ALMEIDA: TAMBIÉN UN HOMBRE DE LA CRUZ ROJA
Por Mercedes Rodríguez García
Corría el año 1961 y con él los planes de la Revolución para exterminar el analfabetismo. Miles de adolescentes y jóvenes de todas partes del país transitaban en todo tipo de vehículos a lo largo y ancho de la Isla para llevar la luz de la enseñanza a los más apartados rincones de la geografía cubana.
Luego de su participación en las acciones socorristas de Playa Girón, sanitarios, camilleros y demás personal voluntario de la Brigada 17 de la Cruz Roja, disponen sus fuerzas y precarios recursos para atender las necesidades de un sui géneris cargamento humano que hará escala en Santa Clara.
Los brigadistas vienen de Matanzas y La Habana por ferrocarril, en vagones de carga, que han sido previa y mínimamente acondicionados. Hace calor y por el camino han bebido agua y refrescos, y comido todo tipo de alimento.
Hasta Ricardo González Calvo, responsable de la brigada de cruzrojistas santaclareños, llega el aviso para que se presente con sus hombres en la Estación de Ferrocarriles. Centenares de alfabetizadores vienen con fiebre, vómitos y diarreas. La situación es alarmante pues no disponen de los medicamentos necesarios para atender el brote. Con paquetes de aspirina, gotas nasales y colirio no se podía hacer mucho. Salud Pública les había planteado que carecía de fármacos específicos y en las cantidades que le solicitaban.
Rápidamente toma una decisión. Con algunos de sus voluntarios se presenta en el Estado Mayor del Ejército del Centro. Los recibe un mulato, serio pero afable. Viste de verde olivo, pero sin grados. Se trata del mismísimo jefe rebelde, Comandante Juan Almeida Bosque.
Sin rodeos y sin entrar en detalles Ricardo lo pone al tanto de la situación. Almeida le pregunta: « ¿Y dónde está pasando eso que me cuentas?» «En la estación de ferrocarril, comandante», le responde. «Pues vamos para allá enseguida», repuso jefe militar de la región.
Ya en la estación de trenes, Almeida comprueba la gravedad del asunto. Se trata de adolescentes, casi niños, varones y hembras, desfallecidos por la fatiga de un viaje que se realizaba en condiciones muy adversas, en carros de caña más o menos dispuestos. Sin pérdida de tiempo ordena que le localicen a las autoridades del gobierno local: «Hay que traer esas medicinas y todo lo que haga falta con urgencia ». También recomienda hagan montar una cafetería.
Sobre las cuatro de la tarde ya estaba montada una cantina y parqueada una rastra con medicamentos. También personal médico y de enfermería. Pero los camilleros no resultaban suficientes. «Pues habrá que improvisarlos, así que todo el que tenga brazos y piernas fuertes que se sume», sugirió Almeida.
Y sin esperar la reacción de los allí presentes agarró una de las parihuelas al tiempo que instaba a dos de sus ayudantes personales para que lo siguieran.
Pasaron tres días hasta que la situación más o menos se normalizó. Muchos brigadistas fueron hospitalizados. Mientras tanto los trenes seguían llegando y continuando viaje hacia Camagüey y Oriente. .
Cuando lo creyó oportuno el Jefe del Ejército le dijo Ricardo: «Ustedes se han ganado el derecho a que se les respete, dentro de dos días me localizas.»
Al encontrarse de nuevo le preguntó: «A ver, ¿qué necesita la Cruz Roja?» «De todo, Comandante» Y Almeida les firmó un cheque a que Ricardo depositó en el banco a nombre del Fondo Operativo de la Cruz Roja Cubana. Cuando al otro día siguiente le llevaron el comprobante Almeida sonrió diciéndole: «No había tanto apuro, hombre; pero así deben ser las cosas cuando hay dinero ajeno de por medio.»
Como nadie el entonces jefe del Ejército Central había sido testigo de las penurias de la Cruz Roja. Poco antes de los sucesos narrados, la organización socorrista compró un carretón. No tenían caballo, pero al menos durante aquellos días les sirvió de improvisada casa de campaña para dormir, incluso el propio Almeida, quien también facilitaría la primera ambulancia y un jeep que tendría la brigada de la Cruz Roja en Las Villas, así como la cierta cobertura de equipos y medicamentos que cubriría la esfera militar.
Ese mismo año el Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, presidió el acto de graduación de la primera escuela de sanitarios y camilleros de la Cruz Roja, ubicada en el antiguo Deportivo del Casino Español, hoy parque Arco Iris.
Fuente:
Fragmentos inéditos de entrevistas realizadas por la autora a un grupo de fundadores para una serie de reportajes sobre la historia de la Brigada 17 de la Cruz Roja, publicados en varias ediciones del suplemento El Santaclareño (1997). Premio Henry Dunant a la Excelencia Periodística, Delegación Regional del Comité Internacional de la Cruz Roja para América Central y el Caribe 1998.
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