historiadores consideran como el aparato precursor de la máquina de escribir.
Según consta en los archivos de la época, la soberana reconoce a Henry Mill, un inventor inglés, haber llevado a la perfección «una máquina artificial o método para la impresión o transcripción de letras de forma individual o progresiva una detrás de la otra, como al escribir, por medio de la cual todos los escritos quedan fijados en papel o pergamino de forma tan clara y exacta que no se distingue de la imprenta, con lo que la citada máquina o método podría ser de gran utilidad en los asentamientos y en los archivos públicos…».
Así describía la patente real el invento de Henry Mill, un ingeniero hidráulico inglés que patentaría también en su vida un tipo de muelle para carruaje. Murió soltero en Londres el 26 de diciembre de 1771, a los 87 u 88 años. Y no hay constancia de si, tal y como preveía la patente, su invento fue utilizado en las colonias británicas de la época. En la paternidad colectiva y difusa de la máquina figura la huella de hasta 50 personas.
El siguiente hito en su genealogía sería la patente registrada en 1829 por el estadounidense William Austin Burt para un «tipógrafo», un aparato tosco con aspecto de mesa de carnicero cuya única maqueta ardió en el incendio en la oficina de patentes de 1836.
Pellegrino Turri ya había concebido un aparato con esa función en 1808 con la idea de ayudar a los ciegos, el mismo afán que guiaba a otros de los padres de la criatura, Charles Thurber, que en 1843 patentó la primera máquina con carro móvil.
Pero no sería hasta 1872 cuando el tipógrafo alcanzó el éxito comercial con el modelo desarrollado por los estadounidenses Christopher Sholes —inventor también del teclado QWERTY empleado para escribir este artículo—,Carlos Glidden —con quien Sholes ya había inventado una máquina para contar billetes— y Samuel W. Soulé. Su invento fue adquirido por Remington and Sons, fabricantes de armas y de máquinas de coser todavía activos. En 1873, lanzaron en Nueva York la primera línea de producción industrial de máquinas de escribir, montadas, claro, sobre mesas de coser.
Uno de los primeros y más entusiastas adeptos fue el escritor Mark Twain, que en una carta a su hermano en 1875 describía así las ventajas del aparato con el que escribiría, por ejemplo, el «manuscrito» de «Vida en el Misisipi». «La máquina tiene varias virtudes: creo que imprimirá más rápido de lo que yo puedo escribir, uno puede reclinarse en su silla y trabajar con ella, permite apilar un montón de palabras en una sola página, y no ensucia ni esparce manchas de tinta. Por supuesto, permite ahorrar papel».
Para 1909 existían en EE.UU. 89 fabricantes de máquinas de escribir, según se recoge en la historia de la compañía IBM. Y su presencia era ya imprescindible en las oficinas y espacios laborales del país, entonces una economía emergente en un mundo ya mecanizado.
En la misma época de la carta de Twain a su hermano, otra de las grandes mentes prácticas de la época, Thomas Edison, había comenzado ya a idear la aplicación de la electricidad al funcionamiento de la máquina de escribir.
Tras varios modelos eléctricos desarrollados en los años 20, se hizo finalmente la luz cuando en 1933 la empresa International Business Machines (IBM) adquirió las patentes y herramientas necesarias para desarrollar el Modelo IBM 01, la primera máquina de escribir eléctrica tal y como la conocíamos, antes del fulgurante advenimiento del ordenador personal y la consiguiente conversión de la máquina de escribir en objeto de museo y culto en blogs especializados.
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