Pablo Escobar Gaviria o el narco hecho santo en Medellín
06/09/2012 23:26:14
Que un delincuente se transforme en una leyenda no es una novedad. Desde Robiin Hood a Billy «el niño» o, en Colombia: Bairoletto, Mate Cocido, Antonio Gil, etc. Todos tenían en común el ser bandoleros transformados en héroes populares.Lo que tiene de particular Pablo Escobar es su actividad: narcotraficante.
Escobar, conocido como Don Pablo, El Patrón o simplemente Pablito, fue el capo de la mafia colombiana durante la década de los '80. Comenzó como un simple ladrón de autos, y terminó como el criminal más buscado del mundo. Su fortuna de US$ 3.000 millones le valió el séptimo puesto entre los hombres más ricos del mundo, según la revista Forbes.
El jefe del Cartel de Medellín llegó a ser congresista, participando como enviado del gobierno colombiano a la asunción de Felipe González como Presidente de Gobierno español. Fue dueño de la mítica Hacienda Nápoles, donde llegó a tener un zoológico privado con más de 200 especies exóticas, y una flota particular de no menos de 40 coches deportivos.
Mientras organizaba asesinatos y atentados, también realizaba obras benéficas para las clases más postergadas, y financió al club de fútbol Atlético Nacional. Su amistad le valió más de un dolor de cabeza al arquero René Higuita.
Junto a otros narcos formó un grupo llamado Los Extraditables, cuyo lema era «Es preferible una tumba en Colombia a una celda en Estados Unidos», y lograron lo que ningún otro delincuente logró: estar presos en una cárcel construida por ellos. La prisión de La Catedral, en la ciudad de Envigado, los albergó durante poco más de un año, y de la cual se fugaron cuando el gobierno colombiano decidió mudarlos de prisión.
Luego de la fuga, Escobar estaba en problemas: el asesinato de sus ex-camaradas, los hermanos Moncada Galeano, durante la estancia en Envigado, dio lugar al nacimiento de un grupo llamado Los Pepes, «Perseguidos por Pablo Escobar», que atentaron contra sus propiedades y empleados. A eso se sumó la creación de un grupo especial, creado por el gobierno colombiano con el apoyo de Estados Unidos, el Bloque de Búsqueda.
El Bloque fue el que, después de localizarlo tras interceptar un llamado a su hijo, mató a Pablo Escobar el 2 de diciembre de 1993, junto a su lugarteniente Álvaro de Jesús Agudelo, Limón.Catorce años después de su muerte, su tumba en Jardines de Montesacro, es uno de los puntos turísticos más visitados de Colombia. Los visitantes se toman fotos a su lado y muchos «dejan cartas con ruegos, peticiones y oraciones», según los empleados del cementerio.
Su tumba en el cementerio de Montesacro luce amurallada con pinos en forma de velitas. Los sepultureros juntan las manos en el pecho cuando se les pregunta por el santito. Uno cuenta que los turistas más avezados se toman fotos al lado de la tumba. «Y las personas más humildes dejan cartas pidiendo milagros».
Dos horas antes de llegar aquí, en el barrio de Envigado —donde nació y se corrompió Escobar— un señor de bigote abejorro le vendía por lo bajo un polo a un turista español en 22 euros, un polo pardo que tenía la foto del llamado patrón con el lema: «Pablo Escobar, un amigo de un amigo de un amigo». Y es que nadie se libra en Medellín del parentesco de un vecino de un vecino, de un compadre de un compadre con él.
Tres horas después en el metrocable que pasa por el barrio de Andalucía, en el amenazante sector nororiental, se subiría un anciano con el periódico popular «La Chiva» en la axila. Y refrescaría muy quedo su parentesco de un tío de un tío: «¿Pablo Escobar? Fue el único que le hizo frente a la oligarquía de este país». Diría de quien fue uno de los diez hombres más ricos del mundo en los años 80, según la revista Forbes, responsable de más de cinco mil muertes, que fueron ejecutadas por 85 escuadrones de asalariados suyos.
Sin embargo, el capo que a finales de los años 80 subyugaba Medellín, podía asesinar en un mes a 300 policías, explotar aviones e imponía él solo los toques de queda, cogía también su Renault 18 color habano y vestido con jean y camisa repartía dinero caliente a 2.500 familias de Moravia, el basurero municipal, junto a las ratas y gallinazos. Y propulsaba la campaña «Medellín sin Tugurios» (todavía sus enemigos acusan al presidente Uribe de haber apoyado este plan siendo gobernador).
Hoy todavía existen las 500 casas que mandó construir en el sector centro oriental y que llevan el nombre de Barrio Pablo Escobar; y de donde sale la mayor parte de su feligresía. Y es que en las carnívoras comunas, Escobar era King Kong en «El planeta de los simios». «El benefactor» odiaba la autogestión y recurría al narcotizante paternalismo: construía canchas de fútbol; que las ocupaba cuando quería: frente a un arco de una en el distrito de La Estrella, negoció en 500 millones de pesos el asesinato del ministro de Justicia, Rodrigo Lara; que exigía su extradición.
Pero también en los omnívoros sectores altos de la política y los negocios, Escobar era Godzilla en «Jurassic Park». Los médicos forenses reconocían a un muerto importante asesinado por alguna de sus bandas porque podía tener 120 tiros en el cuerpo: era el boato del crimen.
¿Pero y en los herbívoros sectores del clero? ¿Qué contacto espiritual podía tener el Patrón para que haya terminado como un santón? Quizá el único lazo fidedigno con la religión lo contó Gabriel García Márquez en su crónica sobre el cardenal Darío Castrillón, el primer colombiano que tenía posibilidad de ser Papa: «El obispo se disfrazó de civil y fue a encontrarse en Medellín con un Pablo Escobar disfrazado de repartidor de leche a domicilio. Escobar le preguntó altanero a quién representaba. El obispo le contestó en seco: «Solo represento al que te va a juzgar». Faltó poco para que se confesara. Le preguntó si rezaba el rosario, si había hecho la primera comunión, si se arrepentía de sus crímenes, y le dio la noticia de que los únicos pecados que la Iglesia no perdona son los que se cometen contra el Espíritu Santo. Escobar contestaba entonces con respeto, y aun con humildad...».
«Usted no entiende, él enviciaba a los ricos para darle el dinero a los pobres», refutaba frente a su tumba un muchacho de 14 años, cuya madre le enseñó el culto al «santo patrón. De súbito, un señor con una lágrima tatuada en el corazón llegó a la tumba con una radio que tocaba un corrido narco, un fenómeno de música marginal que también es famoso en México. Con una tonada leprosa, el grupo La Furia Norteña cantaba: «Esta es la historia de un hombre que lo buscaba la ley, por traficar con la droga, de los narcos era el rey... Fue el personaje más duro del cártel de Medellín, era el hombre más buscado hasta que llegó a su fin».
Un cantante, El Choricero de Envigado, se hizo famoso por ser muy parecido al «Benefactor». Dice la leyenda que justo cuando murió 'el Rey de los Capos', el choricero desapareció. Hoy un corrido canta que Escobar vive y el músico lo reemplaza en su tumba. (El caset continúa con «Me matan Limón», la canción en honor al guardaespaldas fiel que se quedó hasta el final con Escobar). Más tarde llegarán mariachis a croar su canción favorita: «Sigo siendo el rey», para que los escuchen también las otras 50 mil almas bajo tierra.
El sacrilegio es insigne, una señora tiene su trinidad: la Virgen, el Niño y don Pablito. También el mito de que está vivo, está vivo. «Es un narco menor para pasar desapercibido; mi hermano lo ha visto paseándose», dice alquilando celulares por 300 pesos cerca de la plaza Botero, el hermano de un sicario sobreviviente; que participaba en esas suntuosas fiestas en las discotecas donde la gente iba vestida de blanco, haciéndole un homenaje a la cocaína.
Nadie puede negar que Pablo es un tatuaje social en la ciudad: desnudo e imborrable en la carne «paisa». La propiedad que esté libre de su mano negra que tire la primera deuda. Escobar tenía la compulsión de comprar casas por todo Medellín, para construir caletas donde esconderse (llenaba álbumes con los clasificados de «El Colombiano»). En una pared de un edificio que dejó inconcluso en El Poblado, el sector más opulento, había un poema: «Elevaría un grito de aleluya/ que interroguen los cielos soberanos/ y plegar por su pacífico descanso».
La cárcel de La Catedral, la última de donde se fugó, fue derribada por los propios vecinos para buscar sus tesoros escondidos (hasta allí, en una ladera de Envigado, va gente a dormir para sentirse más cerca del espectro del Capo).
El investigador Alonso Salazar interpreta esta santería como la idealización del arquetipo del bandido social, que desafía al poder establecido y excluyente y que se conjuga con el prestigio del ascendido: el pobre ex ladrón de lápidas que llegó a acumular a los 44 años unos 3 mil 500 millones de dólares, una flota de aviones, 200 departamentos en Miami, un kafkiano zoológico y que ofrecía pagar la deuda externa.
«Toda esa gente que lo adora se benefició de su dinero malhabido, la gente decente no viene, ¡quiere olvidarlo para siempre!», dirá un taxista, ofuscado. El poeta Rilke contradiría: «Todo ángel es terrible».
(Fuente: Manuel Carvajal)
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