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LA TECLA CON CAFÉ

Servando Cabrera: Peregrino de «viajes atrevidos»

Servando Cabrera: Peregrino de «viajes atrevidos»


30/7/2013 9:04:51


Remembranza de uno de los artistas cubanos más notables del siglo XX a los 90 años de su natalicio. Servando Cabrera Moreno fue un conspicuo coleccionista de arte popular. Durante sus viajes acopió un amplio acervo que incluye objetos decorativos, religiosos, utilitarios y de juguetería de las más diversas latitudes. (En la foto Servando junto con Graciella Pogolotti).

 

 «La forma de moverse los cubanos es diferente al resto del mundo. La manera en que se mueve una palmera, se retuerce un jagüey, es comparable al movimiento, andar o insinuar de cualquier parte del cuerpo de un cubano aunque sea el dedo meñique de una mujer o un hombre», declaró a Bohemia, en julio de 1975, quien fuera un obstinado estudioso de la figura humana: Servando Cabrera Moreno (28 de mayo de 1923-30 de septiembre de 1981).

Como acucioso observador y admirador del cuerpo, concibe una vasta creación que evidencia sus profundas indagaciones sobre los rasgos físicos del mestizaje antillano que, más allá de resultar un recurso de autoafirmación criollista, esboza la riqueza plástica de nuestras fisonomías para concederle a su pintura la sensibilidad universal que la perpetúa.

«Paseante solitario», al decir de Graziella Pogolotti, Cabrera Moreno transita con fluidez por diversas escuelas, tendencias, generaciones, sin ofrecer la más mínima posibilidad de encasillamiento; aun cuando su obra se revela en ciclos muy bien definidos, el artista ha decidido atender las señales de su propia intuición y simplemente, crea.

  

«Su camino aparece lleno de etapas disímiles. Quien comenzó como un académico aplicado fue también un abstracto, un neorrealista, un expresionista…», asevera el curador y ensayista, Gerardo Mosquera.

Cronista de su tiempo al fin, plasma la expresión más viva de su paso por el mundo en óleos, tintas, carbones… Todo es motivo para engendrar nuevos significados, para modelar ese sentido militante que prevalece en parte de su obra y que Félix Pita Rodríguez refiere como «la plástica combatiente de Servando Cabrera Moreno».

Joven pertinaz de saberes

«Con gran vehemencia desde pequeño lo pintaba todo», confiesa alguna vez el pintor, que apenas un adolescente ya toma cursos sobre técnicas de artes plásticas. 

  

Procedente de una familia de inmigrantes hispanos, se recibe como bachiller en Ciencias y Letras en 1940; en tanto, ofrece muestras de su talento inagotable cuando participa en su primera exposición colectiva. Mientras, alterna estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes San Alejandro de donde egresa con el primer lugar en los exámenes de grado y el título de profesor de Dibujo y Pintura; es 1942.

La década del 40 marca un período formativo importante en la consolidación de la incipiente carrera artística del joven virtuoso. Tres años después de graduado, el Liceum de La Habana deviene escenario de su muestra personal primigenia. A partir de entonces, emprende un largo y fructífero camino que lo llevará a convertirse en uno de los más notables creadores de su tiempo.

Viaja a los Estados Unidos y Europa; entra en contacto con las creaciones de la vanguardia plástica del momento. Se nutre de nuevas experiencias y estudia en el Art Students League de Nueva York y la Grande Chaumière de Paris.

En una de sus estancias en La Habana, establece vínculos con los hermanos Raquel y Vicente Revuelta, junto con ellos trabaja como diseñador de vestuario y de escenografía en el otrora Teatro Estudio. La obra de Pablo Picasso (1881-1973) comienza a reconfigurar el quehacer creativo de Cabrera Moreno que se abre hacia un universo en el cual emergen motivos y elementos que se vuelven constantes en su pintura.


La influencia picasiana de las etapas azul, rosa y neoclásica, señala un momento trascendente en su trabajo, al propiciar una ruptura con los cánones academicistas heredados de Leopoldo Romañach, Domingo Ramos, Armando Menocal y otros de sus profesores en San Alejandro.

No obstante, el autor de Los carboneros del Mégano nunca abandona su ascendencia de la academia. Invariablemente, le cortejan el rigor de la técnica, la disciplina y algunos esquemas y formalismos que, a ratos, deslucen su trabajo.

En sus periplos por el Viejo continente, pareciera que el artista se siente desarmado ante la magnificencia de los grandes: Velásquez, Goya, El Greco, los manieristas italianos, De Kooning. Significativo resulta el influjo de los cubanos Amelia Peláez y Carlos Enríquez, siempre generosos con sus enseñanzas, consejos; presentes para ver y admirar sus composiciones.

Sin embargo, cualquier recurso le resulta exiguo; aprehende, asimila, estudia. La obra del español Joan Miró (1893-1983) lo seduce poderosamente y pinta cuadros abstractos, calificados por Gerardo Mosquera como «mirosianos», que se exhiben en Cuba y varias ciudades de España. Sobre su impacto allí, escribe el crítico catalán Benet Aurell, en 1953: «Cabrera demuestra poseer un sentido bastante dramático del color —ello es lo que más le distingue de Miró—».

Muy difíciles de ver hoy en nuestro país son estas obras «mirosianas», unas se encuentran en manos de coleccionistas particulares y otras las atesora el Museo Nacional de Bellas Artes.

Con Miró se inaugura una nueva etapa de búsquedas y experimentaciones. Pero no es solo el surrealista ibero quien atrapa el espíritu del creador insular en la década del 50; el suizo Paul Klee (1879-1940) también despierta su interés, como fuente relevante de influencias formales.

Lírica de un experimentador empedernido

Entre 1954 y 1955, Cabrera Moreno realiza una serie de dibujos al carbón y creyón que encarna una poética nunca antes reconocida en su obra. Se aparta del abstraccionismo de períodos anteriores y asume temas populares con un estilo totalmente realista que se convierten en la antesala de lo que luego se conocerá como la pintura épica servantina.

En aquella época, solo ve la luz un óleo: Los carboneros de El Mégano, una síntesis plástica de las vivencias que capta al enrolarse en la histórica filmación sobre los carboneros de aquel caserío, en el pantano del Zaza, en Las Villas, que realizara un grupo de jóvenes de la Sociedad Nuestro Tiempo para documentar la paupérrima vida de esas personas antes de 1959.

La Revolución Cubana impresiona hondamente al pintor. En esta etapa es el expresionismo abstracto una tendencia que distingue a una parte considerable de la plástica cubana; Servando Cabrera Moreno no resulta la excepción.

Entran en su pincel, plumilla o carboncillos, toda la efervescencia del proyecto social naciente. Campesinos, milicianos, rebeldes, una amalgama de gente humilde, de pueblo, irrumpe en obras que muestran rostros en los que se advierte una expresión de fuerza, dada por una deformación intencional de la musculatura que simula quebrantar la constreñida estructura de la composición.

Ahora, el dibujo tiene un valioso lugar en el proceso de creación del pintor de Los héroes bajo el sol (1959) o Milicias campesinas (1960). A través de él, de modo espontáneo, libre, el artista recrea su apreciación personal y concisa de los eventos sociales que acaecen en la nación.

«Testimonio de un trabajo de elaboración subterránea, se traduce en el hallazgo de una adecuada fórmula plástica, a fin de expresar con mayor fuerza y sintéticamente una realidad percibida de manera intuitiva en sus valores emocionales», asegura Graziella Pogolotti.

De alguna manera, este fenómeno esclarece la evolución de la pintura de Servando Cabrera, inclinado a transitar acorde con el momento histórico. Los carboneros del pantano de Zaza, ayer, devienen campesinos, milicianos, luego. En esencia son las mismas caras, los mismos seres humanos, metáforas que se transforman, crecen en una pintura o dibujo, en la medida en que evoluciona la sociedad y su propio creador.

Otras búsquedas, nuevos lenguajes…

Viaja infatigablemente Servando Cabrera Moreno. A lo largo de toda su existencia recorre países de Europa, Norteamérica y América Latina. Vuela más allá de espacios físicos y geográficos para concebir una obra rica, controvertible, de alto sentido estético, colmada de “viajes atrevidos”, según expresa la periodista, crítica y ensayista, Lolo de la Torriente. Y en ese paso por la vida, su pintura invita e incita a un rencuentro entre lo nacional y lo universal.

Una valiosa influencia despliega entre las primeras hornadas de artistas plásticos formados por la Revolución durante los años que ejerce como profesor en la escuela de artes de Cubanacán (1962-1965). Al concluir su labor en el centro académico emprende un período expresionista en el que la naturaleza y el cuerpo generan una simbiosis sugestiva, única.

«Cuerpos desnudos como montañas, como si la naturaleza fuese concebida como un cuerpo gigante maternal y abierto, cuerpos como columnas cósmicas sin final, grandes cuerpos geológicos acostados», refiere sobre el conjunto, en 1966, el pintor ibérico Antonio Saura.

En esas obras el sexo aflora como icono carnal que alude a las formas de reproducción en la naturaleza y los seres vivos, a modo de evocación poética para develar analogías desde el ancestral concepto que entrelaza la fecundidad humana y la fertilidad de las tierras y el mundo natural.

De acuerdo con el criterio de Gerardo Mosquera, «las formas de estos cuerpos no son canónicas ni impersonales, sus anatomías están particularizadas», insinúan individualidades donde se imbrica la naturaleza, el amor, una mujer y un hombre muy específicos. Creaciones que preludian el tema erótico abordado a partir de 1970 y del que no escaparon otros sobresalientes maestros de la plástica mundial de entonces.


«De las grandes composiciones barrocas diagonales viene a los grandes planos simples, siempre el dibujo como esencial medio expresivo de su arte», infiere el periodista Ricardo Villares. 

Aquí las obras son representaciones inconclusas de la pareja humana en pleno acto amatorio que se alzan como alegoría del sexo y distan de la pornografía. Desde la mirada de Cabrera Moreno, el cuerpo no deviene un mito ni, mucho menos, sinónimo de pudor o «necesidad de burlar lo escondido», argumenta el crítico y ensayista Rufo Caballero.

Sobre el particular, añade el juicioso intelectual cubano: «Los “torsos acoplados” son territorio de libertad, de correría, de solaz». Nunca de arrepentimiento o vergüenza; esa perspectiva caracteriza el arte erótico de Cabrera Moreno en los años 70. «Ello, a más de protegerlo del panfleto y de la otredad como mercado, lo aparta del erotismo, cuya antología permanece atada a la mofa del tabú».

Versátil, sorprendente siempre, halla un nuevo objeto de creación, y en 1972 comienza a pintar rostros de luchadores revolucionarios latinoamericanos y cubanos: Martí, Che, Sandino, Lolita Lebrón, Guiteras, Panchito Gómez Toro, calan en su imaginario poético.

Un año después, la musa del artista reserva un homenaje a la mujer, reflejada en su pintura desde los tiempos de estilo puramente académico cuando concibe retratos de amigas y familiares. Ahora, inmortaliza -desde lo visual- una expresión desde siempre vinculada a la música: las míticas habaneras atrapan su inspiración.

Aparecen con rostros de perfil y de frente. La expresión es suave y hasta lánguida, exhiben un estilizado y largo cuello, los cabellos revueltos -a veces, ornados con flores- como símbolo de desafío. Recuerdan a las Floras, de Portocarrero; solo que las damas servantinas “son como saetas, diagonales que apuntan a un doble drama: el de la mujer y el artista”, anota la doctora Luz Merino Acosta, historiadora del arte.

También en 1973 las caras de jóvenes con sombrero de guano se asoman en los cuadros de Cabrera Moreno. A un lado quedan los semblantes endurecidos del ciclo épico y afloran imágenes con cierta ternura y alguna ascendencia picasiana; una evidente alusión al proceso social y económico del país que se gesta en la época.

Las habaneras y los imberbes tocados con sombrero de yarey, abrazan un punto máximo de expresión simbólica en el óleo Presencia joven (1973), emplazado en la Escuela Vocacional Vladimir Ilich Lenin. En este colosal mural el pintor, además de exponer su maestría, enuncia su percepción acerca del progreso social y deja, a quien lo observa, un sentimiento de confianza en el futuro.

Estudioso, polémico, apegado a su intuición de creador nato, más por puro temperamento que por moda, Servando Cabrera Moreno genera una obra rica en significados, lecturas sugerentes que —a diferencia de muchos artistas plásticos de su generación— se revela portadora de nuevos mensajes cada vez para las más recientes hornadas de seguidores.

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