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LA TECLA CON CAFÉ

La entrevista periodística: seis respuestas y una anécdota

La entrevista periodística: seis respuestas y una anécdota

Por Mercedes Rodríguez García

Se trata de preguntas que con mayor frecuencia hacen en clases mis alumnos de la carrera de Periodismo en la Universidad Central "Marta Abreu" de Las Villas, donde ejerzo como profesora titular adjunta. Ahora las comparto con mis colegas y las pongo a su consideración.  Les advierto que respondo a partir únicamente de mi experiencia a lo largo de 35 años de ejercicio profesional como redactora reportera en el medio de prensa escrita Vanguardia, de Villa Clara.

Profesora, ¿la entrevista es un género fácil o difícil?

Partamos de que no hay modelo de mueble difícil para un buen ebanista. Lo que puede ser mejor o peor, propia o impropia, es la madera. Toca pues, al elaborador, saber distinguirla para escogerla acertadamente, lo que implica conocer de antes el árbol, desde la raíz hasta las ramas, sin obviar, en este caso, las flores y los frutos que lo coronan.

Valga el símil para todo género periodístico. Lo que sucede con la entrevista es que el acto comunicativo debe transcurrir sin que nada  -o casi nada- nos sorprenda o vaya a interferir esa especie de comunión, de intimidad, de empatía que, a mi juicio, resulta muy importante.

Tener bien claros los objetivos, conocer de antemano y lo más posible sobre nuestro entrevistado, nos adelantará poco menos que la mitad del camino, es decir, conocer el árbol que, obligatoriamente, hemos de echar abajo.

Pero el mueble, ¡el mueble es otra cosa! Sin herramientas poco haría el ebanista experto, quien, en última instancia, solo podría prescindir de la cinta métrica. Tal ha de ser su ojo que, de simple observación del listón, acierte  la medida. Y aún, si fuese ciego, bastaría que sus manos recorrieran la superficie para adivinar las  más mínimas cicatrices.

Quiero decir que mucho va también en el periodista quien, además de cualidades muy personales -dotes de comunicador-  urgirán conocimientos del género, básicamente, domina modelos, cuestión que puede  aprender en textos de la especialidad pero, mucho más, leyendo buenas y variadas entrevistas.

Sufro más redactándolos que enfrentando  a los entrevistados. Debo confesarlo: algunas veces, delante del  teclado, me han sobrevenido tremendas cefaleas, menopaúsicas sudoraciones y hasta nauseas de mujer grávida. Tal ha sido la fuerza de la emoción -no como pudieran creer debido a enredos gramaticales, escaramuzas sintácticas o traiciones lexicales -, que también me ha sacado del paso.

Pero basta. Que estoy cayendo en juicios salomónicos y siempre me ha asistido fama de radical. Sí. La entrevista, como género, es difícil. Allá quien crea lo contrario.

¿Y por qué,  profe, no es  un género literario?

No me gustan lo encasillamientos ni las conjeturas bizantinas. Amo la naturaleza porque es amplia y diversa. En ella todo cabe. De tan vieja, a esta discusión, no le caben más arrugas. ¡Y por suerte!, quebrada su osamenta, anquilosada su mente, ciega, sorda y muda, -más temprano que tarde- espero su sepelio.

Pudiera citar a muchos que no le quieren conceder al periodismo en general rango de literatura, y otros que, se devanan las molleras tratando de encontrarle similitudes y diferencias a dos hijos de la misma madre.

Literatos, ensayistas, poetas, periodistas y hasta lingüistas y semióticos, crean a diario cientos de artículos  tratando cada cual de persuadir o imponer sus bien elaboradas hipótesis. Solo que, en muchos casos, se fuerza  la investigación para afirmarla.

Y perdóname si me dilato en lo de literatura  y periodismo, y no aterrizo en la pregunta. Claro, clarísimo, estoy en lo de género:"la entrevista es un género, tiene sus  características que la definen y son únicas y exclusivamente de ella. El periodismo y  la literatura, también.

Mas, en la Naturaleza, todo yace de un bando o de otro: hay frío y calor, hay nieve y lava, hay sol y luna, hay ríos y mares. Pues bien. ¿A quién le molesta que haya periodismo y literatura? ¿Por qué verlos como fuerzas opuestas, antagónicas, polarizadas?

Para mí, que llegué hace 35 años al periodismo procedente de un ambiente literario, incluso, mi título universitario  es de licenciada en Lengua y Literatura Hispanoamericana  y Cubana, nunca me ha preocupado si desde lo que entonces escribo y yace en montones de periódicos y revistas, constituye lo uno o lo otro.

Creo que fue Octavio Paz quien afirmó  en un texto muy maduro que la buena poesía moderna está  impregnada  de  periodismo, y  posteriormente, en  una  conferencia,  asestó  el golpe de gracia al expresar que le gustaría dejar algunos pocos poemas  con la ligerea, el magnetismo y el poder de convicción de un buen artículo de periódico...  y un puñado de artículos con la espontaneidad, la concisión y la transparencia de un poema.

Por años por el medio, otro Premio Nobel de Literatura, Gabriel  García Márquez, al ser interrogado -por alguien a quien tampoco recuerdo- respondió al respecto que ideal seria que la poesía fuera cada vez más informativa y el periodismo cada vez más poético.

¡Ciento por ciento suscribo lo de ambos! Si no, lea a los buenos creadores del periodismo moderno.

¿Acaso los lectores cuando disfrutan un buen texto, sea cual fuera el soporte, -incluso Internet - se preguntan si el que lo escribió ¿es periodista o literato? ¿Se cuestionan si se trata de un folletín por entrega, de un relato, un reportaje, un cuento, un artículo o una entrevista?

Si bien los géneros constituyen una especie de pacto con los lectores, ¿quién suelta al galope la pluma pensando en tal o más cual género?

Claro, el periodista desde su profesión de «pan ganar» ha de ajustarse a las normativas del medio. Quienes no dependen del medio para su alimento, ofertan. Lo tomas o lo dejas. Me pagas o no me pagas. El favor del público tiene la última palabra. Después de todo, ¿para quien se escribe? ¡Ah! Si todos los editores tuvieran en  cuenta esto último... otro sería el periodismo, y otra sería la literatura pues, de hecho, hay que aceptar distingos en cuanto al modo de asumirlos con el camisón metodológico y lo zapatones mesiánicos -no de Mesías, sino del MES- que son cuestiones bien diferentes.

Respecto a la entrevista periodística, creo que tiene de periodística el modo en que se asume, mejor, la fugacidad con que se pide y se hace. Y no es que la literatura sea perdurable y el periodismo no, ¡qué va! Mucho menos que lo literario se halle solo en los libros y el periodismo en los periódicos.

La razón básica es el punto de vista, los esquematismos a la hora de asumir el género. Las carencias de herramientas de y de talento. Yo diría que a la entrevista periodística solo le falta el color para que sea literatura. Porque eso sí, tan plebeya puede ser la musa de un periodista como la de un literato. El periodismo será pseudo  literatura en al medida que lo que se haga sea pseudo periodismo... Y eso no lo digo yo.

¡Y mira que se publican pseudo entrevistas, pseudo crónicas, pseudo reportajes, pseudo comentarios! Del mismo modo, ¡mira qué he leído pseudo poemas, pseudo cuentos, pseudo novelas!

Para mí, redondeando la idea, el periodista,  el literato - no digo escritor

¿Quién puede negar que todos los periodistas escribimos, incluso, los de radio y televisión?- se integran en una única personalidad.

Poco me importan los detractores del periodismo por considerarlo como subliteratura. Mucho menos, quienes se empeñan en ahondar la zanja "culiatornillados" frente a la máquina tratando de decir distinto lo que ya tantos han dicho. Yo escribo entrevistas y trato de navegar con maestría en sus aguas profundas. Yo hago periodismo y la entrevista me sale como periodismo. Pero tengo mi alma de poetiza y mis neuronas de narradora inconsciente...

¡Y basta!, que sería mucho mejor hacer esta pregunta a los ya mencionados famosos, y a nuestro Martí, o a Vargas Llosa, Truman Capote, Tom Wolf, Orianna Falacci, Ryszard Kapuscinsky, Arturo Pérez Reverte. Con "estos autores de dos agua", ¿quién dijo que naufraga una entrevista?

—¿Y cómo usted asume la preparación de la entrevista?

Imprescindible, básica, fundamental. Es el hilo de Ariadna que nos guiará todo el tiempo en el laberinto que vamos a atravesar.

Ya hablé del ebanista que sabe escoger con acierto la madera porque antes conoce el árbol de procedencia, desde la raíz hasta las ramas. He aquí la importancia de saber también sobre las flores y el fruto, que en el caso de la entrevista constituirán aquellos detalles íntimos y sutiles que le darán el éxito completo. Ellos revelarán al sujeto por dentro (en el caso de la entrevista de personalidad.) Y eso no es cuestión fácil, por mucho que una se documente sobre la vida y obra de quien se trate, porque no siempre se escoge a ese hombre o mujer que vamos a desnudar y a radiografiar hasta verles el tuétano, esa especie de fluido o de ¿materia? Volátil que Karel Čapek logró en su "Fábrica de lo Absoluto." Desde luego, ciencia-ficción, pero ciencia al fin. ¿Acaso negar que desde la realidad puede construirse la ficción, en la que caben la prosa divertida, el humor, la parodia, las alucinaciones.

Lograr que nuestro entrevistado se sienta cómodo, identificado hasta olvidarse de que tiene enfrente a alguien deseoso de conocerle desde los pies a la cabeza, dependerá en mucho de esa preparación. Es más, estará en relación directa con las capacidades y habilidades del buen comunicador.

Existen demasiadas recetas en demasiados manuales. No creo que aun sabiéndolas todas, podamos garantizar que aflore el "Absoluto" del entrevistado que, como la libido, es preciso despertar con mañas de viejo experto.

Nadie si no las flores y los frutos nos descubrirá a Dios o al Diablo -o a ambos- que todos llevamos dentro. Ningún amigo por íntimo o cercano que sea, ningún familiar de los más allegados, ninguna fuente viva consultada, ningún documento, ningún libro, nos revelará la textura, los matices, el sabor y el color, el perfume de esa persona.

De ahí que repita en muchas partes que, además de juez, fiscal y policía, el periodista deberá estar asistido de una especie de omnisciencia que le permita adivinar qué hay detrás de un gesto, de una voz que cambia constantemente la entonación, de aquellas raras orejas que se mueven cuando el sujeto habla, de unos párpados dormidos, de un chasquido de lengua contra la encía; de la camisa abotonada hasta el cuello o del desgarbo al vestir, del tacón gastado del zapato izquierdo... Atento todo el tiempo para cambiar el curso del cuestionario previo que se supone había elaborado o, al menos, esbozado mentalmente. Soplo así evitaremos que nuestro interlocutor nos sorprenda.

Creo que el conocido "cara a cara" o "frente a frente" constituye el paso más difícil. Y para que fluya es preciso lograr la empatía, con honestidad, revelándonos también nosotros un poco. Porque, en realidad, aunque alguno se lo crea, nos somos dioses y, en este caso, prefiero bajar la cabeza y arrodillarme todo el tiempo que dure el intercambio.

Cuando doy en clases la entrevista le digo a los muchachos que en esta faceta nada logra más que la autenticidad y las dotes persuasivas del periodista. Siempre lo tengo presente. Al salir de la redacción para encontrarme con mi entrevistado voy a darlo todo con la esperanza de recibir todo. Me siento la máxima responsable de ahí en lo adelante, y no me gustan los sustos. Así que antes, como en la vida, me lo imagino todo. Nada del comportamiento humano me es ajeno.

Solo de ese modo puedo llegar a sentir el silencioso paso de la sangre oscura por las venas, rumbo al corazón. Y luego, escucharlo también, oxigenada y roja, como trota por las arterias e irriga, vital, el cuerpo y el cerebro.

—¿Por qué se publican malas entrevistas, profesora?

Ya esto resulta harina de otro costal. La máxima responsabilidad cabría a los directores. No obstante, mi personalísimo y atrevido juicio se atreve a aseverar que son varias las causas, en primer lugar la ausencia de buenas entrevistas. Se publica lo que se entrega, sin mayores exigencias al periodista, quien tampoco se esfuerza mucho en la vorágine por cumplir un plan más cuantitativo que cualitativo, pues no se trabaja pensando en géneros. Prima la temática y la dinámica del "muerde y huye". El periodista entrega a como puede, lo que menos esfuerzo le cueste o lo más le guste, o lo que menos complejo resulte. Si el producto comunicativo es deficiente, no se le entrega de nuevo para que lo reelabore, de algún modo esa carga la asume el jefe de redacción.

Otras veces el redactor-reportero no está capacitado para enfrentar, con todo el rigor que requiere, una entrevista decorosa. En otro caso, tal vez no tenga tiempo de prepararse previamente. Porque se desgasta   -o lo desgastan- en trabajos insignificantes que, si existiera una caracterización del profesional, podría asumir un reportero menos experto.

También ocurre que el periodista caza un buen personaje, se esmera redactando un producto de excelencia y, bien porque no se le ha solicitado o porque se le «ha ido la mano» en extensión, su entrevista pasa a engrosar los «fondos raros y valiosos» de la jefatura correspondiente.

Una buena entrevista necesita «pista» para despegar, sobre todo cuando se aborda a través de la personalidad del sujeto. Y estas, desgraciadamente, brillan por su ausencia. Si acaso, tres o cuatro párrafos biográficos con algo de descripción al comienzo y, en lo adelante, preguntas y preguntas, desdibujadas unas, mal enfocadas otras. Al final derivan en pura información con un poco de opinión, una especie de collage naif.

Existe conformismo en la sociedad y la prensa es reflejo de esta. Los directores tienen que colocar a las redacciones en el primer punto de su orden del día. A veces parecen administradores de periódicos, deben agilizar las cosas, extraer el jugo a la vida con estilo, saber lo que cada cuál está escribiendo, relacionarse más con sus redactores y reporteros, sacarlos de las redacciones cuando no tienen nada que hacer para que nazcan reportajes y entrevistas más intensos. Preocuparse y ocuparse para que los lectores reciban lo que quieren y necesitan (no consentida si se hace con integridad.).

También existe lo que yo llamo matrimonio por contrato, maridaje del reportero con un género específico. No importa el tema: lo que sabe hacer es comentario, y comentario le piden. O ciertos esquemas que imponen añejos criterios debido a la desactualización de conocimientos que sufren algunos directivos. Imbuidos en misiones administrativas o burocráticas que le restan prioridad al trabajo de la redacción, no tienen tiempo para confrontar el periodismo que se hace en otras publicaciones foráneas, y en las cuales la entrevista ocupa espacio privilegiado .

Como leí hace poco en la revista Hora de Cierre (del Instituto de Prensa de la SIP), nada más y nada menos que en boca Ben Bradler, exeditor del Washington Post. Más o menos así: Se trata de que los jefes de la salas de redacción aligeren la burocracia  para permitir el florecimiento de una mayor creatividad (...) La sala de redacción es la primera prioridad y todo lo demás se somete a este hecho.

Pero bueno, con estos bueyes parece que seguiremos arando. Eso sí, a mí la  collera no me la enganchan ¡ni muerta!                  

—Profesora ¿qué tipo es la mejor: la informativa, la de personalidad, la de actualidad, etc.?

El periodismo es oportunidad, así que considero mejor aquella que más se ajuste al momento y, por supuesto, al perfil del medio. Las he hecho de todo tipo, pero confieso mi predilección por las de personalidad. Ahora, sucede que, como los géneros en la actualidad, no existe una tipología pura, y puede ser que se  mezclen en un solo cuerpo lo  informativo y lo opinativo, creo que, en la práctica es lo que más abunda. Y, si se matiza con narraciones, descripciones y diálogos, el producto mejora ostensiblemente. Al final, según lo que predomine, hablaremos de una o de otra clasificación. Me gusta mucho la entrevista, la sufro y la disfruto.

¿Tienes usted, profe, un método específico  para realizar entrevistas?

Como dice el refrán «Cada maestrico tiene su librito». Mas, pienso que existen cuestiones elementales y universales que no deben obviarse y que vienen en casi todos los manuales de periodismo. No voy a repetir lo ya sabido ni a dar consejos que la teoría, junto a los años de ejercicio periodístico, se ocupan de dictar.

Creo que en alguna pregunta anterior esbocé, muy metafóricamente, algo de esta respuesta. Vale mucho la información, el conocimiento previo del tema y del entrevistado, aunque, si la ocasión llega inesperadamente, hay que estar muy seguro de cómo enfrentarla. De joven sobran bríos para acometer cualquier empresa y muchos novatos se lanzan al abordaje sin medir las consecuencias. Válido si el personaje no es de esos a quien hay que arrancarles las palabras de la boca. Mucho aprecio la habilidad, el tacto, la finura, la delicadeza, la inteligencia que se observen desde el comienzo, al pactar el encuentro y hasta en el espíritu del cuestionario, si es que se decide -si conviene- hacerlo llegar previamente.

¿Refiéranos alguna anécdota, profesora?

En mi caso particular he salido airosa hasta de casualidad, te cuento una anécdota.

A finales de los años 1980, en ocasión de un premio que recibí, me encontraba en el Museo de la Lucha contra Bandidos, en Trinidad. Como acostumbro invariablemente a salir siempre que pueda con mi cámara y mi grabadora, aproveché el tiempo sobrante en pasar revista a las vitrinas. En esas andaba cuando observo que a su vez estaba siendo observada por un señor mayor, acompañado de dos militares jóvenes.

Sigo mi recorrido. Luego, ya en la oficina del director, recogí el premio en metálico, no sí  el diploma que debería pasar más tarde a recogerlo. «Es que tengo esperando a un visitante muy importante, amigo de Raúl Castro.»

Yo, que tengo fama de conversadora, no paraba de contarle al ejecutivo cómo había conseguido el testimonio galardonado. Pese a su apuro primaba en el interés de realizar varios reportajes sobre la contrarrevolución en las lomas del Escambray, y él, como nadie, podría ayudarme en llegar hasta los protagonistas y testimoniantes de ese capítulo de la Cuba de los años 60. Y sin miedo a pecar de impertinente le pedí me tendiera solo unos minuticos más. «Te voy a ayudar».

¡Y ahí mismo me puse la bota izquierda! Porque la derecha vendría algo más tarde.

«Ese visitante que te dije fue uno de los pocos asesores extranjeros que tuvieron las FAR; ayudó a Tomasevich y al propio Fidel en la concepción del Plan Jaula, donde se capturaron los últimos bandidos. Es español, militar de escuela, luchó por la República y luego en la Guerra Patria Soviética.»

Y con aquella explicación se deshizo de mí. Y yo de él. Ya tenía la presa al alcance de mi mano y no se me podía escapar. Pero, ¡mala suerte!, el personaje ya no andaba  por todo aquello. Así que con los 100 pesos de premio me fui, junto con mi esposo, a almorzar en Las Cuevas, un vistoso y confortable motel desde el cual se divisa la añeja villa.

Y allí, a unas dos mesas de la mía, sorbiendo una tras otras cuchardas de sopa, lo descubro. De más está decir que en segundos ya estaba sentada junto a él. Me bastó un: «Permiso, buenas tardes, soy periodista, ¿puedo hacerle un pregunta al señor?» «Puede,joven, siéntese». Mi corazón andaba acelarado, pero mi cabeza tranquila. Tuve suerte. Me invitó  a sentarme y me pidió una cerveza.

No sabía ni como se llamaba, así que lo arriesgué todo a esa primera interrogante anunciada, «¿Es cierto que usted colaboró con las FAR durante la Lucha contra Bandidos, aquí en Trinidad?» «Y algo más...», dijo sin dejar de llevarse el cubierto a la boca, por lo que decidí darle tiempo hasta que tragara tres o cuatro bocados más.

En esos instantes de silencio, siento que me tocan los pies por debajo de la mesa. Uno de los miltares me está haciendo guiños. Le miro fijamente, su boca articula sin sonido: «Pregúntale por Pablo». Solo unos segundos para que en mi cerebro se formara la idea de quién podía tratarse. Y esta vez el disparo a quemarropa: «¿También estuvo con Pablo?» «Si, yo recogí su cadáver, aún tibio, bajo la música de la guerra, en Majadahonda. Pero eso ya lo he contado otras veces». «No importa, vuelva  contármelo, pero con música de las estrellas.»

Todo me lo contó y todo lo grabé Terminada la entrevista, quedaba la foto. Durante la despedida, a salida del motel, accedió. De más está decir que no almorcé casi. Lo que llevaba para mi periódico no me llenaría el estómago, pero el alma, ¡esa sí que iba repleta!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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