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LA TECLA CON CAFÉ

VESTIMENTAS DE POESÍA

VESTIMENTAS DE POESÍA

En La Habana, a los recién cumplidos 88 años quebró la existencia de Cintio Vitier Bolaños. Por ello reproduzco esta entrevista realizada el venerable estudioso de la Cultura Cubana por mi colega Luis Machado Ordetx, el martes 28 de diciembre de 1999, tras el otorgamiento del título de Doctor Honoris Causa en Ciencias Filológicas por la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas (UCLV).

Asegura Machado Ordetx, avezado periodista y acucioso investigador, que los libros de Cintio, esenciales para el conocimiento de la Literatura Cubana y el pensamiento revolucionario y antiimperialista de José Martí, resultan vitales para «el repaso constante en aquellos que, de un modo u otro, se acercan o se adentran en el por qué de nuestra cubanía y trascendencia solidaria desde una perspectiva humanista». Este texto fue reproducido parcialmente en la revista Islas, UCLV, 42(125): 13-17, julio-septiembre de 2000. Quede como testimonio de un intelectual que penetró en la hondura histórica del más «Universal de Todos los Cubanos»: el Apóstol.

«Criaturas luminosas habitan las espesuras del habla...»[i]   

                                                     

O. Paz

El poeta, en toda su dimensión, es de esos hombres que tiene un ángel inagotable; un agua viva, de enorme manantial, fresco y pletórico que anuncia con la palabra el contrapunto y la imagen tonal diseñada por Lezama Lima, para decantar el «árbol como sombra de la hoguera petrificada», y también  hurtar y penetrar en la cubanía.

De excelente discípulo de Martí viene ese espíritu al cuerpo, capaz de sustentar que « [...] el arte no ha de dar la apariencia de las cosas, sino su verdadero sentido»,[ii] principalmente ese que está rodeado de una vasta obra literaria e histórica -ensayística, lírica, narrativa y de edición-, donde siempre la poesía usa su mejor vestimenta: la Patria.

Ahí están los tres colores de nuestra bandera; y la inteligencia y la sensibilidad del hombre lo hacen situarse al servicio de las urgencias y los reclamos de los ideales de la nación. Es, por tanto, una personalidad apropiada en semejarse a la palma real; planta de los campos antillanos empeñada, por las ramas, en ofrecer y legar hidalguías en inextinguibles follajes de sapiencia.

A la par, él -como el mismísimo árbol-, constituye atributos de las querencias y el firmamento telúrico de una voz inequívoca en tiempo y espacio. Ahí está como una majestad que señorea el pensamiento, oteando verdades y peligros, y dejando esencias poéticas y éticas de marcadas expresiones para el carácter y la dimensión del ser nacional. Los terrenos pisados, las alertas en que insiste y el abono que deja, son tan fértiles, como también necesarios.

Cintio Vitier Bolaños [Cayo Hueso, 1921], es todo eso y mucho más, y desde que se dio a la palabra escrita en aquellos primeros balbuceos poéticos, allá por el año 1939, se revistió de   intelectual para distinguir y fomentar lo cubano; definiendo, además, un verso y una prosa con cargas de originalidad histórica en las cuales subyace un fundamento estético y moral de inalterables rumbos.

Con un calificado torrente sanguíneo, por vía paterna, de los suelos villaclareños -Medardo, el progenitor, nació en Rancho Veloz, 1886, y dejó huellas filosóficas y conocimientos en la Universidad Central de Las Villas-, Vitier Bolaños estuvo por vez primera en Santa Clara, casi a principios de la década de  los años 50 y, para no olvidar la vieja costumbre del aula, regresó recientemente a su «otra casa», como también denomina a ese centro docente, con el propósito de hablar sobre «La infinitud cualitativa de la vocación esencial del cubano por su integridad: vivir en lo libre», momento en que sostuve un diálogo rápido que validó todo el entendimiento que antes tenía sobre su vida y obra.

El instante sirvió, en definitiva, para acumular la naturaleza en torno a una concepción que avala la probidad científica y humana coronada por su memoria integradora. En mesurada palabra, al abordar la historia de la cultura nacional, a partir de una «periodización» referente al tema que trató, también retocó la desenvoltura propia del maestro de visión preclara, del que ilumina y vislumbra.

Antes, en la década de los años 80 del siglo pasado, Eliseo Diego, uno de los fundadores de Orígenes, contó como Cintio condensa la respiración perenne y constante por la Patria. Los sitios y misterios más diversos de nuestra nacionalidad están ahí, en modo muy suyo, provisto para viajar y puntualizar en el redescubrimiento de la trascendencia que asiste a los hombres de esta tierra.

Y, para no perder ese insustituible encuentro que siempre propicia una «cercanía hechizada», al estilo de Lezama Lima, gustoso -aunque algunos alegaban su rotundez e inaccesibilidad para todo cuestionario, dado entre otras razones por la brevedad de la estancia; él accedió al interrogatorio-, sin interesarse a priori en los temas, sino en la urgencia en revelarlos todos a la altura diáfana de su luminosidad.

Yo, interesado en auscultar un «relámpago» de su itinerario villaclareño, detenido en ciertos atisbos de lo insospechado, recibí las rápidas respuestas que certificaron una impronta de vitalidad y cubana; al tiempo que el otro ofreció las gracias por las constantes provocaciones. Aquí está, como lo sustentó, el fraterno diálogo.

- ¿Qué significa ser distinguido con el título de Doctor Honoris Causa en la Universidad institución en la que su padre impartió la docencia y recibió idéntico galardón en 1956, y donde, además, usted fungió como maestro de la primera generación de profesionales formada por la Revolución?

-Un inmenso honor que solo puedo merecer en la medida en que haya sido digno de la espiritualidad cubana de mi padre.

-Lo cubano en la poesía es un libro que nació tras una petición universitaria y editó por vez primera la casa de estudios de aquí. ¿Qué recuerdos trae luego de cuatro décadas de publicado, y cómo lo percibe ahora cuando el encuentro con lo pasado es firmeza para la Patria?

-Recuerdo aquellas sesiones de Lo cubano en la poesía[iii] en el Lyceum femenino de La Habana, que entonces presidía Vicentina Antuña, entre noviembre y diciembre de 1957, como el convivo más emocionante de toda mi vida. La patria se nos revelaba dolorosa y gozosamente en medio de la sangrienta lucha de aquellos días. Sin saberlo nos estábamos preparando para un triunfo que todavía parecía imposible. Hoy siento que aquel libro, rápidamente publicado en el 58, gracias a Samuel Feijóo, era mi despedida del mundo anterior a la Revolución. Y fue también, en cuanto a testimonio de la raíz poética de nuestra historia, mi umbral hacia ella.

-En la decimosexta lección de Lo cubano en..., la dedicada a la poesía de Feijóo, planteó que tenemos que agradecerle a ese escritor «haber cogido a la isla en el aire, en la gloria, en la risa, en la majestad y en el desamparo». Después que la obra aumentó con los años, ¿lo afirmaría igualmente?

-Sin duda alguna. Samuel sustentaba la poética de la naturaleza, que a su juicio no era antológica, y, por tanto, su obra no tenía por qué serlo. Esto quizás haya confundido a algunos ante el exceso de su producción. Pero el autor de Beth-el; Faz; Himno a la alusión del tiempo; Violas; Diario abierto; La alcancía del artesano;  La hoja de poeta; Versículos; El harapo al sol; tal como lo presenté en mi selección de 1984, además de extraordinario cuentero, narrador, investigador de nuestro folklore campesino, pintor y dibujante excepcional, es uno de los líricos más altos que hemos tenido desde Heredia a nuestros días.

-Con los años, ¿qué recuerdos inéditos de Samuel evoca para la historia de la cultura cubana?

-Aunque sean bien conocidos, siempre habrá que reconocer también los grandes servicios prestados por Samuel a la cultura cubana como editor de la Universidad Central de las Villas, de Islas, y de la impar y pletórica Signos. En lo personal más íntimo, aunque pudiera parecer lo contrario, Samuel era muy difícil de conocer realmente. Siempre estaba ocultándose, disfrazándose, pudoroso como pocos detrás de lo que cariñosamente llamábamos sus «samueladas». Después de años de escribirnos y visitarnos, una rara noche descubrimos al otro Samuel, develándonos con una infinita delicadeza el misterio de las trémulas luces amarillas que alumbraban las noches de sus amigos guajiros. Por lo demás, cuando se empeñaba, podía ser muy riguroso con su obra. Recuerdo los manuscritos de Violas, acribillados a enmiendas. Cuando leí la primera edición de Faz, escribí para El Mundo un artículo titulado «Orgullo por Samuel Feijóo». Aduciendo que no era digno de aquel elogio, su respuesta fue quemar la edición completa y rehacer el poema, que ya era espléndido».

-¿Cuáles vínculos sostuvo con intelectuales radicados en la localidad durante su estancia aquí?

-Mi condición de profesor, digamos, itinerante -ya que solo podía estar en Santa Clara tres días a la semana para poder cumplir con mis clases en la Escuela Normal de La Habana-, me impidió estrechar relaciones importantes con intelectuales villaclareños, salvo a los que ya conocía, como Samuel y Mariano Rodríguez Solveira. A Marianito y a Antonio Núñez Jiménez los encontraba con frecuencia, antes del triunfo, en la casa vedadense de Julián Orbón, el músico de Orígenes, a donde llegaban en viajes nocturnos que siempre sospeché no eran ajenos a los trajines revolucionarios interprovinciales del 58. Aunque solo oíamos música, todo parecía clandestino.

«Como dije en mis palabras de gratitud en la Universidad,[iv] el hogar de Marianito y Marta Ricart, fue otro hogar para mí en Santa Clara. Él fue quien me invitó a incorporarme al claustro de Las Villas, quien despidió inolvidablemente el duelo de mi padre y quien prologó sus Valoraciones póstumas.[v] Fue un intelectual ferviente y luminoso, conversador cultísimo, amigo entrañable.

«De Núñez Jiménez ¿qué decir? Como geógrafo, espeleólogo y revolucionario, toda su vida fue un creciente servicio a la patria nacional y americana, fruto de una vocación alegre y un entusiasmo infatigable. Otros nombres y personas que recuerdo con gratitud son los de Hilda González Puig, su hermano Ernesto, el pintor; los rectores Agustín Anido y Silvio de la Torre; Gaspar Jorge García Galló, Alberto Entralgo...

-Dice que la «poesía significa un conocimiento espiritual de la patria, que va iluminando al país, y donde lo cubano se revela, por ella, en grados cada vez más distinguidos, distintos y hermosos». Pero ¿qué escribe ahora tras el tránsito acumulado por todos los géneros literarios?

-Mis dos géneros predilectos siguen siendo la poesía y el ensayo, aunque en verdad no me gusta considerar la poesía un «género literario», sino la fuente de todo lo que yo pueda conocer y pensar. Al poema acudo cuando él me llama; al ensayo, cuando lo necesito.

-Martí, definido por usted como «el mayor aporte de la Cultura Cubana a la universal», deja profundas raíces para los próximos siglos. ¿Cuáles cree más trascendentes?

-Creo que el legado cultural más trascendente de Martí reside en su inmensa vocación integradora que, como dije en la Universidad, "se negó a separar la materia del espíritu, lo invisible de lo visible, la estética de la ética, la política del alma, a Cristo del pobre, a Cuba de la cruz, a la utilidad de la virtud". Por ello pienso que debemos tender a integrar «nacionalmente todo aquello que en el pensamiento de José Martí se nos ofrece como un humanismo atesorado de esencias, proyectado hacia el futuro. Y no me parece que haya mejor programa espiritual para la humanidad en el próximo milenio».

-Despojado de su capacidad amatoria, así como del contacto diario en el hogar y el trabajo intelectual que desempeña junto a Fina García Marruz, ¿qué puntos más distinguidos atribuye a la poesía de su esposa?

-En mi antología Cincuenta años de poesía cubana (1952) señalé los tres elementos que me parecían sustanciales en la poesía de Fina: «la intimidad de los recuerdos, el sabor de lo cubano, los misterios católicos». Posteriormente su expresión ganó otras dimensiones, desde la más amplia y elocuente del Réquiem por la muerte de Ernesto Che Guevara, hasta esa «punta de lirismo» que según Claude es el humor, en Créditos de Charlot, y Nociones elementales y algunas elegías. Su diversidad y riqueza tienen siempre un punto de confluencia que pudiéramos llamar: lucidez de la misericordia».

-Emilio Ballagas, un poeta que fermentó una parte fundamental de su obra poética en Santa Clara, donde radicó entre 1933 y 1948, tuvo de usted grandes elogios ¿Cómo lo aprecia en la ensayística?

-Si hubo un escritor entre nosotros de vocación lírica absoluta, ese fue Emilio Ballagas.  Aunque escribiera excelentes ensayos, en realidad no le hacían falta. Todo lo esencial que tenía que decir solo podía decirlo en el poema.

-¿Qué falta a Cintio Vitier por regalarle a la sabiduría histórica y a la cultura nacional?

-Me falta todo, y es la conciencia de todo lo que me falta lo único que puedo regalar.

El poeta, tras agradecer las pertinaces y provocadoras preguntas, según afirmó en nota al margen del texto mecanografiado que remitió, y jamás reveló la hosquedad que algunos atribuían a su personalidad, sino una esencia y dulzura, casi paradigmática, del que toma la tierra por asalto y la hace propia, como si fuera esencia espiritual de todo lo celestial. Como tal dejó una huella, para que, de falsas apreciaciones no viva el hombre sin antes auscultar con vehemencia los sueños y las bondades que transpiran otros.


[i] Octavio Paz (2003): El arco y la lira, p. 35, Fondo de Cultura Económica, México.

[ii] José Martí. «La exhibición de las pinturas del ruso Vereschagin», en Obras Completas, t. xv, p. 430, Editorial Ciencias Sociales, La Habana.

[iii] Cfr. Cintio Vitier (1958): Lo Cubano en la Poesía, Universidad Central de Las Villas, Departamento de Relaciones Culturales.

[iv] Cfr. Cintio Vitier: «El reino de la gracia comunicante», en revista islas, Op. cit., pp. 7-12.

[v] V. Medardo Vitier (1960-1961): Valoraciones. [Con nota preliminar de Mariano Rodríguez Solveiras], 2 t, Universidad Central de Las Villas, Dpto. de Relaciones Culturales.

 

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